En
el marco de la conmemoración del 8 de marzo Día Internacional de la Mujer, el
Senado de la República condecoró a la antropóloga y feminista Marcela Lagarde y
de los Ríos con la Medalla Elvia Carrillo Puerto, el 6 de marzo de 2014,
como reconocimiento a su labor en defensa y protección de los Derechos Humanos
de las mexicanas.
C. Secretario de Gobernación, senadoras,
senadores, diputadas, colegas, amigas y amigos, familia, hija:
Me honra recibir el Reconocimiento
Elvia Carrillo Puerto. Lo hago de manera personal y como integrante de un
movimiento que fluye, el movimiento feminista. Me conmueve, porque se trata de
un reconocimiento republicano, muestra de un compromiso político con las mujeres
y con la igualdad de género. Fue impulsado, de manera plural, por legisladoras
que, por cierto, todavía hacen política en desigualdad de género y emiten un
potente mensaje al elegir a Elvia Carrillo Puerto.
Me identifico con ella
en sus definiciones identitarias, como mujer de izquierda, socialista y
feminista, crítica y propositiva.
El gran aporte del
feminismo a la modernidad es la crítica política a su acendrado patriarcalismo
estructural, al androcentrismo, la desigualdad, la discriminación, la violencia
y la injusticia que generan sociedades opresivas.
A la par de la crítica,
el feminismo ha planteado alternativas a ese mundo de exclusión de las mujeres,
de supremacismo de los hombres, de opresiones varias, de discriminación y de
violencia de género.
Desde antaño las
feministas han imaginado cómo cambiar la vida de las mujeres y de los hombres,
y el mundo, tal y como sucedió durante una buena parte del siglo XX, en la
historia a la que pertenece Elvia Carrillo Puerto.
La causa feminista que
nos antecedió, se prolonga en nosotras. En ese devenir hemos profundizado y
avanzado, pero, casi un siglo después, continuamos construyendo derechos que se
nos escamotean y se nos niegan, impulsando cambios para transformar la
condición de las mujeres y para lograr que los hombres y las instituciones
cambien, que cambie la cultura con la eliminación de la enajenación de género y
la invención de nuevas formas de ser y de vivir.
Los anhelos políticos de
Elvia Carrillo Puerto y sus compañeras, de los diversos movimientos feministas
y partidistas eran el acceso de las mujeres a la educación, educación sexual,
control de la natalidad, trabajo digno y participación política, incluyendo el
derecho al sufragio.
A ella misma le tocó
vivir obstáculos a los mínimos avances de las mujeres. Incluso fue amenazada de
muerte, lo que ocasionó que se alejara de la vida pública. En la actualidad hay
mujeres en México amenazadas por exigir sus derechos, o por ser defensoras de
mujeres víctimas de violencia.
A pesar de cambios positivos
en la condición de mujeres de clases altas y medias y de élites diversas, así
como, de cambios parciales e intermitentes de mujeres de franjas sociales
populares, la mayor parte de las mexicanas vive en pobreza (como quiera que se
mida), en penuria y con altos grados de marginación, explotación y violencia.
La mayoría de las mujeres es responsable del trabajo doméstico, aunado al
trabajo público, casi siempre informal, con la mitad del pago que se hace a los
hombres, sin derechos sociales, con grandes cargas familiares de cuidado, y sin
visos de que eso cambie. Decenas de miles han migrado en pos de oportunidades,
pero también de libertad, para salvarse.
En nuestros días,
reivindicamos de nuevo, como lo hicieran Elvia Carrillo Puerto y sus
compañeras, el acceso al trabajo digno como un derecho y al empleo generador de
derechos y salario justo, en pos de la independencia y la autonomía que
queremos. Planteamos además, el fin de la doble jornada de trabajo y la
ampliación de lo público en el soporte de los cuidados. Desde luego, ocupan un
lugar central los derechos sexuales y reproductivos, el amor libre (como ellas)
y la libertad sexual, de pensamiento, de creencias y de participación. Para lo
cual es imprescindible la vigencia del estado laico.
La utopía, que
contribuimos a crear a través de infinidad de topías, de logros y
avances aquí y ahora, contiene la solución a estos grandes problemas
nacionales. Se trata de un nuevo paradigma de desarrollo social caracterizado
como desarrollo humano sustentable, por Martha Nusbaum, Premio Príncipe de
Asturias, Amartya Sen, premio Nóbel de Economía (el único no neoliberal) y
Mahbub-ul-Haaq, paradigma que contiene la posibilidad real del desarrollo de
las mujeres y es contrario y opuesto al neoliberalismo, al capitalismo
patriarcal depredador.
En términos económicos,
impulsa una vía redistributiva de la riqueza basada en la satisfacción de las
necesidades vitales, y en términos sociales y políticos en la eliminación de la
desigualdad, la exclusión y la marginación, con la fortalecimiento de
capacidades a partir de su diversidad y de sus comunidades.
El paradigma del
desarrollo humano sustentable, en la perspectiva de ONU Mujeres, contiene el
adelanto y el empoderamiento de las mujeres, implica el acceso a la educación
en todos los niveles y la eliminación de las brechas, incluso la de las nuevas
tecnologías; el acceso a la salud integral de calidad, durante toda la vida y,
en especial a la salud y los derechos sexuales y reproductivos, con la
indispensable eliminación de obstáculos: erradicación de la violencia,
eliminación de todas las formas de discriminación y del supremacismo de género,
así como de las injusticias y el acceso de las mujeres y las niñas a recursos y
oportunidades para lograr una mejor calidad de la vida.
El núcleo de la utopía
feminista que se fraguó durante tres siglos se sintetiza hoy en la vigencia
de los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Y eso en el camino
hacia la igualdad entre mujeres y hombres.
Se trata sólo de un ramito
de derechos, empezando por el derecho a la vida en primera persona, libre
de miedo y de violencia, pasando por el derecho a ser lo que una quiera ser,
como lo afirmó la comandanta Esther en la tribuna de la Cámara de Diputados, y
concluye con el derecho a la participación política y la toma de decisiones en
condiciones de igualdad. Hoy decimos igualdad plena, sustantiva, efectiva, de
resultados. Concordamos con la Declaración de los Derechos Humanos de Viena
1993 que reconoció la condición humana de las mujeres y definió los derechos de
las mujeres como derechos humanos. Como dice Alda Facio, 1993, el año en que
las terrícolas nos volvimos humanas.
Elvia Carrillo Puerto
participó en la construcción de la ciudadanía de las mujeres a lo largo de su
vida. En el Frente Único Pro Derechos de la Mujer, lo hizo al lado de otras
mujeres de izquierda y feministas, tan entrañables como Frida Kalho, María Izquierdo
y otras intelectuales, artistas, escritoras, maestras, campesinas, empleadas,
manufactureras, estudiantes. Se contaron en decenas de miles. Dicho Frente
exigió el derecho al voto para las mujeres. Es un antecedente clave para lograr
el derecho al voto que no fue una concesión graciosa de nadie, sino el
resultado de la incidencia política de diversos movimientos de mujeres y
feministas a lo largo de décadas, y también de movimientos internacionales.
Para las contemporáneas
el derecho al sufragio abarca el derecho a votar y a ser votada, y también el
derecho a representar y a gobernar en igualdad y con paridad, anhelos que hoy
ocupan nuestros afanes.
De la utopía, las
feministas siempre transitamos a la topía, no sólo proponemos, hacemos,
transformamos.
Piensen, pensamos juntas, qué país
requerimos para erradicar la violencia de género en la casa y en la calle, para
erradicar la violencia feminicida y el feminicidio que nos abofetean día tras
día desde hace años.
Qué país necesitamos
para saciar el hambre y erradicar la pobreza, para eliminar la mortalidad
materna y el embarazo adolescente, el contagio del VIH, la alarmante extensión
del papiloma entre las adolescentes y las jóvenes.
¿Qué país, para que
adolescentes pobres y marginadas no sean insultadas y maltratadas al hacerlas
parir en el baño, en el patio o afuera de la clínica que debería albergarlas?
O, ¿para que no muera más de una decena de criaturas al nacer en una semana, en
un solo hospital?
La respuesta está en
construir un país solidario con las mujeres, las niñas, las adolescentes, las
mujeres de mediana edad y las viejas, en reconocer y valorar la condición
humana de las mujeres.
Un país en que su gente
sea capaz de sentir empatía y movilizarse por la calidad de la vida de las
mujeres. En el que las instituciones de justicia hagan justicia a Ernestina
Ascencio, anciana indígena, violada de manera tumultuaria hace 7 años por
soldados y muerta dos días después “de gastritis” según el presidente, luego
confirmado por forenses de recambio.
Fin a la impunidad,
dijimos al tipificar el feminicidio y lo sostenemos. Hoy el caso está ante la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Esperamos que en este
proceso la Corte Interamericana de Derechos Humanos haga justicia como lo hizo
en el Caso Campo Algodonero: Por primera vez, ante casos de feminicidio,
un gobierno fue considerado culpable por un organismo internacional, de no
garantizar el derecho humano de las mujeres a una vida libre de violencia, de
acuerdo con nuestra Ley y con la Convención Belén Do Pará.
La injusticia continúa:
Aún en casos de defensa propia como ocurrió con Yakiri Rubio, quien se defendió
de su violador y por fin ha salido de la cárcel a continuar el proceso en
libertad. Porque sigue acusada de ¡exceso de fuerza en defensa propia...!
Deberá pagar una fianza de más de 400 mil pesos (parte de la cual es para la
reparación del daño. Propongo que colaboremos para cubrirla.
¿Qué país requerimos
para que las periodistas y las defensoras de derechos humanos no sea acosadas,
hostigadas e incluso asesinadas en el ejercicio de su trabajo?
El país que nos urge es
el que cumple sus compromisos internacionales y con las recomendaciones de la
CEDAW, de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, de Amnistía
Internacional, de otros organismos y de las redes civiles de defensoras de la
vida de las mujeres.
En el país que
anhelamos, la justicia ha de ser justa.
En él la valoración de
la diversidad es un principio de la sociedad y del Estado, que deben ser
capaces de igualar a los diferentes y respetar la diversidad: las mujeres
indígenas y sus pueblos y comunidades, deben ser reconocidos y respetados en su
dignidad, en igualdad y con libertad, como deben serlo las lesbianas, las
bisexuales, las transex y las transgénero, hasta las heterosexuales y quienes
se definan como asexuales también, las mujeres enfermas y las discapacitadas,
y, todas ellas y sus familias, puedan vivir investidas de derechos y en
convivencia democrática.
Hace más de 50 años,
otra entrañable feminista, Rosario Castellanos, reflexionaba en su poema Meditación
en el umbral sobre la condición opresiva y enajenante de las mujeres y
afirmaba:
“Debe de haber otro modo que no se llame
Safo
ni Mesalina, ni María Egipcíaca
ni Magdalena, ni Clemencia Isaura
Otro modo de ser humano y libre
Otro modo de ser
En su pregunta, casi
afirmativa, encontramos la respuesta: había que desapegarnos de estereotipos
patriarcales que nos fueron asignados, pero también del hombre
androcéntrico como referente y de la visión patriarcal del mundo, para empezar
a ser libres. Lo hemos hecho, resolvimos el acertijo con una a,
la respuesta es ser humanas, con a.
Las feministas optamos
por cambiar nosotras mismas, a nuestro entorno, la vida cotidiana y también al
Estado, para que deje de ser parte del problema y prevalezcan en él y se
fortalezcan las tendencias democráticas y de bienestar social, al eliminar
estructuras sexistas, clasistas, racistas, discriminatorias y violentas. Para
dar paso, a una sociedad solidaria y a un Estado democratizado, transparente,
compuesto por instituciones efectivas, honorables y confiables, que supere la
ilegalidad y haga prevalecer el estado de derecho. Y una sociedad que por fin
pueda vivir en paz y desplegar una cultura de paz.
Las feministas como
Elvia Carrillo Puerto y todas, trabajamos cada día, para moldear un país y un
mundo global, de cooperación solidaria, basados en un desarrollo comprometido
con el planeta y con las generaciones siguientes, sí, pero sobre todo, con su
gente, aquí y ahora, para que, se cumpla lo estipulado en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos de 1948, en su parágrafo 28: “Toda persona
tiene derecho a que se establezca un orden social e internacional en el que los
derechos y libertades proclamados en esta Declaración, se hagan plenamente
efectivos.
Nadie lo ha dicho mejor
que María Zambrano (1988) al reflexionar sobre la democracia:
“Si hubiera que definir la democracia,
podría hacerse diciendo que es esa sociedad en la cual no sólo es permitido
sino exigido ser persona”.
Y, pienso, que ser persona se inicia como
planteó Hanna Arendt, con el primero de los derechos, el derecho a tener
derechos.
¡Por
la vida y la libertad de las mujeres y las niñas!
* Feminista etnóloga, doctora en
Antropología, enseña en instituciones académicas y Asociaciones Civiles de
Latinoamérica y Europa.
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