Yndira
Sandoval Sánchez*
En
un mundo convulsionado por las crisis económicas, sociales,
ambientales, ideológicas y políticas, que se traducen en pobreza,
despojos, injusticias, desplazamientos y guerras, siempre las más
afectadas somos las mujeres, por el hecho de serlo y porque
históricamente representa el sector de la sociedad oprimida por un
sistema patriarcal, éste basa su fuerza principalmente en la
desigualdad y la violencia atentando contra nuestra condición y
calidad de vida, principalmente contra nuestros cuerpos y nuestra
dignidad, convirtiéndonos a todas, día con día, en sobrevivientes,
de una forma o de otra.
Sin
embargo, cuando la violencia por condiciones de género es directa y
atenta contra tu persona, más allá de lo colectivo y sin obviar el
contexto, la violencia te arrebata y te lacera de formas
interseccionales, sin importar tu condición social, económica,
cultural, política, académica, etérea, geográfica y un largo,
pero pareciera que insignificante, etcétera.
Yo
Yndira Sandoval Sánchez, feminista y defensora de derechos humanos,
asumí como agenda política y forma de vida, la
despatriarcalización, entendiendo a ésta como un proceso permanente
de decontrucción, o una forma de desmontar todas aquellas prácticas
personales, políticas, sociales, económicas, institucionales, sexo
afectivas, públicas y privadas, desde lo individual y desde lo
colectivo, que generen, agudicen, promuevan o profundicen en
cualquier tipo o modalidad de desigualdad, discriminación e incluso
violencia, asumí como propio este proceso cuando lo comprendí mucho
mejor, como lo colocan las colegas bolivianas cuando dicen que, “la
despatriarcalización es a hombres y mujeres, lo que el proceso de
descolonización a los pueblos”.
Y
con eso me quede, me apropie de este desafío cotidiano en la casa,
en la escuela, en la cama y recuerdo bien que cuando fui militante de
un partido político de izquierda (hoy extraviado), promoví que la
despatriarcalización fuera parte de la línea política en sus
documentos básicos y así fue, aunque hoy eso sea letra muerta por
desgracia, señalo esto porque para una mujer que se asume feminista
y/o defensora de DDHH (porque no se da en paquete), no le es fácil
incidir en ningún espacio por el simple hecho de serlo, incluso y
peor aún sin asumirse como tal, lo mismo pasa en la función pública
y el ejercicio del poder, recuerdo ser la más joven del área cuando
asumí el cargo como Directora de Unidades de atención en el
InmujeresCDMX, el adultocentrismo se hizo presente, de ello poco
había que hablar, porque en éste y en múltiples espacios
institucionales o autónomos, feministas o no, sigue siendo un tabú
hablar de la violencia ejercida entre mujeres.
Por
ello cada vez me hacía más sentido hablar, promover y profundizar
en este “conceptito” no acabado, poco discutido o no instalado en
el debate, el de la dichosa despatriarcalización, y es que hablar de
cómo el patriarcado impacta en las personas en general, subrayando
las desigualdades que se acentúan en nosotras las mujeres, sin
obviar el impacto en los hombres y en la sociedad en su conjunto,
desde una visión crítica de clase, no es precisamente lo más “in”
en lo que desde mi muy “privilegiada, heteronormada,
institucionalizada” y otras tantas acabadas categorías que le dan
hoy a mi opinión, puesto que desde una supuesta isla observo, una
agenda ovarista, uterina y genitalista muy auto referida por cierto,
según sea el caso y el espacio, pero que se potencia y posiciona,
haciendo una brecha cada vez más grande con quienes observan y en
ellas me cuento, que la violencia interseccional pasa también y se
fortalece por poner un ejemplo, en endosarle a una mujer todo lo que
al juicio sumario nos represente “la clase política”, las
instituciones, o lo que política y socialmente nos parezca
“correcto” o incorrecto”, vaya caso. Necesario para mi colocar
todo esto, para ayudarme a entender lo que a continuación comparto.
Soy
sobreviviente de
tortura sexual, esto configurado gracias a la impunidad y complicidad
de los factores activos y vigentes que actúan para que esto me
pasará por el hecho de ser mujer, sobreviví a una práctica
cotidiana en las fuerzas públicas, como lo es la privación ilegal
de la libertad, a través de una detención arbitraria por parte de
la policía municipal de Tlapa de Comonfort, Guerrero, por estar ahí
en un lugar que no es el “mío”, “¿pues qué chingados hace
una güerita chilanga un fin de semana en la montaña?”, acaso no
sabe que este estado es peligroso, acaso no conoce que las prácticas
de violencia y tortura son cotidianas contra las personas por parte
de las corporaciones policiacas y de fuerza pública en este país,
como lo dijo y reitero, el ex relator para casos de tortura Juan
Méndez refiriéndose al Estado Mexicano, soy
sobreviviente
de violación sexual, “¿pues qué pensaba esta fuereña, que por
conocer sus derechos se la íbamos a perdonar?”, me detuvieron sin
darme ninguna explicación aunque insistí y exigí que me aclararan
el motivo de mi detención, exigí que fuera una mujer quien en todo
caso lo hiciera, si exigí y no lo hice en un tono sumiso, lo hice
enojada, indignada y pese al miedo que me invadía, porque claro que
sabía dónde y ante quién estaba y me negué y seguiré negando a
que nos arrebaten territorios instalando la idea de que son
peligrosos más aún para las mujeres, o a que nos perpetren el miedo
como principal estrategia, también me niego a que nos quieran dictar
a las mujeres las formas correctas o no de comportarnos, pues había
consumido alcohol, porque sé que fue por eso, sí, me violaron
porque soy mujer, porque es la forma en comparación con los hombres,
de torturarnos a las mujeres, el componente sexual, genitalista y de
género, ese que nos ha diferenciado siempre a los ojos del agresor,
del perpetrador, del invasor, del gobernante, del inversionista, del
opresor, sí ese factor que me coloco en una condición de mayor
vulnerabilidad y desventaja en comparación a mi compañero a quién
también detuvieron, pero a quien no torturaron, ni violaron aunque
también haya puesto resistencia a la arbitraria detención.
Soy
sobreviviente
de la cadena interminable de revictimización por todas y cada una de
las instituciones y las personas que las administran, porque lo
primero que hice al saberme y sentirme viva después del ataque
contra mi persona, fue denunciar, no sólo como derecho, en ese
momento era obligación, mandato, responsabilidad, y un acto mismo de
sobrevivencia que al mismo tiempo me daba consuelo saber que estaba
haciendo algo por mí, de ellos, del sistema no esperaba nada, pese a
la conciencia y frustración de saber que es al Estado a quién le
corresponde cuidarme, protegerme y defenderme, y cómo esperar algo
si fue el mismo Estado a través de su rostro más crudo y su brazo
armado quienes me violaron y torturaron.
Soy
sobreviviente
de la criminalización, del juicio moral, del linchamiento público
producto de un acto más de impunidad, como la filtración de
información confidencial perteneciente a una carpeta de
investigación, un par de videos descontextualizados donde aparecí
por más de cuatro días en horario estelar en medios de comunicación
tradicionales y alternativos, así como en todas las redes sociales y
sus impactantes alcances, configurando la violación a un debido
proceso al que tengo derecho, así como la trasgresión a cada uno de
mis derechos como víctima, sobreviví a todos y cada uno de los
estragos que trae como consecuencia una desmedida embestida estatal y
patriarcal, porque fue el Estado quien al verse amenazado,
evidenciado e increpado por mi denuncia judicial y pública, así
como por mi exigencia de justicia, actuó como sabe hacerlo,
queriendo incluso “matar al mensajero, atetando contra el trabajo
profesional y ético del periodismo valiente y comprometido que le
dio voz a mi denuncia.
Soy
sobreviviente
porque a diferencia de la mayoría de las mujeres víctimas de
violencias, supe que hacer, documentar, denunciar y defenderme, supe
desde el primer momento aun invadida por el miedo que el proceso
sería difícil, que me enfrentaba a un monstruo con mil tentáculos,
pero además de mis ganas por vivir me sabía fuerte, porque
confiaba, confío y seguiré confiando en el poder de las redes de
mujeres informadas y organizadas, en el poder del movimiento
feminista y amplio de mujeres, porque he sido testiga de nuestros
alcances, logros y conquistas, porque me he parado ante muchas aún
sin conocerlas, porque pese a diferencias e incluso a fobias y filias
he visto y presenciado, que no es sólo consigna que “cuando nos
tocan a una nos tocan a todas”.
Sin
embargo, el Estado patriarcal y omiso cumplió su cometido, ese que
se expande como regla de oro contra todas las víctimas, venga de
donde venga la agresión si de violencia sexual se trata, a mí no me
está pasando nada distinto qué, por desgracia, no le pase a toda
víctima de violencia sexual, como lo es atentar contra nuestra
credibilidad, nuestro prestigio y nuestra integridad.
A
mí no me está pasando nada distinto a lo que desafortunadamente
como si fuera mandato, le pasa a todas las mujeres que decidimos y
nos atrevemos a denunciar y a levantar la voz; si denuncias al patrón
seguro perderás tu empleo, si denuncias en tu partido, es muy
probable que te expulsen lo mismo que en tu sindicato, si denuncias
al Estado es claro que te perseguirá, te acosará, hará uso de todo
su poder, allanará tu casa, tu auto, te intimidará y te amenazará
como lo están haciendo conmigo, hasta que por seguridad y porque
temo por mi vida, fui incluso desplazada por situaciones de riesgo.
A
mí no me está pasando nada ajeno de lo que les pasa a otras
mujeres, cuando nos debilitan nuestras redes de apoyo como estrategia
de intimidación, de vulneración, con el objetivo de que desistiera,
de aislarme, para terminar de desestructurarme, más aún de lo que
las violaciones a mis derechos y a mi cuerpo ya me representaban, lo
triste, desconcertante y confieso que inesperado para mí fue, que la
bestia enorme, con sus trampas como garras y con sus alianzas como
dientes, lograran eco, confusión, desarticulación e incluso armas,
en gran parte de mi esperanza, de mi red de apoyo, de mi posibilidad
de fuerza, de voz y de justicia, es decir, en gran parte del
movimiento feminista mexicano en donde reconozco mi genuina
militancia, admito que ante esto no he sobrevivido del todo, no supe
cómo actuar, me perdí, dude, me tambalee, cometí errores que con
humildad reconozco, incluso hubo un momento que me trate y comporte
como el resto o la gran mayoría me trato, como si yo no fuera la
víctima, atente contra mí de muchas formas, hoy logro observarlo,
parecía que debía tener respuestas para todo, una estrategia,
explicaciones, me tache de torpe y llegue a culparme, estuve muy
cerca de caer en el abismo, ese que se asoma cuando te ves y sientes
sola, desesperada y muy lastimada, al grado de no saber confiar o
incluso valorar a quienes de manera clara, decidida y desinteresada
estaban ahí, pese a que con ello en medio de las llamas, se vieran
comprometidas.
Hoy
con más calma alcanzo a ver desde lo individual y colectivo, cuanta
falta nos hace vernos, escucharnos, reconocernos y, sobre todo,
acuerparnos, hoy más que nunca creo en las redes de mujeres que
trabajamos en favor de los derechos de todas las mujeres y más aún
en quienes nos defienden a quienes decidimos defendernos y defender
otras, hoy más que nunca le doy peso y reconocimiento a la agenda
que dentro del abanico de todo nuestros Derechos Humanos, que decidí
hacer mía, la de la participación política de las mujeres que en
el momento más álgido parecía que era mi peor debilidad, y la de
la despatriarcalización como línea política para la transformación
radical de nuestros contextos y realidades, rumbo a una vida
igualitaria y libre de violencias, hoy más que nunca politizo al
auto cuidado como elemento de lucha, de defensa y de protección,
pero también hoy me hago y le hago al movimiento feminista y amplio
de mujeres varias preguntas.
¿En
qué momento se le deja de creer a una víctima?
¿Hay
algún estereotipo o prototipo de víctima y de la persona que genera
violencias?
¿Quién
nos dijo que una mujer no genera violencia, no viola y no tortura?
¿Quién
nos dijo o hizo pensar que las personas indígenas no son racistas o
clasistas, que no violan, torturan o discriminan?
A
mí me violó y torturó el Estado a través de una elemento de
policía mujer, con arma, con uniforme, en uso y abuso de sus
funciones y poder, en un sistema patriarcal reforzado por la
corrupción, la represión y la impunidad, en una entidad
históricamente lacerada, en una región que resiste a todos los
rostros de las violaciones de Derechos Humanos hacia todas las
personas, no sólo contra las mujeres, aunque nosotras seamos las más
violentadas, defensoras o no, y si lo somos es peor porque es contra
las personas defensoras y periodistas contra quienes atentan con
mayor saña en una curva creciente y constante en todos los niveles
de gobierno.
Sin
embargo, yo no denuncie a una persona por su condición de género,
sexo, color de piel, ni por su situación económica, su origen socio
cultural o étnico, que por cierto es el mismo que distingue a la
mayoría de mujeres en este país.
A
mí me violó y torturó el Estado también con sus estructuras
enajenantes, que promueve que la sociedad encuentre más indignante
conductas incorrectas y socialmente no adecuadas en una mujer, que
las violaciones a los derechos y dignidad de una mujer en sí,
promoviendo la naturalización de la violencia principalmente contra
nosotras las mujeres.
Y
es entonces aquí y es ahora frente a esta embestida, donde la
sobrevivencia es un acto de rebeldía y revolución, un acto
libertario frente a un sistema patriarcal y un Estado represor que
nos quiere exterminar, hoy me sé como muchas y en ellas también me
reconozco, como una sobreviviente a ello, porque para que este país
y la sociedad te reconozcan como víctima, debes estar muerta o
desaparecida, como miles de las nuestras.
Pero
de nada me sirve ser sobreviviente, si no es con justicia.
Me
niego a ser una sobreviviente y vivir con miedo.
No
tiene sentido para mí haber sobrevivido, si no existen condiciones
dignas que reparen el daño y que garanticen mi seguridad y mi
integridad física y emocional.
Como
sobreviviente exijo:
Justicia
pronta y expedita, con perspectiva de género, desde un enfoque de
derechos humanos y con un debido proceso.
Reparación
integral del daño.
Garantías
a mi integridad física y emocional.
Castigo
a las y los culpables y a todas las personas involucradas por acción
y omisión en los agravios contra mi persona.
¡Exijo
a vivir libre de todo tipo de violencias!
Defiendo
mi derecho a defender derechos, y a poder hacerlo sin ningún tipo de
acoso, juicio y perjuicio contra mi persona y mi desempeño, haciendo
con esto también un llamado al movimiento feminista mexicano y al
movimiento amplio de mujeres, a seguirnos deconstruyendo, escuchando,
a reconocernos aún desde nuestras diferencias, colocando la lucha
por el reconocimiento, respeto y ejercicio pleno de los Derechos
Humanos de todas las mujeres.
El
momento reclama fuerza, sororidad y afidamento, para seguir
incidiendo de manera efectiva y generar más y mejores condiciones de
vida para las mujeres y para la sociedad en su conjunto, no sobreviví
para tener menos de esto.
¡Por
la justicia, la dignidad y una vida libre de violencias para todas
las mujeres, despatriarcalicemos al mundo!
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