Sara Lovera*
Hace 40 años, cuando un puñado de
mexicanas nos juntamos y decidimos ser feministas, en México, detrás de décadas
de reflexión y búsqueda para lograr los derechos de las mujeres, había una sensación
de que en nuestro país eran reivindicadas la condición y el estatus femenino en
decenas de aspectos, se sentía y decía: gracias a la revolución mexicana somos
personas. Todo parecía estar en paz, luego entonces, las nuevas feministas
éramos incómodas.
En México el programa
liberal/autoritario en que devino el movimiento armado de 1910, había
construido un andamiaje jurídico y un programa social que apuntaba hacia un
país donde la tendencia era conseguir el estado de derecho y los derechos y la
reivindicación para las y los desposeídos: campesinado y mundo indígena
sustantivamente.
Por miles de miles, las
mujeres habían participado en el movimiento revolucionario, sin embargo, aún
hoy no se reconoce a las más de 4 mil mujeres que estuvieron en los campos de
batalla, como correos y estrategas; además, en ese ambiente de transformación,
maestras, feministas e intelectuales elaboraron un programa de reivindicaciones
femeninas, surgido en los dos encuentros feministas de 1916, el primero en
enero y el segundo en septiembre de ese año realizados en el estado
de Yucatán. Los tres ejes fundamentales acordados, se decía, sacarían del
marasmo a las mexicanas: educación, libertad sexual y participación política.
Mas, los
constitucionalistas de 1917 negaron el voto ciudadano para las mujeres,
solicitado 14 veces durante las discusiones de la nueva Constitución en la
ciudad de Querétaro. El nuevo pacto social recogió e incorporó cuestiones
sustantivas: el derecho al trabajo, el libre tránsito, la educación laica y
científica y un programa para evitar los monopolios económicos. Era único y
revolucionario el contenido del artículo 123 que describía el derecho de los
obreros, el salario mínimo y la seguridad social. Por supuesto se pretendía y
esperaba el reparto de la tierra. Pero negó la ciudadanía de las mujeres
mexicanas.
Sin hacer cuentas
alegres, la nueva Constitución Política de 1917, entre otras cosas, había dado
a las mexicanas la sensación de tener derechos; proporcionaba un espacio de
felicidad para las familias y para las madres. Fueron los tiempos de ascenso
social y la educación el mecanismo de incorporación al progreso. No
obstante, las mujeres no fueron consideradas como actoras políticas. Se tienen
evidencias que desde finales del siglo XIX las mujeres demandaron
derechos políticos que fueron dándose a cuenta gotas, por ejemplo, en
1925 en Yucatán se concedió el voto municipal, más tarde otras entidades
caminaron en el mismo sentido, pero fue hasta los años 40 cuando se consiguió
el voto municipal en todas las entidades del país y hasta 1955 se ejerció por
primera vez el voto universal.
¿Qué significó esto?
Nada menos que un camino andado al lado de lo que hoy definiríamos como
“instituciones”; hombres de poder o razones de la economía nacional, liberal,
burguesa y limitada.
Quizá ahí se halle el
fondo cultural y perverso de pensarnos ciudadanas y llenas de oportunidades
hasta los años 60 del siglo XX. Ya entonces en el Congreso, se empezaron a
discutir el derecho a no vivir violencia, el tráfico de personas, la
participación política, incluso las cuotas de participación dentro del partido
oficial. Igual se modernizó el divorcio que se había decretado en 1915, así
como asuntos centrales donde las mujeres eran primero madre/esposas: la patria
potestad, la canasta básica, los derechos sociales de las mujeres, su derecho
indiscutible a ir a la escuela y poco a poco el derecho a trabajar como
reivindicación.
Las intelectuales de ese
tiempo afirmaban que había un progreso para la mitad de la población. Las maestras,
políticas en boga, escribieron que habían logrado salir adelante. Este
sentimiento es lo que ha definido y dividido en dos al camino feminista: unas,
las liberales, colaboracionistas, medianamente satisfechas en un bloque y, las
otras, las demandantes, marginadas, desoídas y discriminadas, feministas y
socialistas que pedían otras reivindicaciones y el cambio de mentalidad como
base, además del aborto (años 30), el cambio ideológico con que se construía el
matrimonio y otros derechos como darle nacionalidad a sus maridos, cuidados
oficiales para sus hijos, escuela laica y mixta, anticonceptivos, etc.
Y como sólo existía el
partido oficial, aquel de la revolución mexicana, el que monopolizó el programa
de reivindicaciones de todas y todos los mexicanos, con una vida interna que se
basó en un acuerdo interclasista, considerado único en el mundo en aquellos
tiempos. Tal vez por ello las agrupaciones femeniles o movimientos de mujeres
—que propiciaron la realización de una decena de encuentros y análisis de la
condición de las mujeres— jamás se cuestionaron cómo actuar fuera de las reglas
del Estado, hecho que construyó una cultura y una conducta dependiente de las
instituciones. Las mujeres también fueron integrantes de las organizaciones
corporativas y, con mucha frecuencia las promotoras de los programas y acciones
oficiales.
Podemos observar incluso
que las socialistas y comunistas se aliaron con las mujeres de la revolución
mexicana para conseguir algunas de sus demandas. Acordaron un solo frente, el Único
pro Derechos de la Mujer en 1935, también interpartidario e interclasista.
¿Qué discurso tenía el
Estado liberal y neoburgués? Que todas las personas de la nación mexicana
tenían oportunidades. El sistema abrió miles de escuelas para niñas y niños; las
misiones culturales de los años 20 se convirtieron en el siempre repetido
programa social, oportunidades a mujeres para ser profesionales: escuelas
normales, de enfermería, de trabajo social, de puericultura, todas profesiones,
es obvio, para eternizar el papel de las mujeres como madres.
Asimismo crecieron la
educación básica, de administración y lentamente las aulas universitarias,
cientos de mujeres se formaron en las tareas administrativas del Estado, en
fábricas de textiles y del vestido; recolectoras de jitomate en los campos de
Sinaloa y Sonora; nacieron gremios feminizados con destacada, pero oculta,
lucha sindical.
A muchas de estas
mujeres les debemos el estatuto de los derechos sociales y de algunos contratos
de trabajo que habrían de significar verdaderos avances para la clase
trabajadora, a donde llegaban día a día, más y más mujeres.
La estrategia seguida
por costumbre fue discutir, demandar y sentarse con los poderes para conseguir
las nuevas reivindicaciones.
El nuevo feminismo
En dicho contexto, en los años 70,
apareció en la escena política el nuevo feminismo con reivindicaciones que
alertaron y pusieron en la picota a las INSTITUCIONES.
El nuevo movimiento
emergente se planteó la auto organización, se diría la autonomía. Por primera
vez, las mujeres analizamos colectivamente el significado del autoritarismo y
lo que hoy llamamos patriarcalismo. El ejercicio de poder en la vida cotidiana,
en las relaciones laborales, y sobre todo en el control familiar y social de
nuestros cuerpos. Habíamos interrumpido de un sólo golpe la paz REVOLUCIONARIA.
Lo anterior significó un
proceso riquísimo en experiencias sólo entre mujeres, pero, enseguida, saltó el
gran tema: la doble militancia: partidaria/ feminista; social/ feminista,
sindical/ feminista y la búsqueda de encuentros y acuerdos donde no fuéramos
excluyentes. Cuestión dificilísima que remontamos a finales de los años 70 con
la creación del Frente por la Liberación y los Derechos de las Mujeres. Ahí
tuvimos una larga discusión sobre la aparición de los grupos autónomos
feministas y las antiguas organizaciones del sistema.
El trayecto ha sido
arduo. Que las mujeres se sintieran libres, felices y capaces de darse a sí
mismas un estamento propio, ha sido una batalla ideológica e histórica que implicaba
romper esquemas tradicionales. Nos salimos de las organizaciones mixtas. Nos
planteamos la crítica al patriarcado como fuente de discriminación, opresión y
desigualdad.
Este proceso planteó una
profunda contradicción: ser feminista sólo desde nosotras o mirar a las otras
no feministas. ¿Una nueva alianza como en los años 30?
Mientras tanto, en el
mundo, operaba internacionalmente un pacto entre los gobiernos, 189 al menos:
incluir a las mujeres en el desarrollo capitalista, siempre en crisis. Postergar
nuestra emancipación, en favor de sus planes poblacionales, organizativos,
económicos. Surgieron las ONG y los grupos temáticos. Ahora nuestra dependencia
venía de la mundialización. ¿Éramos libres?
Al parecer todavía no
hallamos la salida a la contradicción o ¿la hay? En los años 80 nos
internacionalizamos como movimiento. Estuvimos discutiendo en los espacios
gubernamentales de la ONU, decidimos “incidir”, pelear juntas, divididas, con
distintas perspectivas algunos caminos: las demandas fueron cambiando de
nombre. Los derechos sexuales y reproductivos; la no violencia contra las
mujeres en la casa y del Estado, surgió la definición de los derechos humanos;
construimos alternativas económicas y la inclusión de la mitad del mundo en las
políticas públicas.
Todos los noventa nos
adherimos a las propuestas internacionales. Recién la urgencia por participar
políticamente, es decir, en los espacios donde se tomaran decisiones de cúpula
y parlamentarismo.
En esa misma época las
feministas y su bolsa de premisas culturales, filosóficas y sociales nos
llevaron a pactos claros, eficientes y/o difusos y dolorosos; se hizo una nueva
crítica a quienes empezaron a acompañar a los movimientos sociales, sindicales,
campesinos e indígenas.
Se fustigó a las adherentes
a las tareas de los gobiernos. Crecieron las asociaciones civiles y en el mundo
los gobiernos con grandes recursos fueron subvencionando nuestras luchas,
organización y demandas. ¿Crecía la contradicción? Claro que sí.
Toda esta parafernalia
para preguntarnos: ¿cuándo accedimos a una libertad autónoma? ¿Nada ha
cambiado? ¿Nuestra postura de peticionarias o incidentes sirvió para algo?
Empujamos la institucionalización del feminismo, claro que sí, desde distintas
vertientes. Nuestra crítica contradictoria intervino de manera sistemática para
los cambios legislativos, que hoy decimos y sabemos que son papel mojado en la
vida real y cotidiana de millones de mexicanas; demandamos la creación de las
instancias oficiales que atendieran y dieran salida a la problemática de las
mujeres; creamos los primeros refugios de mujeres violentadas; las asociaciones
de trabajadoras domésticas; los servicios para atender la violencia contra las
mujeres; pedimos presupuestos etiquetados, al tiempo íbamos perdiendo capacidad
y fuerza para de salir a la calle, gritar y demandar. Fuimos posponiendo la
transformación cultural y dejamos pendiente, otra vez, la organización masiva
de mujeres. Hicimos una tarea colectiva que hizo visible lo que hoy conocemos
como violencia feminicida, pero no hemos logrado desestructurar la impunidad y
la violencia contra las mujeres; tampoco conseguimos salarios y trabajo
decente, pero desde distintas vertientes insistimos en las reformas legales y
aplaudimos con entusiasmo cada cambio, cada nueva ley, cada tramo
reivindicativo. Nada más, pero nada
menos.
La pregunta es si esto
ha valido la pena o no. Si existe o no un piso, al que todas llegamos, desde
las más comunes e institucionales hasta las más radicales y contestatarias. Si
tenemos espacios propios; si hemos o no construido una nueva cultura feminista,
si el análisis de la condición femenina y todos los diagnósticos son fundamento
de cambios por venir, si para algo sirve la enseñanza del feminismo o del
género, y en donde están cuestionadas las políticas públicas.
¿Es verdad que? sin la
tarea de alianzas y trabajo institucional no habría derecho al aborto en la
ciudad de México, ni una red de refugios que salvan vidas, ni tampoco
estaríamos peleando por el cumplimiento de algunas leyes; no habrían como los
hay, a pesar del mundo y de todo, diagnósticos y datos, desde muy diversas
esquinas.
¿Realmente? obligamos a
los gobiernos a realizar cambios, políticas, planes o sencillamente hemos
formado parte de la orquesta del sistema económico, hoy sólo capitalista. ¿Para
algo sirven los diagnósticos, medidas de inclusión? Dónde está nuestra
incidencia en el Sistema Educativo Nacional y los Medios de Comunicación de
Masas para crear otros sentimientos, saberes y modos de vivir.
¿Dónde hemos estado? El
feminismo y sus distintas vertientes ha producido el bagaje ideológico,
político y de propuestas emancipadoras: sin duda, pero a dónde vamos.
* Periodista mexicana,
preocupada por la condición social de las mujeres. Feminista moderada.
Apasionada por el cambio cultural y los medios de comunicación. Integrante del Consejo Editorial de esta
revista.