sábado, 29 de diciembre de 2018

De “Ideología de género”, política y otras…


Lydia Alpízar Durán*

Blindar la familia”; “¡con mi hijo no te metas!”; “parejas gay no deben adoptar”; “¡dejen a los niños en paz!”; “derecho primario de los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas”; “40 días por la vida”. Estas son algunas de las frases que hemos comenzado a escuchar cada vez más en medios de comunicación, en discursos de candidatos y candidatas, en autobuses, en sermones de predicadores de distintas iglesias, en líderes de opinión. Todas estas expresiones forman parte de una gran cruzada que avanza desde hace poco más de dos décadas: conservadores, reaccionarios, fundamentalistas religiosos, grupos de derecha. O sea, toda una banda de gente e instituciones que están empeñadas en obstaculizar cualquier avance que tenga que ver con derechos reproductivos, derechos humanos de las mujeres, derechos de la población LGBTTI, o que hacen todo para echar para atrás los logros que con tanto esfuerzo ganaron las luchas de movimientos feministas y por la diversidad sexual en las últimas décadas. Es una batalla que tiene un giro más bien en lo discursivo o de construcción de nuevas narrativas y significados, todas y todos utilizan una amplia sombrilla para denominar estos temas, agendas y ‘su propósito maligno de destruir la familia, la sociedad, la moralidad, promoviendo la depravación y la violencia’, es decir, la “Ideología de Género”.
La cruzada conservadora contra la llamada “Ideología de género”, según la feminista brasileña Sonia Corrêa, tiene sus orígenes en las conferencias de las Naciones Unidas de los años noventa (en particular la Conferencia sobre Población y Desarrollo y la Conferencia Mundial de la Mujer) en las que el término “género” fue integrado por primera vez en acuerdos multilaterales entre gobiernos, siendo fundamental para el avance de los derechos humanos de las mujeres, los derechos reproductivos y los derechos sexuales a nivel global, y fueron marco para el desarrollo de políticas públicas a nivel regional, nacional y local en las décadas siguientes. Desde los años noventa, las y los conservadores desarrollaron sin mucho éxito estrategias para atacar al concepto de género, intentando sacarlo de diversos acuerdos internacionales. Finalmente, decidieron que más que eliminar el concepto “género”, se enfocarían en cambiar su significado y plantear la “ideología de género” como marco a atacar, matizando en muchos casos sus argumentos y estrategias.
Durante mucho tiempo desde nuestros movimientos descalificábamos estos discursos y a quienes los difundían, les llamábamos “locos”, “ignorantes”, “ridículos”, “manipuladores” y no pusimos, quizá, suficiente atención en las estrategias y el poder que estaba creciendo detrás suyo. Y es que grupos neopentecostales, en alianza con los sectores retrógrados de la iglesia católica y otras religiones cristianas, con partidos políticos de derecha, izquierda y centro, así como también sectores empresariales nacionales y transnacionales, han construido fuertes alianzas entre sí y han dado algunos giros en las estrategias que utilizaron en el pasado, teniendo gran éxito no sólo en América Latina sino también en otras regiones del mundo (notoriamente en Europa, oriental como occidental, así como en África y los Estados Unidos de América).

¿Qué es ideología de género?
Para estos actores conservadores, después de mucho estudiar las estrategias utilizadas por los movimientos feministas y LGBTI, así como de nuestros y nuestras aliadas; han venido construyendo en los últimos años una serie de estrategias nuevas o renovadas que han probado ser bastante efectivas para influir en la construcción de discurso y creación de imaginarios sociales, así como también en ganar adeptos y adeptas y poder formal en espacios políticos mediante su participación activa en partidos políticos y desde la propia sociedad civil organizada. Algunas de estas estrategias han sido:

  • Utilizar el lenguaje de derechos humanos para argumentar en favor de sus reivindicaciones, resignificando el contenido de algunos conceptos básicos y fundantes de derechos humanos en sí y afectando la propia doctrina y jurisprudencia de los derechos humanos (por ejemplo, la promoción del reconocimiento de la categoría “valores tradicionales” o la disputa de qué se entiende como “derecho a la vida”).
  • Utilizar un lenguaje “académico” o “científico” para respaldar sus argumentos, produciendo investigaciones académicas y atacando fuertemente a los programas de estudios de género de diversas universidades. Hacen, por ejemplo, una revisión crítica y en muchos casos distorsionadora de autoras clave feministas.
  • Vinculan a los feminismos y las luchas por el respeto a la diversidad sexual y los derechos de las población LGBTI con el comunismo y lo que denominan “nueva izquierda” (en donde llegan a incluir también otros movimientos sociales), construyendo así un ‘nuevo enemigo’ y sembrando miedo.
  • Fortalecen sus estrategias de reclutamiento y formación de las y los jóvenes como actores clave en la promoción activa de sus mensajes y de apoyo a su militancia.
  • Atacan de manera frontal a las y los actores clave que han hecho aportes vitales en la lucha por la justicia de género, los derechos reproductivos o derechos de la población LGBTI; por ejemplo, Judith Butler, atacada en Brasil en el otoño pasado en distintos eventos públicos.
  • Desarrollan narrativas que conectan más con lo irracional y lo emocional en las personas y comunidades, utilizando mensajes simplistas, pero muy dramáticos o incluso explosivos con los que las personas conectan, se sienten identificadas y son movilizadas a actuar (¡incluso a votar!).
  • Vincular de manera efectiva la existencia y accionar de los grupos feministas o LGBTI con acciones y agendas que según ellos y ellas promueven la violencia y la ruptura social, promoviendo el miedo tan efectivo en estos días como constructor de hegemonías y de poder entre el electorado.
  • Crean partidos políticos o influyen fuertemente en partidos políticos e instituciones del Estado (por ejemplo los órganos legislativos) para ganar poder y tener cada vez mayor capacidad de influir de manera directa en procesos legislativos y de políticas públicas.
  • Construyen una amplia gama de productos culturales que ayudan a difundir sus ideas y reivindicaciones de manera creativa, lúdica y divertida, por ejemplo a través de la música, el baile, teatro, fanzines, programas (o la propiedad incluso) de televisión y la radio. En muchos países de la región las iglesias cristianas son dueñas de más medios de comunicación masiva que los propios estados.

Pero lo cierto es que la coyuntura política ante la que estamos, la presencia activa y fuerte de las y los actores evangélicos, católicos fundamentalistas y otros que levantan la bandera de la lucha contra la “ideología de género” están teniendo un impacto que va más allá de lo discursivo, con implicaciones concretas en la vida de mujeres y personas LGBTI, así como en la laicidad de los estados, en nuestras democracias. Hay algunos ejemplos recientes de dichos impactos que son bastante devastadores.
El discurso contra la ideología de género fue utilizado de manera efectiva en favor del NO en el plebiscito realizado en Colombia para votar en favor o en contra del Acuerdo de Paz. Las iglesias católica y evangélica participaron activamente en la campaña en contra del Acuerdo, dado que éste se convertiría en el primer acuerdo de paz del mundo que incluía apartados y lenguaje específico sobre igualdad de género y derechos de la población LGBTI.
La participación beligerante y clave de actores evangélicos en el proceso de destitución de la Presidenta Dilma Roussef en Brasil y el triunfo electoral de candidatos evangélicos en lugares clave de ese país, como por ejemplo en el gobierno de Río de Janeiro, así como el desmantelamiento de legislación y política pública fundamental para la justicia social y racial y los derechos humanos que habían sido logrados en este país en las últimas tres décadas.
Más recientemente, lo que han denominado el “shock religioso” que impactó fuertemente la primera ronda de la elección presidencial de Costa Rica el pasado domingo, 4 de febrero, donde el candidato evangélico Fabricio Alvarado (que a finales del 2017 tenía tan sólo un 2% de apoyo electoral) fue catapultado al primer lugar ante una fuerte reacción de una gran parte del electorado tico en contra de una opinión consultiva de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que hacía un llamado a que Costa Rica y otros países de América Latina legalicen los matrimonios entre personas del mismo sexo. Alvarado supo utilizar su postura contra el matrimonio igualitario y su discurso contra la “ideología de género” para ganar apoyo de manera sorprendente y es el candidato favorito a ganar la segunda vuelta el 1 de abril.
El aumento de la intolerancia y la falta de respeto por la diversidad entre seres humanos y humanas es notable, con un aumento destacado del fascismo, con discursos sumamente violentos que se traducen en una mayor incidencia de crímenes de odio por homofobia y transfobia, así como también violencia contra activistas y voceras, voceros de las agendas feministas y por los derechos de la población LGBTTI.
Y entonces ante este panorama, ¿qué nos queda? Yo pienso que no podemos seguir enfrentándonos a estas y estos actores con las viejas estrategias de siempre, o sea, responder con datos fríos y argumentos racionales en esta época de fake news en que la gente está sedienta de conectar y vincularse, de tener en su vida cosas que den sentido y le diviertan.
Como dice Cecilia Delgado, investigadora de la UNAM, no podemos ganar esta batalla discursiva simplemente confrontando o violentando su discurso, porque eso sólo termina reafirmando lo que ya piensan o dicen de las feministas o los movimientos LGBTI, tenemos que ser mucho más sofisticadas en nuestras estrategias de contra-argumentación o respuesta.
Descalificar de entrada lo que parece simple locura, fanatismo o ignorancia, tenemos que abrirnos, mirar más allá y entender todo el fenómeno social (y en muchos casos económico y político) que hay detrás.
Enfocarnos principalmente en las cuestiones legislativas o de política pública, sin plantearnos de qué manera se puede conectar con públicos más amplios, más diversos, con personas que no son aquellas con las que coincidimos, construir puentes, encontrarnos, construir comunidad más allá de las y los convencidos en nuestras agendas y discursos.
Evidentemente la tarea que tenemos frente es enorme, en especial ante el complicado contexto de creciente desigualdad y violencia que vivimos en México. Sin embargo, creo tenemos que plantearnos fortalecer algunas de las siguientes iniciativas o simplemente innovar.
Hay que entrar con fuerza a la batalla cultural, de construcción de sentidos, discursos, narrativas con las que las personas conecten, que resuenen a felicidad y a vida plena y que apoyen nuestras agendas, sin ser maniqueos o simplistas –que exploten la creatividad inmensa que tenemos entre nuestros movimientos.
Hay que estudiar mejor a esta gama de actores que empujan estas agendas contra la llamada “Ideología de género”, para conocerles mejor, entender no sólo de dónde vienen y quiénes son, sino cómo se organizan, qué les mueve y apasiona de su lucha, cómo conectan con sus causas, de dónde se financian.
Hay que usar entonces diversas expresiones artísticas como vehículos importantes para llegar a públicos inusuales, no convertidos, en disputa, mediante el teatro y cabaret, la música, carteles, fanzines y otras formas artísticas que ayuden a que la gente conecte desde un lugar no racional con nuestras visiones de mundo, con nuestros sueños.
La batalla discursiva tiene que darse tanto en redes sociales como en otros medios de comunicación masiva y tenemos que estar atentas porque la tendencia es a que haya un vaciamiento de significado en los discursos, donde ellas y ellos utilizan argumentos similares a los nuestros, dejando algunos de nuestros términos y conceptos sin sentido o distorsionándolos a tal nivel que ya no nos son tan útiles.
Hay que hacer alianzas fuertes y diversas entre nosotras y nosotros, feministas, activistas, artivistas, artistas, ciberfeministas, etc., tender puentes con otros movimientos sociales y actoras, actores con quienes no hemos construidos alianzas aún. Tenemos que construir fuerza social que contrarreste la fuerza creciente que estos actores han logrado construir en un plazo relativamente corto de tiempo.
La coyuntura político electoral mexicana no está exenta de todas estas dinámicas de poder, de estas disputas. No sólo por la presencia activa de un partido evangélico en alianza con Morena, sino también por la multiplicidad de actores que avanzan estas agendas contra la llamada “ideología de género” en el terreno electoral, más allá del PES (un ejemplo muy reciente: el candidato del PRI al gobierno de la Ciudad de México en sus declaraciones contra el matrimonio igualitario, la adopción de parejas gays, hechas en esta última semana). Lo cierto es que tenemos poco tiempo para actuar en el proceso electoral del 2018, pero es claro que esta es una lucha de largo plazo, en la que nuestros derechos, las democracias y nuestros sueños tienen mucho que perder si no logramos sumar fuerza, construir poder y ser más listas, listos y creativas, creativos que todos estos actores juntos.

***

En solidaridad con Sandra Peniche y las compañeras de la Clínica de Servicios Humanitarios en Salud Sexual y Reproductiva, en Mérida, Yucatán, que enfrentan esta semana una campaña liderada por fundamentalistas en contra de los vitales servicios que proporcionan a las mujeres y población yucateca.

Febrero 15, 2018
Este artículo fue publicado originalmente en http://lasreinaschulasac.org/de-ideologia-de-genero/
*Datos Lidia Alpizar

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