domingo, 7 de julio de 2019

Las manos invisibles que sostienen la vida ante la desigualdad

Stefania Tapia Marchina*

 
Introducción
El crecimiento económico ha sido documentado por los organismos internacionales, cuantificado y aplaudido como un beneficio de la globalización económica, así como de las reformas neoliberales llevadas a cabo en los últimos 30 años. Por ejemplo, en términos de cifras, el Producto Interno Bruto (PIB) global aumentó de 30 mil billones de dólares a 80 mil billones entre 1990 y 2017 (Banco Mundial, 2017).
Sin embargo, la distribución del crecimiento ha sido desigual, los resultados del modelo neoliberal capitalista han generado ganadores y perdedores, en ese sentido, los estudios de Oxfam reflejan que desde 2015, el 1% de la población mundial posee más riqueza que el resto de las personas, mientras los ingresos del 10% más pobre han aumentado en menos de 3 dólares desde 1988 y 2011 (Oxfam, 2018).
Comparar ambas caras del modelo económico refleja que si bien el crecimiento es una realidad, este no ha implicado en una mejora del ingreso de la gran mayoría de la población. La desigualdad económica es un hecho concreto que pone en tela de juicio el rumbo y la toma de decisiones emprendidas bajo el velo de la globalización económica en las últimas décadas.
En el mismo sentido, incluso la Organización para el Comercio y el Desarrollo Económico (OCDE), señala que el aumento de la desigualdad reflejada en el incremento del Índice de Gini en las últimas décadas pone en entredicho las políticas económicas para el crecimiento (OECD, 2014). Los estudios de la desigualdad económica se realizan a través de comparar rangos de ingresos ya sea en deciles o quintiles poblaciones, ante la abrumante concentración del ingreso y de la riqueza en los niveles más altos, ya sea a partir del sexto decil o del tercer quintil1, cabe preguntarnos ¿cómo se resuelve la vida cotidiana en condiciones de pobreza acentuadas por la desigualdad de la actualidad?

El modelo económico neoliberal se implementó a través de las famosas reformas estructurales a partir de la década los 70, estas permitieron desregular el comercio, abrir los flujos de capital, eliminar las barreras a la inversión extranjera directa e iniciar un proceso de desmantelamiento de los Estados de Bienestar que proveían servicios más o menos integrales de seguridad social, dependiendo del país. Dichas condiciones son las que sentaron las bases para que el crecimiento económico se concentrase en tan pocas manos, precarizando la calidad del trabajo y el poder adquisitivo del ingreso, así como eliminando servicios de cuidado a la salud, pensiones, guarderías y apoyo a los adultos mayores antes provistos por el Estado.
En ese contexto, se ha venido reestructurando con el pasó de las décadas, las estrategias de subsistencia dentro de los hogares, poniendo en tensión los arreglos clásicos a través de los cuales se resolvía la vida cotidiana. En la actualidad hablar de hombre-proveedor y mujer-ama de casa es cada vez menos común, el rol de las mujeres como proveedoras se ha masificado, sin embargo, no el rol de los hombres como cuidadores. Desde una lente feminista, se puede observar que la ampliación del rol de las mujeres como proveedoras, mientras se mantiene su participación como madres y cuidadoras, en muchos estratos de la población no ha sido un proceso de empoderamiento, sino de solventar la vida ante el aumento de las necesidades a cubrir en las familias, así como la incapacidad de un solo salario para proveer suficiente ingreso.
Por lo tanto, los roles de género en el contexto de precarización y desmantelamiento de servicios públicos, han fungido como palanca para cargar de manera desequilibrada la responsabilidad de sostener la vida, en donde las mujeres, además atravesadas por la edad, el grado de urbanización y la etnicidad, son quienes protagonizan las estrategias para resolver la subsistencia.

Las mujeres ante la desigualdad económica
Un aporte fundamental que ha permitido visibilizar cómo se sostiene la reproducción de la vida a pesar de la precarización del ingreso es el de la Economía Feminista que señala que, dadas las relaciones de poder de género, son las mujeres y entre ellas, las migrantes, indígenas y las más pobres quienes realizan la mayor parte del trabajo –remunerado y no remunerado– que se requiere para reproducir la vida en la cotidianeidad.
Los estudios de género nos permiten explicar cómo las identidades de género se trasladan a un sistema de organización social de satisfacción de necesidades humanas. Gayle Rubin señala que existe un sistema sexo-género que establece relaciones entre mujeres y hombres que se trasladan a formas de organización social que no son naturales, sino que han sido construidas a través de la historia.
Ahondando en ello, Silvia Federici señala que el trabajo de reproducir la vida humana que satisface las necesidades no es una actividad libre, sino que está atada a la supervivencia, y a una división sexual del trabajo que coloca y asigna a las mujeres la realización de la mayor parte del trabajo doméstico y de cuidado (2012).
Más allá de lo anterior, en la actualidad, se observa que las mujeres ya no sólo nos hacemos cargo del cuidado y del trabajo doméstico no remunerado, sino que hemos pasado por un proceso de doble socialización en el que nos hemos insertado al trabajo remunerado, ya sea por decisión propia o dentro de dinámicas de supervivencia; sin embargo, la organización del cuidado no ha cambiado y seguimos siendo las mujeres las que de manera desproporcional lo llevamos acabo. A dicho fenómeno se le conoce como la Sostenibilidad de la Vida, entendida como la dinámica de relaciones económicas y de poder a través de las cuales las sociedades garantizan la satisfacción de sus necesidades, recordando que éstas no son sólo de bienes y servicios, sino también relaciones, afectivas y de cuidado (Pérez, 2004).
La Sostenibilidad de la Vida abre la reproducción de la vida al difuminar la división entre los frentes remunerados y no remunerados a travesados por las relaciones entre mujeres y hombres que sobrecargan el peso de la subsistencia de manera desigual. En el contexto actual de precarización, Saskia Sassen señala que se ha pasado a una feminización de la supervivencia, explica que se han generado modos alternativos de subsistencia encabezados por las mujeres que se insertan en la dinámica migratoria, los trabajos flexibles, la prostitución forzada, el trabajo informal y la agricultura de subsistencia; mientras ellas siguen resolviendo en sus casas la gran mayoría del trabajo doméstico (Sassen, 2003).
Esto se puede observar en datos estadísticos, por ejemplo “el 49,1% de las mujeres trabajadoras del mundo en 2014 se encontraba en situación de empleo vulnerable, a menudo sin protección de las leyes laborales, frente al 46,9 por ciento de los hombres” (OIT, 2014).
De igual manera, las mujeres solemos estar en las categorías ocupacionales más bajas, donde ganamos menos y tenemos menos prestaciones; sumado a que existe una brecha salarial entre hombres y mujeres a nivel mundial que está estimada en un promedio de 23%, la cual aumenta con la maternidad y el matrimonio en donde alcanza una diferencia de entre el 35 y 50% dependiendo de la región (ECOSOC, 2017).
La situación de empleo vulnerable, informalidad, baja remuneración y estatus migratorio de las mujeres se agrega a las responsabilidades de cuidado y trabajo doméstico no remunerado; las mujeres dedicamos entre 1 y 3 horas más que los hombres a las labores domésticas al día, entre 2 y 10 veces más de tiempo diario para la prestación de cuidados y entre 1 y 4 horas diarias menos a las actividades de mercado remuneradas (ONU Mujeres, 2018).
Fuera del sector minoritario de mujeres que nos hemos beneficiado de la apertura de la profesionalización femenina, la educación superior y una ampliación de nuestros roles de género; en general, las mujeres nos hemos insertado al trabajo como estrategia de subsistencia ante la caída de servicios sociales, el aumento del desempleo masculino y la caída de la capacidad adquisitiva de los salarios. Al estudiar la desigualdad desde la experiencia de las mujeres bajo una lente que permite visibilizar las características de su inserción al trabajo remunerado y su continuo protagonismo en el cuidado y el trabajo doméstico, es que se muestra que cuando el ingreso no es suficiente y, además existe una carencia de servicios públicos, la subsistencia se asegura a través de cadenas feminizadas en la economía informal y no monetizada.
Las estadísticas me permiten dar un panorama general sobre cómo la feminización de la supervivencia es un fenómeno observable y cuantificable en el contexto de la globalización económica actual, lo que nos da pauta para entender cómo se satisfacen las necesidades humanas ante la retirada del Estado y la concentración del ingreso en tan pocas manos.
Sostener la vida hoy en día se enmarca en el contexto mundial de desigualdad económica, las dinámicas complejas de integración de la globalización, así como su interrelación con el sistema sexo-género que se ha transformado con el neoliberalismo. Lo que pone en evidencia cómo las identidades de género se trasladan a una organización social de satisfacción de necesidades que esta marcada por grandes disparidades del ingreso y que está siendo solventada por las mujeres, lo que profundiza aún más la desigualdad.
Reconocer el papel de las mujeres en la acumulación de la riqueza permite dar cuenta del enfoque de Cristina Carrasco cuando señala que el rol de las mujeres en la sostenibilidad de la vida nos habla de “una mano invisible mucho más poderosa que la de Adam Smith que hace posible que se reproduzca la vida cotidiana y, generacionalmente, sirve como factor de equilibrio de los fallos del mercado” (Carrasco, 2003). Las manos invisibles que sostienen la vida a pesar de la desigualdad económica creciente son las de millones de mujeres que resuelven la subsistencia.

Consideraciones finales
Al estudiar la desigualdad económica se visibilizan los grandes grupos humanos de perdedores de la integración económica globalizada, ahora, al integrar el análisis de las relaciones de género se puede observar que somos las mujeres quienes, a través de incontables horas de trabajo remunerado y no remunerado, hacemos posible que la vida continúe a flote cuando el ingreso es insuficiente.
La feminización de la supervivencia nos ofrece una mirada integral sobre las redes de sostenibilidad de la vida en los estratos más bajos de ingreso en el que las mujeres dada su condición de género, raza, país de origen y edad somos las protagonistas de los circuitos informales y vulnerables de la economía que nos permiten satisfacer las necesidades (materiales, relacionales y afectivas) de nuestras familias.
Son aquellas mujeres quienes sostienen la vida, son vidas humanas y millones de horas de trabajo anuales las que fungen como factor de equilibrio de un proyecto de acumulación de capital para unos cuantos que de otro modo no se sostendría, tan sólo por que la fuerza de trabajo no tendría la capacidad para su reproducción diaria y generacional que es asegurada por las mujeres en la cotidianeidad.
Ahondar en la desigualdad económica desde la Economía Feminista tiene como pretensión nombrar la experiencia de las mujeres en la precariedad para, entonces, construir formas distintas de hacer economía, de hacer política y de organizarnos como sociedad para satisfacer las necesidades humanas a través de manos visibles, que sean las de todas y todos, para redistribuir el ingreso y las responsabilidades no remuneradas de sostener la vida humana.

* Feminista. Doctorante en Estudios del Desarrollo Global, Universidad Autónoma de Baja California, México.
Lista de Referencias

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1 Decil: medida para clasificar a las familias según su nivel de ingresos, antes se utilizaba también el término quintil (nota de la edición).

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