jueves, 26 de marzo de 2009

Otro modo de ser …

Mujeres y política

por Soledad Jarquin Edgar

Dedico esta columna a mis amigas Lupita Oceguera y Paty Briseño y hago votos para que sus pérdidas sean compensadas pronto con las otras muchas cosas maravillosas que nos da la vida.

Hay muchas formas de ser mujeres. Lo cual, claro está, se determina por la forma en que hemos sido formadas, en el ambiente donde nos desarrollamos, las circunstancias en las que nos movemos. Estas formas de ser mujeres se expresan, tienen voz y encuentran esos espacios para ser, existir, manifestarse frente a la vida. Algunas de estas mujeres siguen las normas establecidas. Son correctas ante los ojos del mundo. Otras, muchas más de las que creemos, rompen el molde establecido, se vuelven transgresoras de lo que sería “normal”. Hablan, rompen su silencio, luchan y se inconforman.

Esta diversidad de mujeres tiene frente un solo objetivo de vida: tomar un día su libertad, sus autonomías y, algunas de ellas, quieren expresar su propia rebeldía. Durante décadas, que van sumando centurias, las mujeres del mundo han estado en esa búsqueda permanente de espacios donde se manifieste la igualdad, entre personas diferentes, y aunque no siempre lo consigan como sucedió a muchas mujeres en siglos pasados y sigue pasando en muchos espacios del mundo, abren camino, pican piedra, construyen.

Durante esta semana, tuve la oportunidad de convertirme en una observadora del proceso del XI Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe. No siempre es posible observar. Es impresionante estar frente a esas mujeres, muchas de ellas verdaderas guerreras, que han construido para América Latina las bases fundamentales en que podemos movernos una segunda y tercera generación de mujeres.

En el ex convento REgiona Coeli en el corazón del Centro Histórico, de la ciudad de México, el XI Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe empezó por un principio fundamental del feminismo -valga la expresión-: el reconocimiento de las otras y ellas fueron Alaide Fopa, Graciela Hierro, Esperanza Brito, Vilma Espín, Betty Friedan, Yessi Machi, Silvia Rodríguez, Cecilia Loria, Julieta Kirkwood, Alaide Foppa, Clara González, Liliana Alicia de Pauli, Benita Galeana, Genoveva Rodríguez, Andrea Dworkin, Susana Prates, Beba Pecanins e Itziar Lozano.

Fue un acto emocionante. Un acto que nutrió, pese a los posibles inconvenientes, nada es perfecto. En el ex convento Reina del Cielo, según su nombre castellano, las mil 600 mujeres reunidas exorcizaron los fantasmas de otras mujeres, que en otros tiempos difíciles habitaron muchas veces contra su voluntad las gruesas paredes de la construcción colonial. La mínima falta contra la familia, una pequeña intención de hacer algo distinto a lo que se les imponía, como pretender escoger al futuro esposo o quizá la falta de recursos, fueron suficiente motivo para que en cada familia hubiera una o dos monjas al servicio de la jerarquía eclesiástica.

Pero estas feministas no son monjas en ningún sentido. Durante cuatro días, como lo han hecho durante 28 años en once encuentros distintos, hablaron sobre este mundo que habitamos, sus dificultades y los obstáculos que impone quien gobierna o quien tiene el poder o cree poder decidir sobre la vida de las demás personas.

Así, de nueva cuenta, se buscó establecer estrategias, quehaceres, herramientas buscando los caminos correctos al reconocimiento pleno de la igualdad de las mujeres y sus derechos, sobre todo ahora que el conservadurismo tiene ocupadas varias sillas presidenciales en la región. ¿Cómo lo han logrado? ¿Por qué? El miedo ha sido el elemento fundamental de la derecha, una especie de arma. De Ahí sus guerras (declaradas y no declaradas) como la que contra el narcotráfico emprendió Felipe Calderón. Guerras económicas, como esta crisis de la que ahora nos hablan y donde las primeras en ser despedidas son las mujeres. Infundir temor es la receta de la derecha y la gente vota por quien realmente le garantice sus subsistencia, explicaron las expertas venidas de partidos políticos y corrientes ideológicas.

Así fueron estos cuatro días, aquí las palabras y las imágenes que otros utilizan para denostar o hacer creer lo que no es correcto, infundir miedo, se convirtieron en herramientas para revertir los daños. Con sarcasmo las Reinas Chulas se burlaron de patriarcado y, a veces, hasta de ellas mismas, porque la irreverencia, en gotas o en frascos completos fue el elemento clave frente a las dificultades, serias dificultades que imponen los fundamentalismos, tema central de este encuentro, donde había que desenmascarar algunos “sacrosantos” conceptos.

Todas las voces tuvieron espacio, todas. Las mujeres y la diversidad que somos. Había al menos tres generaciones de feministas, algunas de ellas académicas y otras venidas de instituciones públicas, había funcionarias, las militantes, las artistas, las escritoras, las poetas, las estudiantes, las sindicalistas, las políticas… Ahí estuvieron, incluso por su sola mención las que han fallecido, unas cuarenta de las que fundaron los encuentros hace 28 años en Bogotá, Colombia, como Lucero González, Gina Vargas, Mariza Navarro, Eli Barta, Ana María Pizarro, María Suárez, Diana Miroslavich, Line Barreiro, Magali Pineda, Morena Herrera, Sara Lovera, entre otras muchas hasta las más jóvenes identificadas en el movimiento llamado “Rosa Chillante”.

Todas para hablar, buscar estrategias contra la pobreza, esta crisis del neoliberalismo provocada por lo que el feminismo llamó en este encuentro “una nueva mutación del patriarcado”. Las propuestas son muchas y el trabajo arduo, en especial contra los fundamentalismos, esos pensamientos impuestos como únicos que han provocado más diferencias entre las personas, más guerras, que imponen ideas retrogradas como la utilización del cuerpo de las mujeres y las niñas, para la prostitución y la trata, que pasa todos los días y que se hace común.

Las preocupaciones son muchas y el objetivo es sólo uno, buscar como señala en Meditación en el Umbral la escritora mexicana Rosario Castellanos “otro modo de ser humano y libre”, de eso se trata. Buscar para las mujeres un modo de ser consideradas humanas y no mercancías ni mucho menos botines de guerra (de todo tipo de guerras), para que puedan determinar sobre sí mismas qué hacer con sus vidas, vidas, estoy segura, no sólo productivas, también maravillosas, como las que todos los días se esfuerzan por algo mejor, que puede ser mucho o poco, en el campo o en las ciudades.

Soledad Jarquín ese Premio Nacional de Periodismo 2006. Para sus comentarios: mujeresypolítica@yahoo.com.mx


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