Anaïs Abreu D'Argence*
Creer: (Del lat. credĕre).
Tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está
comprobado o demostrado. (RAE)
Durante esta etapa de denuncias del movimiento
#MeToo, hemos escuchado o leído miles de veces: ¿Será cierto?
¿Quién es esta mujer que denuncia? ¿Es creíble? ¿Será que
_______ es un acosador o más bien es que ________es una ardida? Todo
el tiempo se está cuestionando si esa denuncia es o no es La Verdad.
Parecería que a quien estamos cuestionando es a
La Verdad, ¿cierto? Pero no es así, sabemos que vivimos en un mundo
dirigido por un sistema heteropatriarcal extremadamente violento
hacia las mujeres. Sabemos que La Verdad es que la cifra de mujeres
asesinadas, violadas o maltratadas es aterradora (sólo es necesario
abrir cualquier periódico para desatar el pánico de ser mujer en
pleno 2019). Sabemos que La Verdad es tan impactante que tal vez ha
sido más fácil, incluso para nosotras las mujeres feministas, mirar
ese sistema como una plaga que poco tiene que ver con nuestro
espacio: ese que nos ha costado dos ovarios construir. Es decir, que
aunque el foco parece estar en La Verdad, lo que se empieza a
iluminar es aquel recóndito espacio que hemos escondido muy en lo
profundo todas, todos nosotras, nosotros. Lo que se ilumina de pronto
es El Silencio. Es decir la violencia: La Verdad sobre esa violencia,
ya pasó, ya se ejerció; lo importante en este momento de denuncias
es el ruido de un mar que no cesa. Cuando sabemos que un abusador se
llama Fulano, sabemos que también se llama Papá o Tío borracho, o
Primo, o Hermano; incluso sabemos que Fulana, o Mamá, o Abuela, o
Nosotras Mismas, hemos guardado demasiados secretos. Hemos
“confundido”, “borrado”, “olvidado” partes dolorosas,
capítulos enteros que fueron “extraídos” por casualidad.
Podríamos decir, en nombre de esa Verdad que tanto les importa a
unos más que a otras, que sí, en muchos casos, hemos protegido al
agresor. ¿Por qué? ¿Por tontas? ¡Por supuesto que no! Dejemos de
creer esa chatarra tan alimentada por un sistema misógino que quiere
vernos siempre miserables. Lo hicimos muchas veces por sobrevivencia,
otras veces porque fue lo que aprendimos desde niñas, y, por
complicado que resulte comprender, también lo hicimos por amor: amor
no-sano, pero amor al fin de cuentas. Comprender lo anterior, desde
mi punto de vista, ha sido lo más entrañable del movimiento: nos
reconocemos unas en otras. Nos permitimos mirar nuestras historias
completas, dejamos de “editarlas”.
A estas alturas del partido sabemos que hemos
amado a seres humanos violentos, que hemos amado a golpeadores, a
abusadores sexuales, tal vez a violadores... ¿Qué vamos a hacer con
eso? ¿Nos vamos a recriminar como siempre? ¡No, por favor! Vamos a
seguir lanzando las piedras. Y no con la intención de que le caigan
a un hombre (onvre), sino por el puro placer de quitarnos al fin ese
peso de encima. Porque estamos comprendiendo a un nivel práctico esa
teoría que hemos estudiado por tanto tiempo: lo que implica nuestro
silencio. Así, explicado con animalitos. El movimiento #MeToo parece
decir: “Vamos a sacarnos esas piedras. Y con todo lo que juntemos
vamos a construir el universo que queremos porque éste simplemente
ya no nos funciona”.
¿Quién nos va a creer? ¿El sistema
heteropatriarcal, disfrazado de hombre o mujer, que nos ha
maltratado, violentado, silenciado durante tanto tiempo? ¿Quién nos
va a creer? Cambio la pregunta: ¿Al fin nos vamos a creer? ¿Al fin
vamos a creer en nosotras mismas?
Si algo ha salido a la luz en las críticas que se
le hacen al movimiento #MeToo, es que las feministas definitivamente
ya no cabemos (desde hace muy buen rato) en un mundo heteropatriarcal
de estructuras tan rígidas. Que acudir al Sistema Judicial, al
contrario de lo que exigen muchas personas, no es una opción real,
debido a la complejidad de esos mecanismos de violencia. ¿Cuántos
casos denunciados tienen un verdadero juicio? ¿Cuántas veces se
hace realmente justicia? Incluso hay preguntas más difíciles de
responder: ¿Cómo se prueba o se comprueba el acoso si no hay
testigos, testigas, o evidencia? Pero las y los testigos o la
evidencia no son necesarios para una misma cuando sabe que ha sido
violentada. ¿Por qué el mundo insiste en pedirnos que nos
desgajemos el cerebro para conseguir por algún lado las “pruebas”
de que ese otro nos dañó?
No, en verdad queda claro que las mujeres
feministas ya no cabemos en esa estructura, pero también queda claro
que no nos toca a nosotras ajustarnos y reducirnos para caber, sino
que le toca al sistema expandirse. No hay otro camino. Eso es, a mi
juicio, lo que ciertas personas no quieren creer:
que el mundo está dando un giro mucho más allá de un sistema
retrógrado y muy poco funcional “de justicia”.
La víctima, de la única manera en la que
podíamos concebirla, estaba estrechamente vinculada con lo
vulnerable y nunca con un(A) sujeto(A) activo(A). Por lo anterior,
parece que esto del #MeToo tiene muy desconcertado a un sistema que
ha victimizado y super vulnerado a las mujeres. En la RAE (en su
versión en línea) vienen dos definiciones de la palabra vulnerar.
1) Dañar, perjudicar, deteriorar, menoscabar. 2) Quebrantar o
trasgredir una ley o norma. Me parece que no encuentro mejor manera
de explicar dos puntos que me interesan muchísimo: primero, la falta
que nos hace actualizar al lenguaje y nuestra manera de nombrar al
mundo (o por qué no, a la mundA); la segunda, a qué intereses
responde lo anterior. Es decir, según la definición “ir en contra
de una norma establecida” es equivalente a “dañar”. Entonces
las feministas que vamos en contra de un sistema heteropatriarcal
capitalista (que es la norma), estamos dañando al mundo. Si de eso
es de lo que se nos acusa, posiblemente sí lo estemos haciendo.
Porque sin duda alguna estamos dejando atrás nuestra vulnerabilidad
para ejercer nuestro poder; lo estamos haciendo por medio de la
palabra; de nombrar todo lo invisible, que es algo muy cercano a
renacer.
Le guste o no le guste, el universo, o la
universalidad (para ponerlo en femenino) está en un proceso de
cambio: de justicia, me gustaría pensar. Una justicia que no cupo en
el terreno de lo íntimo, o que no quisimos que sólo afectara ya a
ese terreno. Se pasó al bando de las redes sociales (lo
archipúblico) o, como se dice vulgarmente: los trapos ya no los
lavamos –las mujeres– en casa. Me gustaría citar aquí una frase
de Judith Butler: “Ser un(a) individuo(a) implica estar en
el tiempo, negar la continuidad
temporal de la experiencia es negar la propia estructura de uno(a)
mismo(a)” Entonces, ¿evolucionamos o no evolucionamos? ¿Entendemos
que el sistema de justicia se ha quedado muy corto o no lo
entendemos? ¿Entendemos hasta dónde llega la complejidad e
importancia del #MeToo o no lo entendemos? No se trata de “tomar
venganza”, se trata de avanzar. No se trata de La Verdad, sino de
dejar de mirar el mundo sin tantas ediciones para hacerlo más
digerible (¿Más digerible para quién? ¿Para el sistema? Para
nosotras hace muchísimo que no lo es.)
Por supuesto que en este ruido tan intenso del mar
hay denuncias falsas, tal vez incluso algunas hechas por hombres (u
onvres). Habrá pequeñas o grandes mentiras, por más que se trate
de filtrar la información. Pero, sin duda alguna, habrá muchas más
verdades, mucha más luz, mucha más voz auténtica, y para eso
estaremos aquí muchísimas mujeres: para “tener por cierto algo
que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o
demostrado”... Una y otra vez. Y las veces que sean necesarias.
*Poeta, editora, escritora y artista del libro.
Fundadora del proyecto de edición contemporánea La dïéresis.
Becaria de la Fundación para las Letras Modernas y el Fonca.
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