María-Milagros Rivera Garretas*
Calpe, 28 de octubre de 2016
El viernes pasado, en el noveno piso de una casa de la
Avenida Europea de Calpe (Alicante), un hombre belga de 75 años asesinó a
golpes a su mujer, de la misma edad y país. Después, él se precipitó en el
vacío tirándose por la ventana.
¿Cuál era su
vacío? El del alma de un hombre que se queda sin presa, sin objeto de dominio,
sin mujer a la que maltratar por dominar. Por eso el marido maltratador no se suicidó
antes ni tampoco se marchó. No podía vivir sin dominar, no podía vivir consigo
mismo. Su sí mismo se le presentó después de matar, y no pudo con él. No solo
porque fuera monstruoso sino porque era banal. El dominio lo inflaba. Se enamoraría
en su día de una mujer grande y no pudo soportar su grandeza. No pudo ni
reconocerle autoridad ni adorarla. De modo que se aplicó en destruirla. Y ella
no se dejó. Otras se dejan, nos dejamos, confiando en un cambio que pocas veces
llega, y sobreviven o sucumben por el camino.
Aunque suene raro
a primera vista, la violencia masculina contra las mujeres puede ser prueba de
grandeza femenina. Porque cuando se recurre a tanta violencia es porque algo
grande o muy grande se tiene delante. Y no se puede soportar. Los maltratadores
no dicen por qué no pueden soportar la grandeza femenina. Se quedan enganchados
en su destrucción.
Si no se tiene en
cuenta esto, se dicen cosas bienpensantes pero equivocadas sobre la violencia
contra las mujeres. Por ejemplo, que es una lacra social, o que es consecuencia
(aunque, si acaso, sería más bien la causa) de una cultura machista. Pero el
machismo no es ni siquiera cultura y, si algún atisbo de cultura tiene, es de
una cultura sexuada en masculino, no de cultura. Y la sociedad no mata ni maltrata
a las mujeres: las maltratan y las matan siempre hombres concretos, aunque
cueste decirlo.
También a mí me ha
costado decirlo. Porque temía contribuir a provocar más violencia en los
hombres. Pero hablando de esto hace unos días en Ciudad de México, al terminar
el encuentro “Entre – teniéndonos. Foro-debate entre feministas para llegar al
2030”, una mujer me dio la respuesta diciéndome: en mi grupo de ayuda a mujeres
maltratadas lo que hemos hecho últimamente ha sido actuar contra los hombres
violentos, uno por uno, documentando con mucha precisión su currículum y
llevándolo a los medios de comunicación y a los juzgados; así hemos conseguido lo
que buscábamos, que es que la gente sepa quiénes son realmente y que sean
condenados; no lo habríamos conseguido acusando a los hombres en general; se
habrían puesto todos en contra.
Es así como
actuamos las feministas del último tercio del siglo XX. Actuamos en concreto,
con el hombre o los hombres que teníamos más cerca, no haciendo del hombre que
amábamos un patriarca, o echándolo de casa o abandonándolo si pretendía
convertirse en uno a pesar de todo. Así trajimos al mundo el final del
patriarcado.
Hoy se dice que la
violencia pospatriarcal es más grande que la patriarcal. Es posible, porque los
hombres se han quedado sin ley. Pero no desaparecerá usando armas más grandes.
No desaparecerá apelando a la sociedad, al cambio cultural, al derecho o al
Estado. Desaparecerá, como el patriarcado, si cada mujer se pone a ello
personalmente, no tolerando violencia masculina alguna y no esperando que el hombre
le dé ni independencia simbólica ni sentido del ser. A una mujer, la
independencia simbólica y el sentido del ser se lo dará, si se lo da, la
relación con lo otro que es mujer. Porque es la mujer la que conoce de primera
mano la grandeza femenina.
*Historiadora española, una de las fundadoras de la
revista Duoda y del Centro de Investigación de las Mujeres de la Universidad de
Barcelona.
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