sábado, 29 de diciembre de 2018

Sobreviviente: a mí me violó el Estado

Yndira Sandoval Sánchez*

En un mundo convulsionado por las crisis económicas, sociales, ambientales, ideológicas y políticas, que se traducen en pobreza, despojos, injusticias, desplazamientos y guerras, siempre las más afectadas somos las mujeres, por el hecho de serlo y porque históricamente representa el sector de la sociedad oprimida por un sistema patriarcal, éste basa su fuerza principalmente en la desigualdad y la violencia atentando contra nuestra condición y calidad de vida, principalmente contra nuestros cuerpos y nuestra dignidad, convirtiéndonos a todas, día con día, en sobrevivientes, de una forma o de otra.
Sin embargo, cuando la violencia por condiciones de género es directa y atenta contra tu persona, más allá de lo colectivo y sin obviar el contexto, la violencia te arrebata y te lacera de formas interseccionales, sin importar tu condición social, económica, cultural, política, académica, etérea, geográfica y un largo, pero pareciera que insignificante, etcétera.
Yo Yndira Sandoval Sánchez, feminista y defensora de derechos humanos, asumí como agenda política y forma de vida, la despatriarcalización, entendiendo a ésta como un proceso permanente de decontrucción, o una forma de desmontar todas aquellas prácticas personales, políticas, sociales, económicas, institucionales, sexo afectivas, públicas y privadas, desde lo individual y desde lo colectivo, que generen, agudicen, promuevan o profundicen en cualquier tipo o modalidad de desigualdad, discriminación e incluso violencia, asumí como propio este proceso cuando lo comprendí mucho mejor, como lo colocan las colegas bolivianas cuando dicen que, “la despatriarcalización es a hombres y mujeres, lo que el proceso de descolonización a los pueblos”.
Y con eso me quede, me apropie de este desafío cotidiano en la casa, en la escuela, en la cama y recuerdo bien que cuando fui militante de un partido político de izquierda (hoy extraviado), promoví que la despatriarcalización fuera parte de la línea política en sus documentos básicos y así fue, aunque hoy eso sea letra muerta por desgracia, señalo esto porque para una mujer que se asume feminista y/o defensora de DDHH (porque no se da en paquete), no le es fácil incidir en ningún espacio por el simple hecho de serlo, incluso y peor aún sin asumirse como tal, lo mismo pasa en la función pública y el ejercicio del poder, recuerdo ser la más joven del área cuando asumí el cargo como Directora de Unidades de atención en el InmujeresCDMX, el adultocentrismo se hizo presente, de ello poco había que hablar, porque en éste y en múltiples espacios institucionales o autónomos, feministas o no, sigue siendo un tabú hablar de la violencia ejercida entre mujeres.
Por ello cada vez me hacía más sentido hablar, promover y profundizar en este “conceptito” no acabado, poco discutido o no instalado en el debate, el de la dichosa despatriarcalización, y es que hablar de cómo el patriarcado impacta en las personas en general, subrayando las desigualdades que se acentúan en nosotras las mujeres, sin obviar el impacto en los hombres y en la sociedad en su conjunto, desde una visión crítica de clase, no es precisamente lo más “in” en lo que desde mi muy “privilegiada, heteronormada, institucionalizada” y otras tantas acabadas categorías que le dan hoy a mi opinión, puesto que desde una supuesta isla observo, una agenda ovarista, uterina y genitalista muy auto referida por cierto, según sea el caso y el espacio, pero que se potencia y posiciona, haciendo una brecha cada vez más grande con quienes observan y en ellas me cuento, que la violencia interseccional pasa también y se fortalece por poner un ejemplo, en endosarle a una mujer todo lo que al juicio sumario nos represente “la clase política”, las instituciones, o lo que política y socialmente nos parezca “correcto” o incorrecto”, vaya caso. Necesario para mi colocar todo esto, para ayudarme a entender lo que a continuación comparto.
Soy sobreviviente de tortura sexual, esto configurado gracias a la impunidad y complicidad de los factores activos y vigentes que actúan para que esto me pasará por el hecho de ser mujer, sobreviví a una práctica cotidiana en las fuerzas públicas, como lo es la privación ilegal de la libertad, a través de una detención arbitraria por parte de la policía municipal de Tlapa de Comonfort, Guerrero, por estar ahí en un lugar que no es el “mío”, “¿pues qué chingados hace una güerita chilanga un fin de semana en la montaña?”, acaso no sabe que este estado es peligroso, acaso no conoce que las prácticas de violencia y tortura son cotidianas contra las personas por parte de las corporaciones policiacas y de fuerza pública en este país, como lo dijo y reitero, el ex relator para casos de tortura Juan Méndez refiriéndose al Estado Mexicano, soy sobreviviente de violación sexual, “¿pues qué pensaba esta fuereña, que por conocer sus derechos se la íbamos a perdonar?”, me detuvieron sin darme ninguna explicación aunque insistí y exigí que me aclararan el motivo de mi detención, exigí que fuera una mujer quien en todo caso lo hiciera, si exigí y no lo hice en un tono sumiso, lo hice enojada, indignada y pese al miedo que me invadía, porque claro que sabía dónde y ante quién estaba y me negué y seguiré negando a que nos arrebaten territorios instalando la idea de que son peligrosos más aún para las mujeres, o a que nos perpetren el miedo como principal estrategia, también me niego a que nos quieran dictar a las mujeres las formas correctas o no de comportarnos, pues había consumido alcohol, porque sé que fue por eso, sí, me violaron porque soy mujer, porque es la forma en comparación con los hombres, de torturarnos a las mujeres, el componente sexual, genitalista y de género, ese que nos ha diferenciado siempre a los ojos del agresor, del perpetrador, del invasor, del gobernante, del inversionista, del opresor, sí ese factor que me coloco en una condición de mayor vulnerabilidad y desventaja en comparación a mi compañero a quién también detuvieron, pero a quien no torturaron, ni violaron aunque también haya puesto resistencia a la arbitraria detención.
Soy sobreviviente de la cadena interminable de revictimización por todas y cada una de las instituciones y las personas que las administran, porque lo primero que hice al saberme y sentirme viva después del ataque contra mi persona, fue denunciar, no sólo como derecho, en ese momento era obligación, mandato, responsabilidad, y un acto mismo de sobrevivencia que al mismo tiempo me daba consuelo saber que estaba haciendo algo por mí, de ellos, del sistema no esperaba nada, pese a la conciencia y frustración de saber que es al Estado a quién le corresponde cuidarme, protegerme y defenderme, y cómo esperar algo si fue el mismo Estado a través de su rostro más crudo y su brazo armado quienes me violaron y torturaron.
Soy sobreviviente de la criminalización, del juicio moral, del linchamiento público producto de un acto más de impunidad, como la filtración de información confidencial perteneciente a una carpeta de investigación, un par de videos descontextualizados donde aparecí por más de cuatro días en horario estelar en medios de comunicación tradicionales y alternativos, así como en todas las redes sociales y sus impactantes alcances, configurando la violación a un debido proceso al que tengo derecho, así como la trasgresión a cada uno de mis derechos como víctima, sobreviví a todos y cada uno de los estragos que trae como consecuencia una desmedida embestida estatal y patriarcal, porque fue el Estado quien al verse amenazado, evidenciado e increpado por mi denuncia judicial y pública, así como por mi exigencia de justicia, actuó como sabe hacerlo, queriendo incluso “matar al mensajero, atetando contra el trabajo profesional y ético del periodismo valiente y comprometido que le dio voz a mi denuncia.
Soy sobreviviente porque a diferencia de la mayoría de las mujeres víctimas de violencias, supe que hacer, documentar, denunciar y defenderme, supe desde el primer momento aun invadida por el miedo que el proceso sería difícil, que me enfrentaba a un monstruo con mil tentáculos, pero además de mis ganas por vivir me sabía fuerte, porque confiaba, confío y seguiré confiando en el poder de las redes de mujeres informadas y organizadas, en el poder del movimiento feminista y amplio de mujeres, porque he sido testiga de nuestros alcances, logros y conquistas, porque me he parado ante muchas aún sin conocerlas, porque pese a diferencias e incluso a fobias y filias he visto y presenciado, que no es sólo consigna que “cuando nos tocan a una nos tocan a todas”.
Sin embargo, el Estado patriarcal y omiso cumplió su cometido, ese que se expande como regla de oro contra todas las víctimas, venga de donde venga la agresión si de violencia sexual se trata, a mí no me está pasando nada distinto qué, por desgracia, no le pase a toda víctima de violencia sexual, como lo es atentar contra nuestra credibilidad, nuestro prestigio y nuestra integridad.
A mí no me está pasando nada distinto a lo que desafortunadamente como si fuera mandato, le pasa a todas las mujeres que decidimos y nos atrevemos a denunciar y a levantar la voz; si denuncias al patrón seguro perderás tu empleo, si denuncias en tu partido, es muy probable que te expulsen lo mismo que en tu sindicato, si denuncias al Estado es claro que te perseguirá, te acosará, hará uso de todo su poder, allanará tu casa, tu auto, te intimidará y te amenazará como lo están haciendo conmigo, hasta que por seguridad y porque temo por mi vida, fui incluso desplazada por situaciones de riesgo.
A mí no me está pasando nada ajeno de lo que les pasa a otras mujeres, cuando nos debilitan nuestras redes de apoyo como estrategia de intimidación, de vulneración, con el objetivo de que desistiera, de aislarme, para terminar de desestructurarme, más aún de lo que las violaciones a mis derechos y a mi cuerpo ya me representaban, lo triste, desconcertante y confieso que inesperado para mí fue, que la bestia enorme, con sus trampas como garras y con sus alianzas como dientes, lograran eco, confusión, desarticulación e incluso armas, en gran parte de mi esperanza, de mi red de apoyo, de mi posibilidad de fuerza, de voz y de justicia, es decir, en gran parte del movimiento feminista mexicano en donde reconozco mi genuina militancia, admito que ante esto no he sobrevivido del todo, no supe cómo actuar, me perdí, dude, me tambalee, cometí errores que con humildad reconozco, incluso hubo un momento que me trate y comporte como el resto o la gran mayoría me trato, como si yo no fuera la víctima, atente contra mí de muchas formas, hoy logro observarlo, parecía que debía tener respuestas para todo, una estrategia, explicaciones, me tache de torpe y llegue a culparme, estuve muy cerca de caer en el abismo, ese que se asoma cuando te ves y sientes sola, desesperada y muy lastimada, al grado de no saber confiar o incluso valorar a quienes de manera clara, decidida y desinteresada estaban ahí, pese a que con ello en medio de las llamas, se vieran comprometidas.
Hoy con más calma alcanzo a ver desde lo individual y colectivo, cuanta falta nos hace vernos, escucharnos, reconocernos y, sobre todo, acuerparnos, hoy más que nunca creo en las redes de mujeres que trabajamos en favor de los derechos de todas las mujeres y más aún en quienes nos defienden a quienes decidimos defendernos y defender otras, hoy más que nunca le doy peso y reconocimiento a la agenda que dentro del abanico de todo nuestros Derechos Humanos, que decidí hacer mía, la de la participación política de las mujeres que en el momento más álgido parecía que era mi peor debilidad, y la de la despatriarcalización como línea política para la transformación radical de nuestros contextos y realidades, rumbo a una vida igualitaria y libre de violencias, hoy más que nunca politizo al auto cuidado como elemento de lucha, de defensa y de protección, pero también hoy me hago y le hago al movimiento feminista y amplio de mujeres varias preguntas.
¿En qué momento se le deja de creer a una víctima?
¿Hay algún estereotipo o prototipo de víctima y de la persona que genera violencias?
¿Quién nos dijo que una mujer no genera violencia, no viola y no tortura?
¿Quién nos dijo o hizo pensar que las personas indígenas no son racistas o clasistas, que no violan, torturan o discriminan?
A mí me violó y torturó el Estado a través de una elemento de policía mujer, con arma, con uniforme, en uso y abuso de sus funciones y poder, en un sistema patriarcal reforzado por la corrupción, la represión y la impunidad, en una entidad históricamente lacerada, en una región que resiste a todos los rostros de las violaciones de Derechos Humanos hacia todas las personas, no sólo contra las mujeres, aunque nosotras seamos las más violentadas, defensoras o no, y si lo somos es peor porque es contra las personas defensoras y periodistas contra quienes atentan con mayor saña en una curva creciente y constante en todos los niveles de gobierno.
Sin embargo, yo no denuncie a una persona por su condición de género, sexo, color de piel, ni por su situación económica, su origen socio cultural o étnico, que por cierto es el mismo que distingue a la mayoría de mujeres en este país.
A mí me violó y torturó el Estado también con sus estructuras enajenantes, que promueve que la sociedad encuentre más indignante conductas incorrectas y socialmente no adecuadas en una mujer, que las violaciones a los derechos y dignidad de una mujer en sí, promoviendo la naturalización de la violencia principalmente contra nosotras las mujeres.
Y es entonces aquí y es ahora frente a esta embestida, donde la sobrevivencia es un acto de rebeldía y revolución, un acto libertario frente a un sistema patriarcal y un Estado represor que nos quiere exterminar, hoy me sé como muchas y en ellas también me reconozco, como una sobreviviente a ello, porque para que este país y la sociedad te reconozcan como víctima, debes estar muerta o desaparecida, como miles de las nuestras.
Pero de nada me sirve ser sobreviviente, si no es con justicia.
Me niego a ser una sobreviviente y vivir con miedo.
No tiene sentido para mí haber sobrevivido, si no existen condiciones dignas que reparen el daño y que garanticen mi seguridad y mi integridad física y emocional.
Como sobreviviente exijo:
Justicia pronta y expedita, con perspectiva de género, desde un enfoque de derechos humanos y con un debido proceso.
Reparación integral del daño.
Garantías a mi integridad física y emocional.
Castigo a las y los culpables y a todas las personas involucradas por acción y omisión en los agravios contra mi persona.
¡Exijo a vivir libre de todo tipo de violencias!

Defiendo mi derecho a defender derechos, y a poder hacerlo sin ningún tipo de acoso, juicio y perjuicio contra mi persona y mi desempeño, haciendo con esto también un llamado al movimiento feminista mexicano y al movimiento amplio de mujeres, a seguirnos deconstruyendo, escuchando, a reconocernos aún desde nuestras diferencias, colocando la lucha por el reconocimiento, respeto y ejercicio pleno de los Derechos Humanos de todas las mujeres.
El momento reclama fuerza, sororidad y afidamento, para seguir incidiendo de manera efectiva y generar más y mejores condiciones de vida para las mujeres y para la sociedad en su conjunto, no sobreviví para tener menos de esto.
¡Por la justicia, la dignidad y una vida libre de violencias para todas las mujeres, despatriarcalicemos al mundo!

* Feminista Defensora de Derechos y sobreviviente de tortura sexual (yndirasandoval@gmail.com)

No hay comentarios.: