viernes, 18 de abril de 2025

 Política

El acceso a la justicia de las mujeres frente al avance de la ultraderecha: muerte anunciada de una democracia equitativa


Julia Pérez*


Es un futuro, más que predecible, conocido, el que nos espera a las mujeres si permanecemos impasibles frente al avance de la ultraderecha. Un hecho ya probado en los últimos años de esta década: un futuro de perdida de derechos y de vuelta al silencio, a la dependencia y a la sumisión al hombre.

A mucha gente le cuesta ver la relación directa que hay entre el avance de algunos partidos (ideologías) y/o movimientos con los derechos humanos individuales y colectivos. Las políticas y los discursos de los políticos se centran, sobre todo, en hablar de economía y sólo en época de elecciones se menciona la garantía de los derechos humanos y las libertades. Por cierto, utilizando el término libertad en su contenido más pobre y capitalista, definiendo libertad como la posibilidad de que todo el mundo pueda ir al bar, a la cantina a tomarse una cerveza (definición de libertad, por ejemplo, de la presidenta de la comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso), o que con un gobierno de ultraderecha podrá ser rico y tener todo lo que se le antoje.

El análisis de los hechos históricos y de la realidad social es cada vez más superficial y mediático, entendiendo por mediático que está en manos de los medios de comunicación hegemónicos y alineados con el poder económico y el capitalismo más salvaje del último siglo. 

La derecha y la ultraderecha, históricamente, ha sido la dueña de los grandes capitales, de las grandes multinacionales y de las grandes empresas de los multimillonarios que, durante décadas han tenido el control de los derechos laborales y, no seamos simples, del ejercicio de todos los derechos definidos por las Televisiones públicas y privadas, el control del mercado alimentario, del mercado farmacéutico y, por ende, de la salud. Tienen el control inmobiliario y, sobre todo, el control del mercado, de todo el mercado, desde el que exporta maíz hasta el que distribuye el papel de baño.

También, controla el precio de la leche (decide a cuanto lo compra al ganadero y a cuanto lo vende a la gente). Controla las películas que pasan en TV y deciden lo que se promueve en los anuncios, porque éstos son los que pagan insertando la publicidad, los anuncios que vemos, a qué hora y cuantas veces al día para vender su producto. Controla, por lo tanto, lo que no vamos a ver ni a saber nunca la ciudadanía. No nos dicen que productos son tóxicos o cuales se han producido mediante la explotación infantil. Únicamente nos muestran que la felicidad está en: tener un Rolex, tener un departamento en la Rivera Maya, tener un jersey Tommy Hilfiger o tener en el baño la colonia Yves Saint Laurent, pero nada respecto del impacto medioambiental que tiene producir esos productos que nos venden, aunque sea lo que nos va a matar o a enfermar en unos años. 

Por su parte, los gobiernos han aceptado que el capitalismo salvaje es irreversible. Que el bienestar tiene su base en la renta per capita que, como bien sabemos, se hace tomando el dinero de toda la población (incluido el de los multimillonarios) y dividiéndolo entre el total de personas de un país, como si los millonarios compartieran su riqueza con el resto de la ciudadanía. Según esta regla de tres, cuantos más multimillonarios haya, a más dinero menos dinero nos toca a las personas. Políticamente es un argumento impecable. Además, está el hecho de que la promesa de “Vas a tener más” da el mayor rendimiento en votos. ¿Quién no quiere tener más de todo?

Esta posición es bien conocida por el movimiento feminista. Es la base del sistema patriarcal que muchas personas creen que se ha terminado, pero que al analizar la realidad vemos que lejos de haber terminado ha elaborado nuevas propuestas que, poco a poco, van eliminando todo lo que se consiguió en las décadas de los años 90 y 2000, pues se trata de propuestas muy sibilinas que bajo el eslogan de “la igualdad” han ido reduciendo el ejercicio del pleno derecho de las mujeres, cambiando el contenido de las propuestas feministas y eliminando de hecho muchos derechos logrados.

Como dice Marita Perceval, estamos en un mundo en el que negar derechos es la estrategia. Durante años nos han estado restando oportunidades con estrategias basadas en discursos engañosos. Nos hablaron de conciliación familiar cuando en realidad limitaban el derecho de las mujeres al trabajo de tiempo completo, evitando así la obligación de crear políticas públicas de atención a la infancia. Nos contaron el cuento de la ley de dependencia para volver a colocar a las mujeres en la tarea del cuidado por menos de la mitad del salario mínimo y evitar así la creación de políticas de salud integral y de centros de atención para personas con discapacidad o personas mayores o con enfermedades incurables. 

Nos venden la idea de permisos de paternidad para los padres bajo el lema de “igualdad” cuando es sabido que la mayoría no toma ese permiso porque no les interesa ocupar el papel de cuidador que le resta privilegios y que cuando lo hacen es un rol temporal de un año como máximo, que invisibiliza y minimiza de un plumazo el papel que durante toda la vida hacen las mujeres sin ningún reconocimiento ni prestación. Todo, encaminado a reducir lo que es la función principal de un gobierno: crear políticas públicas que permitan el pleno ejercicio de los derechos a todas las personas, por supuesto a las mujeres, que somos personas (faltaría mas). 

Pues bien, el fin de esta estrategia de reducción paulatina de derechos tiene su culmen en las políticas individualistas y de falsa libertad (recordemos que la libertad no es “hago lo que me da la gana” sino que tiene sentido en función de la libertad del resto de la humanidad, es decir, es corresponsabilidad. Bajo el lema de libertad para elegir se está restando personal sanitario en hospitales públicos y derivando a las personas a la sanidad privada. Lo mismo está ocurriendo en el campo educativo. 

Esta estrategia de promover un individualismo superlativo –egocentrismo exacerbado–, de la promoción del deseo irresponsable y la apariencia de riqueza, es lo que hoy está en boga y lo que ofrecen los partidos de derecha y, sobre todo, de ultraderecha en Europa y en América (Italia por ejemplo, Argentina por ejemplo).

Bajo el lema libertad están construyendo una sociedad de ignorancia destructiva (no sólo por la ocultación de información sino por la manipulación de lo que significa bienestar, democracia, derechos humanos), basada en el valor del dinero como único valor, como único camino a la “felicidad” y el bienestar. 

Los poderes fácticos, como dice Marita, anteriormente citada, no creen en la democracia, la utilizan para ocupar puestos de poder y decisión, no creen en los derechos humanos y, por supuesto, no sólo no creen en el feminismo, sino lo consideran el enemigo a vencer prioritariamente. Ejemplos tenemos por docenas: eliminación de instituciones creadas para garantizar los derechos de las mujeres, eliminación de leyes creadas para eliminar la violencia contra las mujeres (sustituyendo éstas por 3 minutos de silencia cada vez que asesinan a una mujer). 

El feminismo es el enemigo de la ultraderecha porque el feminismo es una posición de integridad ética y es una posición que atraviesa todos los aspectos de la vida: relaciones, trabajo, economía, educación, participación social, investigación, ciencia, cultura, reparto equitativo de recursos… Justo lo que el movimiento de ultraderecha quiere destruir.

Al patriarcado y más a la ultraderecha que niega la existencia de este sistema, le sigue interesando que el 1% de los ricos aporte menos impuestos que el 50% de la población más pobre. Y claro, esto significa que las mujeres se vean obligadas a renunciar a un trabajo de tiempo completo (si no hay escuelas infantiles), pues las políticas educativas hay que reducirlas. Esto significa que las mujeres se ocupen del cuidado de la salud de familiares, pues las políticas de salud hay que reducirlas. Esto significa que las mujeres vivan en la dependencia bajo la creencia de que hay igualdad ya que pueden trabajar fuera de casa (sin dejar el trabajo de la casa, claro, aunque con un 30% menos de salario). Esto significa minimizar el sistema de justicia y negar el derecho a la reparación del daño argumentando que las mujeres mienten, o lo que es lo mismo, negar la existencia de un machismo feminicida y el aumento de la violencia contra las mujeres. 

En otras palabras, se trata de reducir a toda costa la inversión en políticas públicas dirigidas a garantizar el pleno derecho de las personas. Frente a esta estrategia, curiosamente sigue en aumento el gasto en armas (que no es lo mismo que inversión en seguridad ciudadana) y el gasto en campañas políticas (que no es lo mismo que participación ciudadana o mejora del sistema democrático). 

Para el feminismo, la ultraderecha es la negación (o la aceptación a perder) de todo lo logrado hasta ahora, después de décadas de lucha, después de cientos de vidas de mujeres sacrificadas para lograr el reconocimiento de un derecho que, no es que no lo tuviéramos, es que nos lo negaron. Ya se han eliminado en muchos lugares la ley para eliminar la violencia contra las mujeres sustituyéndola por violencia familiar. 

Para el feminismo, la ultraderecha, símbolo por excelencia del sistema patriarcal, es el retroceso a la Edad Media, cuando menos, pues ya estamos viendo como se elimina el derecho a interrumpir el embarazo, como se le niega la justicia a una mujer violentada porque el agresor cambio su sexo en el documento de identidad (La voz de Galicia, 1 de agosto 2024), como se manipulan los conceptos de género y sexo para eliminar a mujeres de algunos puestos de trabajo. Es increíble la rapidez con la que se han aprobado las leyes trans (que invisibiliza, sobre todo, a las mujeres, ahora no hay hombres y mujeres sino persones) en comparación con lo que nos costó a las mujeres que hubiese una ley para eliminar la violencia contra las mujeres.

Pero no acaba aquí la política que quiere la ultraderecha dirigida a mantener privilegios. Según esta política, los delincuentes son mayoritariamente negros, marroquíes, extranjeros que vienen a robar al país donde llegan como inmigrantes. El tráfico de mujeres se debe al aumento de prostitutas que buscan sacar dinero a los ricos. El tráfico de drogas es cosa de latinoamericanos y las guerras son a causa de las ideas comunistas.

Todo esto para preservar el poder de los hombres blancos, ricos y, de ser posible, europeos o con ascendencia europea. Es en Europa donde más está avanzando la ultraderecha, pero no nos engañemos, va camino de imponerse en todo el mundo, comenzando por Latinoamérica. En este orden de cosas podemos visualizar que la justicia será lo que los más ricos (que serán hombres) quieran que sea. Y, ¿qué querrán? Por lo que estamos viendo, mantener sus privilegios. Para la ultraderecha el tema fundamental no se trata de derechos humanos, sino de mantener privilegios.

Y, por supuesto, las mujeres acabaremos de nuevo en la cocina y en función de los deseos de nuestro marido (léase “nuestro dueño”), tendremos la opción de obedecer o ser castigadas. Recordemos que el patriarcado más radical tiene un fuerte componente religioso y, en ese sentido, la mujer es la causa de todos los males, de todos los pecados. 

Con la ultraderecha la democracia, la justicia, la libertad será algo que nos competa únicamente para volver a ser objeto reglamentado por las leyes patriarcales,  quizá lo hagan bajo lemas como “la igualdad”, “la discriminación”, “la libertad”…, pero claro, entendidas, constreñidas y manipuladas por las ideas del más rancio patriarcado, donde los rateros vendrán siempre con la emigración, la revolución será siempre el diablo rojo comunista que nos ha comido el seso y las mujeres, las feministas especialmente, las malvadas brujas que se quieren aprovechar de los hombres. 

Dijimos anteriormente que el feminismo es una posición ética integral. Si no queremos volver a tiempos pasados tenemos que seguir siendo críticas, analíticas y no perder lo que nos hizo avanzar: un debate abierto y permanente con las demás mujeres.


*Abogada feminista, fundadora de Ciudadanas en Movimiento por la Democracia y Vereda Themis, S.C.

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