Margarita
Aguinaga Barragán*
8 de marzo, las mujeres situadas en el lugar de un mundo
bipolar capitalista, exigiendo al mundo respeto a nuestra vida.
Decirlo así
a inicios del 2017, expone a las mujeres movilizadas del mundo haciendo visible
los límites de gobiernos, de políticas sociales, de estructuras partidarias,
del racismo y exclusión del capital, sobrepuestos en nuestras espaldas. Por lo
visto el mundo capitalista en sus dos maneras de expresión actual: EU y China,
integra a las mujeres de todo el mundo a sus requerimientos, pero muestra una
real incapacidad para generar alternativas que dignifiquen su vida.
Lo cierto es que las mujeres nos hemos constituido cada
vez más –para las dos formas de capital– en sujetos estratégicos, por el papel
que desempeñamos en el proceso de reproducción de la vida.
Aunque nos invisibilicen, es tal la magnitud de la exigencia
del capitalismo de poder y ganancia que el ingreso de las mujeres en la esfera
del trabajo asalariado o por un ingreso, se ha globalizado casi completamente. La
figura de las mujeres en una condición de trabajadoras para el capital es hoy
muy común en todas partes. Las mujeres rurales y urbanas de América Latina y
otros continentes viven esta experiencia como algo actual. Sea que se trabaje
como agricultora, como emprendedora, como trabajadora informal, como empleada
pública, como trabajadoras independientes “debemos estar incorporadas a las
distintas formas que el capital adopte”.
Esto va acompañado de las fuertes presiones de las crisis
económicas consecutivas a nivel nacional e internacional, para que las mujeres
asuman el costo de la crisis y precaricemos nuestra vida de cualquier forma.
Tal vez hay sectores, algunos en África, en Asia y en América
Latina donde las mujeres no han sido integradas completamente al mercado, pero
el fenómeno estructural es que todas debemos ayudar a sostener el capital con
nuestras vidas y la vida de nuestras familias. Por dar un ejemplo: en la zona
rural de la Amazonía ecuatoriana, las mujeres tienen distintas formas de
acercamiento a los mercados laborales e internos.Sin embargo, cada vez es
palpable la presencia de mercancías de empresas multinacionales en las zonas
que antes estaban más alejadas de las ciudades y tenías más prácticas de
reciprocidad y comunitarismo. Se dan los casos de que las mujeres indígenas
amazónicas, son obligadas a asumir la responsabilidad de los hogares, por la
precarización de los maridos o el abandono de los mismos, que no regresan
después de haber sido incorporados a la migración. Entonces las mujeres deben transformar
los productos de la tierra o salir a entregar su trabajo de cuidado por un
pequeño ingreso o para obtener dinero vendiendo los productos de la tierra en algún
mercadito, cada sábado.
Además, la salida de las mujeres amazónicas más jóvenes a
la prostitución, en el caso aquí mencionado, cada “punto” tiene un costo de
tres dólares.
A su vez se observa que mientras más cercana está la
comunidad de los mercados, del circuito del consumo y las mercancías, más
violencia machista existe. Las formas comunitarias son atacadas todo el tiempo,
sometidas a la presión de la crisis, de la ausencia o la débil política pública
y al abandono de los hombres de la chackra1 y de la responsabilidad
paterna.
El grupo indígena en el que hay mujeres y que se rehúsa a
integrarse al mundo occidental, vive presiones inmensas para que abandonen
estas formas de vida como sujetos integrados a los ecosistemas, promoviendo la
agroecología, la soberanía alimentaria y la relación más armónica con la
naturaleza. Lo cierto, es que cada vez más estas poblaciones corren el riesgo de
ser sometidas o desaparecidas.
Menciono esto para indicar que la globalización, en
distintos grados, ha avanzado hasta lugares que antes parecían intocables y la
vida de las mujeres forzada a someterse a las condiciones expuestas por el
capital para reproducir la vida. De una manera u otra el trabajo asalariado, y
con el trabajo informalizado, tercerizado, desde el trabajo productivo, el
capitalismo exige el esfuerzo de las mujeres, de transformaciones, pero no
ofrece derechos mínimos.
Lo cierto es que la reproducción de la vida se ha convertido
en la tarea fundamental de las mujeres. Cuando se dice vida, la referencia es
que ya no sólo se trata del agrandamiento del tiempo y el trabajo productivo y
reproductivo, se dice que el capitalismo al dedicarse al proceso de acumulación
ha desvalorizado la vida misma y se ha despreocupado de la reproducción de la
vida de millones, ese espacio vacío ha sido ocupado cada vez más por las
mujeres de todo el mundo. Además se asume que es “natural” que las mujeres se
hagan cargo de estos aspectos. Las mujeres funcionan perfectamente en la
promoción de estas redes de cuidado asalariado y no asalariado, sobre todo en
los momentos de mayor crisis.
Entonces no es sólo que sin las mujeres la producción y
el mundo se podría parar sino que sin las mujeres el sostenimiento de la vida
no sería posible. Insisto la vida en sus múltiples dimensiones.
La ausencia o el debilitamiento de las políticas públicas
en casi todos los gobiernos del mundo, ha obligado a las mujeres a ocupar, con
su presencia, esos lugares abandonados por el Estado y el mismo capitalismo androcéntrico.
Este sentir lo llevamos las mujeres, sobre todo las del
Tercer Mundo, que cargamos de una manera sobredimensionada y múltiple la vida
de la humanidad, desde la subyugación de los gobiernos a los países
capitalistas más ricos del mundo, que siguen saqueando nuestros recursos
naturales convertidos en materias primas.
Ahí la contradicción, porque aun siendo así, la
invisibilización del trabajo de las mujeres en todo el mundo ha sido cada vez
mayor. Al punto que ni siquiera se sabe cuánto trabajo y cuánto aporte han realizado
las mujeres en la reproducción de la vida, incluso del trabajo de sostenimiento
después de las consecuencias de los desastres naturales que se imponen a nivel
planetario.
La cuestión es dramática desde mi punto de vista, porque
ni a China ni a EU les importa este proceso, su sentido es el capital por el
capital sobre la vida; como forma global ha sido colocado de una manera estructural
y casi sin posibilidad de cambio aunque sea perversa esta condición.
Aunque la globalización promovida por EU está siendo
cuestionada por Trump y haya contradicciones con los resultados obtenidos, será
muy difícil volver a impulsar el desarrollo bajo otras premisas, porque el nivel
de trabajo que ha supuesto invertirse de manera gratuita y precarizada es
inmensa. El trabajo como condición para la formación del mundo actual es una noción
esencial para la reproducción de la vida y el trabajo femenino se ha vuelto
indispensable.
Por otro lado, es crítica la situación del trabajo
productivo de la mayor parte de las mujeres de América Latina, muy similar a
los estudios del trabajo iniciados en los años ochenta. Las mujeres realizan
actividades de todo tipo para mantener sus hogares. Dobles y triples trabajos
al mismo tiempo, teniendo incluso que llevar lo público a lo privado –entre
cuidar hijos tener que vender en una pequeña tienda para generar ingresos– o
trabajar desde la casa para una multinacional por medio del internet.
Federeci (2014) y otras, manifestaron como el bajo costo
de la mano de obra femenina hacía que el costo de la mano de obra masculina se
deteriorara. Pero también es cierto que la mano de obra femenina ha cubierto el
desempleo masculino y ha asumido, además, la carga del desempleo y del
subempleo masculino y del suyo mismo, con el rostro de lo que se llama informalidad
o subempleo o generación de emprendimientos para la autosubsistencia familiar.
Sostenemos la vida del mundo desde la precariedad, desde
la carga global del trabajo de cuidado y desde la integración desigual, discriminativa
del mercado laboral. En todos los países no se cumple la premisa de igual
trabajo, igual salario o ingreso.
Un ejemplo que puede servir de parangón: en el Ecuador el
trabajo de cuidado de las mujeres ha sido contabilizado y representa el 15% del
PIB, así mismo a nivel de hogar, las mujeres trabajan en la zona urbana y rural
entre 22 y 28 horas a la semana en comparación a 18 y 20 horas de trabajo que
realizan los hombres (Aguinaga, 2016).
Desde una mirada de género, hombres y mujeres hemos sido saqueados
a nivel del esfuerzo e intensificación del trabajo, pero visto desde la óptica
de sujetos específicos, las mujeres cargamos con 8 o 10 horas de trabajo mayor
en la semana a nuestras espaldas que los hombres. Mientras la inversión en
política pública para las mujeres en muchos países no sobrepasa del 0.03% como
en el caso ecuatoriano (Ibídem.).
De ahí que la movilización del 8 de marzo expresa ese
malestar mundial de las mujeres. Expresa una crítica a todas las formas de
capitalismo expuestas hasta ahora. En esa perspectiva las movilizaciones
convocadas tiene algo central: la crítica de las mujeres a las formas de
sobreexplotación que vivimos, que estamos a cargo de la vida en todos los
sentidos mientras la indiferencia del mundo frente a nuestra realidad es tan
inmensa como nuestra cantidad de trabajo ofrecida a la humanidad.
Si realizáramos un estudio del promedio de trabajo que
las mujeres hacemos para los demás podríamos darnos cuenta que trabajamos más
que todas las multinacionales juntas y sin derechos básicos.
Nuestras condiciones de vida transitan entre la precariedad,
el femicidio, la violencia extrema, la trata de mujeres, los abusos sexuales y
las violaciones constantes a nuestros derechos como trabajadoras, como mujeres,
como dadoras y sostenedoras de vida.
No es sencillo abrirnos un lugar de politización y
transformación de nuestros malestares y opresiones para construir demandas
políticas hacia los Estados, sin embargo, este lugar de sujetos estratégicos
nos ha enfrentado a estar cada vez más conscientes del papel sustantivo que
cumplimos para la sociedad no sólo para el capital.
La resistencia feminista: vamos hacia un mundo multipolar
Nos vuelve
a ocurrir que las mujeres estamos hartas de este conjunto de condiciones y
decidimos levantarnos en varias partes del mundo. Estamos hartas de que nos
maten, de que los Estados no hagan casi nada por defender nuestros derechos.
Desde 1980 la respuesta de las mujeres, conforme avanza
la globalización neoliberal, ha sido de constante rechazo y movilización local,
nacional e internacional; con configuraciones globales como la Marcha Mundial
de Mujeres y hacia la configuración local de otras formas de expresión
organizada de las mujeres. Mujeres de todos los colores y de todas las regiones
del mundo sintiendo el peso del machismo y del patriarcado sobre nuestras
espaldas, reivindicando el feminismo como una posibilidad de cambio.
El feminismo se ha ido convirtiendo en un lugar de
confluencia para las mujeres diversas del mundo. Los feminismos, porque de
hecho hay múltiples maneras de ser feministas.
Esa decepción del reconocimiento del lugar estratégico que
cumplimos las mujeres es la que nos lleva a la movilización, expresada con la
crítica al poder, a las palabras machistas de los gobernantes, a los abusos de
los empleadores, a la violencia de los novios, cónyuges e hijos, de los
políticos, empresarios, banqueros.
Ser actriz, profesional empleada del Estado, campesina indígena,
trabajadora sexual, intelectual, obrera, trabajadora informal no hace sino
identificarnos con una crítica al machismo que vivimos de formas particulares millones
de mujeres.
El feminismo se ha ido convirtiendo en el espacio del
diálogo entre diversas mujeres del mundo para defender la Vida. La movilización
feminista es una de las formas que hemos encontrado para visibilizarnos y hacer
sentir la exclusión que estamos viviendo.
Las dos formas del capital han convertido los derechos de
las mujeres en el lugar más invisible de la historia. Luego entonces, es
importante manifestar que el feminismo ha sufrido un proceso de radicalización en
unos momentos más que en otros, durante estos últimos 20 años, me parece que
las dos corrientes del feminismo, sea el liberal institucional, sea el
feminismo emancipador, a veces más popular, más anticapitalista han vivido
estos momentos de radicalización, de encuentros y desencuentros; pero también
ha sobrellevado crisis e integración al Estado, al punto del sometimiento
político de nuestras demandas.
Para ejemplificar, otra vez los gobiernos “progresistas” de
América Latina muestran esta contradicción flagrante. Es bien cierto que han
promovido ciertos derechos para las mujeres, contradictoriamente, éstas han
quedado fuera de la participación política directa, de las pocas formas de
redistribución focalizada y muchas feministas que participaban en el Estado se han
tenido que someter a los gobernantes en turno. La consecuencia es que luego una
parte de las mujeres queda integrada de forma subordinada y otra excluida de la
relación con el Estado, colocada nuevamente en los lugares más extremos de la
invisibilización o criminalizadas por protestar, como ocurre en Ecuador con
mujeres indígenas que se han manifestado en contra del gobierno de Rafael
Correa por la eliminación de la Megaminería.
En las calles, desde finales de los años noventa, hay una
presencia cada vez mayor de mujeres movilizadas por razones de género, que
cuestionan el orden patriarcal y el orden capitalista. Hay más mujeres que toman
conciencia de lo que está ocurriendo. El patriarcado ha pasado a ser una
categoría que cruza al conjunto del movimiento feminista. Ha sido un eje de articulación.
No solo la crítica al capitalismo.
Mujeres de todas las edades, porque aunque exista una
renovación juvenil del feminismo, tan importante, lo cierto es que el machismo
y el androcentrismo nos topa a todas, todas.
Finalmente, la movilización del 8 de marzo me recuerda a
Flora Tristán cuando en sus viajes de peregrina, hablaba de la necesidad de
construir una internacional de trabajadores en el mundo. Pues eso, que importante
resulta ver que el 8 de marzo, este ocho de marzo se está convirtiendo en esa
posibilidad. Mujeres de todas las parte del mundo queriendo reivindicar su derecho
a la vida.
El ocho de marzo va a catalizar las protestas de Polonia (2016),
de Argentina (2016), de América Latina del 25 de noviembre (2016) y de otras
movilizaciones en muchas partes del mundo, así como la marcha feminista en
contra de Trump (2017).
El feminismo se ha convertido en un espacio de resistencia
que convoca a construir un mundo multipolar en el que las formas de capital y
de machismo sea chino o estadounidense o latinoamericano o africano o medio
oriental, no sean las únicas formas de existencia. La resistencia feminista en
contra del femicidio, del insulto y el maltrato de gobernantes como Trump y de
otros gobernantes, puede permitirnos ir hacia la conformación de un proceso de
resistencia feminista anticapitalista, antirracista y solidario, que no siempre
termine acordando integrarse al Estado como finalidad.
En el 2016 y 2017 se han abierto puertas para esa posibilidad,
para que el feminismo pueda mostrar que es preciso construir una propuesta para
vivir más allá de lo que nos ofrece Trump o las multinacionales en sus
distintas formas.
La resistencia feminista tiene el reto de mostrar que es
más importante la Vida que el Capital racista, xenófobo y el patriarcado juntos.
Por ello VIVAS NOS QUEREMOS es una consigna aglutinadora.
Así como las críticas feministas en favor de la despenalización del aborto y al
autoritarismo de Trump y otros políticos. Así como las luchas por defender los
recursos naturales y del territorio que están impulsando las mujeres indígenas.
Este feminismo diverso, de varias culturas y de varias
voces, como espacio para todas las mujeres del mundo es un feminismo que todas
queremos vivir.
Sin embargo, es cierto también que el poder de estas dos
formas machistas de capital es inmenso y las mujeres aun con nuestro deseo de
enfrentar varios aspectos machistas de estos presidentes o del impacto de la
globalización, no alcanzamos a realizar las necesarias transformaciones sin
toda la otra parte del mundo.
De allí que es importante lograr acuerdos con esa otra
parte del mundo para avanzar. Queremos un feminismo como lugar de reivindicación
de la vida de todas y de todos los que se sientan afectados por este sistema.
Finalmente decir que la movilización feminista contiene
una inmensa cantidad de demandas, pero nos abre la esperanza de que las voces
de las mujeres puedan ser cada vez más públicas y de mayor confluencia.
Queremos un feminismo que nos devuelva la vida digna. El
feminismo actual necesita hacer otras reflexiones acerca de cómo avanzar desde
la resistencia a modificar no sólo la institucionalidad sino la reproducción de
la vida impuesta desde la cultura machista del mundo.
Sin duda el feminismo en distintas partes del mundo se ha
convertido en una opción de vida para las mujeres.
Bibliografía
Aguinaga, M (2016), “Estrategias de reproducción de la vida
y la participación en la política pública de las mujeres indígenas y campesinas
del ecuador”. Tesis de maestría, en proceso de subida al repositorio de la
Universidad Central del Ecuador.
Federici, S. (2004), El
Calibán y la Bruja, Mujeres, Cuerpo y Acumulación Originaria, Madrid,
España, Historia 9-Traficantes de Sueños.
Plan de la igualdad, No Discriminación y Buen Vivir para
las mujeres Ecuatorianas, 2010-2014, Comisión de Transición hacia el Consejo de
las Mujeres y la Igualdad de Género, 2011.
* Militante
feminista ecuatoriana, integrante de la Cuarta Internacional. Socióloga,
investigadora y docente.
Nota
1. Se dice chackra a la parte del territorio
amazónico en el que se realizan actividades agrícolas y de producción familiar
para el autoconsumo y el mercado.
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