Graciela
González Phillips*
En
1968, mucha gente, sobre todo joven, dio varias batallas en diversas
partes del planeta. Se enfrentaban al régimen económico-político
imperante, y enarbolaban banderas contraculturales. México tuvo sus
luchas específicas, si bien de alguna manera hubo rasgos comunes en
las revueltas de varios países. Así que hay causas externas, pero
las fundamentales, para nuestro país, fueron las internas. Mucho se
ha estudiado acerca del movimiento estudiantil mundial y mexicano de
esos años; poco menos se habla sobre la participación que tuvieron
muchas mujeres en ese movimiento. El presente texto pretende tan sólo
verter algunas ideas acerca de esta última participación, con la
conciencia de lo mucho que falta por investigar y conocer acerca de
las luchas que dieron las mujeres mexicanas contra el Estado y otras
instituciones, hace cincuenta años.
Algo
se sabe de la participación de las mujeres en estos episodios, sobre
todo gracias a los primeros escritos resultantes de aquel verano y
otoño mexicanos, me refiero a La
noche de Tlatelolco
de Elena Poniatowska, quien por vez primera recupera múltiples
testimonios de hombres y mujeres que vivieron de diversas maneras el
’68 mexicano. Hoy ya contamos con más textos, artículos, notas
periodísticas. No obstante, sigue habiendo una gran incógnita: ¿qué
luchas dieron las mujeres para liberarse del autoritarismo patriarcal
y burgués de aquella época? Considero que la poca visibilidad de
las mujeres del´68, tiene que ver con el sesgo sexista que ha
imperado en la historiografía tradicional, mediante el cual, al
considerar exigua o “poco importante” la participación femenina
en los movimientos sociales y políticos, elude su estudio a
profundidad (Perrot, Michelle, 2008:19). Al parecer, “el único
libro hasta ahora [escrito por una activista del 68], es el de
Roberta Avendaño Martínez [La Tita], Testimonios
de la cárcel. De la libertad y el encierro”.
Sin embargo, “no habla del movimiento estudiantil, de su
experiencia, de su liderazgo” (Tirado Villegas, Gloria: 235).
Pasar
inadvertidas responde a una tradición que pudo ser explicada con
mayor profundidad, al acuñarse la categoría sexo-género
e iniciar las investigaciones y la comprensión de los fenómenos
humanos a partir de esta noción; ésta ha permitido visibilizar a
las mujeres en todos los ámbitos del saber (Scott; 2008). La
historia oral es, a mi parecer, la herramienta idónea para
adentrarse al mundo de los grupos sociales que han tenido poca o nula
voz, y huella poco perceptible.
El
contexto sociopolítico en el nivel mundial
Es
indudable que el año de 1968 representa, para la sociedad, un
parteaguas en las concepciones sobre política, cultura, vida
cotidiana, relaciones sexuales, amor; en síntesis, sobre la vida. En
varios países, empezando por el “mayo francés”, hubo revueltas
estudiantiles, en las que se cuestionaba el autoritarismo en la
enseñanza y se exigían nuevos métodos didácticos y democráticos
acordes a la época moderna. Las ideas libertarias flotaban en el
aire y desbordaban las demandas estudiantiles para hablar de
problemas de los nuevos sujetos sociales. Otros acontecimientos
políticos mundiales sirven como marco histórico para ubicar el
advenimiento del ’68 mundial: la Revolución cubana con la figura
emblemática del Che, asesinado un año antes; la guerra fría; la
invasión de Estados Unidos a Vietnam y el consecuente movimiento
pacifista, la invasión de la URSS a Checoslovaquia; la lucha anti
racial, el hippismo y sus ideas de comunas de amor libre, la
psicodelia, los grandes exponentes del rock: Hendrix, Joplin,
Morrison, y los festivales multitudinarios de esta expresión
musical.
El
Movimiento de Liberación de las Mujeres en Francia (MLF), fue el
resultado del encuentro entre esos dos procesos. De Simone de
Beauvoir, retuvo la conciencia de desigualdad social entre los sexos
y la definición de las mujeres como “Otro”. Del movimiento del
Mayo del 68, tomó la lucha colectiva y la voluntad de “cambiar la
vida”. Asimismo, adoptó de éste último el estilo espectacular,
provocador, alegre e insolente” (Picq, 70).
Florence
Prudhomme, al referirse al cincuentenario del Mayo francés dice que:
“El 68 fue el terreno fértil en el que germinaron el feminismo, el
orgullo homosexual, la ecología y una solidaridad más humana que
política. Para las mujeres, el movimiento se desarrolló en lucha
por el aborto libre y gratuito, manifestaciones de solidaridad
internacional y de solidaridad con las obreras en lucha en Francia,
presencia en los procesos al lado de las mujeres que habían abortado
o habían sido víctimas de violencias sexuales y también al lado de
las prostitutas en lucha en Lyon en 1975”. (Prudhomme: 3)
El
contexto sociopolítico mexicano
En
la década de los cincuenta, mineros, ferrocarrileros y maestros se
habían levantado en lucha, pero el movimiento estudiantil de 1968
trascendió lo meramente estudiantil y aglutinó el descontento que
existía en distintos sectores de la sociedad, frente a estructuras
de poder ya desgastadas. Las mujeres que participaron en el
movimiento estudiantil de ’68, no lo hicieron como feministas,
incluso hay quienes dicen que se dedicaban a hacer “tareas de
mujeres”, esto es: elaborar comidas; lavar platos y ropa, etc. Sin
embargo, algunas cuentan que también los hombres hacían estas
labores y que ellas también desempeñaban actividades como diseñar
y hacer volantes, reunir a mujeres en asambleas, participar en
mítines, brigadear, esconder compañeros, etc.
La
historiadora Citlali Martínez Cervantes, hija del ilustre poeta
Ramón Martínez Ocaranza, comenta: “la
lucha del 68 fue por lograr las libertades democráticas y contra el
autoritarismo que dominaba todas las esferas de la sociedad: el
gobierno, la escuela y la familia. Dominaba también el machismo. Por
ello las mujeres que participamos, la mayoría se enfrentaron a todas
estas trabas, pero de manera espontánea. Incluso con los mismos
compañeros que, aunque en parte las aceptaban, de repente también
asumían actitudes machistas: querían comisionarlas sólo a tareas
de cocina, limpieza y otras propias de su ‘género’. Ellas fueron
minoría en el CNH”.
Alicia
Sánchez Sandoval, participante del movimiento estudiantil por parte
del IPN, cuenta que: “pocos compañeros cocinaban. Las mamás
llevaban comida y estaban las cafeterías. En la vecindad ella
voteaba y dejaba propaganda. Las mamás se organizaban para llevarles
comida. Tenían parrillas para la noche y calentaban huevos con
chorizo, frijoles, tortillas… Había miedo a la reprimenda de las
mujeres por parte de sus familias si no regresaban a sus casas a
dormir. Las tareas eran repartidas a todos los niveles. Ellas también
iban a las brigadas. En los mercados las señoras les regalaban
comida, fruta, etc. A pesar del machismo sintió el movimiento con
gran cordialidad, lealtad y fidelidad. Se protegían entre todos.
Ellas “estaban dispuestas a dar la vida por los compañeros, y
actualmente, más”. Una ventanita se abría: a “la cerrazón, lo
rígido, lo tradicional de las familias, se oponían a ciertas
libertades en el movimiento.”
El
68 mexicano permitió a las mujeres darse cuenta de que podían
participar en movimientos políticos –no sin dificultades–, junto
a sus compañeros, y si bien no se trataba de un movimiento
feminista, la participación trastocaba los roles tradicionales de
género. En 1968 en México vivíamos el “desarrollo estabilizador”
en la economía, y su reflejo político en el “Estado de
bienestar”, que era garante y a la vez oponente de las demandas de
la sociedad civil. El Estado mexicano se había vuelto muy
controlador y había perdido hacía tiempo la época del consenso
cardenista. El 68 marca el paso de la política de coerción al de
“negociación”, por parte del gobierno, y el paso de la ausencia
de canales para el descontento, a la organización, por parte de la
oposición.
En
el 68 en México, no había grupos feministas, existía la Unión
Nacional de Mujeres, que se fundó en 1962 pero que en un principio
no era feminista, sino sólo una organización de mujeres; no
obstante, hay que reconocer el gran apoyo que dio al movimiento
estudiantil. Citlali Martínez señala que: “La
participación de las mujeres fue en apoyo al movimiento y llevadas
por la euforia y politización del mismo y de manera inconsciente se
fueron liberando, aunque sin hablar de feminismo. Una de las
conquistas de este movimiento fue precisamente la proliferación de
movimientos conscientemente feministas, en los años posteriores al
68. Muchas compañeras salían de sus casas muy bien vestiditas, como
‘buenas e inocentes señoritas decentes’. Pero ya fuera, sacaban
de sus mochilas sus pantalones de mezclilla, playeras y tenis y se
iban a sus escuelas a imprimir volantes, caricaturas, manifiestos y
se lanzaban a las calles a repartirlos”. (Martínez, 2018)
Si
bien sabemos que participaron muchas mujeres, sobre todo estudiantes
y algunas profesoras, en diversas actividades (picar esténciles,
mimeografiar, gráfica, hacer volantes y volantear, ir a marchas y
mítines, cocinar, etc.), sabemos que sólo algunas destacaron pues
pertenecieron al Consejo Nacional de Huelga, por ejemplo, “La
Nacha”, “La Tita”, ambas de la UNAM, Myrtokledia del IPN, entre
otras pocas conocidas. En realidad, hace falta hacer investigaciones
acerca de muchas mujeres que de alguna forma u otra participaron en
este movimiento, pero que, por no sobresalir como líderes –como sí
lo hicieron los varones– no quedan muchas huellas de éstas. La
ausencia o parquedad de trabajo sobre ellas responde a la
consideración de la academia tradicional (historiadores, sociólogos,
etc.), como ya señalé, de que su paso o su huella en este
movimiento fue secundario y que no vale la pena investigarlo.
Una
actitud común, todavía el día de hoy, es que a las presas se les
visita poco o nada en la cárcel. Cuenta Citlali Martínez que: “en
la Cárcel para mujeres de Santa Martha Acatitla estaban sólo cuatro
detenidas: La Tita, La Nacha, la Lic. Castillejos y otra.
Vivían junto con las presas comunes, sin mucha visita, muy aisladas,
sufriendo las agresiones de los carceleros y de las comunes. Y es
hasta ahora, 50 años después cuando se les está dando un merecido
reconocimiento. Incluso hay una deuda pendiente con la Tita, de la
Facultad de Derecho y una de las pocas mujeres delegadas del
CNH, en cuyas interminables y arrebatadas reuniones ella era la única
que con su fuerte personalidad lograba controlarlos y organizarlos”.
( Martínez, 2018).
Myrtokleia
González Gallardo estudió para licenciada Mecánica industrial en
el Instituto Politécnico Nacional (IPN, gen. 1965-1968). Fue la
única mujer egresada en esos tiempos. Inició su participación en
el movimiento cuando los compañeros le mostraron el pliego
petitorio. Su experiencia el 2 de octubre: ella fue a entregar cajas
de medicinas a Zacatenco. Hubo junta en el ESIME. Dijeron que para el
mitin tenían que ir Marcia Gutiérrez (Odontología) y Myrtokleia
para maestra de ceremonias, y escogieron a Myrtokleia. Terminando el
primer orador, ella vio la luz verde que cayó y otra luz roja y
luego empezó la balacera. Los detuvieron los de guante blanco.
Desfiló por la Cruz Roja, la Procuraduría, los separos de
Tlaxcoaque una semana, después estuvo en el hospital de
Traumatología en Balbuena, internada con vigía las 24 horas. Su
papá era muy estricto y su mamá muy alcahueta. En el movimiento
ella vio la oportunidad de poder estar libre para no regresar a casa
(eran cuatro mujeres), ella era muy rebelde. Maduró y fue más
independiente. Se tituló después de 13 años. A ella sí le pedían
que hiciera la comida. Pero ella quiso estar en la propaganda y la
pusieron en el CNH.
Dice
Sergio del Río (IPN): “el movimiento era una fiesta, era una
juventud alegre, había mucha opresión familiar y religiosa. El
movimiento les dio desfogue de alegría, libres de andar en la calle
pataleando, había solidaridad y unión entre ellos”. Los jóvenes
“rompieron con ciertas tradiciones familiares”. Las asambleas les
provocaban felicidad y libertad. Luis Echeverría Álvarez les dice
“comunistas”. Otra analista señala que “la irreverencia frente
al poder establecido fue la fiesta de la libertad. Al poder
establecido también en las familias. Y ahí está la participación
de las mujeres, antes impensable, y no sólo en las tareas
consideradas mujeriles. Por su antiautoritarismo fue que ese
movimiento resultó tan temido, tan subversivo.” (Garavito, Rosa
Albina, 2018: 42).
Reflexiones
finales
Estas
líneas no pretenden hablar del feminismo de las mujeres que
participaron en el movimiento estudiantil del 68. Es claro que,
hablando con rigor, no eran feministas, y no se autonombran así
ellas mismas, la segunda ola del feminismo vino después.
Durante
el Mayo francés, el cuestionamiento sobre el matrimonio, la familia
y las relaciones amorosas monogámicas tradicionales, así como sobre
los papeles ancestrales asignados a hombres y mujeres, fueron el
caldo de cultivo para el surgimiento del feminismo de los años
setenta. Un feminismo profundo en el sentido de que cuestionaba la
sociedad entera y las relaciones de poder. Un feminismo, además,
influido por las ideas libertarias y marxistas, pero también crítico
de la izquierda tradicional puesto que, sobre todo al interior de los
partidos políticos, se reproducían las relaciones autoritarias
entre los sexos.
Sabemos
de la múltiple presencia empírica de las mujeres mexicanas en el
movimiento estudiantil de 1968; ellas participaron en todas las
actividades de base (brigadeo, asambleas, mítines, marchas, prensa,
mimeografiar, hacer comida, etc.), en los Comités de lucha de
escuelas y facultades, y tan sólo unas de ellas lo hicieron en el
Consejo Nacional de Huelga. Esa presencia empírica devino en
histórica pues, junto con los compañeros, lograron un nuevo estilo
contestatario frente al Estado.
El
68 en México es referente por la nueva forma en que el movimiento
estudiantil se enfrentó al modelo autoritario machista-burgués. Sin
embargo, los seis puntos del pliego petitorio nos hablan de
libertades y de derechos humanos dentro del régimen burgués. Se
pedía democratizar el régimen no se pedía una revolución
comunista como acusó el propio gobierno a los estudiantes. Le
debemos a José Revueltas la idea de retomar el movimiento del 68 con
un propósito radical, anticapitalista, pero no había las
condiciones para tal.
Las
activistas del 68 mexicano no eran feministas conscientes, pero sí
eran feministas por cuanto se enfrentaron al más duro autoritarismo
de una hidra de tres cabezas: contra el estado burgués, contra la
familia tradicional y conservadora y contra la religión.
En
mayor medida, en el Mayo francés, las demandas específicas de las
mujeres fueron pospuestas bajo la idea, más de los varones que de
ellas, de que lo prioritario era la lucha política y social que
estaban dando y que las otras luchas, como las de las mujeres,
podrían ser aplazadas e incluso podrían solucionarse al resolverse
los aspectos de las luchas “prioritarias” de los explotados. Esta
posposición de las luchas y demandas feministas y de otros grupos
sociales, se ha repetido en nuestro país al interior de grupos y
partidos de izquierda.
El
movimiento del 68 fue, entonces, un hito en la historia y empujó al
feminismo moderno cuyos postulados en su mayoría son vigentes,
puesto que ponen el dedo en la llaga de las opresiones de hombres y
mujeres, por razones de género.
Fuentes
consultadas
Rivas
Ontiveros, José René, Los
años 60 en México.
Poniatowska,
Elena,
La noche de Tlatelolco.
Poniatowska,
Elena, Fuerte
es el silencio
(E. Poniatowska).
Díaz
Escoto, Alma Silvia,
Las mujeres en los movimientos estudiantiles de 1968 y de 1999-2000.
Tirado
Villegas, Gloria Arminda, Tras
las huellas del 68. Desde un enfoque de género.
Perrot,
Michelle, Mi
historia
de las mujeres,
F.C.E., México, 2008.
Scott,
Joan Wallach,
Género e historia,
FCE/UACM, México, 2008.
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