Introducción
El crecimiento
económico ha sido documentado por los organismos internacionales,
cuantificado y aplaudido como un beneficio de la globalización
económica, así como de las reformas neoliberales llevadas a cabo en
los últimos 30 años. Por ejemplo, en términos de cifras, el
Producto Interno Bruto (PIB) global aumentó de 30 mil billones de
dólares a 80 mil billones entre 1990 y 2017 (Banco Mundial, 2017).
Sin embargo,
la distribución del crecimiento ha sido desigual, los resultados del
modelo neoliberal capitalista han generado ganadores y perdedores, en
ese sentido, los estudios de Oxfam reflejan que desde 2015, el 1% de
la población mundial posee más riqueza que el resto de las
personas, mientras los ingresos del 10% más pobre han aumentado en
menos de 3 dólares desde 1988 y 2011 (Oxfam, 2018).
Comparar ambas
caras del modelo económico refleja que si bien el crecimiento es una
realidad, este no ha implicado en una mejora del ingreso de la gran
mayoría de la población. La desigualdad económica es un hecho
concreto que pone en tela de juicio el rumbo y la toma de decisiones
emprendidas bajo el velo de la globalización económica en las
últimas décadas.
En el mismo
sentido, incluso la Organización para el Comercio y el Desarrollo
Económico (OCDE), señala que el aumento de la desigualdad reflejada
en el incremento del Índice de Gini en las últimas décadas pone en
entredicho las políticas económicas para el crecimiento (OECD,
2014). Los estudios de la desigualdad económica se realizan a través
de comparar rangos de ingresos ya sea en deciles o quintiles
poblaciones, ante la abrumante concentración del ingreso y de la
riqueza en los niveles más altos, ya sea a partir del sexto decil o
del tercer quintil1,
cabe preguntarnos ¿cómo se resuelve la vida cotidiana en
condiciones de pobreza acentuadas por la desigualdad de la
actualidad?
El modelo
económico neoliberal se implementó a través de las famosas
reformas estructurales a partir de la década los 70, estas
permitieron desregular el comercio, abrir los flujos de capital,
eliminar las barreras a la inversión extranjera directa e iniciar un
proceso de desmantelamiento de los Estados de Bienestar que proveían
servicios más o menos integrales de seguridad social, dependiendo
del país. Dichas condiciones son las que sentaron las bases para que
el crecimiento económico se concentrase en tan pocas manos,
precarizando la calidad del trabajo y el poder adquisitivo del
ingreso, así como eliminando servicios de cuidado a la salud,
pensiones, guarderías y apoyo a los adultos mayores antes provistos
por el Estado.
En ese
contexto, se ha venido reestructurando con el pasó de las décadas,
las estrategias de subsistencia dentro de los hogares, poniendo en
tensión los arreglos clásicos a través de los cuales se resolvía
la vida cotidiana. En la actualidad hablar de hombre-proveedor y
mujer-ama de casa es cada vez menos común, el rol de las mujeres
como proveedoras se ha masificado, sin embargo, no el rol de los
hombres como cuidadores. Desde una lente feminista, se puede observar
que la ampliación del rol de las mujeres como proveedoras, mientras
se mantiene su participación como madres y cuidadoras, en muchos
estratos de la población no ha sido un proceso de empoderamiento,
sino de solventar la vida ante el aumento de las necesidades a cubrir
en las familias, así como la incapacidad de un solo salario para
proveer suficiente ingreso.
Por lo tanto,
los roles de género en el contexto de precarización y
desmantelamiento de servicios públicos, han fungido como palanca
para cargar de manera desequilibrada la responsabilidad de sostener
la vida, en donde las mujeres, además atravesadas por la edad, el
grado de urbanización y la etnicidad, son quienes protagonizan las
estrategias para resolver la subsistencia.
Las mujeres
ante la desigualdad económica
Un aporte
fundamental que ha permitido visibilizar cómo se sostiene la
reproducción de la vida a pesar de la precarización del ingreso es
el de la Economía Feminista que señala que, dadas las relaciones de
poder de género, son las mujeres y entre ellas, las migrantes,
indígenas y las más pobres quienes realizan la mayor parte del
trabajo –remunerado y no remunerado– que se requiere para
reproducir la vida en la cotidianeidad.
Los estudios
de género nos permiten explicar cómo las identidades de género se
trasladan a un sistema de organización social de satisfacción de
necesidades humanas. Gayle Rubin señala que existe un sistema
sexo-género
que establece relaciones entre mujeres y hombres que se trasladan a
formas de organización social que no son naturales, sino que han
sido construidas a través de la historia.
Ahondando en
ello, Silvia Federici señala que el trabajo de reproducir la vida
humana que satisface las necesidades no es una actividad libre, sino
que está atada a la supervivencia, y a una división sexual del
trabajo que coloca y asigna a las mujeres la realización de la mayor
parte del trabajo doméstico y de cuidado (2012).
Más allá de
lo anterior, en la actualidad, se observa que las mujeres ya no sólo
nos hacemos cargo del cuidado y del trabajo doméstico no remunerado,
sino que hemos pasado por un proceso de doble socialización en el
que nos hemos insertado al trabajo remunerado, ya sea por decisión
propia o dentro de dinámicas de supervivencia; sin embargo, la
organización del cuidado no ha cambiado y seguimos siendo las
mujeres las que de manera desproporcional lo llevamos acabo. A dicho
fenómeno se le conoce como la Sostenibilidad
de la Vida, entendida
como la dinámica de relaciones económicas y de poder a través de
las cuales las sociedades garantizan la satisfacción de sus
necesidades, recordando que éstas no son sólo de bienes y
servicios, sino también relaciones, afectivas y de cuidado (Pérez,
2004).
La
Sostenibilidad de la Vida abre la reproducción de la vida al
difuminar la división entre los frentes remunerados y no remunerados
a travesados por las relaciones entre mujeres y hombres que
sobrecargan el peso de la subsistencia de manera desigual. En el
contexto actual de precarización, Saskia Sassen señala que se ha
pasado a una feminización
de la supervivencia,
explica que se han generado modos alternativos de subsistencia
encabezados por las mujeres que se insertan en la dinámica
migratoria, los trabajos flexibles, la prostitución forzada, el
trabajo informal y la agricultura de subsistencia; mientras ellas
siguen resolviendo en sus casas la gran mayoría del trabajo
doméstico (Sassen, 2003).
Esto se puede
observar en datos estadísticos, por ejemplo “el
49,1% de las mujeres trabajadoras del mundo en 2014 se encontraba en
situación de empleo vulnerable, a menudo sin protección de las
leyes laborales, frente al 46,9 por ciento de los hombres”
(OIT,
2014).
De igual
manera, las mujeres solemos estar en las categorías ocupacionales
más bajas, donde ganamos menos y tenemos menos prestaciones; sumado
a que existe una brecha salarial entre hombres y mujeres a nivel
mundial que está estimada en un promedio de 23%, la cual aumenta con
la maternidad y el matrimonio en donde alcanza una diferencia de
entre el 35 y 50% dependiendo de la región (ECOSOC, 2017).
La situación
de empleo vulnerable, informalidad, baja remuneración y estatus
migratorio de las mujeres se agrega a las responsabilidades de
cuidado y trabajo doméstico no remunerado; las mujeres dedicamos
entre 1 y 3 horas más que los hombres a las labores domésticas al
día, entre 2 y 10 veces más de tiempo diario para la prestación de
cuidados y entre 1 y 4 horas diarias menos a las actividades de
mercado remuneradas (ONU Mujeres, 2018).
Fuera del
sector minoritario de mujeres que nos hemos beneficiado de la
apertura de la profesionalización femenina, la educación superior y
una ampliación de nuestros roles de género; en general, las mujeres
nos hemos insertado al trabajo como estrategia de subsistencia ante
la caída de servicios sociales, el aumento del desempleo masculino y
la caída de la capacidad adquisitiva de los salarios. Al estudiar la
desigualdad desde la experiencia de las mujeres bajo una lente que
permite visibilizar las características de su inserción al trabajo
remunerado y su continuo protagonismo en el cuidado y el trabajo
doméstico, es que se muestra que cuando el ingreso no es suficiente
y, además existe una carencia de servicios públicos, la
subsistencia se asegura a través de cadenas feminizadas en la
economía informal y no monetizada.
Las
estadísticas me permiten dar un panorama general sobre cómo la
feminización
de la supervivencia es
un fenómeno observable y cuantificable en el contexto de la
globalización económica actual, lo que nos da pauta para entender
cómo se satisfacen las necesidades humanas ante la retirada del
Estado y la concentración del ingreso en tan pocas manos.
Sostener la
vida hoy en día se enmarca en el contexto mundial de desigualdad
económica, las dinámicas complejas de integración de la
globalización, así como su interrelación con el sistema
sexo-género que se ha transformado con el neoliberalismo. Lo que
pone en evidencia cómo las identidades de género se trasladan a una
organización social de satisfacción de necesidades que esta marcada
por grandes disparidades del ingreso y que está siendo solventada
por las mujeres, lo que profundiza aún más la desigualdad.
Reconocer el
papel de las mujeres en la acumulación de la riqueza permite dar
cuenta del enfoque de Cristina Carrasco cuando señala que el rol de
las mujeres en la sostenibilidad de la vida nos habla de “una mano
invisible mucho más poderosa que la de Adam Smith que hace posible
que se reproduzca la vida cotidiana y, generacionalmente, sirve como
factor de equilibrio de los fallos del mercado” (Carrasco, 2003).
Las
manos invisibles que sostienen la vida a pesar de la desigualdad
económica creciente son las de millones de mujeres que resuelven la
subsistencia.
Consideraciones
finales
Al estudiar la
desigualdad económica se visibilizan los grandes grupos humanos de
perdedores de la integración económica globalizada, ahora, al
integrar el análisis de las relaciones de género se puede observar
que somos las mujeres quienes, a través de incontables horas de
trabajo remunerado y no remunerado, hacemos posible que la vida
continúe a flote cuando el ingreso es insuficiente.
La
feminización
de la supervivencia nos
ofrece una mirada integral sobre las redes de sostenibilidad de la
vida en los estratos más bajos de ingreso en el que las mujeres dada
su condición de género, raza, país de origen y edad somos las
protagonistas de los circuitos informales y vulnerables de la
economía que nos permiten satisfacer las necesidades (materiales,
relacionales y afectivas) de nuestras familias.
Son aquellas
mujeres quienes sostienen la vida, son vidas humanas y millones de
horas de trabajo anuales las que fungen como factor de equilibrio de
un proyecto de acumulación de capital para unos cuantos que de otro
modo no se sostendría, tan sólo por que la fuerza de trabajo no
tendría la capacidad para su reproducción diaria y generacional que
es asegurada por las mujeres en la cotidianeidad.
Ahondar en la
desigualdad económica desde la Economía Feminista tiene como
pretensión nombrar la experiencia de las mujeres en la precariedad
para, entonces, construir formas distintas de hacer economía, de
hacer política y de organizarnos como sociedad para satisfacer las
necesidades humanas a través de manos visibles, que sean las de
todas y todos, para redistribuir el ingreso y las responsabilidades
no remuneradas de sostener la vida humana.
* Feminista.
Doctorante en Estudios del Desarrollo Global, Universidad Autónoma
de Baja California, México.
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Madrid: Traficantes de sueños.
1
Decil: medida para clasificar a las familias según su nivel de
ingresos, antes se utilizaba también el término quintil (nota de
la edición).
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