sábado, 29 de diciembre de 2018

Mujeres sacrificiales o ciudadanas con derechos

Olivia Tena Guerrero

Veo los rostros, miradas ingenuas, temerosas, desesperanzadas algunas, otras retadoras. Son sólo parte de la historia –dirían algunos y algunas. Ahora cambiará su rostro, la prostitución no lo será más, ahora podrá ser un oficio como cualquier otro, aunque su particularidad sean los genitales femeninos como instrumento de trabajo.
Sigo viendo, a través de la historia que nos narra Fabiola Bailón, gran parte de la explicación de nuestro presente. Las fotos que nos ofrece de esa mujer mayor, de esa otra que podría ser de mi edad, quienes posaron para una foto que debían portar para ejercer la prostitución en el sistema regulatorio del México de 1868. Son las mujeres prostitutas, son las putas, un poco ellas, un poco todas.
La foto de la adolescente oaxaqueña de 18 años, registrada para ejercer la prostitución como pupila en el burdel de segunda clase de la señora Virginia Zayas en 1905; la de 19 años, la de 26, las que ofrecen sus servicios en la calle en la primera mitad del siglo XX. Un poco ellas en su tiempo, un poco todas en el nuestro.
Fabiola inicia su libro con un título sugerente en un paseo crítico por la historia: “La prostitución como un mal necesario”. Nos cuenta que la prostitución ha sido considerada así desde la Nueva España, con el aval de la Iglesia católica y su doble moral.
Un mal necesario porque el ejercicio sexual de las mujeres fuera del matrimonio es juzgado como un mal en sí mismo, máxime si lo realiza una mujer soltera con hombres casados. Pero el mal se torna “necesario” e incluso se legitima, si se entiende que es para una causa superior, que es la satisfacción de los impulsos sexuales masculinos, que, de no ser por la posibilidad de acudir a una prostituta para su masculinidad incontenible, sabrá Dios a qué mujeres puras terminarían pervirtiendo, o cuántos casos de adulterio o violaciones habría. Por eso se ha considerado que hay ciertas mujeres sacrificables para preservar la unión de las familias decentes.
Las prostitutas son esas “víctimas sacrificiales” como les llaman David Casado-Neira y Silvia Pérez Freire. Son sacrificiales ante el dominio económico y simbólico de quienes las explotan, ante el poder económico que les otorga autoridad para poseer sus cuerpos, ante los medios que las victimizan. Son sacrificiales independientemente de la plusvalía que rinda la actividad. Pero también lo son ante el dominio del Estado, sus instrumentos policiales y sus políticas regulatorias. Las mujeres, pues, han sido sacrificiales bajo la sombra de ese “mal necesario” que algunas posiciones “reglamentaristas” del pasado y los intentos del presente pretenden normalizar a través de políticas y dispositivos legales.
Hay quienes lo hacen por gusto, dirían algunos y también algunas. Ese “gusto” lo documenta la autora desde principios del siglo XX hasta la fecha, señalando las estrategias de enamoramiento para que las mujeres accedan a realizar esta actividad, estando cerca de su padrote y teniendo su protección, so pena de ser expuestas a violencia, lo cual de cualquier modo no evitan.
La historia que narra Fabiola Bailón en su libro, nos permite comprender la magnitud de definir a la prostitución como un “trabajo no remunerado y no asalariado”, como se incluyó recientemente en la propuesta –no aprobada– de incorporar prostitución a la Constitución de la Ciudad de México como trabajo sexual. La propuesta original planteaba realizar un registro a través de cartillas con la intención de brindar a las mujeres una identificación formal como personas trabajadoras, registro que ya se hacía desde la Colonia y que está bien documentado por la autora en el tránsito del siglo XIX al XX.
Por ello me surge una pregunta: ¿el cambio de nombre y el portar una credencial elimina el estigma y la discriminación? No, ni ahora ni en el siglo XIX. Algunas de ellas no recogieron sus credenciales y otras las mantenían ocultas para que sus hijos no supieran de su actividad. Llama también la atención la similitud con la actual propuesta: entonces se le llamaba “oficio”, al igual que el oficio de chofer, aguador y doméstica; ahora se le pretendió llamar “trabajo no remunerado ni subordinado”, y se le da igual trato que al barrendero, vendedor ambulante, etc., actividades que se encuentran fuera del control del Estado y que la intención regulatoria, se diga como se diga, es el control y la ganancia.
Fabiola Bailón nos deja ver cómo han cambiado las narrativas que intentan su regulación, de discursos vinculados con la salud y la higiene, a discursos legales y hoy éstos atravesados por narrativas de orden moral, sobre el bien y el mal en un dilema que no tiene salida. En efecto, los argumentos reglamentaristas cambian: en el periodo de 1865 a 1940 se hablaba de una moral pública y de la salud pública y de orden social; ahora se esgrimen argumentos supuestamente éticos como la dignificación del trabajo sexual, como si pudiese ser dignificada la explotación.
Aprendamos de la historia, como lo sugiere la autora, cuando nos cuenta cómo la prostitución “se profesionalizó” a partir de 1865, pasando a ser “un comercio sexual oficializado con una oferta y una demanda que crecieron a la par que se incrementó la población, volviéndose diverso, numeroso, adaptable, dinámico e incontrolable pese a los deseos de las autoridades y la élite” (Fabiola Bailón, 2017: 30).
Cambiar de nombre a la prostitución para llamarle “oficio”, como se le llamó a finales del siglo XIX e inicios del XX, en los intentos de su regulación y con el beneplácito de la Iglesia Católica, no cambió la objetivización del cuerpo de las mujeres. Se siguió y sigue reproduciendo la narrativa sobre los hombres con necesidades sexuales imposibles de controlar, y que la demanda masculina debiera ser cubierta de una u otra forma, ante lo cual, la autora toma bajo su responsabilidad la narrativa pendiente, que tiene que ver con las distintas formas de opresión que estas mujeres han padecido por parte de su entorno y también del Estado que las intenta regular.
Parece no haber cambios profundos todavía en la forma de observar a la prostitución y a quienes se encuentran en esta situación, cambios que implicarían hacerlas verdaderas titulares de derechos ciudadanos, haciendo valer su derecho a la educación, a un trabajo y salario dignos y a una vida libre de violencia. Verlo de otro modo es como darnos por vencidas y, al no ser así, invito a leer este interesante, imprescindible, a la vez que ilustrador libro, que como digo, no se queda en la descripción de los hechos, sino que hace constantes guiños como insinuando un camino a seguir.

* Reseña del libro Fabiola Bailón Vásquez, Prostitución y Lenocinio en México, Siglos XIX y XX, Fondo de Cultura Económica (Biblioteca Mexicana, Serie Historia y Antropología), 2017.
Datos Olivia Tena

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