Lydia
Alpízar Durán*
“Blindar la familia”; “¡con mi hijo
no te metas!”; “parejas gay no deben adoptar”; “¡dejen a los
niños en paz!”; “derecho primario de los padres a educar a sus
hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas”; “40 días
por la vida”. Estas son algunas de las frases que hemos comenzado a
escuchar cada vez más en medios de comunicación, en discursos de
candidatos y candidatas, en autobuses, en sermones de predicadores de
distintas iglesias, en líderes de opinión. Todas estas expresiones
forman parte de una gran cruzada que avanza desde hace poco más de
dos décadas: conservadores, reaccionarios, fundamentalistas
religiosos, grupos de derecha. O sea, toda una banda de gente e
instituciones que están empeñadas en obstaculizar cualquier avance
que tenga que ver con derechos reproductivos, derechos humanos de las
mujeres, derechos de la población LGBTTI, o que hacen todo para
echar para atrás los logros que con tanto esfuerzo ganaron las
luchas de movimientos feministas y por la diversidad sexual en las
últimas décadas. Es una batalla que tiene un giro más bien en lo
discursivo o de construcción de nuevas narrativas y significados,
todas y todos utilizan una amplia sombrilla para denominar estos
temas, agendas y ‘su propósito maligno de destruir la familia, la
sociedad, la moralidad, promoviendo la depravación y la violencia’,
es decir, la “Ideología de Género”.
La cruzada conservadora contra la llamada
“Ideología de género”, según la feminista brasileña Sonia
Corrêa, tiene sus orígenes en las conferencias de las Naciones
Unidas de los años noventa (en particular la Conferencia sobre
Población y Desarrollo y la Conferencia Mundial de la Mujer) en las
que el término “género” fue integrado por primera vez en
acuerdos multilaterales entre gobiernos, siendo fundamental para el
avance de los derechos humanos de las mujeres, los derechos
reproductivos y los derechos sexuales a nivel global, y fueron marco
para el desarrollo de políticas públicas a nivel regional, nacional
y local en las décadas siguientes. Desde los años noventa, las y
los conservadores desarrollaron sin mucho éxito estrategias para
atacar al concepto de género, intentando sacarlo de diversos
acuerdos internacionales. Finalmente, decidieron que más que
eliminar el concepto “género”, se enfocarían en cambiar su
significado y plantear la “ideología de género” como marco a
atacar, matizando en muchos casos sus argumentos y estrategias.
Durante mucho tiempo desde nuestros
movimientos descalificábamos estos discursos y a quienes los
difundían, les llamábamos “locos”, “ignorantes”,
“ridículos”, “manipuladores” y no pusimos, quizá,
suficiente atención en las estrategias y el poder que estaba
creciendo detrás suyo. Y es que grupos neopentecostales, en alianza
con los sectores retrógrados de la iglesia católica y otras
religiones cristianas, con partidos políticos de derecha, izquierda
y centro, así como también sectores empresariales nacionales y
transnacionales, han construido fuertes alianzas entre sí y han dado
algunos giros en las estrategias que utilizaron en el pasado,
teniendo gran éxito no sólo en América Latina sino también en
otras regiones del mundo (notoriamente en Europa, oriental como
occidental, así como en África y los Estados Unidos de América).
¿Qué es ideología de género?
Para estos actores conservadores, después
de mucho estudiar las estrategias utilizadas por los movimientos
feministas y LGBTI, así como de nuestros y nuestras aliadas; han
venido construyendo en los últimos años una serie de estrategias
nuevas o renovadas que han probado ser bastante efectivas para
influir en la construcción de discurso y creación de imaginarios
sociales, así como también en ganar adeptos y adeptas y poder
formal en espacios políticos mediante su participación activa en
partidos políticos y desde la propia sociedad civil organizada.
Algunas de estas estrategias han sido:
-
Utilizar el lenguaje de derechos humanos para argumentar en favor de sus reivindicaciones, resignificando el contenido de algunos conceptos básicos y fundantes de derechos humanos en sí y afectando la propia doctrina y jurisprudencia de los derechos humanos (por ejemplo, la promoción del reconocimiento de la categoría “valores tradicionales” o la disputa de qué se entiende como “derecho a la vida”).
-
Utilizar un lenguaje “académico” o “científico” para respaldar sus argumentos, produciendo investigaciones académicas y atacando fuertemente a los programas de estudios de género de diversas universidades. Hacen, por ejemplo, una revisión crítica y en muchos casos distorsionadora de autoras clave feministas.
-
Vinculan a los feminismos y las luchas por el respeto a la diversidad sexual y los derechos de las población LGBTI con el comunismo y lo que denominan “nueva izquierda” (en donde llegan a incluir también otros movimientos sociales), construyendo así un ‘nuevo enemigo’ y sembrando miedo.
-
Fortalecen sus estrategias de reclutamiento y formación de las y los jóvenes como actores clave en la promoción activa de sus mensajes y de apoyo a su militancia.
-
Atacan de manera frontal a las y los actores clave que han hecho aportes vitales en la lucha por la justicia de género, los derechos reproductivos o derechos de la población LGBTI; por ejemplo, Judith Butler, atacada en Brasil en el otoño pasado en distintos eventos públicos.
-
Desarrollan narrativas que conectan más con lo irracional y lo emocional en las personas y comunidades, utilizando mensajes simplistas, pero muy dramáticos o incluso explosivos con los que las personas conectan, se sienten identificadas y son movilizadas a actuar (¡incluso a votar!).
-
Vincular de manera efectiva la existencia y accionar de los grupos feministas o LGBTI con acciones y agendas que según ellos y ellas promueven la violencia y la ruptura social, promoviendo el miedo tan efectivo en estos días como constructor de hegemonías y de poder entre el electorado.
-
Crean partidos políticos o influyen fuertemente en partidos políticos e instituciones del Estado (por ejemplo los órganos legislativos) para ganar poder y tener cada vez mayor capacidad de influir de manera directa en procesos legislativos y de políticas públicas.
-
Construyen una amplia gama de productos culturales que ayudan a difundir sus ideas y reivindicaciones de manera creativa, lúdica y divertida, por ejemplo a través de la música, el baile, teatro, fanzines, programas (o la propiedad incluso) de televisión y la radio. En muchos países de la región las iglesias cristianas son dueñas de más medios de comunicación masiva que los propios estados.
Pero lo cierto es que la coyuntura política
ante la que estamos, la presencia activa y fuerte de las y los
actores evangélicos, católicos fundamentalistas y otros que
levantan la bandera de la lucha contra la “ideología de género”
están teniendo un impacto que va más allá de lo discursivo, con
implicaciones concretas en la vida de mujeres y personas LGBTI, así
como en la laicidad de los estados, en nuestras democracias. Hay
algunos ejemplos recientes de dichos impactos que son bastante
devastadores.
El discurso contra la ideología de género
fue utilizado de manera efectiva en favor del NO en el plebiscito
realizado en Colombia para votar en favor o en contra del Acuerdo de
Paz. Las iglesias católica y evangélica participaron activamente en
la campaña en contra del Acuerdo, dado que éste se convertiría en
el primer acuerdo de paz del mundo que incluía apartados y lenguaje
específico sobre igualdad de género y derechos de la población
LGBTI.
La participación beligerante y clave de
actores evangélicos en el proceso de destitución de la Presidenta
Dilma Roussef en Brasil y el triunfo electoral de candidatos
evangélicos en lugares clave de ese país, como por ejemplo en el
gobierno de Río de Janeiro, así como el desmantelamiento de
legislación y política pública fundamental para la justicia social
y racial y los derechos humanos que habían sido logrados en este
país en las últimas tres décadas.
Más recientemente, lo que han denominado
el “shock religioso” que impactó fuertemente la primera ronda de
la elección presidencial de Costa Rica el pasado domingo, 4 de
febrero, donde el candidato evangélico Fabricio Alvarado (que a
finales del 2017 tenía tan sólo un 2% de apoyo electoral) fue
catapultado al primer lugar ante una fuerte reacción de una gran
parte del electorado tico en contra de una opinión consultiva de la
Corte Interamericana de Derechos Humanos que hacía un llamado a que
Costa Rica y otros países de América Latina legalicen los
matrimonios entre personas del mismo sexo. Alvarado supo utilizar su
postura contra el matrimonio igualitario y su discurso contra la
“ideología de género” para ganar apoyo de manera sorprendente y
es el candidato favorito a ganar la segunda vuelta el 1 de abril.
El aumento de la intolerancia y la falta de
respeto por la diversidad entre seres humanos y humanas es notable,
con un aumento destacado del fascismo, con discursos sumamente
violentos que se traducen en una mayor incidencia de crímenes de
odio por homofobia y transfobia, así como también violencia contra
activistas y voceras, voceros de las agendas feministas y por los
derechos de la población LGBTTI.
Y entonces ante este panorama, ¿qué nos
queda? Yo pienso que no podemos seguir enfrentándonos a estas y
estos actores con las viejas estrategias de siempre, o sea, responder
con datos fríos y argumentos racionales en esta época de fake
news en que la gente está
sedienta de conectar y vincularse, de tener en su vida cosas que den
sentido y le diviertan.
Como dice Cecilia Delgado, investigadora de
la UNAM, no podemos ganar esta batalla discursiva simplemente
confrontando o violentando su discurso, porque eso sólo termina
reafirmando lo que ya piensan o dicen de las feministas o los
movimientos LGBTI, tenemos que ser mucho más sofisticadas en
nuestras estrategias de contra-argumentación o respuesta.
Descalificar de entrada lo que parece
simple locura, fanatismo o ignorancia, tenemos que abrirnos, mirar
más allá y entender todo el fenómeno social (y en muchos casos
económico y político) que hay detrás.
Enfocarnos principalmente en las cuestiones
legislativas o de política pública, sin plantearnos de qué manera
se puede conectar con públicos más amplios, más diversos, con
personas que no son aquellas con las que coincidimos, construir
puentes, encontrarnos, construir comunidad más allá de las y los
convencidos en nuestras agendas y discursos.
Evidentemente la tarea que tenemos frente
es enorme, en especial ante el complicado contexto de creciente
desigualdad y violencia que vivimos en México. Sin embargo, creo
tenemos que plantearnos fortalecer algunas de las siguientes
iniciativas o simplemente innovar.
Hay que entrar con fuerza a la batalla
cultural, de construcción de sentidos, discursos, narrativas con las
que las personas conecten, que resuenen a felicidad y a vida plena y
que apoyen nuestras agendas, sin ser maniqueos o simplistas –que
exploten la creatividad inmensa que tenemos entre nuestros
movimientos.
Hay que estudiar mejor a esta gama de
actores que empujan estas agendas contra la llamada “Ideología de
género”, para conocerles mejor, entender no sólo de dónde vienen
y quiénes son, sino cómo se organizan, qué les mueve y apasiona de
su lucha, cómo conectan con sus causas, de dónde se financian.
Hay que usar entonces diversas expresiones
artísticas como vehículos importantes para llegar a públicos
inusuales, no convertidos, en disputa, mediante el teatro y cabaret,
la música, carteles, fanzines y otras formas artísticas que ayuden
a que la gente conecte desde un lugar no racional con nuestras
visiones de mundo, con nuestros sueños.
La batalla discursiva tiene que darse tanto
en redes sociales como en otros medios de comunicación masiva y
tenemos que estar atentas porque la tendencia es a que haya un
vaciamiento de significado en los discursos, donde ellas y ellos
utilizan argumentos similares a los nuestros, dejando algunos de
nuestros términos y conceptos sin sentido o distorsionándolos a tal
nivel que ya no nos son tan útiles.
Hay que hacer alianzas fuertes y diversas
entre nosotras y nosotros, feministas, activistas, artivistas,
artistas, ciberfeministas, etc., tender puentes con otros movimientos
sociales y actoras, actores con quienes no hemos construidos alianzas
aún. Tenemos que construir fuerza social que contrarreste la fuerza
creciente que estos actores han logrado construir en un plazo
relativamente corto de tiempo.
La coyuntura político electoral mexicana
no está exenta de todas estas dinámicas de poder, de estas
disputas. No sólo por la presencia activa de un partido evangélico
en alianza con Morena, sino también por la multiplicidad de actores
que avanzan estas agendas contra la llamada “ideología de género”
en el terreno electoral, más allá del PES (un ejemplo muy reciente:
el candidato del PRI al gobierno de la Ciudad de México en sus
declaraciones contra el matrimonio igualitario, la adopción de
parejas gays, hechas en esta última semana). Lo cierto es que
tenemos poco tiempo para actuar en el proceso electoral del 2018,
pero es claro que esta es una lucha de largo plazo, en la que
nuestros derechos, las democracias y nuestros sueños tienen mucho
que perder si no logramos sumar fuerza, construir poder y ser más
listas, listos y creativas, creativos que todos estos actores juntos.
***
En solidaridad con Sandra Peniche y las
compañeras de la Clínica de Servicios Humanitarios en Salud Sexual
y Reproductiva, en Mérida, Yucatán, que enfrentan esta semana una
campaña liderada por fundamentalistas en contra de los vitales
servicios que proporcionan a las mujeres y población yucateca.
Febrero
15, 2018
Este
artículo fue publicado originalmente en
http://lasreinaschulasac.org/de-ideologia-de-genero/
*Datos Lidia Alpizar
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