Soledad Jarquín Edgar en Mujeres y Política
Hace más de dos décadas tuve la suerte de estudiar en la hermosa ciudad de Guadalajara desde entonces a la fecha muchas cosas han cambiado. Lo lamentable es que han cambiado no para bien sino para mal.
Los contrastes se notan en esta ciudad y la zona conurbada compuesta por colonias de Tlaquepaque, Tonalá o Zapopan. Por un lado, “el progreso” ha llegado convertida en grandes avenidas, lucidores pasos a desnivel, edificios altos, fuentes gigantescas y la inservible inversión de los llamados Arcos del Milenio que la gente detesta, primero por su costo y segundo por la falta de estética, opinan.
Pero, Guadalajara, la segunda ciudad más poblada del país, la capital de la tierra que citaron los cineastas en los tiempos del cine de oro mexicano, de las grandes haciendas y la pujanza económica no podía escapar a los problemas de la pobreza y la marginación.
Se le ve sucia y pudiéramos decir parece una enorme mancha urbana triste, basta con caminar un poco sus calles, basta con salir un poco más allá de la zona centro, basta con tocar las puertas de sus colonias y de las colonias de municipios conurbados para observar la pobreza y la marginación.
Las casas de la mayoría de las personas que laboran en el comercio informal, fábricas, las grandes tiendas de autoservicios, están en esas colonias de la periferia de esta gran ciudad, me recordaron a las viviendas de los mineros que conocí en la zona carbonífera, hechas de ladrillo, sin acabados, maltrechas por la falta de mantenimiento, asentadas en interminables calles que no fueron pavimentadas sino empedradas.
Ahí vive la gente, envueltos en remolinos que el viento levanta, tolvaneras, tierra y basura. Nadie podría imaginar que en sólo 25 años, Guadalajara, la capital de Jalisco, y sus municipios conurbados decrecieran tanto en lo económico y se siga viendo por esas calles polvorientas a mujeres jóvenes abandonar la escuela porque se embarazaron o porque las posibilidades de seguir adelante son prácticamente nulas, mujeres y hombres jóvenes que se enrolan en empleos menores, con sueldos de miseria.
Esa es la crisis, sin duda. El rostro que muestra Guadalajara y sus alrededores es sinónimo del problema social grave que vive el país. Por cierto, una entidad gobernada desde 1995 por gobiernos surgidos de Acción Nacional, tres sexenios y cuatro gobernadores, era que inauguró Alberto Cárdenas hoy funcionario de Felipe Calderón.
Luego llegó Francisco Ramírez Acuña, el interino Gerardo Solís Gómez y ahora Emilio González Márquez, de quien la gente opina que le encantan las fiestas, el alcohol y que es capaz de insultar a sus gobernados, al parecer harto de todo.
En Jalisco, como en casi ningún otro estado, la gente sigue llenando las iglesias los domingos. Pero existe una alto índice de violencia, en la calle como en los hogares, originado por el consumo de alcohol y drogas. Como sucede en San Pedro Tlaquepaque donde la delincuencia es la queja principal de la gente y donde los gigantescos tianguis son reductos donde se vende ropa, zapatos y enceres domésticos usados, mientras muy cerca de ahí, son populares las macro-plazas, los centros comerciales de primer mundo.
Dos realidades que contrastan, que muestran un mundo que no coincide con las palabras de su gobernador, quien habla de pujanza en la televisión durante un programa de debate político y al día siguiente en los diarios la noticia principal es cómo “la pujanza” económica está atravesada o financiada por el narcotráfico. Me pregunto qué pensará Felipe Calderón sobre el tema.
Cuando uno habla de San Pedro Tlaquepaque viene a nuestra memoria su famosa alfarería, sin embargo hay más. Yo vi a la gente triste. A jóvenes sin empleo o trabajando en empresas que abundan en la zona, pero con sueldos que no los sacan adelante sino que se convierten en parte de la vuelta al circulo de la pobreza, que en una segunda o tercera generación, no pueden romper.
Estas marginadas colonias siguen sin ser vistas por sus gobiernos, panistas ni priistas, que alientan el crecimiento de lujosas zonas residenciales, de áreas comerciales, dónde las calles pavimentadas y los servicios, como la seguridad pública, los hospitales, los parques de recreo, sí llegan, no así a las otrora marginadas colonias de Guadalajara, Tlaquepaque o Tonalá, que contrastan con la abundancia de desarrollos en Zapopan, que no deja de mostrar también la tristeza de quienes siguen sumergidos en la pobreza.
El mapa de la pobreza gana terreno en México, digan lo que digan sus gobiernos, hay una realidad que no se puede ocultar sólo con palabras. Detrás de la marginación en cada hogar está la gente. Y no estamos hablando de la pobreza de entidades como Chiapas, Oaxaca o Guerrero, sino de la pobreza urbana que padecen los habitantes de la zona conurbada de la capital de Jalisco, algo que parecía impensable en Jalisco hace 25 años.
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