Columna Mujeres y política
por Soledad Jarquín Edgar
Foto: Mujeres triquis
Este martes 7 de abril se cumplió un primer año del siempre reprobable asesinato contra las comunicadoras comunitarias Felícitas Martínez y Teresa Bautista. Dos mujeres jóvenes que incursionaban en la radio comunitaria La Voz que Rompe el Silencio, del municipio “autónomo” de San Juan Copala, en la zona habitada por la etnia Triqui.
El sólo recuerdo de aquellos hechos me revuelve el corazón. Imposible quedarme impasible, no decir, no hablar, no actuar. El asesinato de estas dos jóvenes dejó muchas heridas en un pueblo ya lacerado por la violencia, por todos los tipos de violencia, donde las mujeres siempre se llevan la peor parte.
Durante este largo año sin la voz de Teresa y Felícitas en la radio comunitaria, hubo un vacío en la difusión de los derechos de las mujeres triquis. Sin necesidad de un curso de género, de esos que hoy se hacen en algunas universidades del país, habían aprendido en carne propia lo urgente y necesario que era difundir los derechos de las mujeres, para que atendieran su salud, para que aprendieran que la escuela también era para ellas, pero, sobre todo, para evitar que la violencia las siguiera golpeando.
A un año de distancia, la falta de respuestas, la inacción de las autoridades responsables de investigar, en este caso la Procuraduría General de la República (PGR) que atrajo la investigación desde mayo pasado, hacen visible el estado lamentable de la procuración de la justicia, no en Oaxaca, sino en todo el país, misma que alimenta y fortalece la impunidad que solapa las agresiones.
Gregoria Agustina, recuerdo, mostró en San Juan Copala el huipil rojo de algodón de su nieta Felícitas, mientras lloraba casi en silencio. Escena que no olvidaré jamás, porque la abuela Gregoria, su nieta asesinada junto con su compañera Tere, son una parte de esa historia de violencia que parece no incomodar a nadie, porque ellas son mujeres, indígenas y pobres que las instituciones públicas y de gobierno ignoran.
Eso que ya había dicho en agosto pasado se comprueba ahora, un año después cuando la PRG no tiene nada. No hay responsables intelectuales ni materiales de estos hechos pagando por ese artero crimen. Algo semejante a lo que pasa con Daniela y Virginia Ortiz Ramírez, también Triquis desaparecidas en julio de 2007 y cuya madre, Antonia, sigue esperando en su casa de la pequeña comunidad de Rastrojo.
Este lunes, en San Pedro Jicayán, un hombre solitario disparó varias veces contra la humanidad de Beatriz López Leyva, quien hasta hace dos meses había estado dentro de las filas del PRD y había sido asesora de Salomón Jara, actual senador. Bety, como la conocían, había puesto el dedo en el renglón sobre los malos servicios a sus pueblos de algunas autoridades municipales en el distrito de Pinotepa.
Beatriz, de poco más de 30 años, estaba en su casa cuando la mataron. Dedicada con la causa del llamado presidente legítimo Andrés Manuel López Obrador, era la representante del distrito 18, se encargada de crear comités municipales, elaborar un padrón, entregar credenciales y cartas en los que la ciudadanía se comprometía a defender las causas populares y la soberanía impulsada por ALMO.
El recuento de su tarea política muestra que se trata de una mujer cuya vida tenía un precio, pues desde hace algún tiempo había recibido amenazas de muerte.
Lo que sucede en el norte como en el sur de Oaxaca se repite en la capital de ese estado. Ejemplo concreto es lo que pasó el viernes 3 abril, cuando la regidora de Equidad y Género del gobierno de la ciudad, Bárbara García Chávez, fue difamada por personas desconocidas que pegaron su fotografía en color, con la leyenda “se busca”, así como palabras que la denigraban y que no repetiré no por “decente” sino porque dan vergüenza ajena.
Bárbara García Chávez es una mujer de izquierda, fundadora del PRD en 1989 y ahora un tanto alejada de ese partido. Desde hace tiempo es integrante de la asociación civil Consejo Democrático Autogestivo, con el cual buscan formas de incorporar a las personas a una vida mejor, que se debe entender dentro de una ciudadanía plena.
Cómo regidora Bárbara García Chávez resulta ser incómoda para algunos políticos, ya que ha puesto el dedo en el renglón en las atrocidades que por mayoría se aprueban dentro del cabildo, porque como sabemos no se persigue el bien común sino el bienestar de un grupo minoritario. Ella, es pues, una de esas personas que habla fuerte y dice las cosas como son. Decir la verdad incomoda y es aún más molesto para quienes no entienden el servicio público.
Señaló estos ejemplos para mostrar cómo las mujeres de Oaxaca son violentadas por su quehacer público o político. Con acciones que sin duda enseñan el carácter caciquil que en pleno siglo XXI quieren seguir imponiendo algunas personas, muchas de ellas equivocadamente en la función pública de los gobiernos estatal o municipales y que ven “un peligro para Oaxaca” en quienes no piensan ni comulgan con sus ideas y que son capaces, como ya vimos, hasta de asesinar.
Esta no es una historia reciente. La memoria me hacer recordar el homicidio de la candidata del PRD a la alcaldía de San José Estancia Grande, Guadalupe Ávila Salinas, quien en 2004 fue asesinada por el entonces presidente municipal priista Cándido Palacios Loyola. El hecho que ocurrió frente a un numeroso grupo de mujeres sigue impune. En octubre de este año se habrán contabilizado cinco años.
Escribo esto para recordar a Teresa Bautistas y Felícitas Martínez, quienes días antes del 7 de abril de 2008, habían grabado un spot radiofónico que lamentablemente hoy podría ser tomado como un presagio: “Algunas personas piensan que somos muy jóvenes para saber… deberían saber que somos muy jóvenes para morir…”. Su voz está aquí en mi memoria, como el dolor de su familia, así como la inacción de las autoridades y me lleno de miedo al pensar que las mujeres pueden ser asesinadas, entre otras muchas sin-razones, por su actividad pública y política.
En el pecado llevaremos la penitencia. Tenemos que saber que si somos omisas e ignoramos estos hechos, estaremos condenándonos y condenaremos a las próximas generaciones de mujeres a vivir en zozobra y a los pies del machismo y la misoginia. Si no decimos nada, habremos fallado frente a nuestras ancestras que lucharon por una vida libre de violencia para las mujeres, contribuiremos a romper los lazos que nos unen con quienes soñaron y trabajaron para que nosotras gozáramos de una ciudadanía plena.
Si guardamos silencio, si no rompemos el silencio como Teresa y Felícitas, tendremos sobre nuestros hombros una grave responsabilidad. Yo no quiero vivir con ello.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario