sábado, 3 de junio de 2017

El deseo de otra política

M. Julia Pérez Cervera*

La política, como la conocemos, tiene una marca
indeleble: la del patriarcado.

Las mujeres en todo el mundo, desde hace siglos, intentan cambiar el carácter y la forma en que se ha venido ejerciendo esa política. Han sido miles de batallas las que se han librado para que se fuera abandonando la impronta patriarcal, desde múltiples frentes, desde infinitas barreras; todas las que el sistema patriarcal fue construyendo y cimentando para establecerse como único sistema posible como eje y centro sobre el cual, el mundo debe girar y desde donde se establecen límites, fronteras, aduanas, precios, mandatos, dirigencias, instancias, funciones, objetivos, posibilidades y probabilidades, pensamientos, valores, mecanismos de control, reglamentos, derechos y formas de ejercer esos derechos.
Cada una de esas batallas se ha perdido. Esa guerra hay que darla por terminada.
Y no, no es por cansancio, porque muchas mujeres seguimos construyendo relaciones distintas, pensamientos autónomos, propuestas de libertad, formas de trabajo entre mujeres con salarios diferentes e incluso sin más remuneración que el de la satisfacción personal, propuestas de vida, herramientas de crecimiento colectivo, pero desde otro lugar. No más desde la súplica, desde el favor que nos cobran tan caro, ni desde la generosidad de quien esté en ese momento en el poder y de la que en ese momento tenga el poderoso. No más como parte subordinada del mundo masculino. No más como cesión de una pequeña parte del mundo que han declarado de su propiedad.
Un sistema político que se apropia del universo, jamás podrá crear un mundo de libertad, pues parte de una apropiación indebida y está sustentado y cimentado en ese carácter de propiedad privada que como mucho, podrá otorgar a las demás personas ciertas donaciones o privilegios, pero de la misma manera, podrá quitárselas cuando le venga en gana. Eso, como mucho, son contratos temporales de usufructo de un bien que jamás pertenecerá a los súbditos, menos a las que ve y trata como sus esclavas.
Algunos ejemplos quizá ilustren mejor la idea que quiero transmitir a mis congéneres, las mujeres.
Hace siglos las mujeres pidieron que se les reconociera como personas integras y totales y lo expresaron con la frase: “Como los hombres, también las mujeres tenemos derechos”. El sistema, inicialmente, les dijo que no. Siguieron exigiendo sus derechos y les fueron reconociendo a cuentagotas y con limitaciones algunos, pero siempre salvaguardando los privilegios e intereses de quienes tenían el poder de otorgarlos: trabajo bajo pésimas condiciones, con pésimos salarios y en las áreas que consideraban oportunas. Hoy, aún seguimos teniendo dificultades para elegir el trabajo que queremos y cuando nos aceptan laboralmente, lo hacen con menor salario y con las restricciones y condiciones que al empleador le interesa sin que, en ningún caso, se contemple la situación y la condición en la que vivimos.
Hace décadas las mujeres pidieron poder estudiar. Tiempo después, les otorgaron el derecho a entrar en la universidad en las carreras que el sistema consideró adecuadas para una mujer. Hoy todavía encuentran en las universidades dificultades para desarrollar estudios e investigaciones. Mucho más difícil lo tiene quien quiera ser rectora, ocupar una cátedra o terminar un doctorado. No estoy hablando del sistema musulmán. Hablo de México, donde incluso en algunas facultades se exige a las mujeres que vistan con falda si quieren entrar a las aulas. Donde se sigue acosando a profesoras y alumnas y se protege a los acosadores.
En la Edad Media se quemaba a las mujeres sabias. Hoy se secuestran, torturan y matan mujeres. Sabias, jóvenes, defensoras de derechos humanos, periodistas, revolucionarias, inconformes, esposas calladas y sumisas, divorciadas, trabajadoras, hijas, inmigrantes, campesinas, sólo por ser mujeres.
Cada vez que las mujeres hemos querido simplemente SER, el sistema ha tenido una respuesta para seguir controlando nuestra vida.
Derechos sexuales: si, pero con una regulación de la interrupción del embarazo y garantía del derecho de paternidad.
Derechos laborales: si, pero con horarios incompatibles con las tareas familiares adjudicadas previamente y de las que aún seguimos siendo principales responsables y claro, con menores salarios.
Participación política: si, pero sólo mediante inscripción en un partido político (dirigido por hombres) y con condiciones que permanentemente violentan a las que se animan a participar en SU (de ellos) sistema.
Derecho a la salud: si, con control del cuerpo y son grandes reglas que generan culpabilidad frente a la obesidad, la anorexia, al hambre o los cuidados que necesitan las hijas e hijos o las personas mayores dependientes.
Derecho al libre tránsito: con el acuerdo del esposo y en horas decentes.
Derecho a no vivir violencia: siempre que no la provoquemos o que no nos defendamos de nuestro agresor (en ese caso seríamos acusadas de exceso de legítima defensa).
Nuestros derechos, todos, su ejercicio, sobre todo, está siempre controlado por las normas y reglamentos del sistema. Por sus valores. Por sus intereses. Por sus necesidades, por el poder patriarcal que siempre tuvo y tiene la facultad de decidir qué podemos hacer o no, con nuestra vida, que siguen tomando como suya y, por lo tanto, sobre la que tienen facultades y potestad.
Las feministas deberíamos hacer una seria reflexión sobre el lugar en el que tendríamos que colocarnos dada nuestra situación en pleno siglo XXI.
Sería muy bueno dejar patente que no queremos ser iguales ni que nos igualen a los hombres. Sería bueno decirnos que el mundo es nuestro también y, sobre todo, sería de desear que dejáramos de jugar con sus cartas porque están marcadas.
Si queremos ser libres, sería bueno dejar de rogar a quienes ostentan el poder sobre el mundo, que nos acepten y nos quieran, para pasar a aceptarnos nosotras, como somos, como queremos, como sentimos, como deseamos y empezar a ocupar nuestro propio lugar.
Sería bueno empezar a escucharnos a nosotras mismas, desde nuestro ser, para poder dar lugar al deseo de otra política. La que no necesita para su ejercicio ni del permiso ni la autorización de nadie.
Dice María Milagros Rivera que la estrategia para poder SER, desde nosotras, consiste en deslizarnos y comenzar a traer a este mundo la política del deseo de las mujeres.
A mí me parece una excelente idea por una sencilla razón: yo, tú compañera, nosotras, las mujeres, jamás podremos SER desde el deseo de los otros.

* Abogada, feministas, fundadora de Ciudadanas en Movimiento por la Democracia y Vereda Themis, S. C.


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