M. Julia Pérez Cervera*
La
política, como la conocemos, tiene una marca
indeleble:
la del patriarcado.
Las mujeres en todo el mundo, desde
hace siglos, intentan cambiar el carácter y la forma en que se ha venido ejerciendo
esa política. Han sido miles de batallas las que se han librado para que se
fuera abandonando la impronta patriarcal, desde múltiples frentes, desde
infinitas barreras; todas las que el sistema patriarcal fue construyendo y
cimentando para establecerse como único sistema posible como eje y centro sobre
el cual, el mundo debe girar y desde donde se establecen límites, fronteras,
aduanas, precios, mandatos, dirigencias, instancias, funciones, objetivos, posibilidades
y probabilidades, pensamientos, valores, mecanismos de control, reglamentos,
derechos y formas de ejercer esos derechos.
Cada una de
esas batallas se ha perdido. Esa guerra hay que darla por terminada.
Y no, no es
por cansancio, porque muchas mujeres seguimos construyendo relaciones
distintas, pensamientos autónomos, propuestas de libertad, formas de trabajo
entre mujeres con salarios diferentes e incluso sin más remuneración que el de
la satisfacción personal, propuestas de vida, herramientas de crecimiento
colectivo, pero desde otro lugar. No más desde la súplica, desde el favor que
nos cobran tan caro, ni desde la generosidad de quien esté en ese momento en el
poder y de la que en ese momento tenga el poderoso. No más como parte
subordinada del mundo masculino. No más como cesión de una pequeña parte del
mundo que han declarado de su propiedad.
Un sistema
político que se apropia del universo, jamás podrá crear un mundo de libertad,
pues parte de una apropiación indebida y está sustentado y cimentado en ese
carácter de propiedad privada que como mucho, podrá otorgar a las demás
personas ciertas donaciones o privilegios, pero de la misma manera, podrá
quitárselas cuando le venga en gana. Eso, como mucho, son contratos temporales
de usufructo de un bien que jamás pertenecerá a los súbditos, menos a las que
ve y trata como sus esclavas.
Algunos
ejemplos quizá ilustren mejor la idea que quiero transmitir a mis congéneres,
las mujeres.
Hace siglos
las mujeres pidieron que se les reconociera como personas integras y totales y
lo expresaron con la frase: “Como los hombres, también las mujeres tenemos
derechos”. El sistema, inicialmente, les dijo que no. Siguieron exigiendo sus
derechos y les fueron reconociendo a cuentagotas y con limitaciones algunos,
pero siempre salvaguardando los privilegios e intereses de quienes tenían el
poder de otorgarlos: trabajo bajo pésimas condiciones, con pésimos salarios y
en las áreas que consideraban oportunas. Hoy, aún seguimos teniendo
dificultades para elegir el trabajo que queremos y cuando nos aceptan
laboralmente, lo hacen con menor salario y con las restricciones y condiciones
que al empleador le interesa sin que, en ningún caso, se contemple la situación
y la condición en la que vivimos.
Hace
décadas las mujeres pidieron poder estudiar. Tiempo después, les otorgaron el
derecho a entrar en la universidad en las carreras que el sistema consideró
adecuadas para una mujer. Hoy todavía encuentran en las universidades dificultades
para desarrollar estudios e investigaciones. Mucho más difícil lo tiene quien
quiera ser rectora, ocupar una cátedra o terminar un doctorado. No estoy
hablando del sistema musulmán. Hablo de México, donde incluso en algunas facultades
se exige a las mujeres que vistan con falda si quieren entrar a las aulas.
Donde se sigue acosando a profesoras y alumnas y se protege a los acosadores.
En la Edad
Media se quemaba a las mujeres sabias. Hoy se secuestran, torturan y matan
mujeres. Sabias, jóvenes, defensoras de derechos humanos, periodistas,
revolucionarias, inconformes, esposas calladas y sumisas, divorciadas,
trabajadoras, hijas, inmigrantes, campesinas, sólo por ser mujeres.
Cada vez
que las mujeres hemos querido simplemente SER, el sistema ha tenido una
respuesta para seguir controlando nuestra vida.
Derechos
sexuales: si, pero con una regulación de la interrupción del embarazo y
garantía del derecho de paternidad.
Derechos
laborales: si, pero con horarios incompatibles con las tareas familiares
adjudicadas previamente y de las que aún seguimos siendo principales
responsables y claro, con menores salarios.
Participación
política: si, pero sólo mediante inscripción en un partido político (dirigido
por hombres) y con condiciones que permanentemente violentan a las que se
animan a participar en SU (de ellos) sistema.
Derecho a
la salud: si, con control del cuerpo y son grandes reglas que generan
culpabilidad frente a la obesidad, la anorexia, al hambre o los cuidados que
necesitan las hijas e hijos o las personas mayores dependientes.
Derecho al
libre tránsito: con el acuerdo del esposo y en horas decentes.
Derecho a
no vivir violencia: siempre que no la provoquemos o que no nos defendamos de
nuestro agresor (en ese caso seríamos acusadas de exceso de legítima defensa).
Nuestros
derechos, todos, su ejercicio, sobre todo, está siempre controlado por las
normas y reglamentos del sistema. Por sus valores. Por sus intereses. Por sus
necesidades, por el poder patriarcal que siempre tuvo y tiene la facultad de
decidir qué podemos hacer o no, con nuestra vida, que siguen tomando como suya
y, por lo tanto, sobre la que tienen facultades y potestad.
Las
feministas deberíamos hacer una seria reflexión sobre el lugar en el que
tendríamos que colocarnos dada nuestra situación en pleno siglo XXI.
Sería muy
bueno dejar patente que no queremos ser iguales ni que nos igualen a los
hombres. Sería bueno decirnos que el mundo es nuestro también y, sobre todo,
sería de desear que dejáramos de jugar con sus cartas porque están marcadas.
Si queremos
ser libres, sería bueno dejar de rogar a quienes ostentan el poder sobre el
mundo, que nos acepten y nos quieran, para pasar a aceptarnos nosotras, como
somos, como queremos, como sentimos, como deseamos y empezar a ocupar nuestro
propio lugar.
Sería bueno
empezar a escucharnos a nosotras mismas, desde nuestro ser, para poder dar
lugar al deseo de otra política. La que no necesita para su ejercicio ni del
permiso ni la autorización de nadie.
Dice María
Milagros Rivera que la estrategia para poder SER, desde nosotras, consiste en
deslizarnos y comenzar a traer a este mundo la política del deseo de las mujeres.
A mí me
parece una excelente idea por una sencilla razón: yo, tú compañera, nosotras,
las mujeres, jamás podremos SER desde el deseo de los otros.
* Abogada, feministas, fundadora de
Ciudadanas en Movimiento por la Democracia y Vereda Themis, S. C.
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