Angela Davis, Nancy Fraser, Linda Alcoff,
Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya, Rosa Clemente, Zillah Eisenstein,
Liza Featherstone, Barbara Smith y Keeanga-Yamahtta Taylor
El 8 de marzo del año pasado nosotras,
mujeres de todo tipo, marchamos, dejamos de trabajar y tomamos las
calles en cincuenta países alrededor del mundo. En los Estados
Unidos, nos unimos, marchamos, dejamos los platos a los hombres en
todas las ciudades más importantes del país y en innumerables
ciudades más pequeñas. Cerramos tres distritos escolares para
demostrarle al mundo, una vez más, que mientras nosotras sostenemos
la sociedad, tenemos también el poder de dejar de hacerlo.
En el primer año de la administración de
Trump, no sólo fuimos atacadas con violencia verbal y amenazas
misóginas bajo la apariencia de declaraciones oficiales: el régimen
de Trump puso en marcha políticas que van a hacer que esos ataques
continúen contra nosotras a través de formas profundamente
institucionales.
La Ley de Recorte de Impuestos y Empleos
les quita los beneficios a los y las trabajadoras de bajos salarios,
de los cuales la gran mayoría son mujeres. Planea atacar con
salvajismo a Medicaid y Medicare, los únicos dos programas de salud
que quedan en este cruel paisaje neoliberal, para apoyar a las y los
ancianos, pobres, enfermos y discapacitados, la planificación
familiar y niñas y, por lo tanto, para las mujeres, que hacen la
mayor parte del trabajo de cuidados. Y mientras la ley le niega
atención médica a las y los niños migrantes, introduce un fondo de
ahorro universitario para los y las “niñas por nacer”, una
manera escalofriante de establecer por una vía legal los “derechos”
del/a “niña por nacer” atacando así nuestro derecho fundamental
a tomar decisiones sobre nuestros propios cuerpos.
Pero esa no es toda la historia.
Con estos múltiples frentes de batalla
abiertos contra nosotras, no nos hemos acobardado. Nosotras también
hemos contra atacado.
Cuando en el otoño pasado mujeres con
visibilidad pública y acceso a los medios internacionales decidieron
romper el silencio sobre el acoso y la violencia sexual, las
compuertas finalmente se abrieron y una corriente de denuncias
públicas inundó la red. Las campañas #MeToo,
#UsToo
y #TimesUp
visibilizaron lo que la mayoría de las mujeres ya sabían: ya sea en
el trabajo o en la casa, en las calles o en el campo, en las cárceles
o en los centros de detención para migrantes, la violencia de género
con sus diferentes impactos racistas, acecha la vida cotidiana de las
mujeres.
Lo que también quedó claro es que el
silencio público sobre lo que siempre hemos conocido, soportado y
contra lo que hemos luchado, no existe simplemente porque tenemos
miedo o vergüenza de hablar: el silencio se impone. Lo imponen las
leyes del Congreso, que hacen que las mujeres deban pasar casi un año
de consejería obligatoria y mediación, si se atreven a presentar
una denuncia. El silencio está influido por un sistema de justicia
penal que rechaza como rutina los relatos de las mujeres usando
niveles suplementarios de intimidación y violencia. En los campus
universitarios, administradores bien dispuestos saben encontrar vías
“legales” para proteger a la institución y al agresor, mientras
arrojan a las mujeres a los lobos. Los fundamentos racistas de estos
procedimientos legales exigen compromisos de fondo.
#Metoo,
#UsToo
y #TimesUp
no sólo han expuesto a los violadores y misóginos, sino que
hicieron un tajo en el velo que oculta a las instituciones y las
estructuras que les habilitan esa conducta.
La violencia machista de corte racial es
internacional, como debe ser la campaña en su contra. El
imperialismo estadounidense, el militarismo y el colonialismo
fomentan la misoginia en todo el mundo. No es coincidencia que Harvey
Weinstein, en sus largos años de tratar de silenciar y aterrorizar a
las mujeres, usara la empresa de seguridad Black Cube, formada por ex
agentes del Mossad y otras agencias de inteligencia israelíes.
Sabemos que el mismo Estado que envía dinero a Israel para tratar
con brutalidad a la palestina Ahed Tamimi y su familia, también
financia las cárceles en las que mujeres afroamericanas como Sandra
Bland y otras han muerto.
Entonces, el 8 de marzo haremos huelga
contra la violencia de género, contra los hombres que cometen actos
de violencia y contra el sistema que los protege.
Creemos que no fue accidental que nuestras
hermanas con posición social fueran las que primero hicieron visible
lo que todos sabíamos. Su capacidad para hacerlo fue más fuerte que
nuestras hermanas de bajos ingresos, a menudo de color, que limpian
habitaciones en ese lindo hotel de Chicago o las hermanas que recogen
frutas en los campos californianos.
La gran mayoría de nosotras no hablamos
fuerte porque no tenemos un poder colectivo en nuestros lugares de
trabajo y fuera de ellos se nos niega cobertura social, como la
atención médica gratuita. El trabajo, con su salario bajo, con su
gerente intimidante y su jefe abusivo, con sus largas horas, se
convierte en lo único que tenemos miedo de perder, ya que es el
único medio para llevar los alimentos a nuestras familias y poder
cuidar a nuestros y nuestras enfermas.
No mantenemos nuestra boca cerrada. Nos
vemos obligadas a mantener la boca cerrada por el capitalismo.
Entonces, el 8 de marzo hablaremos claro,
personalmente, en contra de los abusadores individuales que tratan de
arruinar nuestras vidas, y hablaremos colectivamente contra la
inseguridad económica de la que quieren impedir que hablemos.
Vamos a parar porque queremos exponer a
nuestros abusadores personales. Y haremos huelga porque necesitamos
seguridad social y trabajos que tengan salarios dignos para poder
alimentar a nuestras familias, así como el derecho a sindicalizarnos
, en caso de que nos despidan por defendernos del abuso.
Luego entonces, el 8 de marzo haremos
huelga en contra del encarcelamiento masivo, la violencia policial y
los controles fronterizos, contra la supremacía blanca y las guerras
imperialistas estadounidenses, contra la pobreza y la violencia
estructural en nuestras escuelas y hospitales, que envenena nuestra
agua y alimentos y nos niega la justicia reproductiva.
Y vamos a parar por los derechos laborales,
la igualdad de derechos para todos y todas las y los migrantes, por
un salario digno y equitativo, porque la violencia sexual en el lugar
de trabajo puede agravarse cuando no tenemos los medios para una
defensa colectiva.
El 8 de marzo de 2018 será un día del
feminismo para el 99%: un día de movilización de las mujeres negras
y morenas, de las cis y bi, de las lesbianas y las mujeres trans, de
las pobres y las de bajos salarios, de las que hacen trabajos de
cuidado no remunerados, de las trabajadoras sexuales y las migrantes.
El 8 de marzo #NosotrasParamos: Linda
Alcoff, Cinzia Arruzza, Tithi Bhattacharya, Rosa Clemente, Angela
Davis, Zillah Eisenstein, Liza Featherstone, Nancy Fraser, Barbara
Smith, Keeanga-Yamahtta Taylor.
Notas
-
Este llamado fue publicado en inglés en el periódico The Guardian, el 27 de enero de 2018, durante el proceso de preparación de la Huelga Internacional de Mujeres. El texto en su versión en castellano fue tomado de la pagina: http://latfem.org/necesitamos-un-feminismo-para-el-99-por-eso-las-mujeres-haremos-huelga-este-ano/. La edición es de Cuadernos Feministas.
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