sábado, 29 de diciembre de 2018

El movimiento anti-aborto y el auge de la derecha religiosa en los Estados Unidos

Elizabeth Maier*

La despenalización del aborto en Estados Unidos, en 1973, no sólo representó una respuesta a las demandas del emergente movimiento feminista, también marcó el nacimiento de una corriente antiaborto de resistencia, que durante décadas ha logrado restringir el acceso al aborto legal a nivel federal y estatal, ser un actor significativo del escenario político nacional, alimentando el discurso de la derecha religiosa, consolidando la alianza entre dicha tendencia y el Partido Republicano,1 tener cierto éxito en resignificar la noción de persona y, finalmente, hoy en día, ser la corriente hegemónica del gobierno. La complementariedad entre el movimiento antiaborto, el fundamentalismo religioso, la ultra derecha populista y nativista, y como el Partido Republicano entregó la victoria presidencial a Donald Trump, nuevamente abre el cauce a una época misógina de políticas institucionalizadas en contra del aborto despenalizado y, en algunos casos, aun impugnando programas de planificación familiar.2
La decisión de la Suprema Corte en el caso de Roe v. Wade (1973)3 objetado inicialmente por la Iglesia Católica y sus organizaciones afines; empero, para finales de la década de los setenta, el fundamentalismo cristiano –sobre todo en su versión evangélica– fue el culto hegemónico del movimiento anti-aborto, siempre en alianza con otras expresiones religiosas.
Originalmente su exigencia fue la plena re criminalización del aborto, pero con la progresiva aceptación del derecho a decidir por parte de la mayoría de la población, las fuerzas antiaborto adoptaron una estrategia de incrementalismo paulatino, cuyo objetivo es de restringir progresivamente el acceso al aborto legal por vías económicas. Su decisión de volverse una fuerza política en apoyo al Partido Republicano se manifestó a finales de los 70, con la candidatura de Ronald Reagan. Desde entonces representan el núcleo de lo que Reagan llamó la revolución conservadora.
Las subsecuentes decisiones de la Suprema Corte en torno al tema del aborto, advierten del cambio político-ideológico de la Corte hacia el conservadurismo y su disposición de debilitar las premisas de Roe v. Wade. La Enmienda Hyde, inicialmente aprobada por la Cámara de Diputados (1976) y luego reconfirmada por la Suprema Corte en 1980, prohibió el empleo del presupuesto federal para abortos, lo que impactó en el derecho de mujeres de menores ingresos y, finalmente, contribuyó a enriquecer el concepto de derechos reproductivos con la categoría de justicia reproductiva, al referirse a la diferencia de condiciones y posibilidades de acceso a la salud reproductiva de distintos sectores de mujeres.
La segunda decisión de la Corte en el caso de Webster v. Reproductive Health Services (1989), extendió el interés del Estado en la vida fetal durante todo el embarazo, contradiciendo su anterior interés por los derechos y el bienestar de las mujeres hasta la viabilidad del producto. La tercera decisión (Casey v. Planned Parenthood of Sotheastern Pennsylvania, 1992), que reafirma la primacía del interés de los estados en la vida fetal si no fuese un “peso indebido” para la mujer, abrió cauce a la avalancha de nuevas leyes estatales que condicionan el acceso a un aborto legal y progresivamente carcomen el derecho a decidir de las mujeres. Múltiples estrategias legales motivadas por las creencias religiosas de funcionarios estatales electos incluyen a: obligados periodos de larga espera; varias visitas al médico o, en ocasiones, los médicos fuerzan a la mujer embarazada a ver el ultrasonido y escuchar el latito de corazón del feto; asesoría requerida de parte de personas sin calificación que objetan el aborto por razones religiosas; condicionamientos de construcción de las clínicas y la obligada adscripción de médicos a hospitales. Estas y otras medidas tienen el objetivo de favorecer el nacimiento sobre el aborto, recreando una biopolítica estatal en que los cuerpos femeninos son sometidos a mandatos religiosos y donde la noción de ciudadanía de las mujeres pierde su especificidad de derechos, subsumiéndose de nuevo al marco masculino hegemónico desde la subordinación y la desigualdad.
Desde que el tsunami del Tea Party dio a los Republicanos la mayoría en la Cámara de Diputados en 2010 y contribuyó a su hegemonía en congresos estatales y gobernadores en 25 estados, no sólo se incrementó la legislación contra el aborto, sino también se restringió el acceso a programas de anticoncepción, entablando una guerra legislativa frontal –federal y estatal– contra Planned Parenthood, la organización que durante más de un siglo ha sido la proveedora de servicios de salud reproductiva a mujeres de menores ingresos.
Entre 2011-2013, discursos religiosos sustentaron 285 mediadas antiaborto (Boonstra & Nash, 2014), mientras que, entre 2010-2015, 31 estados condicionaron el derecho al aborto garantizado a nivel federal (Nash, Benson, Gold, Rathburn & Ansari-Thomas, 2015). Durante 2017, el primer año de la administración de Trump, la embestida contra el aborto legal se intensificó, registrándose 63 nuevas restricciones en 19 estados, la mayor cantidad desde 2013. Adicionalmente, en 2017, Kentucky, Iowa y Carolina del Sur redujeron de forma significativa el financiamiento público para programas de planificación familiar y sus proveedoras, como Planned Parenthood, sumándose en total a 15 los estados que desde 2015 han intentado herir de muerte a dicha organización (https://www.guttmacher.org/article/2018/01/policy-trends-states-2017).
La propia campaña de Donald Trump y su primer año de gobierno enaltecen lo estratégico de su alianza con las fuerzas de la derecha religiosa fundamentalista. A pesar de sus dos divorcios y tres matrimonios, las múltiples demandas entabladas en su contra por violación, acoso y hostigamiento sexual, el video que se publicó donde admitió que puede “agarrar a las mujeres por el panocho” porque era famoso, su empleo público de lenguaje crudo, su posición anterior en defensa del aborto legal, sus infinitas mentiras cotidianas, su patente desinterés en cualquier práctica religiosa y su desconocimiento de la Biblia, en paralelo a su promesa de cumplir con las agendas religiosas, nombrar fieles a puestos claves y achicar los muros de separación entre el Estado y la religión, fue suficiente para que las coaliciones cristianas fundamentalistas le concedieran su beneplácito.
No se equivocaron. La asesoría de asociaciones religiosas antiaborto, como Focus on the Family; de líderes religiosos fundamentalistas, como Franklin Graham; organizaciones jurídicas conservadoras, como la Sociedad Federalista (Federalist Society); y el vicepresidente, Mike Pence, quien durante su carrera como congresista federal y gobernador de Indiana fielmente defendió posiciones políticas del conservadurismo cristiano, declarando alguna vez que era “cristiano, conservador y republicano, en este orden” (https://religionnews.com/2016/07/14/5-faith-facts-on-mike-pence-a-born-again-evangelical-catholic/), forjó un gobierno nacionalista, cristiano-ultra conservador, con cierto sustento bíblico de limitada interpretación, cuya mitología se rige por una visión del mundo que informa sobre ciertas decisiones políticas. Una parte significativa de dicha mirada descansa en resistir y revertir los cambios más equitativos del orden de género que emergió en la transición entre el modelo capitalista industrial y el orden neoliberal globalizado, retornando en esencia a una biopolítica de controles y subordinación patriarcal que haga del cuerpo de las mujeres una incubadora obligada y delimita las expresiones de la sexualidad a la heterosexual para garantizar la reproducción del orden mismo.
Algunos ejemplos de las políticas que ha promovido la administración Trump son: la aplicación de la llamada Política de la CDMX (“Gag Rule”) que niega fondos a organizaciones internacionales con cualquier vínculo al aborto (2017); la firma de una ley cuyo objetivo es cortar el financiamiento a Planned Parenthood; prohibir a personas transgéneros en las Fuerzas Armadas; negar o posponer el aborto legal solicitado por adolescentes reclamantes de refugio, que habían sido violadas o presionadas sexualmente en su trayectoria; prometer la firma presidencial a una ley actualmente en el Congreso que limita el aborto legal a un periodo más corto. Para asegurar el avance de estas políticas, Trump ha nombrados 12 jueces al circuito federal en su primer año de presidencia. Asimismo, nombró a Neil Gorsich como magistrado de la Suprema Corte, cuya decisión, en el caso Hobby Lobby (2016), reconoció el derecho a dueños de la empresa a negar planificación familiar a sus empleadas por razones de creencia religiosa, lo que no sólo afecta a la salud reproductiva de las empleadas, sino que codifica relaciones jerárquicas capitalistas en la repartición de derechos, otorgando a los empresarios, por encima de sus empleadas, el derecho a la libertad de creencia.
Muchos adeptos a Donald Trump afirman que es el presidente más provida en la historia de los Estados Unidos, constatando la efectividad de su estrategia de mantener el patrocinio del sector fundamentalista religioso. Su discurso sobre el Estado de la Unión dejo claro dicha estrategia, enfatizando su defensa de la libertad religiosa y afirmando que “En América, sabemos que la fe y la familia, no el gobierno ni la burocracia, son el centro de la vida americana. Nuestro lema es ‘en Dios confiamos’”. De tal manera, el presidente, que seguramente es el menos creyente de la historia del país, se muestra plenamente dispuesto a deconstruir las barreras de separación entre estado y religión, con tal de mantenerse en el poder.

Notas a pie:
1 En 1980, el Partido Republican incorporó “la protección al derecho a la vida para los no nacidos” como un principio fundamental de su plataforma presidencial (Republican Party Platform, 1980).
2 La administración de George W. Bush (2001-2009) también promovió políticas antiaborto; sin embargo, actualmente no sólo se cuenta con una franja significativa de las y los congresistas y senadores que comparten dicha posición ideológica-religiosa, sino que el vicepresidente, una mayoría del gabinete y múltiples altos funcionarios cuentan con una historia activista en torno a dicha causa.
3 La decisión de Roe v. Wade estableció el derecho a la privacidad como principio constitucional de regir las decisiones reproductivas de las mujeres y la viabilidad de vivir fuera del útero como límite al aborto legal, con la excepción de la amenaza a la vida de la madre o grave daño al feto en un momento posterior a dicho término.

*Feminista, investigadora en el Colegio de la Frontera Norte, integrante del Comité Editorial de Cuadernos Feministas.

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