domingo, 1 de abril de 2012

México:Tierra de Feminicidios y Desaparecidas

Sanjuana Martínez

MONTERREY, NL. “Voy para la casa. Llegaré en media hora”, le dijo a su madre, Karla Marielli Suzuki Villarreal de 16 años, al salir de la preparatoria ubicada en el centro de la ciudad de Monterrey. Era la una y media de la tarde del 26 de julio de 2010. Un compañero que la vio esperando el autobús llamó 10 horas después a su casa: “La levantaron de la parada. Eran Zetas. Ella forcejeó. Se la llevaron cuatro hombres armados en un Bora blanco”.

Karla Marielli forma parte de las frías estadísticas: 300 mujeres han desaparecido en Nuevo León, según información de la procuraduría general de Justicia del Estado y 9 mil 200 en sólo nueve estados del país, de acuerdo con las cifras del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio. Peor aún, las desapariciones de mujeres se han incrementado en 600% en todo el país, plantea el último informe de la Comisión Nacional de Derecho Humanos.

Ante este sombrío panorama, organizaciones de mujeres consideran que “no hay nada que celebrar en México este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, particularmente porque en cuestión de feminicidios las cifras no mejoran; al contrario, se incrementaron en 71% en 2009, última estadística emitida por el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI) con mil 858 crímenes contra mujeres, 319 de ellas menores de edad. Crímenes cada vez más crueles, primitivos, con un componente de odio e inquina al origen.

“Lo que no quiero es que mi hija sea parte de la otra estadística. Mi corazón me dice que está viva”, dice Karla Lorena Villarreal Villarreal en referencia al censo de feminicidios que en Nuevo León se ha incrementado en 689 por ciento. El año pasado se registraron 211 asesinatos de mujeres y en los últimos dos meses van más de 30.

“La alerta de género no se necesita sólo en Juárez o Nuevo León, sino en todos los estados. Estamos pidiendo una alerta de género nacional, pero el estado no nos hace caso”, dice en entrevista María de la Luz Estrada Mendoza, coordinadora ejecutiva del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio.

“MEJOR YA NO LE MUEVA”

Son las ocho de la mañana. Como cada día, Karla Lorena Villarreal Villarreal –de 33 años– entra en la habitación de su hija a rezar una oración. Sobre la cama hay monos de peluche, sandalias y regalos que le ha comprado durante los últimos 19 meses. Una foto de sus 15 años esta en la pared, otra enmarcada a un lado de la cama. Las paredes están cubiertas de imágenes religiosas: vírgenes, santos, ángeles: “Te pido corte celestial que dónde este mi hija la cuiden, que la cubran de toda maldad. Dios mío, ¿dime qué es lo que quieres de mí?, ¿qué daño hizo mi hija? Castígame a mí Señor. Quítame la vida a cambio de la de ella. Que me lleven a mí, que me secuestren y me torturen, pero tráemela de nuevo”, dice mientras entra en una especie de trance que no incluye reproches, solamente súplicas divinas y jaculatorias.

Vive en la colonia Arboledas de Santa Cruz, en el municipio de Guadalupe, un territorio controlado por Los Zetas. Su casa está llena de altares: a la Virgen de Guadalupe, a los Siete Arcángeles, a la Virgen de la Rosa Mística… todos cubiertos de fotos de su hija Karla Marielli de 16 años, una joven morena con ojos de color, alta y guapa que era la alegría de su casa. Con Biblia en mano hace oración durante el día desde temprano. A las seis de la mañana lo primero que hace al levantarse es ir a la habitación de Karla Marielli para hacer oración, luego enciende las veladoras de los arcángeles y a las seis de la tarde encabeza un rosario con otras madres de desaparecidas: “Sólo confío en Dios, las autoridades se burlan de nosotras”.

Aquel 26 de julio llamó a la una de la tarde: “¿Qué hiciste de comer, mami?”, le dijo por el celular. Le comentó que ya estaba en la parada del autobús para volver a casa, cerca del Instituto Kelly donde estudiaba la preparatoria técnica de Secretaria Ejecutiva. Pasaron las horas. Nunca llegó.

Ella y su esposo esperaron largas horas y aguantaron hasta las 10 de la noche. Angustiados, acudieron a la Procuraduría General de Justicia de Nuevo León para interponer la denuncia. Dice que nunca había tenido novio, aunque sí un pretendiente, hijo de un jefe Zeta, al que ella no aceptaba, un hombre que nunca supo cómo se llamaba y que la rondaba en la escuela. Los ministeriales se burlaron de ellos: “No se preocupen, se fue con el novio. Tienen que esperar 72 horas”.

Después del plazo señalado, los ministeriales tomaron la denuncia de mala gana y le advirtieron: “Usted búsquela, cuando la ubique, nos avisa”. Sorprendida Karla Lorena les dijo: “¿Cómo qué usted búsquela? Cuando la tenga ubicada la voy a sacar de donde esté, no los voy a necesitar”. Durante meses iba con regularidad a la procuraduría para darles pistas del paradero de su hija, hasta que un ministerial le espetó: “Por su seguridad y los suyos, mejor ya no le mueva”.

Al comprobar el desinterés y la absoluta inacción de las autoridades y sus amenazas, inicio su particular búsqueda. Se introdujo en los ambientes de la delincuencia organizada como misionera, predicando la palabra de Dios, ubicando varias casas de seguridad, pero en ninguna encontró a su hija. Contactó con distintos delincuentes que le prometían buscar a su hija. Hablaba durante horas con ellos, intentando que le dieran información de los secuestros, de los feminicidios. Pudo comprobar cómo en ciertas zonas del área metropolitana de Monterrey el narco forma parte del tejido social. Observó a niños, amas de casa, ancianos, sirviendo a una compleja estructura de narcomenudeo y de la industria del secuestro. Arriesgó su vida. Vendió bienes, joyas, todo lo que tenía de valor, para pagar a quienes le prometían encontrarla. Y no encontró ningún rastro, ni una sola pista del paradero de su hija. La estafaron.

Lanzó anuncios en Internet, con los cristianos y católicos. A los ocho meses, un sujeto que se identificó como comandante del Cártel del Golfo le llamó por teléfono diciéndole que Los Zetas tenían secuestrada a Karla Marielli en Arcabuz, Tamaulipas, y que si quería que la rescataran tenía que entregarles un millón de pesos. Ella le pidió que le pusiera al teléfono a su hija y habló durante unos segundos una voz que aparentaba ser femenina, pero era de un hombre. El sujeto con absoluta crueldad le decía que no podía ponerla más al teléfono porque “él estaba al mando” y era quien decidía cómo hacer las cosas. Comprobó que era un nuevo estafador y le dijo que iba pedir por él porque se estaba burlando de su dolor. Nunca más volvió a llamar: “No se quién era, pero desconfío de todas las autoridades. Están coludidas. Se burlan de nosotras”, dice.

Luego buscó a adivinadores, lectores de cartas y brujos que igualmente la estafaron. Le cobraban 5, 10, 20 mil pesos por darle el paradero de su hija a través de las cartas del Tarot, de las hierbas o de cuestiones místicas. Al final confirmó que se trataba de charlatanería. El último embaucador, un iluminado de la Santa Muerte que a su lado tenía una figura del demonio, le prometió que su hija volvería en una semana. El supuesto “brujo” se ponía una capa para convertirse en Karla Marielli y decirle dónde se encontraba: “Decía que esta en el norte, en el sur, que pronto iba a venir”. Luego del supuesto trance, le pedía que le contara que le había dicho su hija que iba a volver en siete días. Al cumplirse el plazo y ver que no era cierto, entró en una profunda depresión que sólo su fe en Dios la hizo volver a la vida, prometiéndole que nunca más acudiría a charlatanes que sin piedad explotaban su dolor y desesperación.

Nunca ha dejado de buscarla. Durante meses acudió al peor de los lugares: el Servicio Médico Forense. Hasta que un encargado del Hospital Universitario le dijo: “Que gusto el suyo de andar viendo muertos que no son suyos”. La muerte es una posibilidad que obviamente no descarta. Cada vez que en las noticias anuncian el hallazgo del cadáver de mujer, algo que últimamente es muy frecuente, acude con la foto de su hija. “Siento que está viva, que la tienen de esclava al servicio de ellos, cocinándoles y lavándoles la ropa”.

Nunca ha tenido una verdadera pista sobre su paradero, aunque cuenta que, hace meses, una conocida vio a su hija en el municipio de Juárez, Nuevo León, otro territorio controlado por Los Zetas: “Me dijeron que iba recién bañada en una Nitro color gris llena de muchachas. Fui y un muchacho que trabaja para ellos me pidió 40 mil pesos, se los entregué y me aseguró que él la había visto, que la tenían “altos mandos” de Los Zetas, pero luego ya nunca más volvió”.

Lo que más la aterra es que sus captores la tengan de esclava sexual o la hayan vendido con fines de explotación sexual. La trata es un fenómeno que tampoco descarta: “¿Qué les estarán haciendo? Sabrá Dios si las embaracen y tengan ahorita familia. Me comentaron de una desaparecida que ya se comunicó con su mamá y que le dijo que estaba bien, que no podía regresar y que ya tenía un niño. Fue todo”.

Karla Lorena llora con desesperación: “Este es un infierno, lleno de dolor y angustia. Mi esposo dice que está viva porque es muy guapa, que no la van a matar. Seguro que todos los desaparecidos están sufriendo, pero las mujeres sufren más porque las usan. En México a nadie le importan las mujeres, nos ven como un objeto que se usa y se tira”.

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