sábado, 29 de diciembre de 2018

Saldos del sexenio: ¿avanzamos o retrocedimos?

Sara Lovera López*

Intensa y profusa debió ser la actividad de las mujeres a la caída del régimen dictatorial de Porfirio Díaz en 1911, sin cambios sustantivos en la educación femenina. No tenemos claro cómo, en esos 34 años del gobierno de Díaz, fue posible el desarrollo de un discurso feminista que se difundió con sus propios medios y abarcó las acciones prerrevolucionarias. ¿Cómo y por qué las ideas liberadoras de las mujeres transitaron en medio de la barbarie?
Barbarie inocultable: tiendas de raya; campos de explotación inhumana en Valle Nacional, las y los expulsados de su tierra; las persecuciones de los enemigos del régimen; la pobreza boyante en todas direcciones. La insensatez del dictador. El silencio y los primeros indicios de persecución a periodistas.
Tan semejante situación en nuestros días. Tan parecida la pobreza, la exclusión y los escándalos de corrupción. Con Porfirio Díaz se conculcó a la República, en medio de una liberación económica y el desarrollo capitalista en el país, inversiones extranjeras y la construcción de los ferrocarriles.
En esos tiempos —algunos buenos para las mujeres—, destaca la creación de la Escuela Normal de Profesoras en 1888. Al inicio del régimen porfirista el 58.33% del profesorado eran hombres y 25% mujeres, para 1900 la proporción se había invertido en 32.50% hombres y 67.50% mujeres, y en 1907 las estadísticas registran 21.71% hombres y 78.29% mujeres.
Ante algunos hechos históricos, nos parece tan contradictorio y apesadumbrado nuestro momento. Hemos transitado cinco años de régimen priista, en un espacio de barbarie, con la suma de 110 periodistas asesinados desde el año 2000, 39 en este régimen; el multiasesinato de Ayotzinapa, la violencia y las muertes vinculadas a la impunidad en el México gobernado por Enrique Peña Nieto, que ya rompió sus propios records. Enero del 2017 ha sido el mes con más ejecutados en lo que va de su administración federal a partir de diciembre del 2012: 3 mil 7 muertes violentas. Mas la documentación profusa de las violaciones a los derechos humanos, de pobreza insultante en algunas regiones del país y, contradictoriamente, las mujeres logramos la paridad electoral, de cara al feminicidio con más de 7 mujeres asesinadas al día; nuevos derechos y acciones tendientes a garantizar el camino de lo que hoy se llama igualdad sustantiva.
Si bien, como en el régimen de Porfirio Díaz, los asesinatos a periodistas crecen y se multiplican, también se convive, desde mi perspectiva, con la libertad de expresar todos los agravios y exhibir en los medios tecnológicamente revolucionados, todas y cada una de las pifias de la clase política. Sin miramientos.
Durante la dictadura de Díaz el magisterio se convirtió en la gran oportunidad de profesionalización de las mujeres. Con el régimen de Peña Nieto, se decretó la norma de igualdad laboral al lado del tremendo problema de acoso y hostigamiento en instituciones y oficinas gubernamentales.
La Escuela de Artes y Oficios para señoritas, creadas durante la dictadura de Díaz, fue otra opción de desarrollo profesional para las mujeres, lo que permitió romper con los dos destinos profesionales de la época para las mujeres: enfermara o maestra, una prolongación de la tarea central asignada a las mujeres: madres y cuidadoras.
Igual hoy se rompió la visión disminuida de las mujeres institucionalmente, aplicando programas y reglas, lo que era materia y afán de la lucha feminista: toda la política pública, los programas gubernamentales y compromisos de los estados, en nombre del Plan Nacional de Desarrollo, debieron desplegar acciones contra la desigualdad. Así se implantaron, se dice, la “perspectiva de género” y se difunde y capacita a las y los servidores públicos para dar a las mujeres herramientas para su “empoderamiento”.

La contradicción en un régimen funesto

He querido plantear esta contradicción confusa y conviviente con la realidad, pensando en algunas interpretaciones feministas sobre cómo en tiempos oscuros y de ingobernabilidad o conflicto, de retroceso político y vida antidemocrática, se entronizan los deseos de las mujeres, sus pendientes y sus luchas, cómo se colocan en las estructuras, como la humedad, en silencio, sin parar, una corriente que podría significar cambios reales en los próximos tiempos.
Con Díaz, mientras se marginaba a los indios, obreros, campesinos, y se conculcaban sus derechos, fueron ellos y ellas los actores de la Revolución de 1910, con las sufragistas a la cabeza. Eso porque habían logrado, con su trabajo intelectual y político, construir el discurso de su liberación. Ellas construyeron la posibilidad de impulsar mejores tiempos. Sabemos que sus contribuciones todavía no han sido aquilatadas suficientemente: del voto a la tenencia de la tierra, de su oscura y oculta participación en las fábricas textiles, a la construcción de los derechos obreros; de su tímida intervención en las organizaciones sociales y pre revolucionarias, al nuevo régimen.
Se dirá que limitadas y con claroscuros. Cierto. Pero innegable reconocer que esas mujeres, pusieron el piso y los motivos para los logros posteriores.
Vayamos al grano. Durante el régimen de Enrique Peña Nieto (2012-2018) se reanimaron las demandas y los apuros de la segunda ola del feminismo (1970), independientemente de los discursos, algunas acciones. Las aspiraciones y los problemas de la población femenina de México no se resolvieron. Casi 50 años después están pendientes los 4 ejes sustantivos: aborto libre y gratuito, libre opción sexual, no a la violencia contra las mujeres y la participación social y política en igualdad.
No obstante, se instaló en el régimen el deseo de avanzar en esos ejes. El régimen heredó, de años previos, el marco jurídico legal que le dio la oportunidad de armar el propósito. Entre el año 1995 en que el régimen creó el Programa Nacional de la Mujer (PRONAM), hasta las leyes nacionales en la década del 2000 como la de Igualdad, otra para la No Discriminación, la de Acceso de las Mujeres a una Vida sin Violencia, la que creó el Instituto Nacional de las Mujeres, la de los derechos para Niñas y Niños y la de Trata, pasando por la creación de los dispositivos legales que permiten el uso de la pastilla del día siguiente, o la norma 046 para atender la violencia sexual, daba al nuevo régimen elementos para parar o continuar.
Durante los últimos cinco años se instalaron los ejes, mediados por la transformación del movimiento feminista en uno de organizaciones e instituciones que colaboraron con el panismo para avanzar jurídicamente y en la construcción de políticas públicas; así el PRI, con Peña Nieto, no podía desestimar esas acciones, pudo evitarlas, pero la emergencia lo hacía imposible. Se había corrido la cortina y el feminicidio aparecía como la evidencia más clara de la desigualdad entre hombres y mujeres.
Es en este marco como puede analizarse el régimen en materia de género. Sin maquillaje, como se dice, con intención de analizarlo al margen de su circunstancia y de las características que lo hacen tan funesto.
Se implantó lo que se llama transversalidad del género. Desde el Plan Nacional de Desarrollo, como parte de los compromisos de la administración. Eso generó una revolución silenciosa. Todos y todas las funcionarias deberían, lo hicieron institucionalmente, desplegar acciones y programas con contenido de género, lo que significó entender y admitir que existe y tiene consecuencias la desigualdad de género. En todas las instancias gubernamentales, incluidas las de los gobiernos estatales y muchos municipales se crearon oficinas de enlace con las tareas del PROIGUALDAD, el programa del régimen, de responsabilidad central del Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES).
Obligó a los tres niveles de gobierno a llevar a cabo acciones de igualdad, desde nuevas legislaciones hasta la creación de programas y políticas. Es probable que con desniveles y sin resultados favorables o definitivos. Por primera vez en el tiempo, se acordó, en el Congreso de la Unión, un presupuesto de género, que creció cuatro veces. La instauración de estas acciones ha generado al menos una difusión muy grande sobre lo que es la desigualdad y cómo remediarla.
Se duplicó el número de Institutos estatales y municipales; se puso en marcha, muy lentamente, un programa nacional de igualdad y se dieron recursos al programa nacional para atender la violencia contra las mujeres; se firmaron acuerdos para que los gobernadores y otras muy variadas instituciones se comprometieran a acciones y políticas. Claro que la impronta de la violencia generalizada y el lento proceso de aculturación del gobierno de la ventanilla de atención en el aparato administrativo, ha influido de forma permanente.
También en estos años se visualizó ha profundidad el gravísimo asunto de la violencia feminicida. Se rompió el mito de no aceptar la Alerta de Género para las mujeres. Se cambió el reglamento y hoy 13 entidades del país declararon esa alerta. Lentamente se ha construido el banco de datos, sin temor a reconocer el problema y sus consecuencias. Ello rendirá con el tiempo. Por ahora, lo que tenemos es información, datos oficiales, sobre cómo ha escalado la violencia y el acoso sexual.
Otra cuestión significativa fueron los programas para las mujeres indígenas, donde el trabajo de las feministas fue permanente a partir de 1994, en el marco de la rebelión zapatista. En 13 entidades del país hay casas de la mujer campesina, donde se discute su condición subordinada, a contrapelo de costumbres y tradiciones.
Sin menospreciar los intereses del gran capital, desde el gobierno central, se pusieron en discusión la igualdad y el reconocimiento de la condición femenina, en el terreno de la economía. Los bancos y las empresas han tenido que certificar buenas prácticas en su tarea de propiciar la promoción de las mujeres. El capital internacional ha horadado para ello. Los brazos femeninos son hoy, reconocidos, como fundamentales para el desarrollo de esta etapa capitalista. Pero ello redundará en mejoría del sistema.
Todo ello, y lo poco y muy poco hecho en educación y salud, respecto de la condición subordinada de las mujeres, está contribuyendo al cambio cultural. Algún aprendizaje forjará nuevas conciencias. Estoy segura. A pesar de que el contexto socioeconómico no ayuda, ni la forma en que se conducen miles de servidores y servidoras públicas, familias, sociedades y grupos sociales.
Los cambios en la Constitución para ungir en la vida política la paridad electoral, tuvo, desde mi perspectiva dos efectos. Uno, el crecimiento del orgullo de las políticas por las acciones y compromisos de género, impulsadas, en paralelo, por las propias mujeres y el gobierno de Peña Nieto. Cuando se envió la iniciativa desde Los Pinos, la respuesta partidaria y plural, incluso del grupo civil impulsor, llamado Grupo Plural, fue elocuente.
La iniciativa presidencial, en este sistema, obligó a los gobernadores, a las y los legisladores y al Instituto Nacional Electoral a secundarlo. Fiel reflejo de la cultura política mexicana.
El otro efecto fue y es la aparición pública de la violencia política. El hostigamiento y el acoso de las mujeres, pre candidatas, candidatas y en el ejercicio del poder. Ello muestra el gran atraso cultural, pero evidencia que la omisión de esta política de género, tiene su principal escollo en los cambios, apuntados pero relegados, en la operación, concesión y vigilancia de los medios de comunicación, que podrían hacer la diferencia. Pero más grave aún, es que la Reforma Educativa, de la que el régimen se siente tan orgulloso, no se sumó a la propuesta de gobierno inscrita en el Plan Nacional de Desarrollo. Parece una contradicción mayor la resistencia en los centros de educación superior y aun en la academia. Para ello el régimen no tuvo y no tiene una política, ni fue capaz de sumar a estos dos sectores, fundamentales para el cambio cultural.

A manera de conclusión

Las tareas del régimen en cuanto a su política de género, ahora sin resultados contables, visibles, apetecibles, es como antaño, un piso desde donde podrían generarse cambios trascendentes en el corto plazo.
¿Por qué? Si el régimen, como piensa un elevado porcentaje de la población, decía, si el régimen de Peña Nieto ha generado por sus acciones, corrupción y desprecio a la tradición política, un retroceso en la democracia y en la economía mexicana. Sin embargo, el régimen dictatorial de Porfirio Díaz, nunca calculó el tamaño de los cambios al propiciar la educación para las mujeres y la libertad para plantear sus demandas en la vida pública.
Es probable que la reforma educativa, sea la diferencia con la época de Díaz, pero por las acciones y los deseos, cientos de mujeres en estos años accedieron a la toma de conciencia sobre la problemática de las mujeres y adquirieron un nuevo lenguaje.
También la creación de estructuras, algunas instituciones y los cambios en la administración pública, podría ser un factor de cambio. Ello va a depender de la existencia de una masa que lo reclame, como bueno.

Lo inesperado e imposible
Un efecto secundario de esta política, fue durante los últimos años, una suerte de paralización de la protesta feminista. También hundida entre la maraña de protestas sociales por las condiciones económicas, de inseguridad y violencia. Lo cierto es que desde la sociedad la violencia contra las mujeres, el acoso y la violencia política, no tuvieron el crecimiento y la respuesta social a que se convocó.
A pesar de ello, lo que está en el escenario es la aparición del feminismo juvenil, las me too mexicanas, las que saben el significado de decir no. Ellas harán la diferencia en breve.

* Periodista mexicana, con larga trayectoria en la reflexión de la condición social de las mujeres. Feminsita moderada, apasionada por el cambio cultural y los medios de comunicación. Integrante del Coonsejo Editorial de Cuadernos Feministas.

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