lunes, 6 de junio de 2016

La experiencia de las mujeres en el territorio comunitario de Guerrero

Construir autonomía es defender el territorio y los derechos.

Lina Rosa Berrío Palomo*

Hablar de autonomía es siempre un ejercicio desafiante pues es un concepto polisémico respecto del cual existen múltiples enfoques y maneras de abordarlo como bien se observa en este número especial sobre la autonomía de las mujeres.
En este caso me interesa recuperar la conceptualización que utilizan Margarita Gutiérrez y Nellys Palomo en uno de los textos pioneros en abordar el tema desde las mujeres indígenas. Gutiérrez y Palomo (1999) señalan tres elementos para hablar de la autonomía desde la identidad genérica y de pertenencia étnica: desde el cuerpo o el ámbito personal, desde lo comunitario y, finalmente, lo organizativo.
En esta perspectiva tridimensional el cuerpo aparece como el territorio en el cual se expresan múltiples formas de violencia y despojo en tanto las mujeres tenemos cada vez menos poder de decisión sobre nuestra capacidad reproductiva. La percepción de las mujeres como “dadoras de vida” o como las responsables de preservar la cultura y la tradición (Mani, 1999) genera una negación del cuerpo como espacio de realización personal y fuente de placer en tanto se exalta la capacidad reproductiva y la maternidad asociada a la misma, o bien situaciones como la violencia física, sexual o el matrimonio a temprana edad, los cuales han sido ampliamente señalados por las mujeres indígenas como costumbres que deben ser cambiadas. En este sentido, la primera dimensión autonómica a conquistar es la del propio cuerpo, el espacio vital asociado al mismo, la dimensión del gozo y las decisiones sobre la propia vida.
El segundo componente de la autonomía lo constituye la dimensión colectiva, la comunitaria. En ésta se inserta todo lo relacionado con los procesos de los pueblos indígenas y sus comunidades; las luchas por el territorio, la autonomía, los derechos colectivos. Uno de los ámbitos donde más énfasis se ha colocado desde el movimiento indígena mixto y en el cual las mujeres han participado activamente reivindicándolo como derecho y construyéndolo en la práctica.
La tercera dimensión de la autonomía señalada por Gutiérrez y Palomo se refiere a los procesos organizativos de las mujeres indígenas en torno a sus demandas de género. Tales procesos han tenido un importante incremento durante las últimas tres décadas, comenzando desde los grupos pioneros derivados de las organizaciones mixtas como la Macegual Sihuamej de Puebla, el equipo de mujeres que sale de Ucizoni para constituir su propia organización (Naxwiin A.C) y quienes actualmente tiene un amplio proceso organizativo en varios municipios del istmo que han dado como resultado una Casa de la Mujer Indígena, una diputada local en Oaxaca (la compañera Zoila José Juan) y un importante espacio de promoción de derechos para las mujeres de la región.
Además de esas organizaciones con trayectoria de décadas, de la rica experiencia de las mujeres al interior del Congreso Nacional Indígena y la Asamblea Nacional Indígena Plural por la Autonomía, las cuales fueron claves en el proceso de discusión de los derechos indígenas al comenzar la primera década del siglo XXI, y que abrieron brecha en el posicionamiento de las demandas específicas de género al interior del movimiento, hoy encontramos también una multiplicidad de procesos organizativos de diversos niveles y temáticas. Organizaciones vinculadas a lo productivo, a la promoción de la salud sexual y reproductiva y la prevención de la violencia de género como las Casas de la Mujer indígena —Camis—; la red de jóvenes indígenas, las organizaciones de profesionistas indígenas, las de turismo, las nacionales y las internacionales. Al mismo tiempo, cada vez más mujeres indígenas en espacios de decisión y cargos de elección popular a nivel local, presidentas municipales elegidas por usos y costumbres, compañeras indígenas al frente de las instancias municipales de la mujer y profesionistas de diversos pueblos impulsando programas específicos desde instancias de gobierno, entre otras.
Es evidente que ninguno de estos logros ha sido fácil ni se construyeron en camino de pétalos de rosa. Ganar cada uno de ellos pasa por un proceso de apropiación de espacios que tradicionalmente han sido vedados y, por tanto, generan resistencias, rechazo, descalificaciones e incluso abierta confrontación. Es frente a este contexto complejo como se construye autonomía, la personal de asumir lo que ello implica, la colectiva de rodearse y trabajar conjuntamente por una agenda común, la organizativa que implica aliarse con otras mujeres que caminan en la misma sintonía y con varones que de a poco se van sumando a este proceso.
Al mismo tiempo y de forma paralela a las experiencias institucionales de participación, encontramos otro grupo de mujeres vinculadas a procesos organizativos que en la práctica apuntan a la construcción de nuevas formas de relación con el Estado desde la autonomía en la impartición de justicia y la seguridad como es el caso de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC), más conocida como Policía Comunitaria de Guerrero. En esta experiencia, surgida en 1997 en la Montaña de Guerrero, y que en la actualidad aglutina a 50 comunidades de diez municipios en la región de la Costa chica-montaña organizados en cuatro sedes regionales, las mujeres han estado presentes desde su creación y en los últimos años han ejercido cargos de máxima autoridad desempeñándose como Coordinadoras Regionales y Consejeras. Son los casos de las compañeras Felicitas Martínez y Asunción Ponce Ramos; mujeres meph´aa y tun saavi, respectivamente, quienes fungieron como coordinadoras de la sede de San Luis.

¿Qué significa para las mujeres construir autonomía en un contexto de creciente acoso por parte del Estado y los poderes fácticos, especialmente los económicos vinculados a la explotación de los recursos naturales como las mineras que desde hace años pugnan por instalarse en la región con la complicidad del gobierno de Guerrero que ha otorgado ya decenas de permisos? ¿Qué significa impartir justicia cuando los delitos que se llevan a esta instancia comunitaria rebasan los tradicionales de las comunidades para incorporar asuntos mayores como asesinatos, narcotráfico o conflictos por linderos territoriales? ¿Qué significa mantener propuestas como ésta en un contexto donde se habla genéricamente de “las autodefensas” y se pretende meter en el mismo costal experiencias organizativas de las comunidades que poseen lógicas distintas y responden a realidades muy específicas de cada región? ¿Qué significa para las mujeres ser figuras públicas y autoridades reconocidas en un momento de creciente criminalización de la protesta social, de trato diferenciado por parte del Estado respecto a los procesos organizativos incluso al interior de la propia CRAC que traen como resultado la detención de prácticamente todas las autoridades de la sede de El Paraíso incluyendo a la comandanta Néstora Salgado?
¿Cuáles son los delitos que se les imputa? Defender el territorio, el derecho de los pueblos a organizarse, impartir justicia y hacerse cargo de la seguridad cuando el Estado no asume estas tareas? Allí están en el territorio comunitario las mujeres construyendo autonomía, las coordinadoras, las consejeras, las comandantas, las promotoras de justicia, las de salud, las de los comités en cada comunidad, los grupos de la sede de Zitlaltepec que luego de un proceso de reflexión largo, complejo, a contracorriente, aprobaron su carta de derechos de las mujeres que en mucho recuerda la experiencia pionera de las zapatistas. Allí están también las compañeras y compañeros parteras y promotores de la Casa de la Mujer indígena Nellys Palomo de San Luis Acatlán.
Allí están ellas todas distintas, únicas, irrepetibles, cada una con su especificidad construyendo autonomía en la práctica. La del cuerpo, de asumirse como protagonistas de su propio destino, la comunitaria defendiendo un proyecto de los pueblos con más de 15 años de existencia como es la CRAC. La organizativa, juntándose con otras y otros, tejiendo redes, alianzas, poniendo al centro las demandas de las mujeres y hombres de la región. El derecho a existir, a tener un territorio, a producir y vender los alimentos en condiciones que no sean las desiguales impuestas por el mercado, a preservar el agua, los recursos, la tierra que se vería gravemente afectada si se aprueban las concesiones a las mineras canadienses que pugnan por entrar. Allí están construyendo el derecho al cuerpo, al placer, al ejercicio de la sexualidad, a la reproducción como un derecho y no como obligación, a atenderse durante su embarazo y parto como las mujeres lo decidan, incluyendo sus formas tradicionales y la preservación de sus saberes en esta materia.
En este nuevo contexto de militarización y control de la vida cotidiana, de cierre de espacios democráticos, la autonomía de las mujeres pasa por la defensa de la vida, de la existencia y del asumirnos libremente como seres políticos. Acompañar los procesos organizativos de los pueblos, con el respeto que merecen sus dinámicas y definiciones internas pero sabiendo que lo que se juega en cada pequeño territorio es, en última instancia, la posibilidad de existencia para cada una y cada de nosotros. Esa mirada multidimensional y la posibilidad de la reflexión en la acción, es una de las herencias del feminismo que hoy sin duda, está más vigente que nunca.

*Investigadora feminista, integrante de Kinal Antzetik.


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