Sara Lovera
“…de
pronto se apareció, era material, vi su perfil, meditabundo, desde el dintel,
como una sombra, observándome, era el añejo dinosaurio que amenazaba con
volver, regresar por sus fueros, en busca de su poder pleno; me
estremecí, sentí que todo el pasado se me venía encima…”
Sara Lovera 2006
Sara Lovera 2006
Hay una memoria histórica que no
puede evitarse. Viene al encuentro y se sitúa a través de
una conversación, una novela, tal vez una película. Hay acontecimientos
que trascienden a cualquier intento de borrador, de limpiador y de eliminador
de olores, colores, y superficies.
Existen
residuos que pasan de voz en voz, que se van anidando en la conciencia, que
pululan y van haciendo un túnel en el pensamiento, a veces, sin que nadie se lo
proponga.
Conozco
a unos chicos que nacieron entre 1973 y 1980 que ni idea tenían de las andanzas
de Lucio Cabañas y que le hicieron, como se dice, una rola describiendo las
montañas del sur.
He
visto las playeras con la fotografía de Ernesto Che Guevara, en Argentina,
claro, en Turquía, en Paris, en Líbano, y también en los grandes
festivales de música pesada en ciudades como Chicago y Los Ángeles. El vendedor
de playeras probablemente desconozca quién era, de dónde llegó o
qué hizo. Y es probable que quien la compra tampoco sepa nada del personaje,
hasta que alguien o algo provoca el conocimiento del dato y se produce la
fórmula: imagen, un poco de historia y una canción, que se mete en el
caracol de la memoria.
Eso
nadie lo puede controlar. Ni siquiera el poder mayúsculo de las tiranías. Un
experto en cuestiones indigenistas me dijo un día que los pueblos originarios
huyeron a las montañas para no perder su memoria y, desde ahí, podían dominar
lo que se les ofrecía como pase a la modernidad. Muchas indígenas están hoy día
en cualquier capital del mundo comerciando sus bordados y tejidos pegadas a un
celular. Son postmodernas. Pero llevan consigo su memoria -la electrónica y la
mental- y cargan un chilpayate que respira ambas.
Por
eso nadie puede decir, como escuché a un proto analista señalar, que existe un
poder "X" que está detrás de las manifestaciones juveniles que le han
puesto sabor y dicha a esta campaña electoral que terminará en México en apenas
tres semanas.
¿Eso
va a cambiar el voto o los votos? ¿Alguien tiene clara la película? Por
supuesto, los cálculos están hechos, las cartas están marcadas. ¿Eso está
plenamente controlado? Tampoco. Existe algo de incertidumbre, si no fuera así
no se hubieran bajado rápidamente a los pies estudiantiles los dueños del
duopolio televisivo.
Se
trata de la memoria, esa que está en el proceso cognitivo, que se anida en la
mente y que puede producir conciencia y decisión.
El
movimiento, como dicen, "espontáneo" de miles y miles de jóvenes, que
alientan, que echan los brazos para la felicidad, como los de mi época de paz y
amor; parecidos a los que fuimos la generación del 68, a quienes seguro
les gusta la poesía, aborrecen las formas autoritarias, las caras cuadradas,
los pensamientos avejentados y sujetos a las formalidades de un lenguaje que
está totalmente trastocado.
Pero
hay quienes creen en la idea conservadora-priista de suponer que siempre,
que indudablemente, que es inequívoco, que nadie puede dudar que atrás de
la gente que vocifera, se enardece, se rebela contra lo que no le gusta, que se
organiza, que protesta, que toma las calles, que no acepta encasillar y
disminuir, necesariamente tiene que haber algo o alguien, un director, una
línea, un interés perverso e inconfesable, un manejador de títeres. Algo
prefabricado.
Esa
manera de pensar, la formalidad que a veces se nota hasta en cómo se camina por
el parque, está en desuso hace unas cuantas décadas. Pero no se han enterado
quienes siguen pensando que nada cambia, que todo permanece, que es cuestión de
fórmulas antiquísimas y que la población-masa no piensa, no siente, no tiene
frío, no se le ocurre nada, es masa.
La
juventud tiene dos niveles: la cronológica y la mental. El discurso de Elena
Poniatowska el día que la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) la
homenajeó por sus 80 años, mostró tal frescura en el discurso, en su mirada, en
su forma de hablar, tan increíble que recordando a su generación y a sus
amistades, parecía que hablaba de ayer en la mañana, cuando regaba sus
plantas y hablaba con una amiga por teléfono y no es nada, sino esa
juventud de todos los días, de todas las mañanas desde que se comienza, hasta
que no hay remedio y se termina.
Como
diría ya un clásico: "No se hagan bolas". Y no se achiquen, "haiga
sido como haiga sido", las voces de las y los estudiantes han venido a
recordar, para los que pierden la memoria, los costos de la estulticia, de la
injusticia, de la pobreza, de la exclusión, de las violaciones a niñas y
mujeres, del olvido de la dignidad y los principios, de la tranza, el
abuso, la abulia, el robo, la falta de imaginación, lo fétido
oficial, del homicidio, del fraude, de la prevaricación, de la corrupción, de
todo un sistema que anuncia, por todas partes, que está en decadencia,
que no se puede, que es imposible tapar el sol con un dedo, que sus días
están contados ---aunque en términos históricos se trate de una
generación- y que siempre habrá aire fresco y pensamiento renovador. Que no las
tienen todas con ellos y sus ambiciones. Que las cosas podrían una buena mañana
de julio, cambiar.
Tanto
que la sombra del dinosaurio podría no volver.
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