Sara
Lovera López*
Intensa
y profusa debió ser la actividad de las mujeres a la caída del
régimen dictatorial de Porfirio Díaz en 1911, sin cambios
sustantivos en la educación femenina. No tenemos claro cómo, en
esos 34 años del gobierno de Díaz, fue posible el desarrollo de un
discurso feminista que se difundió con sus propios medios y abarcó
las acciones prerrevolucionarias. ¿Cómo y por qué las ideas
liberadoras de las mujeres transitaron en medio de la barbarie?
Barbarie
inocultable: tiendas de raya; campos de explotación inhumana en
Valle Nacional, las y los expulsados de su tierra; las persecuciones
de los enemigos del régimen; la pobreza boyante en todas
direcciones. La insensatez del dictador. El silencio y los primeros
indicios de persecución a periodistas.
Tan
semejante situación en nuestros días. Tan parecida la pobreza, la
exclusión y los escándalos de corrupción. Con Porfirio Díaz se
conculcó a la República, en medio de una liberación económica y
el desarrollo capitalista en el país, inversiones extranjeras y la
construcción de los ferrocarriles.
En
esos tiempos —algunos buenos para las mujeres—, destaca la
creación de la Escuela Normal de Profesoras en 1888. Al inicio del
régimen porfirista el 58.33% del profesorado eran hombres y 25%
mujeres, para 1900 la proporción se había invertido en 32.50%
hombres y 67.50% mujeres, y en 1907 las estadísticas registran
21.71% hombres y 78.29% mujeres.
Ante
algunos hechos históricos, nos parece tan contradictorio y
apesadumbrado nuestro momento. Hemos transitado cinco años de
régimen priista, en un espacio de barbarie, con la suma de 110
periodistas asesinados desde el año 2000, 39 en este régimen; el
multiasesinato de Ayotzinapa, la violencia y las muertes vinculadas a
la impunidad en el México gobernado por Enrique Peña Nieto, que ya
rompió sus propios records.
Enero del 2017 ha sido el mes con más ejecutados en lo que va de su
administración federal a partir de diciembre del 2012: 3 mil 7
muertes violentas. Mas la documentación profusa de las violaciones a
los derechos humanos, de pobreza insultante en algunas regiones del
país y, contradictoriamente, las mujeres logramos la paridad
electoral, de cara al feminicidio con más de 7 mujeres asesinadas al
día; nuevos derechos y acciones tendientes a garantizar el camino de
lo que hoy se llama igualdad sustantiva.
Si
bien, como en el régimen de Porfirio Díaz, los asesinatos a
periodistas crecen y se multiplican, también se convive, desde mi
perspectiva, con la libertad de expresar todos los agravios y exhibir
en los medios tecnológicamente revolucionados, todas y cada una de
las pifias de la clase política. Sin miramientos.
Durante
la dictadura de Díaz el magisterio se convirtió en la gran
oportunidad de profesionalización de las mujeres. Con el régimen de
Peña Nieto, se decretó la norma de igualdad laboral al lado del
tremendo problema de acoso y hostigamiento en instituciones y
oficinas gubernamentales.
La
Escuela de Artes y Oficios para señoritas, creadas durante la
dictadura de Díaz, fue otra opción de desarrollo profesional para
las mujeres, lo que permitió romper con los dos destinos
profesionales de la época para las mujeres: enfermara o maestra, una
prolongación de la tarea central asignada a las mujeres: madres y
cuidadoras.
Igual
hoy se rompió la visión disminuida de las mujeres
institucionalmente, aplicando programas y reglas, lo que era materia
y afán de la lucha feminista: toda la política pública, los
programas gubernamentales y compromisos de los estados, en nombre del
Plan Nacional de Desarrollo, debieron desplegar acciones contra la
desigualdad. Así se implantaron, se dice, la “perspectiva de
género” y se difunde y capacita a las y los servidores públicos
para dar a las mujeres herramientas para su “empoderamiento”.
La
contradicción en un régimen funesto
He
querido plantear esta contradicción confusa y conviviente con la
realidad, pensando en algunas interpretaciones feministas sobre cómo
en tiempos oscuros y de ingobernabilidad o conflicto, de retroceso
político y vida antidemocrática, se entronizan los deseos de las
mujeres, sus pendientes y sus luchas, cómo se colocan en las
estructuras, como la humedad, en silencio, sin parar, una corriente
que podría significar cambios reales en los próximos tiempos.
Con
Díaz, mientras se marginaba a los indios, obreros, campesinos, y se
conculcaban sus derechos, fueron ellos y ellas los actores de la
Revolución de 1910, con las sufragistas a la cabeza. Eso porque
habían logrado, con su trabajo intelectual y político, construir el
discurso de su liberación. Ellas construyeron la posibilidad de
impulsar mejores tiempos. Sabemos que sus contribuciones todavía no
han sido aquilatadas suficientemente: del voto a la tenencia de la
tierra, de su oscura y oculta participación en las fábricas
textiles, a la construcción de los derechos obreros; de su tímida
intervención en las organizaciones sociales y pre revolucionarias,
al nuevo régimen.
Se
dirá que limitadas y con claroscuros. Cierto. Pero innegable
reconocer que esas mujeres, pusieron el piso y los motivos para los
logros posteriores.
Vayamos
al grano. Durante el régimen de Enrique Peña Nieto (2012-2018) se
reanimaron las demandas y los apuros de la segunda ola del feminismo
(1970), independientemente de los discursos, algunas acciones. Las
aspiraciones y los problemas de la población femenina de México no
se resolvieron. Casi 50 años después están pendientes los 4 ejes
sustantivos: aborto libre y gratuito, libre opción sexual, no a la
violencia contra las mujeres y la participación social y política
en igualdad.
No
obstante, se instaló en el régimen el deseo de avanzar en esos
ejes. El régimen heredó, de años previos, el marco jurídico legal
que le dio la oportunidad de armar el propósito. Entre el año 1995
en que el régimen creó el Programa Nacional de la Mujer (PRONAM),
hasta las leyes nacionales en la década del 2000 como la de
Igualdad, otra para la No Discriminación, la de Acceso de las
Mujeres a una Vida sin Violencia, la que creó el Instituto Nacional
de las Mujeres, la de los derechos para Niñas y Niños y la de
Trata, pasando por la creación de los dispositivos legales que
permiten el uso de la pastilla del día siguiente, o la norma 046
para atender la violencia sexual, daba al nuevo régimen elementos
para parar o continuar.
Durante
los últimos cinco años se instalaron los ejes, mediados por la
transformación del movimiento feminista en uno de organizaciones e
instituciones que colaboraron con el panismo para avanzar
jurídicamente y en la construcción de políticas públicas; así el
PRI, con Peña Nieto, no podía desestimar esas acciones, pudo
evitarlas, pero la emergencia lo hacía imposible. Se había corrido
la cortina y el feminicidio aparecía como la evidencia más clara de
la desigualdad entre hombres y mujeres.
Es
en este marco como puede analizarse el régimen en materia de género.
Sin maquillaje, como se dice, con intención de analizarlo al margen
de su circunstancia y de las características que lo hacen tan
funesto.
Se
implantó lo que se llama transversalidad del género. Desde el Plan
Nacional de Desarrollo, como parte de los compromisos de la
administración. Eso generó una revolución silenciosa. Todos y
todas las funcionarias deberían, lo hicieron institucionalmente,
desplegar acciones y programas con contenido de género, lo que
significó entender y admitir que existe y tiene consecuencias la
desigualdad de género. En todas las instancias gubernamentales,
incluidas las de los gobiernos estatales y muchos municipales se
crearon oficinas de enlace con las tareas del PROIGUALDAD, el
programa del régimen, de responsabilidad central del Instituto
Nacional de las Mujeres (INMUJERES).
Obligó
a los tres niveles de gobierno a llevar a cabo acciones de igualdad,
desde nuevas legislaciones hasta la creación de programas y
políticas. Es probable que con desniveles y sin resultados
favorables o definitivos. Por primera vez en el tiempo, se acordó,
en el Congreso de la Unión, un presupuesto de género, que creció
cuatro veces. La instauración de estas acciones ha generado al menos
una difusión muy grande sobre lo que es la desigualdad y cómo
remediarla.
Se
duplicó el número de Institutos estatales y municipales; se puso en
marcha, muy lentamente, un programa nacional de igualdad y se dieron
recursos al programa nacional para atender la violencia contra las
mujeres; se firmaron acuerdos para que los gobernadores y otras muy
variadas instituciones se comprometieran a acciones y políticas.
Claro que la impronta de la violencia generalizada y el lento proceso
de aculturación del gobierno de la ventanilla de atención en el
aparato administrativo, ha influido de forma permanente.
También
en estos años se visualizó ha profundidad el gravísimo asunto de
la violencia feminicida. Se rompió el mito de no aceptar la Alerta
de Género para las mujeres. Se cambió el reglamento y hoy 13
entidades del país declararon esa alerta. Lentamente se ha
construido el banco de datos, sin temor a reconocer el problema y sus
consecuencias. Ello rendirá con el tiempo. Por ahora, lo que tenemos
es información, datos oficiales, sobre cómo ha escalado la
violencia y el acoso sexual.
Otra
cuestión significativa fueron los programas para las mujeres
indígenas, donde el trabajo de las feministas fue permanente a
partir de 1994, en el marco de la rebelión zapatista. En 13
entidades del país hay casas de la mujer campesina, donde se discute
su condición subordinada, a contrapelo de costumbres y tradiciones.
Sin
menospreciar los intereses del gran capital, desde el gobierno
central, se pusieron en discusión la igualdad y el reconocimiento de
la condición femenina, en el terreno de la economía. Los bancos y
las empresas han tenido que certificar buenas prácticas en su tarea
de propiciar la promoción de las mujeres. El capital internacional
ha horadado para ello. Los brazos femeninos son hoy, reconocidos,
como fundamentales para el desarrollo de esta etapa capitalista. Pero
ello redundará en mejoría del sistema.
Todo
ello, y lo poco y muy poco hecho en educación y salud, respecto de
la condición subordinada de las mujeres, está contribuyendo al
cambio cultural. Algún aprendizaje forjará nuevas conciencias.
Estoy segura. A pesar de que el contexto socioeconómico no ayuda,
ni la forma en que se conducen miles de servidores y servidoras
públicas, familias, sociedades y grupos sociales.
Los
cambios en la Constitución para ungir en la vida política la
paridad electoral, tuvo, desde mi perspectiva dos efectos. Uno, el
crecimiento del orgullo de las políticas por las acciones y
compromisos de género, impulsadas, en paralelo, por las propias
mujeres y el gobierno de Peña Nieto. Cuando se envió la iniciativa
desde Los Pinos, la respuesta partidaria y plural, incluso del grupo
civil impulsor, llamado Grupo Plural, fue elocuente.
La
iniciativa presidencial, en este sistema, obligó a los gobernadores,
a las y los legisladores y al Instituto Nacional Electoral a
secundarlo. Fiel reflejo de la cultura política mexicana.
El
otro efecto fue y es la aparición pública de la violencia política.
El hostigamiento y el acoso de las mujeres, pre candidatas,
candidatas y en el ejercicio del poder. Ello muestra el gran atraso
cultural, pero evidencia que la omisión de esta política de género,
tiene su principal escollo en los cambios, apuntados pero relegados,
en la operación, concesión y vigilancia de los medios de
comunicación, que podrían hacer la diferencia. Pero más grave aún,
es que la Reforma Educativa, de la que el régimen se siente tan
orgulloso, no se sumó a la propuesta de gobierno inscrita en el Plan
Nacional de Desarrollo. Parece una contradicción mayor la
resistencia en los centros de educación superior y aun en la
academia. Para ello el régimen no tuvo y no tiene una política, ni
fue capaz de sumar a estos dos sectores, fundamentales para el cambio
cultural.
A
manera de conclusión
Las
tareas del régimen en cuanto a su política de género, ahora sin
resultados contables, visibles, apetecibles, es como antaño, un piso
desde donde podrían generarse cambios trascendentes en el corto
plazo.
¿Por
qué? Si el régimen, como piensa un elevado porcentaje de la
población, decía, si el régimen de Peña Nieto ha generado por sus
acciones, corrupción y desprecio a la tradición política, un
retroceso en la democracia y en la economía mexicana. Sin embargo,
el régimen dictatorial de Porfirio Díaz, nunca calculó el tamaño
de los cambios al propiciar la educación para las mujeres y la
libertad para plantear sus demandas en la vida pública.
Es
probable que la reforma educativa, sea la diferencia con la época de
Díaz, pero por las acciones y los deseos, cientos de mujeres en
estos años accedieron a la toma de conciencia sobre la problemática
de las mujeres y adquirieron un nuevo lenguaje.
También
la creación de estructuras, algunas instituciones y los cambios en
la administración pública, podría ser un factor de cambio. Ello va
a depender de la existencia de una masa que lo reclame, como bueno.
Lo
inesperado e imposible
Un
efecto secundario de esta política, fue durante los últimos años,
una suerte de paralización de la protesta feminista. También
hundida entre la maraña de protestas sociales por las condiciones
económicas, de inseguridad y violencia. Lo cierto es que desde la
sociedad la violencia contra las mujeres, el acoso y la violencia
política, no tuvieron el crecimiento y la respuesta social a que se
convocó.
A
pesar de ello, lo que está en el escenario es la aparición del
feminismo juvenil, las me
too
mexicanas, las que saben el significado de decir no. Ellas harán la
diferencia en breve.
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