Por Sara Lovera
La renuncia de Josefina Vázquez Mota a la Secretaría de Educación Pública ha sido percibida por algunos actores del sistema educativo nacional y la opinión pública, como la prueba de que Felipe Calderón es un “rehén” de la profesora Elba Esther Gordillo y ello, no para enaltecer la labor de la ex secretaria, sino para dejar en claro que en el tablero de la política lo que menos importa es la nación.
Nadie puede negar a estas alturas que el rezago educativo sea uno de los gravísimos problemas del país. De ello dependen, tanto el desarrollo social como económico de México, como escuché de algún intelectual.
Siempre acudimos a la trillada frase de que es la educación el fondo de todo, aunque no se sepa de qué se habla. Los resultados de su eficiencia se traducen en los comportamientos civiles, la existencia o inexistencia de ciudadanía, los comportamientos discriminatorios y el freno o detonador para hacer posible una vida armoniosa y de respeto para las mujeres –las oprimidas de toda la historia occidental—.
En todos los encuentros y congresos de mujeres, cuando es dable la documentación de la tragedia en que vive la mitad de la población, oigo a una compañera o militante decir que se necesita empezar por la educación a niños y niñas. Que ese es el quid del asunto.
Tal vez por ello me parece que la decisión de Felipe Calderón de llevar a la Cámara a su amiga Josefina Vásquez Mota, esa que le coordinó la campaña que derivó en una presidencia bajo sospecha, es una decisión perversa. Diré por qué.
Había una contradicción intrínseca entre un presidente apuntalado por la mafia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) y un proyecto –demagógico o no—en busca de tocar al sistema educativo de raíz y conservar la amistad y la complicidad del SNTE que está convertido en el principal dique para cualquier cambio, porque sus integrantes o la mayoría de ellos son clientela para el Partido Acción Nacional. Un partido decaído en su fase electoral.
Y había contradicción entre la pretensión de mejorar la calidad de la educación, reconvertir al papel de los maestros; reconocer la urgencia de evaluarlos y evaluar a los alumnos, de cara un magisterio secuestrado, dividido, enfrentado y base social del corrupto gordillismo.
Ni siquiera el noble intento de poner bases de cambio a fondo para lo que se conoce como educación media superior, donde deberían estudiar y crecer 7 millones de jóvenes entre 15 y 18 años que serán 10 millones muy pronto, jóvenes con derecho a transcurrir a una vida mejor y no estar, como miramos diariamente, en la lista de trabajadores y base social de la delincuencia organizada o sometidos a la ignominia de la marginalidad y la ignorancia. Sin horizonte posible.
Esos propósitos no podían ir de la mano con la decisión de un grupo político que se hizo del poder, al que no se le podía creer nada. Los hechos, desgraciadamente, dan la razón a los críticos de Calderón por su complicidad con el bajo mundo.
En medio dos mujeres. Una con imagen de bruja maldita –bases para ello harto documentadas-, la otra una mujer de la que se insiste no tenía el perfil intelectual de José Vasconcelos ni de Jaime Torres Bodet, paladines de la propuesta educativa de la Revolución Mexicana.
Increíble. Las vi juntas en la fecha del 50 aniversario de la obtención del voto ciudadano para las mujeres. Dos de 21, que mal que bien habían conseguido poder real. Una con un millón de agremiados -a quienes se les falta al respeto diciendo que son todos en todos los rincones manipulables-; otra que dio visos de poder dialogar con la informe sociedad civil atomizada en grupúsculos que detienen la explosión social, a los que Vázquez Mota “atendió” en Sedesol, donde, pienso, algo habrá aprendido. Sin embargo ella, disminuida sistemáticamente por todas y todos.
Quizá no se la pueda comparar con alguno de los 7 sabios, pero se rodeó de un equipo que sí conoce al país y ha dado muestras de capacidad, por sólo referirme a Rodolfo Tuirán, subsecretario de Educación Superior, por lo menos a la hora de escribir estas líneas.
Ninguna es, para mí, lo que la percepción popular dice. Ni una tiene todo el poder, ni la otra es una “simplemente maría”. En todo caso son dos mujeres inmiscuidas en la política, esa tradicional, traicionera y venal que permite que se mantenga al sistema de reproducción social de la barbarie, la corrupción, el poder y el sometimiento.
En medio de todo, lo menos importante es hacer al menos un guiño comprometido con la educación nacional que transcurre como una de nuestras mayores tragedias, como me ha enseñado una amiga. Eso no es importante, lo que importa es imponerse, tener el control de la futura cámara de diputados, la pelea por imponer un proyecto de país, ese privatizador y deleznable, no importa el signo político o los colores.
Lugar donde sociedad y el bienestar salieron del diccionario. En el mismo juego están Beatriz Paredes que irá a la cámara para blandir su fuerza con Josefina y otras, Beatriz que dejará la conducción del PRI, porque no puede tener los dos puestos.
Al mismo que tendrá como interlocutora a Teresa Inchaústegui (apoyada por el PRD), una teórica de la ciudadanía de las mujeres, sin práctica política real; en el mismo lugar donde es claro que nadie pretende hacer las transformaciones de fondo. Todas que un día se convertirán claramente en tribunas, sin fondo.
Lamentable, en momentos de hoy, no es la política de siempre la que incidirá en este país para resolver sus graves problemas. Uno de ellos es el rezago educativo, que sólo esta reproduciendo nuestras miserias intelectuales.
Y es así como el espejismo de la política envuelve a todas las mujeres, cuyos discursos parecían otra cosa.
La mayor tragedia será comprobar que Felipe Calderón, en efecto, sea un rehén que entregue la administración y la programación de la educación pública a la presidenta del SNTE. Ojalá que esté equivocada si no, esa, la tragedia de los comunes será destino y maldición.
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