sábado, 3 de junio de 2017

Tiempo de canallas



Rocío Duque*

¿Qué es lo peor de Donald Trump? ¿Las mentiras?, ¿los estereotipos racistas?,
¿la misoginia? ¿Los supuestos manoseos?, ¿El aparente
rechazo a aceptar resultados democráticos? Todo ello es suficientemente malo.
Pero no es lo peor. Lo peor de Donald Trump
es que él es el hombre en el espejo.
Geoge Monbiot

El artículo de Geoge Monbiot, The man in the mirror (El hombre en el espejo), habla de algunas verdades incómodas para la mayoría de los estadounidenses, y no sólo para quienes votaron por Trump:

[…] Nos encanta horrorizarnos con sus excesos y verlo como un monstruoso caso aislado, el polo opuesto a todo lo que una sociedad moderna y civilizada representa. Pero él no es nada de eso. Él es el destilado de todo lo que se nos ha inducido a desear y admirar. Trump es tan repulsivo no porque ofenda los más básicos valores de nuestra civilización, sino porque los encarna… Sí, él es un superficial, un deshonesto, un patán y un hombre extremadamente peligroso.
Pero esos rasgos aseguran que él no es un marginal, sino la perfecta representación de su casta, la casta que dirige la economía global y gobierna nuestras políticas. Él es nuestro sistema, despojado de sus pretensiones.

¡Ahí vienen los rusos! (¿Otra vez?)
La visión del mundo y la vida como una guerra perpetua, es parte fundamental de la historia y la ideología del Estado estadounidense. Los enemigos acechan en cada rincón del mundo y del vecindario. No por nada la industria de las armas tiene un mercado de 8 mil millones de dólares, sólo en los Estados Unidos, y llevar un arma escondida es legal en los 50 estados.
La paranoia ha sido parte fundamental y fundacional para la implementación de políticas nacionales e internacionales, desde el exterminio de los indios originarios, a las brutales leyes segregacionistas hasta las incontables invasiones imperialistas. Pero a partir de los ataques terroristas del 2001, el miedo como política ha llegado a dimensiones histéricas sólo comparables a las del macartismo durante la Guerra Fría.
El apocalíptico discurso inaugural de Trump pinta un Estados Unidos acosado desde dentro y fuera por terroristas, criminales y políticos corruptos (los otros, no los suyos, por supuesto); sumido en la pobreza y humillado en el mundo. Su frase culminante: “Esta masacre americana para aquí mismo y ahora mismo”, haría pensar a cualquiera fuera de este planeta que Estados Unidos ha sido invadido por alguno de sus enemigos reales o imaginarios y no al revés.
Robándome una frase de David Sedaris sobre un asunto ajeno a éste: parecería un Estados Unidos diseñado por un jefe de propaganda soviético.
Y ciertamente, la vieja y desacreditada Guerra Fría parece regresar de una muy extraña y perversa manera, con un torvo ex espía de la KGB y un presidente estadounidense amigable con negocios y gustos comunes. Ya sabemos que la realidad siempre supera a la ficción. De acuerdo a varias agencias de inteligencia, Vladimir Putin habría montado un operativo para influir en las elecciones estadounidenses en favor de Donald Trump. Las fugas de información de la campaña demócrata, letales para la campaña de Clinton, fueron rápidamente diseminadas por Wikileaks (la que coincidentemente, jamás presentó nada contra Trump). Hillary Clinton y diversos políticos han culpado a Rusia de robar más de 19 mil correos electrónicos de oficiales del partido demócrata.
Las ligas políticas y económicas con el Kremlin de su ex asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, obligado a renunciar a causa de esto, no ayudan mucho a disipar las dudas. La historia laberíntica del asunto parece digna de un libro de John Le Carre. La revista de izquierda Mother Jones ha llamado a este asunto “La misteriosa desaparición del mayor escándalo en Washington”.
A los tan nacionalistas seguidores de Trump, el asunto de la interferencia rusa y las ligas comerciales de su líder con Putin y la oligarquía rusa no los puso a sudar, pero según algunos analistas el asunto Putin, fuera de ser verdadero o no, ha servido para minimizar las verdaderas razones de la derrota demócrata. Una derrota como ninguna otra: su candidata tenía el dinero, las conexiones, los “amarres” políticos, la bendición de poderosos sectores políticos y económicos no sólo de su partido sino incluso de un sector “moderado republicano” (¿Existe algo así en el mundo?); se suponía que tenía en la bolsa el voto femenino y latino. Y ¿qué pasó?

Mitos, mujeres y masas
Todo mundo sabe que Donald Trump llevó a cabo una campaña basada en la misoginia. No hay espacio suficiente aquí para ennumerar la cantidad de barbaridades que dijo sobre ellas, desde el primer día, pero son bien conocidas. Sin embargo, muchas pensamos que el llamado “pussygate” –sus declaraciones sobre cómo una celebridad, como él mismo, puede “agarrarlas impunemente por el coño” (pussy)– finalmente sería el último clavo en su féretro. No había tal féretro.
Quizá uno de los más chocantes resultados de las elecciones fue comprobar que 53% de las mujeres blancas que votaron lo hicieron por Trump. Pero 94% de las afroamericanas votaron por Hillary. Creo que la extraordinaria campaña que Michelle Obama (una figura adorada por las mujeres negras) llevó en favor de Clinton le dio esos votos.
Una enorme cantidad de artículos tratando de explicar estos resultados aparecieron en seguida. Liza Featherstone, en su artículo “Feminists misunderstood the presidential election from day one”, escribió: “… Creyéndose la idea de que las mujeres apoyarían a Hillary Clinton sólo porque era una candidata mujer, el movimiento ha cometido un terrible error –resulta que a muchas mujeres ni les importa el sexismo de Trump ni que Clinton sea una mujer. La mayoría de mujeres blancas votaron por Trump. Y aunque Clinton se llevó la mayoría del voto femenino en total, su porcentaje de votos femeninos es menor que el que disfrutó Obama sobre Romney en 2012. Esto ha dejado a muchas feministas americanas devanándose los sesos. Cómo es que esto ha pasado, se preguntan. Lena Dunham, una de las muchas celebridades ricas que apoyaron a Clinton, y que al parecer no impresionaron a las votantes de Wisconsin, se lamentan de que las mujeres blancas ‘…hayan sido tan incapaces de ver la identidad femenina’. Pero no hay tal identidad femenina y nunca la ha habido… Creyéndose la idea de que las mujeres apoyarían a una candidata, el feminismo ha cometido un terrible error. Extrañamente, dada la historia del feminismo de ignorar a las minorías, el grupo que ha sido más incomprendido es el de las mujeres blancas, quienes usualmente votan por republicanos… Como John Cassidy apunta en su artículo para el New Yorker, no sólo Trump se llevó el voto femenino blanco, también lo hicieron Romney en 2012, Mc Cain en 2008 y Bush en 2004. Al parecer, muchas mujeres blancas tienen puntos de vista conservadores, ya sea sobre impuestos o aborto, y ni la misoginia de Trump ni la anatomía de Clinton superarían esos compromisos… Trump apeló a muchas mujeres que temen caer en pobreza y carecer de movilidad social y ganó el voto de muchas mujeres sin educación superior y en áreas rurales. Él denunció los tratados de comercio que arruinaron las economías locales y juró crear empleos y reconstruir la infraestructura en declive. Mientras tanto, Clinton iba a fiestas con sus apoyadores en los Hampton.
Ciertamente el retrato de un Trump cortejando fervientemente el voto de los pobres y de Clinton como una “socialite” superficial y vana, no son realmente justos, pero que esa era la percepción popular, ya no nos cabe duda.
Clinton tampoco apeló a las mujeres que tradicionalmente votaban por demócratas. Sí, ganó entre mujeres pobres, latinas y negras. Pero ella ganó el voto de mujeres negras por dos puntos porcentuales menos que Obama en 2012, y 8 puntos porcentuales menos entre latinas.
La extraordinaria marcha de las mujeres que puso a más de 3 millones (hombres y mujeres) en las calles de Estados Unidos y del mundo el día siguiente de la toma de posesión de Trump es sin duda, un enorme triunfo popular, pero vale la pena reconocer también sus límites.
Una de las creadoras y organizadoras de la marcha, Fontaine Pearson, declaró a The Guardian: “No estoy tan interesada en la marcha misma sino en qué viene después”. El artículo continua: “Sin un claro camino de la marcha al poder, la protesta está destinada a ser un inefectivo espectáculo autocomplaciente, adornado con gorritos rosas”.
No hay sólo grupos de izquierda o liberales que aspiran a “empoderar a las mujeres” (tengo grandes reservas sobre ese concepto, así como con el estructuralmente engañoso “techo de cristal”, pero ese es otro asunto). La republicana Empowered Women, es una de varias organizaciones de derecha que probablemente estén planeando una respuesta a las anti-trumpistas. Ellas ya vieron que el voto femenino blanco puso a su candidato en la Casa Blanca contra una candidata mujer; ciertamente, llamemos a eso poder.
El gabinete de Trump es el más masculino y más blanco desde Reagan y las pocas mujeres en él son una verdadera pesadilla, ninguna de ellas tiene experiencia en las áreas requeridas y son radicalmente de derecha. Por razones de espacio, sólo un botón de muestra: Betsy DeVos, una millonaria que compró su camino a la cartera de educación y que se hizo famosa durante su comparecencia para obtener el trabajo diciendo que hay que mantener armas en las escuelas en caso de un ataque de osos. Como buena cristiana radical, desea llevar el reino de Dios a las escuelas públicas… mientras duren. Por cierto, DeVos es hermana del infame Erik Prince, contratista de mercenarios, fundador de Blackwater, involucrado en crímenes de guerra. ¿Para qué se necesita el circo de las comparecencias de cualificación? Tod@s l@s candidatos de Trump pasan como estudiantes idiotas y pendencieros que tienen la bendición del director.

Hombre blanco enojado
Pero fueron mayoritariamente los hombres blancos quienes llevaron a Trump al poder. El sector social favorecido por siempre (hombres blancos de mediana edad) está en decadencia. Un reciente estudio de la universidad de Princeton revela que varones blancos estadounidenses entre 45 y 54 años están muriendo, con cifras sin precedentes por consumo de drogas, alcohol y por suicidio, especialmente entre los blancos con menos educación. El sector que ha favorecido en gran medida a Trump. “Hacer América Grande de Nuevo”, el lema de campaña del millonario, apeló grandemente a esos que consideran que sus tragedias personales son culpa de Obama y no de un sistema de suyo excluyente y quienes firmemente se creen los mitos fundacionales de la autosuficiencia y el individualismo. Las masas que asistían a los mítines de Trump y que, cubiertas de banderas y símbolos patrióticos lo vitoreaban, son las mismas que no pueden explicarse cómo es que el sueño americano no los ha incluido en la locura globalizadora. ¿A quién culpar de su adicción a opiáceos?, ¿a quién culpar del desempleo perpetuo?, ¿a quién culpar del decaimiento de su abandonado pueblo?, ¿a quién culpar si su trabajo en la fábrica se fue volando a Asia o Latinoamérica? Trump no tenía respuestas complicadas y sofisticadas, sino culpables. Y uno de ellos era negro y estaba en la Casa Blanca.
Trump es el hombre que ellos quieren ser, pero el dinero que lo apoya viene de aquellos de los que supuestamente se distanciaba. Trump nunca ha llenado el mito del autosuficiente y audaz “selfmade man”, pero sus encandilados seguidores nunca lo han querido ver así. Él iba a limpiar el pantano político de Washington, les aseguró.
Una de las cosas que Trump jamás mencionó en su campaña es que muchos de esos empleos no se han ido a China, México, India u Honduras, sino que las nuevas tecnologías ocupan ahora esos puestos, anteriormente humanos. Esos viejos, tradicionales trabajos simplemente ya no existen. La estructura industrial de la época de oro estadounidense es cosa del pasado; no sólo los nuevos bienes se producen de manera diferente y en cualquier lugar, los nuevos trabajos, especialmente en el área de la computación, requieren habilidades muy lejanas a las del viejo trabajador manual o industrial. Un cambio de forma de producción comparable al de la revolución industrial a finales del siglo XIX y principios del XX.
Trump manipuló, además de los sentimientos de miedo, la incapacidad de los blancos pobres de enfrentar la competencia de las minorías en sus propios términos. Hace tiempo, Trump aseguró en entrevista en la televisión con NBC que las verdaderas víctimas del sistema eran los blancos: “Un bien educado negro goza de tremendas ventajas sobre un bien educado blanco, en el mercado de trabajo. Si yo tuviera que empezar mi carrera hoy, me encantaría ser un bien educado negro”.
Los blancos pobres votaron mayoritariamente por Trump, pero quienes realmente lo pusieron ahí para ser votado fueron los que tienen el poder y el dinero Trump reveló su deseo de ser presidente desde 1988, en aquel entonces parecía una broma, pero los cambios globales trabajaron en su favor.
El surgimiento de una poderosa, nueva y rabiosa ultraderecha no sólo se manifiesta en Estados Unidos sino en el mundo entero, especialmente alentada por los cambios poblacionales de la globalización y las nuevas guerras (¿la nueva distribución del mundo?). La migración juega ahora un papel especialmente importante. Junto con ella, los nuevos actores políticos y sociales: mujeres, minorías diversas, gays, transgéneros y muy notablemente, ambientalistas. Una nueva humanidad que ni las derechas ni las izquierdas avizoraron hace apenas unos años.

Heil, Trump!
Si las extrañas reminiscencias de la Guerra Fría y el macartismo parecen volver a poblar la política mundial, no menos sorprendente es el resurgimiento del nazismo.
Los altos jefes de la administración Trump vienen todos de la llamada Alt Right (Alternative Right, Derecha Alternativa), que es un intento de cambio de nombre de los neonazi. Richard Spencer acuñó el término hace pocos años. Y el término será nuevo, pero las ideas son viejas: nativismo, supremacía blanca, islamofobia, anti feminismo, homofobia y antisemitismo (no confundir con oposición a las políticas israelíes. El amado yerno de Trump y parte de su equipo, es muy cercano a Netanyahu). Spencer saludó con un Heil, Trump! y con el brazo derecho en alto el triunfo de Trump.
Los KKK desecharon finalmente sus rimbombantes títulos (Gran Dragón, por ejemplo) y sus ridículas vestimentas para abrazar la era Internet y la posibilidad de tomar el poder.
Stephen Bannon, un conocido miembro de los neonazis ahora disfrazados como Alt right, es ahora el jefe en estrategia del presidente de Estados Unidos, un gran avance desde sus anteriores chambas. Bannon fue ideólogo y banquero de la poderosa firma Goldman Sachs (esa a la que Hillary dio conferencias para asegurarles que ella era amigable a los banqueros, y por las que cobró muchos miles de dólares. Aparentemente, no le sirvió de mucho). Luego fue director de la ultraderechista Breitbart News. Él es ahora parte del selectísimo grupo del National Security Council, la célula más cercana al presidente, en la cual tradicionalmente se incluyen únicamente a los jefes de inteligencia militar y seguridad interna, el grupo, para decirlo rápido, que decide las políticas de guerra y represión. La bronca de Trump con la CIA, excluyó a esa organización del Consejo. Su primerísimo acto de gobierno consistió en ir a los cuarteles de la tenebrosa CIA a pelearse con ellos, por su información de que las multitudes que asistieron a su toma de posesión no fueron tantas como las de Obama. Bueno, un acto que puso a pensar a muchos sobre la sanidad mental del presidente.
Bannon es considerado por muchos analistas el “cardenal tras el trono” en la administración Trump, dado que es públicamente sabido que éste carece de la inteligencia, el conocimiento y la sofisticación ideológica para tomar decisiones por sí mismo.

Cosas extrañas y extraños compañeros de cama
¿Es extraño que el pueblo haya votado por un millonario patológicamente narcisista e ignorante?, ¿es extraño que sus decisiones políticas ignoren las más básicas reglas de convivencia internacional?, ¿es extraño que el presidente de un país busque gratuitas broncas incluso con sus aliados y socios más cercanos?, ¿es extraño que un presidente ignore las básicas reglas judiciales y políticas de su país?, ¿es extraño que el presidente del país más poderoso del mundo esté más interesado en contestar sus mensajes de Twitter que en gobernar el país? Obviamente, ya no.
No debería extrañarnos, pues, que los seguidores de Trump sigan creyendo las vanas promesas de hacer a Estados Unidos el país número uno, el único país indispensable en el mundo, como Bill Clinton aseguró en su discurso de toma de posesión hace no tanto tiempo. Hannah Arendt, entre much@s otr@s, sabía que los fanáticos de un líder: “Creen las más fantásticas declaraciones un día y confían en ellas, aunque al siguiente se les den las más irrefutables pruebas de su falsedad, ellos se refugian en el cinismo”.
Pero quizá el cinismo acabe cuando ell@s mism@ s vivan en carne propia los resultados económicos y sociales de las políticas de Trump. Quizá más extraño que el propio encumbramiento de Trump y su grupo de neo nazis, sea la solidaridad de sectores inesperados.
La extraordinaria respuesta popular, ocupando los principales aeropuertos de la nación, contra la ilegal prohibición de entrada al país de nacionales de 7 países musulmanes (convenientemente, ninguna de ellos con ligas de negocios con Trump, y ninguno de ellos responsables de ataque alguno a estadounidenses, como sí es el caso de Arabia Saudita), fue apoyada por firmas como Google (cuyo director general se hizo presente en el aeropuerto de San Francisco apoyando a los manifestantes y proveyendo apoyo legal), Facebook, Netflix y varias otras firmas de Silicon Valley en California.
De igual manera, la industria restaurantera nacional, que necesita la mano de obra barata indocumentada que representa aproximadamente el 70% de su fuerza de trabajo, ha empezado una campaña de apoyo a inmigrantes y contra las políticas anti inmigratorias de Trump.
Ciertamente, extraños compañeros de cama y quizás en estos tiempos, bienvenidos, aunque sabemos que no tenemos que casarnos con ellos.
Para cuando ustedes lean esto, quizás muchas otras cosas habrán pasado y todo lo anterior habría que reescribirse y quizá la única palabra que persista sea la que se escribe a diario en los muros de esta ciudad, en todos los colores, en todos los idiomas: ¡RESISTAN!

* Artista plástica, feminista, escritora, investigadora, amante de los libros, editora y blogmaster de Cuadernos Feministas

Nota

1. Dicen que el plagio es el mejor homenaje. Este título, por supuesto, está tomado del extraordinario libro de Lillian Hellman, Scoundrel Time, sobre el macartismo que ella misma vivió.

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