domingo, 7 de julio de 2019

Las desapariciones de mujeres en el metro de la Ciudad de México


María Fernanda Arellanes*

Durante el mes de enero de 2019 se registraron 10 mujeres asesinadas por día. Al gobierno de la Cuarta Transformación lo recibían simultáneamente una ola de feminicidios y desapariciones de mujeres en el metro de la Ciudad de México. Esta ola de los mal llamados “secuestros” (pues la intención nunca fue devolver a las chicas a cambio de un rescate) comenzó a tener eco mediático en Facebook y otras redes sociales en donde las víctimas denunciaban públicamente. Hubo quien lanzó la pregunta de si en consecuencia con las acciones tomadas por AMLO para acabar con el huachicoleo, tal serie de crímenes pudiera deberse a un cambio de giro en los negocios ilícitos de las personas que antes vivían del robo de petróleo y ahora estaban buscando solvencia en otras actividades criminales. Cuales fueran las razones, el escándalo que se desató en redes sociales hizo que se reabriera un debate público sobre la desaparición de mujeres y empujó a las “nuevas” autoridades a tomar cartas en el asunto. Este artículo es un breve recuento reflexivo sobre los hechos y la respuesta de las autoridades ante este hecho.

El fenómeno de la desaparición de mujeres es antiguo y doloroso. México se encuentra en guerra desde el año 2007, y en los contextos de guerra las mujeres siempre son daños colaterales, botín y piezas de cambio. Fue en medio de esta militarización llevada a cabo durante el gobierno de Felipe Calderón que las desapariciones de mujeres se incrementaron y normalizaron.

En 2013 me tocó escuchar muchas anécdotas de parte de familiares y compañeras de San Luis Potosí, Guanajuato, Zacatecas, Ciudad Juárez, Matamoros, etc. Una rápida búsqueda en internet despliega cientos de historias periodísticas al respecto.

Estas desapariciones siguen sucediendo hasta la fecha en el Estado de México, el estado más cercano a la Ciudad de México. Varias amigas se han encontrado en esta situación en los últimos cuatro años.

No todas las desapariciones son iguales, ya que se puede hacer una clara diferenciación, por ejemplo, entre las desapariciones políticas y lo que en el contexto mexicano actual se refiere a desapariciones de mujeres, niñas y niños. Durante más de una década el número de personas desaparecidas se ha incrementado exponencialmente, y en el caso de las mujeres, se perfilan como un negocio lucrativo que encubre grandes redes políticas y económicas en el negocio de la trata con fines de explotación sexual y laboral, la prostitución, los vientres de alquiler y la venta de órganos. El aumento exponencial de las desapariciones significa un incremento en las ganancias multimillonarias de estos negocios.

Si bien sabemos que las desapariciones de mujeres no son algo nuevo, es cierto que hay ciertos factores que cambiaron durante esta ola de desapariciones en la Ciudad de México. El primero a destacar es el lugar: el metro. Estamos acostumbradas a la narrativa de que las desapariciones ocurren en calles sin gente, durante la noche y sin testigos, y si bien éste puede ser el caso en muchos estados, aquí los perpetradores eligieron el transporte público más usado de la ciudad, actuar siempre o casi siempre durante el día y frente a docenas de testigos.
Cabe subrayar que irónicamente no hay testimonios de testigos en Facebook ni videos de los secuestros que pudieran haber sido proporcionados por las autoridades aunque es evidente que el sistema de vigilancia del metro tiene estas imágenes.
El cinismo con el que actúan los captores es también de sorprenderse. Buscan víctimas en lugares con una alta concentración de personas, esperan, intentan y si no funciona pueden retirarse e intentarlo de nuevo. Es decir, pareciese que no existe crimen alguno en jalar, golpear, intimidar, mentir, amenazar y tratar de inmovilizar con el fin de desaparecer si el crimen no se consuma. Así lo expresaron las autoridades del metro al declarar que (ignorando las denuncias públicas) no podían actuar ya que no había denuncias “formales”, y cuando las primeras víctimas se atrevieron a jugar el sucio juego de la justicia patriarcal respondieron diciendo que sus denuncias no podían ser procesadas porque a pesar de los jaloneos y el trauma no se había consumado crimen alguno.

En las diversas denuncias está el mismo relato sobre las autoridades que intentan lavarse las manos antes que procurar a las víctimas y donde no existe ni la vaga intención de perseguir a los perpetradores una vez que escapan. De los arrestos, sólo se supo de dos hombres que, en palabras de la procuradora capitalina Ernestina Godoy, ya estaban “plenamente identificados por las víctimas”.

La inacción de las autoridades es claro síntoma de una grave crisis política, de lo poco que importamos las mujeres, de la impunidad, de la maquinaria que mantiene hasta hoy la posibilidad de asesinar a 9 mujeres por día en el país sin consecuencia alguna. Esta confianza para actuar explica el amplio margen de horario y la poca precaución para escoger el lugar donde cometer el crimen.

Otro factor por considerar es el impacto de las denuncias. No hay que olvidar que vivimos en un país muy centralizado, que las mujeres en la Ciudad de México están dispuestas a denunciar públicamente y que sus denuncias son más difundidas. Lo anterior es una buena señal de los cambios políticos, de las campañas feministas emprendidas en los últimos años y de la presión ejercida por el movimiento feminista para hacerse oír ante el gobierno. Después del escándalo desatado en redes y la convocatoria a una amplia marcha feminista el dos de febrero para exigir justicia ante las desapariciones e inmediatas medidas de seguridad para garantizar la vida de las mujeres, el gobierno de la metrópoli convocó la mañana del primero de febrero a una “reunión” con organizaciones civiles, colectivas y diversas autoridades capitalinas para tratar el asunto. A ella acudimos muchas mujeres pensando que al fin podríamos tener un diálogo honesto con las autoridades para presentar nuestras demandas y preocupaciones.

Dicha reunión terminó siendo una manipuladora rueda de prensa que la primera mujer alcaldesa, Claudia Sheinbaum, usó para hacer declaraciones políticas de lo diferente que era su nuevo gobierno, además de anunciar medidas de seguridad como reforzar la vigilancia y poner Ministerios Públicos ambulantes en 5 estaciones de metro, donde se habían registrado casos de secuestros.

También se expuso públicamente a dos víctimas, que creyeron que se reunirían con autoridades y organizaciones pero que acabaron dando su testimonio ante docenas de medios dando su consentimiento momentos antes de iniciada la rueda de prensa. Después, ambas sufrieron un proceso de revictimización al recibir de las autoridades, en vez de una garantía integral de su seguridad, comentarios acusándolas de crear “psicosis” entre la población y de “hablar de más” cuando hacían referencia a los feminicidios o la trata con fines de explotación, además de filtrar datos confidenciales sobre las víctimas e información de sus carpetas de investigación sin su consentimiento.

Los secuestros siguen sin resolverse a cabalidad, y con las autoridades del nuevo gobierno trabajando en nuestra contra, nos encontramos con los problemas de siempre, sin suficiente información. Además del centenar de denuncias que fueron compiladas principalmente por feministas de la ciudad que elaboraron un cuestionario de Google para difundirlo en redes sociales, no sabemos casi nada de estos casos.

Por ahora sólo tenemos muchas especulaciones y pocas certezas. A más de dos meses de los hechos, existen varias hipótesis de por qué el modus operandi de desapariciones en el metro ha disminuido, o al menos eso podemos deducir de la disminución de denuncias en redes sociales. Una es el alto índice de fracasos como ya mencioné, otra son las medidas gubernamentales implementadas: incrementar la vigilancia, el alumbrado y los Ministerios Públicos móviles, otra es la presión del movimiento feminista que tal vez logró frenar con presión social y actuar político una amenaza que afecta a la mayoría de las mujeres en esta ciudad.
Muchas otras especulaciones existen respecto a los motivos de estas desapariciones. El celular de la joven Diana Itzel Cuevas Uribe, a quien su madre dejó a la entrada del metro UAMI la mañana del 11 de enero y que nunca llegó a la escuela, fue localizado por última vez en el municipio de Cadereyta en Nuevo León. María Guadalupe “N” relató por su parte que luego de que la subieran por la fuerza a un carro Chevy negro y tras media hora de tortura psicológica y tocamientos sus agresores la dejaron ir al darse cuenta de que tenía una cicatriz de cesárea, diciendo que “así ya no nos sirve”.

Como sabemos, una de las mayores problemáticas respecto a los feminicidios y las desapariciones es que no tenemos datos confiables de estos crímenes y no existe un seguimiento que de certeza de cuántas mujeres han desaparecido ni el contexto en el que ha sido cometido el crimen. Tampoco tenemos datos certeros de cuántas mujeres son asesinadas en México y si éstos tienen alguna relación. No tener estadísticas representa un problema aún mayor para el Estado cuando se trata de garantizar la seguridad de las mujeres.

Sobre el modus operandi
En muchos medios de comunicación, incluso antes del 2019, este tipo de casos se conoció como secuestros “cálmate mi amor”, aludiendo a la forma en que raptaban a las chicas frente a los ojos de muchos testigos. Una vez que la chica ponía resistencia, el raptor justificaba la negativa de la chica a ir con él, a su mal humor, o a un berrinche con su padre o a una pelea entre novios.
Esto nos abre la oportunidad de reflexionar muy detalladamente sobre por qué la táctica de nombrarse novio o pariente de la víctima con excusas como "está drogada", "está haciendo berrinche", "no se ha tomado sus medicamentos", " está de necia" o "tuvimos una discusión" resulta útil para los secuestradores, siendo una forma creíble de adquirir autoridad, legitimidad y poder sobre las víctimas y frente a testigos de tal crimen.
La poca credibilidad que se les da a las mujeres, lo fácil que es descreditar su salud mental o emocional y la increíble autoridad que un hombre que la nombra de su propiedad puede tener sobre ella, propició que muchas de estas chicas fueran desaparecidas sin que nadie pusiera atención a sus gritos de ayuda.
No sabemos dónde las llevan después de subirlas a los carros o su destino final porque no han atrapado a los responsables, no hay testimonios de testigos que hayan presenciado uno de estos secuestros que sí hayan sido exitosos, no sabemos si quienes se las llevan forman parte de una misma red criminal o si son células independientes, no sabemos si están ligados al crimen organizado o no, ni siquiera podemos saber si el número de desaparecidas es mayor al número de las que lograron escapar o si el método de intentarlo en el metro terminó por no ser rentable debido al alto índice de fracasos.
Finalmente, estamos en una emergencia nacional desde hace años, y urgen medidas drásticas en todo el país para salvaguardar la vida de las mujeres.
No podemos tolerar más la inseguridad a la que nos vemos sometidas, necesitamos de la organización de un movimiento feminista amplio que responda con acciones masivas y concretas ante las políticas feminicidas, que ponga al centro nuestras vidas. Esa es, en mi opinión, la esperanza política donde tenemos las mejores posibilidades de mantenernos vivas.

*Feminista, integrante de la Comisión de Trabajo Feminista del Partido Revolucionario de las y los Trabajadores (PRT), e integrante del Colectivo Feminista Voces de Lilith.

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