domingo, 1 de abril de 2012

Pistas para un ecofeminismo anti-sistema

Entrevista a Yayo Herrero

En los paises francofonos no existe mucha literatura sobre el écofeminismo y la poco que existe es el ecofeminismo espiritualista y por otro lado, incluso en los sectores écologista radicales, se mira con mucha desconfianza la corriente ecofeminista y el ecofeminismo. Ven en este incipiente movimiento una vuelta mistica a la tierra por un lado y por otro no comparten la idea que por el simple hecho de ser mujer hay una relación más directa y diferente a la naturaleza.
Para aclararnos un poco, nos hemos entrevistado con Yayo HERRERO, profesora dela Universidad Nacional de Educación a Distancia Y co-coordinadora de Ecologistas en Acción.

P. Qué es el ecofeminismo y cual es su historia?

El ecofeminismo es un movimiento amplio de mujeres que nace de la conciencia de este doble sometimiento, y de la creencia en que las luchas contra ambos, el ecologismo y el feminismo, contienen las claves de la dignidad humana y de la sostenibilidad en equidad.

Los movimientos de defensa de la tierra han tenido y tienen entre sus activistas a muchas mujeres. Es conocido el protagonismo de mujeres en el movimiento Chipko en defensa de los bosques, en el movimiento contra las presas del río Narmada en India, en la lucha contra los residuos tóxicos del Love Canal, origen del movimiento por la justicia ambiental en EEUU, como también lo es su presencia en movimientos locales de defensa de terrenos comunales, en las luchas por el espacio público urbano o por la salubridad de los alimentos. En el caso de muchas mujeres pobres, su ecologismo es el ecologismo de quienes dependen directamente de un ambiente protegido para poder vivir.

A mediados del siglo pasado el primer ecofeminismo discutió las jerarquías que establece el pensamiento occidental, revalorizando los términos de la dicotomía antes despreciados: mujer y naturaleza. La cultura protagonizada por los hombres ha desencadenado guerras genocidas, devastamiento y envenenamiento de territorios, gobiernos despóticos. Las primeras ecofeministas denunciaron los efectos de la tecnociencia en la salud de las mujeres y se enfrentaron al militarismo y a la degradación ambiental, comprendiendo estos como manifestaciones de una cultura sexista. Petra Kelly es una de sus representantes.

A este primer ecofeminismo, crítico de la masculinidad, siguieron otros propuestos principalmente desde el sur. Estos consideran a las mujeres portadoras del respeto a la vida. Acusan al “mal desarrollo” occidental de provocar la pobreza de las mujeres y de las poblaciones indígenas, víctimas primeras de la destrucción de la naturaleza. Este es quizá el ecofeminsmo más conocido. En esta amplia corriente encontramos a Vandana Shiva, María Mies o a Ivone Guevara.

Superando el esencialismo de estas posiciones, otros ecofeminismos constructivistas (Bina Agarwal, Val Plumwood) ven en la interacción con el medio ambiente el origen de esa especial conciencia ecológica de las mujeres. Es la división sexual del trabajo y la distribución del poder y la propiedad la que ha sometido a las mujeres y al medio natural del que todas y todos formamos parte. Las dicotomías reduccionistas de nuestra cultura occidental han de romperse para construir una convivencia más respetuosa y libre.

Desde parte del movimiento feminista, el ecofeminismo se ha visto como un posible riesgo, dado el mal uso histórico que el patriarcado ha hecho de los vínculos entre mujer y naturaleza. Puesto que el riesgo existe, conviene acotarlo. No se trataría de exaltar lo interiorizado como femenino, de encerrar de nuevo a las mujeres en un espacio reproductivo, negándoles el acceso a la cultura, ni de responsabilizarles, por si les faltaban ocupaciones, de la ingente tarea de rescate del planeta y la vida. Se trata de hacer visible el sometimiento, señalar las responsabilidades y corresponsabilizar a hombres y mujeres en el trabajo de la supervivencia.

P. Es que hay un ecofeminismo anticapitalista y que busca la convegencia con otros sectores sociales antisistema? Es que todo proyecto emancipador debe integrar este concepto? Cuáles serían los principales puntos de este ecofeminismo ?

La noción de trabajo que se manejaba en las sociedades preindustriales se correspondía con la idea de una actividad que se desarrollaba de manera continua y que formaba parte de la naturaleza humana. Sin embargo, hace aproximadamente dos siglos, surge una nueva conceptualización, forjada a partir de la mitología de la producción y el crecimiento, que redujo la amplia visión anterior al campo de la producción asalariada industrial.

Esta reducción del concepto amplio de trabajo a la esfera del empleo remunerado oculta el hecho de que para que la sociedad y el sistema socioeconómico se sostengan es imprescindible la realización de una larga lista de tareas asociadas a la reproducción humana, la crianza, la atención en la vejez, la resolución de las necesidades básicas, la promoción de la salud, el apoyo emocional, la facilitación de la participación social…En definitiva una cantidad ingente de tiempo de trabajo que tiene por finalidad la resolución de las necesidades humanas y el bienestar de las personas y que, debido a la división sexual del trabajo que impone la ideología patriarcal, recae de forma mayoritaria sobre las mujeres en el ámbito del hogar.

Los economistas clásicos, aunque no concede a este esfuerzo ningún valor económico, al menos reconocen la importancia del trabajo familiar doméstico y formulan el salario como el coste de reproducción histórico de la clase trabajadora

Para ellos, existía una tensión al reconocer el valor del trabajo doméstico pero sin embargo no llegan a incorporarlo en los marcos analíticos de la ciencia económica. Esta contradicción desaparece casi completamente con la economía neoclásica que institucionaliza definitivamente la separación entre el espacio público y privado, entre la producción mercantil y la producción doméstica, quedando ésta última marginada e invisibilizada. Es esta segregación de roles la que ha permitido a los hombres ocuparse a tiempo completo del trabajo mercantil, sin las cortapisas que supone ocuparse de cuidar a las personas de la familia o de mantener decentes las condiciones higiénicas del hogar. Se apuntala así una noción de lo económico que no se ocupa de la división sexual del trabajo, ni reconoce el papel crucial del trabajo doméstico en relación con la reproducción del sistema capitalista.

Sin embargo, es pesar de que los trabajos de cuidados se analicen frecuentemente como trabajos separados del entorno productivo, son trabajos que producen una “materia prima” esencial para el proceso económico convencional: la fuerza de trabajo.

El sistema capitalista no puede reproducir bajo sus propias relaciones de producción la fuerza de trabajo que necesita. La reproducción diaria, pero sobre todo la generacional, requiere una enorme cantidad de tiempo y energías que el sistema no podría remunerar. Los procesos de crianza, socialización y la atención en la vejez son complejos e implican afectos y emociones que permiten que las personas se desarrollen con unas ciertas seguridades.

Desde el pensamiento ecofeminista anticapitalista se defiende que el sistema socioeconómico toma la forma de un iceberg. Flotando en la superficie visible está el mercado. Debajo, sosteniéndolo, con un tamaño mucho mayor, el trabajo de mantenimiento de la vida. Dos partes bien diferenciadas, la principal escondida a la vista, pero ambas formando una unidad indivisible. Sobre el hielo sumergido del trabajo doméstico y de la regeneración de los sistemas naturales se apoya y asoma el bloque del empleo asalariado y la economía convencional. La invisibilidad de la esfera que se centra en la satisfacción de las necesidades y el bienestar y que absorbe las tensiones, es imprescindible para mantener a flote el sistema.

Puede decirse que existe una honda contradicción entre el proceso de reproducción natural y social y el proceso de acumulación de capital.

Si en la economía primase la reproducción social y el mantenimiento de la vida, la actividad estaría dirigida a la generación directa de valores de uso y no de cambio, y el bienestar de las personas constituiría un fin en sí mismo.

La prioridad de ambas lógicas al mismo tiempo no es posible, por ello, es preciso decantarse por una de ellas. Puesto que los mercados no tienen como principal objetivo satisfacer las necesidades humanas, no tiene sentido que se conviertan en el centro privilegiado de la organización social

La obtención de beneficios y el crecimiento económico tienen que dejar de ser los que condicionan la distribución del tiempo, la organización del espacio y las diferentes actividades humanas. Para construir sociedades basadas en el bienestar humano es necesario articularlas alrededor de la reproducción social y la satisfacción de las necesidades sin menoscabar la base biofísica de los ecosistemas que nos permite estar vivos como especie.

Las visiones heterodoxas de la economía tienen mucho que aportar a la hora de reconfigurar la ciencia económica. La economía ecológica nos demuestra que una buena parte de la actividad económica es nociva para la vida, consume muchos recursos sin producir bienestar, o incluso creando malestar. La economía feminista pone patas arriba la categoría del trabajo, desvelando la centralidad de la actividad de las mujeres, históricamente despreciada y minusvalorada, que sostiene la vida cotidiana. Junto a otros ámbitos de la economía critica, ambas visiones son imprescindibles para configurar un nuevo modelo.

Reconocernos como seres vulnerables que precisan del cuidado de otras personas a lo largo de nuestro ciclo vital permite redefinir y completar el conflicto capital-trabajo, afirmando que ese conflicto va más allá de la tensión capital-trabajo asalariado, para reflejar una tensión entre el capital y todos los trabajos, los que se pagan, y los que se hacen gratis.

Si recordamos, además, que desde una perspectiva ecológica, también es palpable la contradicción esencial que existe entre el actual metabolismo económico y la sostenibilidad de la ecosfera, encontramos, de nuevo, una importante sinergia entre las visiones ecologistas y feministas. La perspectiva ecológica demuestra la inviabilidad física de la sociedad del crecimiento. El feminismo aterriza ese conflicto en la cotidianeidad de nuestras vidas y denuncia la lógica de la acumulación y del crecimiento económico como una lógica patriarcal y androcéntrica. La tensión irresoluble y radical (de raíz) que existe entre el sistema económico capitalista y la sostenibilidad y el mantenimiento de la vida humana muestra en realidad una oposición esencial entre el capital y la vida.

Colocar la satisfacción de las necesidades y el bienestar de las personas en condiciones de equidad como objetivo de la sociedad y del proceso económico representa un importante cambio de perspectiva. Sitúa la satisfacción de las necesidades que permite a las personas crecer, desarrollarse y mantenerse como tales y el trabajo y las producciones socialmente necesarias para ello como un ejes vertebradores de la sociedad y, por tanto, de los análisis. Desde esta nueva perspectiva, las mujeres no son personas secundarias ni dependientes sino personas activas, actoras de su propia historia, creadoras de culturas y valores del trabajo distintos a los del modelo capitalista y patriarcal.

Entrevista realizada por Juan TORTOSA

Para el periódico suizo SolidaritéS n° 200 del 15.12.2011

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