domingo, 28 de junio de 2009

Uruguay: Cosiendo el futuro

Unas en bicicleta, otras a pie, un grupo de mujeres de 40 a 60 años cruzan esta ciudad uruguaya cada mañana hacia Codemur, la planta de confección de ropa surgida de los despojos de una fábrica abandonada por sus propietarios cuando consideraron que ya no generaba suficientes ganancias.

Por Luis Alberto Carro para IPS, desde Rosario, Uruguay - Son parte de la ex plantilla de las otrora pujantes firmas Sirfil y Drymar que ahora se reparten entre las que van a la nueva sede cooperativa, para producir, administrar y hacer negocios, y las que siguen hasta el viejo galpón de la fábrica desactivada para turnarse en su custodia. Es que lo debieron ocupar para evitar su venta y el retiro de las máquinas, pero aún no lo pueden usar.
Por esa razón Codemur buscó otro lugar y así echó a andar en enero en un salón grande con ventanas a la calle, ubicado a dos cuadras del principal paseo público de la sudoccidental ciudad de Rosario y cedido por el empresario local Jaime Goldansky, que fue quien les encargó el primer pedido de casacas y delantales.
"Las empresas compran los equipos (uniformes) de invierno antes que termine el verano. Vamos un poco atrasadas, pero estamos activas, que es lo que nos importa", dice con optimismo Cristina Perdomo, portavoz de Codemur (Cooperativa de Mujeres de Rosario), al explicar a IPS el modo de operar de esta experiencia laboral solidaria.
Y mientras algunas de las cooperativistas diseñan, cortan y cosen, otras se turnan en la ocupación del edificio de la antigua fábrica, para que no se apague la llama inicial de lucha por el lugar de trabajo que las reunió y les mostró el rumbo a seguir en la recuperación de la empresa.
Por el momento sólo hacen ropa de trabajo y camisas, porque "las máquinas que tenemos por ahora no nos ayudan para telas finas. Para una segunda etapa pensamos comprar otro equipamiento, pero son trámites que llevan su tiempo", añade esta obrera textil de 57 años y larga experiencia en el oficio.
"¿Cómo es trabajar sin patrón?", pregunta IPS, y Perdomo, sin vacilar, apunta que "se aprende". "Lo que más nos costó fue organizarnos", admite, a la vez que no oculta "que todavía tenemos que hacer otras tareas afuera, costuras o limpiezas domésticas, porque todavía no nos da económicamente".
Perdomo sonríe cuando IPS le pregunta qué fue de los dueños de Sirfil y Drymar. "Nunca más les vimos la cara... De vez en cuando mandan a un abogado", contesta.
"Ellos nunca pensaron que íbamos a tomar la fábrica, creerían que todas nos íbamos a cansar, pero acá seguimos algunas. Queremos cobrar el dinero que nos corresponde y no aflojamos", enfatizó, en alusión a la abultada deuda salarial que tienen los empresarios con ellas.
Auge, caída y ocupación
Sirfil y Drymar eran las responsables de la fábrica de confección de prendas de vestir que operó por varias décadas en un predio de 8,5 hectáreas, con 4.080 metros cuadrados edificados, a la vera de la ruta nacional número 2 en el departamento de Colonia y a unos 140 kilómetros de Montevideo.
Con un contingente de un centenar de trabajadores, la gran mayoría mujeres, fabricaba pantalones vaqueros, prendas de paño de todo tipo, chaquetas y otras modalidades de ropa de alta calidad. En sus años de expansión distribuyó mercaderías en todo el país y exportó principalmente a Argentina, Chile y Estados Unidos, detalla Perdomo, quien laboró por más de 20 años.
En particular Sirfil, con oficinas centrales en Montevideo, llegó a contar con una cadena de tiendas en grandes ciudades de Uruguay, donde comercializaba sus prendas exclusivas. Eran tiempos de producción sin pausa que incluía "noches con temperaturas de tres grados" y a veces "el día entero" trabajando para cumplir con las demandas, recuerda esta obrera textil.
En 2003, a causa de una inundación, estas firmas resolvieron trasladarse al edificio que albergó la Fábrica Uruguaya de Aluminios y Estaños (Fuaye), una de las tantas industrias desaparecidas en los años 90, cuando la apertura de la economía impulsada por las políticas neoliberales sembró de esqueletos fabriles el país.
Uno de esos sitios convertidos en cementerio de galpones fue Rosario, una de las ciudades más antiguas de Uruguay. Fundada en 1775 y hoy con unos 9.000 habitantes, fue gran parte del siglo XX un polo de desarrollo con fábricas de aluminio y estaño, baterías (acumuladores eléctricos) para automóviles, curtiembres, peletería, herrajes y vestimenta.
La crisis en Uruguay mostró su peor rostro con la reducción constante de salarios reales y desempleo, que derivan de la merma del desempeño económico y la consecuente precarización del mercado de trabajo. Su punto culminante fue el colapso financiero de mediados de 2002, cuando a la recesión se le sumó la debacle de unos meses antes de Argentina, con amplios vínculos comerciales y de capitales.
Así las cosas, el caso Sirfil-Drymar parecía, a todas luces, una excepción a la regla al sobrevivir a todos los males económicos de la región. Pero aquella bonanza se desplomó abruptamente.
La empresa adujo "pérdida de mercados", a lo que había que sumar su desagrado por el nivel creciente, en 2004, de movilizaciones y reclamos por los muchos haberes impagos del personal, que, empero, aún no estaba sindicalizado.
A las quejas obreras se respondió con despidos hasta que en 2007, "cuando nos pagaron la mitad de la licencia (salario vacacional) y el resto del dinero de los sueldos nunca apareció, decidimos ocupar la fábrica", cuenta Perdomo.
La ocupación fue apoyada por sindicatos de la zona y por la central única Plenario Intersindical de Trabajadores-Convención Nacional de Trabajadores (PIT-CNT), en particular por los dirigentes Luis Romero, de Funsa, y Daniel Placeres, de Envidrio, quienes volcaron sus emblemáticas experiencias de recuperación obrera de fábricas en quiebra, ambas de Montevideo.
Funsa es una fábrica de neumáticos que cerró sus puertas en 2002 y reabrió en 2006 bajo gestión obrera, en sociedad con un inversor privado, y Envidrio es la cooperativa elaboradora de vidrio hueco heredera de la quebrada Cristalerías del Uruguay, ocupada en 1999 y recuperada seis años después por los ex empleados con la ayuda de un convenio con el gobierno de Venezuela.
"En cambio", confiesa Perdomo, "no nos sentimos acompañadas por el sindicato de nuestro sector", en referencia al Sindicato Único de la Aguja que reúne a los trabajadores de confecciones de ropa y afines. Reconoció que "al principio estuvieron ayudando, pero después quedamos solas, tal vez porque no le vieron futuro a nuestra lucha".

Caminos de autogestión
Las familias de estas empecinadas mujeres fueron, poco a poco, "aceptando lo que hacíamos, aunque más de una vez nos preguntaban para qué seguíamos con la ocupación si no íbamos a cobrar nada", cuentan las cooperativistas. Precisamente, la falta de resultados iniciales determinó con el correr el tiempo el desgaste y el alejamiento de muchas ocupantes.
Al mismo tiempo los vecinos de Rosario se dividieron entre quienes se solidarizaban con las ocupantes y quienes decían "que nos dejáramos de problemas y que, si queríamos trabajar, fuéramos a limpiar ollas", como se escuchaba entonces en una radioemisora local, recuerda Perdomo aún con amargura en su voz.
Llegó el momento en que la justicia permitió a Funsa, a solicitud de las obreras, mantener en custodia la maquinaria de Sirfil-Drymar. "Somos los responsables absolutos hasta tanto las compañeras comiencen a trabajar en su nuevo local", precisó Romero en octubre pasado al periódico departamental Noticias.
Fue entonces que aquellas costureras sin costuras comprendieron que a la protesta había que rodearla de propuestas, si no querían limitarse sólo a una acción testimonial.
"Un compañero de la Intersindical de Colonia del Sacramento (la capital del departamento de Colonia) nos puso en contacto con Romero y Placeres, y así quedó sembrada la semilla de la organización como cooperativa, algo totalmente nuevo para nosotras", evoca emocionada Perdomo.
¿Por qué les interesó esa posibilidad? Es que en Uruguay "existe un fuerte arraigo del cooperativismo, estableciendo un marco jurídico general y leyes especiales para cada una de sus variantes, (que) para el caso de las cooperativas de trabajo es la ley 13.481/66", destaca el investigador Alfredo Camilletti, en el trabajo "Empresas recuperadas mediante la modalidad de Cooperativas de Trabajo", de las universidades de la República Oriental del Uruguay y de La Plata (Argentina).
El gobierno nacional del izquierdista Frente Amplio se hizo presente con cursos de gestión empresarial impartidos por el Ministerio de Industria, Energía y Minería. "Nos ayudaron a orientarnos", resume Perdomo.
Por su parte, el intendente (gobernador) de Colonia, Walter Zimmer, del opositor y derechista Partido Nacional, decidió asistirlas a través de la Dirección de Promoción y Desarrollo, con cursos de capacitación en diseño y administración de empresa.
En su estudio Camilletti establece que "en Uruguay es posible identificar un rol de fomento y apoyo por parte de los gobiernos municipales y del Poder Judicial, propendiendo al cobro de los créditos laborales de los trabajadores", pero las ahora cooperativistas siguen esperando "un fallo favorable a lo que reclamamos. Pero todo va tan lento, tan lento...", se quejan.
Mirando el amplio espacio del taller, Perdomo dice que "aquí hay sólo ocho máquinas. No pedimos nada de regalo...Queremos trabajar, así que acuérdense de nosotras. No nos dejen solas".

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