Soledad Jarquin
Edgar
El pasado
fin de semana volvió a pasar lo que no queremos que pase en este país ni en
ninguna otra parte del mundo. El asesinato de la periodista Regina Martínez,
corresponsal de la revista Proceso en la ciudad de Xalapa, Veracruz, es otro
intento por amordazar la libertad de expresión y por callar la verdad que
trastoca casi siempre intereses económicos y políticos relacionados o no con la
delincuencia.
En un
estado de guerra como el que vivimos en México, ejercer la profesión del
periodismo se ha convertido en una de las actividades más peligrosas y el
asesinato de Regina Martínez nos ha vuelto a recordar ese terreno nada seguro
sobre el que se está parado y nos recuerda también lo que se advirtió desde
hace casi cinco años cuando Felipe Calderón decidió iniciar una guerra que se
advertía peligrosa para la ciudadanía y en especial para aquellas y aquellos
periodistas que investigan y descubren verdades incómodas para los grupos o
mafias en el poder.
En julio de 2011,
en Veracruz también fue asesinada Yolanda Ordaz Cruz; en septiembre de ese
mismo año otras dos periodistas fueron asesinadas en el Distrito Federal,
Marcela Yarce Viveros y Rocío González Trapaga y este fin de abril, la
corresponsal de la revista política más importante del país también fue muerta
tras sufrir una penosa tortura, según reportan los medios de comunicación.
La Comisión
Nacional de Derechos humanos hace su propia cuenta, con este último artero y
cobarde crimen suman ya 77 los asesinatos cometidos contra periodistas en
México desde el año 2000 y no sólo eso, también hay una lista de reporteros
desaparecidos, otra más grande y ominosa lista de periodistas agredidos
físicamente y otra más de periodistas amenazados por personas sin rostros ni
nombres.
Sin duda, cada
una y cada uno de los periodistas asesinados representa una pérdida profunda
para el país porque con su muerte se deja sin oportunidad a la sociedad
mexicana de conocer la verdad sobre un hecho.
Entonces no sólo
se pierde una valiosa vida, sino también se pierde uno de los valores y
derechos fundamentales de los seres humanos la libertad de expresión y se
atenta contra la libertad de prensa.
Regina Martínez
fue hallada en su casa, golpeada y estrangulada y como en otros casos, la falta
de cientificidad en las investigaciones lleva a las autoridades a salir por la
vía menos difícil, al pretender sugerir que se trataba de un crimen común,
porque habrían sido sustraídos algunos objetos de la casa de la periodista.
Sin embargo,
quienes conocieron a Regina Martínez y quienes la llegamos a leer a través de
Proceso sabemos que se trataba de una periodista “entera”, comprometida con su
trabajo y siempre dispuesta a investigar hasta las últimas consecuencias.
Yo, a diferencia
de lo que se ha dicho en otros espacios no me atrevería a llamar “valiente” a
Regina porque pienso que estaba realmente comprometida con mostrarle a sus
lectores la verdad, una condición indispensable dentro del trabajo
periodístico. Diría entonces que Regina Martínez fue una periodista honesta e
inteligente, que usó siempre la razón para mostrar la verdad y no la fuerza de
sus palabras o creencias personales.
Sin duda, esta
muerte “intolerable” nos debe recordar que ser periodista en México es escribir
cada línea, decir cada palabra, grabar cada instante o capturar cada fotografía
periodística bajo riesgo total, por la falta de garantías para el ejercicio de
una profesión fundamental para la democracia de un país, indispensable para el
desarrollo pleno de los derechos humanos y sobre todo para la libertad de la
sociedad y necesaria contra el autoritarismo de todos los poderes.
Por tanto,
el asesinato, siempre cobarde y artero, siempre innecesario de Regina Martínez,
es una afrenta para todo el país que cree y tiene esperanzas de que algo puede
cambiar para el futuro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario