sábado, 3 de junio de 2017

Se podría haber suicidado antes

María-Milagros Rivera Garretas*
Calpe, 28 de octubre de 2016

El viernes pasado, en el noveno piso de una casa de la Avenida Europea de Calpe (Alicante), un hombre belga de 75 años asesinó a golpes a su mujer, de la misma edad y país. Después, él se precipitó en el vacío tirándose por la ventana.
¿Cuál era su vacío? El del alma de un hombre que se queda sin presa, sin objeto de dominio, sin mujer a la que maltratar por dominar. Por eso el marido maltratador no se suicidó antes ni tampoco se marchó. No podía vivir sin dominar, no podía vivir consigo mismo. Su sí mismo se le presentó después de matar, y no pudo con él. No solo porque fuera monstruoso sino porque era banal. El dominio lo inflaba. Se enamoraría en su día de una mujer grande y no pudo soportar su grandeza. No pudo ni reconocerle autoridad ni adorarla. De modo que se aplicó en destruirla. Y ella no se dejó. Otras se dejan, nos dejamos, confiando en un cambio que pocas veces llega, y sobreviven o sucumben por el camino.
Aunque suene raro a primera vista, la violencia masculina contra las mujeres puede ser prueba de grandeza femenina. Porque cuando se recurre a tanta violencia es porque algo grande o muy grande se tiene delante. Y no se puede soportar. Los maltratadores no dicen por qué no pueden soportar la grandeza femenina. Se quedan enganchados en su destrucción.
Si no se tiene en cuenta esto, se dicen cosas bienpensantes pero equivocadas sobre la violencia contra las mujeres. Por ejemplo, que es una lacra social, o que es consecuencia (aunque, si acaso, sería más bien la causa) de una cultura machista. Pero el machismo no es ni siquiera cultura y, si algún atisbo de cultura tiene, es de una cultura sexuada en masculino, no de cultura. Y la sociedad no mata ni maltrata a las mujeres: las maltratan y las matan siempre hombres concretos, aunque cueste decirlo.
También a mí me ha costado decirlo. Porque temía contribuir a provocar más violencia en los hombres. Pero hablando de esto hace unos días en Ciudad de México, al terminar el encuentro “Entre – teniéndonos. Foro-debate entre feministas para llegar al 2030”, una mujer me dio la respuesta diciéndome: en mi grupo de ayuda a mujeres maltratadas lo que hemos hecho últimamente ha sido actuar contra los hombres violentos, uno por uno, documentando con mucha precisión su currículum y llevándolo a los medios de comunicación y a los juzgados; así hemos conseguido lo que buscábamos, que es que la gente sepa quiénes son realmente y que sean condenados; no lo habríamos conseguido acusando a los hombres en general; se habrían puesto todos en contra.
Es así como actuamos las feministas del último tercio del siglo XX. Actuamos en concreto, con el hombre o los hombres que teníamos más cerca, no haciendo del hombre que amábamos un patriarca, o echándolo de casa o abandonándolo si pretendía convertirse en uno a pesar de todo. Así trajimos al mundo el final del patriarcado.
Hoy se dice que la violencia pospatriarcal es más grande que la patriarcal. Es posible, porque los hombres se han quedado sin ley. Pero no desaparecerá usando armas más grandes. No desaparecerá apelando a la sociedad, al cambio cultural, al derecho o al Estado. Desaparecerá, como el patriarcado, si cada mujer se pone a ello personalmente, no tolerando violencia masculina alguna y no esperando que el hombre le dé ni independencia simbólica ni sentido del ser. A una mujer, la independencia simbólica y el sentido del ser se lo dará, si se lo da, la relación con lo otro que es mujer. Porque es la mujer la que conoce de primera mano la grandeza femenina.


*Historiadora española, una de las fundadoras de la revista Duoda y del Centro de Investigación de las Mujeres de la Universidad de Barcelona.

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