lunes, 6 de junio de 2016

Nuestro balance: feministas si / feministas no


 Sara Lovera*

Hace 40 años, cuando un puñado de mexicanas nos juntamos y decidimos ser feministas, en México, detrás de décadas de reflexión y búsqueda para lograr los derechos de las mujeres, había una sensación de que en nuestro país eran reivindicadas la condición y el estatus femenino en decenas de aspectos, se sentía y decía: gracias a la revolución mexicana somos personas. Todo parecía estar en paz, luego entonces, las nuevas feministas éramos incómodas.
En México el programa liberal/autoritario en que devino el movimiento armado de 1910, había construido un andamiaje jurídico y un programa social que apuntaba hacia un país donde la tendencia era conseguir el estado de derecho y los derechos y la reivindicación para las y los desposeídos: campesinado y mundo indígena sustantivamente.
Por miles de miles, las mujeres habían participado en el movimiento revolucionario, sin embargo, aún hoy no se reconoce a las más de 4 mil mujeres que estuvieron en los campos de batalla, como correos y estrategas; además, en ese ambiente de transformación, maestras, feministas e intelectuales elaboraron un programa de reivindicaciones femeninas, surgido en los dos encuentros feministas de 1916, el primero en enero  y el segundo en septiembre  de ese año realizados en el estado de Yucatán. Los tres ejes fundamentales acordados, se decía, sacarían del marasmo a las mexicanas: educación, libertad sexual y participación política.
Mas, los constitucionalistas de 1917 negaron el voto ciudadano para las mujeres, solicitado 14 veces durante las discusiones de la nueva Constitución en la ciudad de Querétaro. El nuevo pacto social recogió e incorporó cuestiones sustantivas: el derecho al trabajo, el libre tránsito, la educación laica y científica y un programa para evitar los monopolios económicos. Era único y revolucionario el contenido del artículo 123 que describía el derecho de los obreros, el salario mínimo y la seguridad social. Por supuesto se pretendía y esperaba el reparto de la tierra. Pero negó la ciudadanía de las mujeres mexicanas.
Sin hacer cuentas alegres, la nueva Constitución Política de 1917, entre otras cosas, había dado a las mexicanas la sensación de tener derechos; proporcionaba un espacio de felicidad para las familias y para las madres. Fueron los tiempos de ascenso social y  la educación el mecanismo de incorporación al progreso. No obstante, las mujeres no fueron consideradas como actoras políticas. Se tienen evidencias que desde finales del siglo XIX las mujeres demandaron  derechos políticos que fueron dándose a cuenta gotas, por ejemplo, en 1925 en Yucatán se concedió el voto municipal, más tarde otras entidades caminaron en el mismo sentido, pero fue hasta los años 40 cuando se consiguió el voto municipal en todas las entidades del país y hasta 1955 se ejerció por primera vez el voto universal.
¿Qué significó esto? Nada menos que un camino andado al lado de lo que hoy definiríamos como “instituciones”; hombres de poder o razones de la economía nacional, liberal, burguesa y limitada.
Quizá ahí se halle el fondo cultural y perverso de pensarnos ciudadanas y llenas de oportunidades hasta los años 60 del siglo XX. Ya entonces en el Congreso, se empezaron a discutir el derecho a no vivir violencia, el tráfico de personas, la participación política, incluso las cuotas de participación dentro del partido oficial. Igual se modernizó el divorcio que se había decretado en 1915, así como asuntos centrales donde las mujeres eran primero madre/esposas: la patria potestad, la canasta básica, los derechos sociales de las mujeres, su derecho indiscutible a ir a la escuela y poco a poco el derecho a trabajar como reivindicación.
Las intelectuales de ese tiempo afirmaban que había un progreso para la mitad de la población. Las maestras, políticas en boga, escribieron que habían logrado salir adelante. Este sentimiento es lo que ha definido y dividido en dos al camino feminista: unas, las liberales, colaboracionistas, medianamente satisfechas en un bloque y, las otras, las demandantes, marginadas, desoídas y discriminadas, feministas y socialistas que pedían otras reivindicaciones y el cambio de mentalidad como base, además del aborto (años 30), el cambio ideológico con que se construía el matrimonio y otros derechos como darle nacionalidad a sus maridos, cuidados oficiales para sus hijos, escuela laica y mixta, anticonceptivos, etc.
Y como sólo existía el partido oficial, aquel de la revolución mexicana, el que monopolizó el programa de reivindicaciones de todas y todos los mexicanos, con una vida interna que se basó en un acuerdo interclasista, considerado único en el mundo en aquellos tiempos. Tal vez por ello las agrupaciones femeniles o movimientos de mujeres —que propiciaron la realización de una decena de encuentros y análisis de la condición de las mujeres— jamás se cuestionaron cómo actuar fuera de las reglas del Estado, hecho que construyó una cultura y una conducta dependiente de las instituciones. Las mujeres también fueron integrantes de las organizaciones corporativas y, con mucha frecuencia las promotoras de los programas y acciones oficiales.
Podemos observar incluso que las socialistas y comunistas se aliaron con las mujeres de la revolución mexicana para conseguir algunas de sus demandas. Acordaron un solo frente, el Único pro Derechos de la Mujer en 1935, también interpartidario e interclasista.
¿Qué discurso tenía el Estado liberal y neoburgués? Que todas las personas de la nación mexicana tenían oportunidades. El sistema abrió miles de escuelas para niñas y niños; las misiones culturales de los años 20 se convirtieron en el siempre repetido programa social, oportunidades a mujeres para ser profesionales: escuelas normales, de enfermería, de trabajo social, de puericultura, todas profesiones, es obvio, para eternizar el papel de las mujeres como madres.
Asimismo crecieron la educación básica, de administración y lentamente las aulas universitarias, cientos de mujeres se formaron en las tareas administrativas del Estado, en fábricas de textiles y del vestido; recolectoras de jitomate en los campos de Sinaloa y Sonora; nacieron gremios feminizados con destacada, pero oculta, lucha sindical.
A muchas de estas mujeres les debemos el estatuto de los derechos sociales y de algunos contratos de trabajo que habrían de significar verdaderos avances para la clase trabajadora, a donde llegaban día a día, más y más mujeres.
La estrategia seguida por costumbre fue discutir, demandar y sentarse con los poderes para conseguir las nuevas reivindicaciones.

El nuevo feminismo
En dicho contexto, en los años 70, apareció en la escena política el nuevo feminismo con reivindicaciones que alertaron y pusieron en la picota a las INSTITUCIONES.
El nuevo movimiento emergente se planteó la auto organización, se diría la autonomía. Por primera vez, las mujeres analizamos colectivamente el significado del autoritarismo y lo que hoy llamamos patriarcalismo. El ejercicio de poder en la vida cotidiana, en las relaciones laborales, y sobre todo en el control familiar y social de nuestros cuerpos. Habíamos interrumpido de un sólo golpe la paz REVOLUCIONARIA.
Lo anterior significó un proceso riquísimo en experiencias sólo entre mujeres, pero, enseguida, saltó el gran tema: la doble militancia: partidaria/ feminista; social/ feminista, sindical/ feminista y la búsqueda de encuentros y acuerdos donde no fuéramos excluyentes. Cuestión dificilísima que remontamos a finales de los años 70 con la creación del Frente por la Liberación y los Derechos de las Mujeres. Ahí tuvimos una larga discusión sobre la aparición de los grupos autónomos feministas y las antiguas organizaciones del sistema.
El trayecto ha sido arduo. Que las mujeres se sintieran libres, felices y capaces de darse a sí mismas un estamento propio, ha sido una batalla ideológica e histórica que implicaba romper esquemas tradicionales. Nos salimos de las organizaciones mixtas. Nos planteamos la crítica al patriarcado como fuente de discriminación, opresión y desigualdad.
Este proceso planteó una profunda contradicción: ser feminista sólo desde nosotras o mirar a las otras no feministas. ¿Una nueva alianza como en los años 30?
Mientras tanto, en el mundo, operaba internacionalmente un pacto entre los gobiernos, 189 al menos: incluir a las mujeres en el desarrollo capitalista, siempre en crisis. Postergar nuestra emancipación, en favor de sus planes poblacionales, organizativos, económicos. Surgieron las ONG y los grupos temáticos. Ahora nuestra dependencia venía de la mundialización. ¿Éramos libres?
Al parecer todavía no hallamos la salida a la contradicción o ¿la hay? En los años 80 nos internacionalizamos como movimiento. Estuvimos discutiendo en los espacios gubernamentales de la ONU, decidimos “incidir”, pelear juntas, divididas, con distintas perspectivas algunos caminos: las demandas fueron cambiando de nombre. Los derechos sexuales y reproductivos; la no violencia contra las mujeres en la casa y del Estado, surgió la definición de los derechos humanos; construimos alternativas económicas y la inclusión de la mitad del mundo en las políticas públicas.
Todos los noventa nos adherimos a las propuestas internacionales. Recién la urgencia por participar políticamente, es decir, en los espacios donde se tomaran decisiones de cúpula y parlamentarismo.
En esa misma época las feministas y su bolsa de premisas culturales, filosóficas y sociales nos llevaron a pactos claros, eficientes y/o difusos y dolorosos; se hizo una nueva crítica a quienes empezaron a acompañar a los movimientos sociales, sindicales, campesinos e indígenas.
Se fustigó a las adherentes a las tareas de los gobiernos. Crecieron las asociaciones civiles y en el mundo los gobiernos con grandes recursos fueron subvencionando nuestras luchas, organización y demandas. ¿Crecía la contradicción? Claro que sí.
Toda esta parafernalia para preguntarnos: ¿cuándo accedimos a una libertad autónoma? ¿Nada ha cambiado? ¿Nuestra postura de peticionarias o incidentes sirvió para algo? Empujamos la institucionalización del feminismo, claro que sí, desde distintas vertientes. Nuestra crítica contradictoria intervino de manera sistemática para los cambios legislativos, que hoy decimos y sabemos que son papel mojado en la vida real y cotidiana de millones de mexicanas; demandamos la creación de las instancias oficiales que atendieran y dieran salida a la problemática de las mujeres; creamos los primeros refugios de mujeres violentadas; las asociaciones de trabajadoras domésticas; los servicios para atender la violencia contra las mujeres; pedimos presupuestos etiquetados, al tiempo íbamos perdiendo capacidad y fuerza para de salir a la calle, gritar y demandar. Fuimos posponiendo la transformación cultural y dejamos pendiente, otra vez, la organización masiva de mujeres. Hicimos una tarea colectiva que hizo visible lo que hoy conocemos como violencia feminicida, pero no hemos logrado desestructurar la impunidad y la violencia contra las mujeres; tampoco conseguimos salarios y trabajo decente, pero desde distintas vertientes insistimos en las reformas legales y aplaudimos con entusiasmo cada cambio, cada nueva ley, cada tramo reivindicativo. Nada más, pero nada menos.
La pregunta es si esto ha valido la pena o no. Si existe o no un piso, al que todas llegamos, desde las más comunes e institucionales hasta las más radicales y contestatarias. Si tenemos espacios propios; si hemos o no construido una nueva cultura feminista, si el análisis de la condición femenina y todos los diagnósticos son fundamento de cambios por venir, si para algo sirve la enseñanza del feminismo o del género, y en donde están cuestionadas las políticas públicas.
¿Es verdad que? sin la tarea de alianzas y trabajo institucional no habría derecho al aborto en la ciudad de México, ni una red de refugios que salvan vidas, ni tampoco estaríamos peleando por el cumplimiento de algunas leyes; no habrían como los hay, a pesar del mundo y de todo, diagnósticos y datos, desde muy diversas esquinas.
¿Realmente? obligamos a los gobiernos a realizar cambios, políticas, planes o sencillamente hemos formado parte de la orquesta del sistema económico, hoy sólo capitalista. ¿Para algo sirven los diagnósticos, medidas de inclusión? Dónde está nuestra incidencia en el Sistema Educativo Nacional y los Medios de Comunicación de Masas para crear otros sentimientos, saberes y modos de vivir.
¿Dónde hemos estado? El feminismo y sus distintas vertientes ha producido el bagaje ideológico, político y de propuestas emancipadoras: sin duda, pero a dónde vamos.

* Periodista mexicana, preocupada por la condición social de las mujeres. Feminista moderada. Apasionada por el cambio cultural y los medios de comunicación. Integrante del Consejo Editorial de esta revista.


1 comentario:

Anónimo dijo...

MIÉRCOLES 21 DE ENERO DE 2015
DOCTOR NO ASIGNADO SE APROVECHÓ DE CONDICIÓN DE PACIENTE
UNIVERSITARIA DENUNCIA ABUSO SEXUAL EN CLÍNICA DE SAN MIGUEL

Atenderse por una fastidiosa migraña terminaría marcando su dignidad de por vida. La joven estudiante de administración, Veralucía Rojas Veramatus (20), denunció haber sido víctima de un abuso sexual. Hecho cometido por Poul Rogger Portilla Condezo (26), presunto doctor d ela clínica “La Providencia”, en San Miguel.
Abuso de su condición
Refiere Rojas Veramatus, en denuncia registrada en la comisaría de Maranga, que la tarde del 16 de diciembre acudió a la referida clínica para atenderse de una migraña. “Me llevó al piso 9 argumentando que no contaba con guantes quirúrgicos para revisarme. A solas me subió la bata e introdujo sus dedos en mis partes íntimas por más de cinco minutos. También me sobo los senos. Dijo que mi migraña podría ser causada por un cuadro de infección por transmisión sexual”, refiere la joven.
No era procedimiento profesional
Fue cuando llegó el médico Oscar Alberto Lazarte Rodríguez que Rojas confirmó el abuso. “Le conté la manera en la que fui atendida y condenó el acto. No tenía que ver con un procedimiento ético. Aparte él no era encargado de dicho piso. Abusó de mí”, comentó indignada.
La defensa legal de Rojas señaló de Portilla se encontraba citado para ayer martes a la Divincri de San Miguel. “No se acercó. Sabe que será denunciado por el delito de actos contra el pudor y tocamientos indebidos”, refirió el doctor Alberto Villanueva Osorio, abogado de la joven.
No videos, no historia clínica
La clínica habría negado la existencia de videos de seguridad dentro de sus instalaciones, asimismo recalcado no tener una historia clínica de Rojas Veramatus. No pudiéndose comprobar la existencia de la agresión sexual. Esta es una versión dada por familiares de la agraviada.