Las mujeres buscadoras: la conciencia de un país en llamas
R. Aída Hernández Castillo*
Durante los últimos siete años he tenido el privilegio de caminar al lado de colectivos de familiares de personas desaparecidas, integrados mayoritariamente por mujeres que en la búsqueda de sus seres queridos se han convertido en constructoras de paz. Se trata de actoras políticas que, sin asumirse públicamente como feministas, han denunciado las violencias patriarcales y han confrontado la misoginia de las instituciones estatales, que con su incapacidad e indiferencia han posibilitado el funcionamiento del dispositivo desaparecedor (Calveiro 2021).Fosas con cactus.
Foto: R.Aída Hernández C.
El surgimiento de estas nuevas actoras políticas se da en el marco de una de las peores crisis de derechos humanos de la historia contemporánea de México. El país se ha convertido en una gran fosa clandestina, con la existencia de más de ciento once mil personas desaparecidas, de las cuales el 97% desapareció del 2006 a la fecha, en el marco de la llamada “Guerra contra el Narco” (Datos de la Comisión Nacional de Búsqueda para agosto 2023). Paralelamente, a que estas decenas de miles de personas están siendo buscadas por sus familias, los cuerpos de unas cincuenta mil personas no identificadas, siguen bajo custodia del Estado en fosas comunes o en el Sistema de Identificación de Cadáveres del Servicio Médico Forense (Semefos). La falta de capacidad logística y humana ha impedido que se identifiquen estos miles de cuerpos, en lo que ha sido reconocida por los funcionarios estatales como una “crisis forense”. Los 8 mil 202 cuerpos encontrados por las mujeres buscadoras en unas 4 mil 806 fosas a todo lo largo y ancho del país, han terminado, muchas veces, víctimas de una segunda o tercera desaparición, al no ser identificados y ser enviados a fosas comunes.
Estas desapariciones han tenido lugar en contextos de militarización, complicidad entre fuerzas de seguridad y el crimen organizado, e impunidad posibilitada por los sistemas de justicia y seguridad. Las armas y la capacidad de violencia patriarcal, son mercancías que se compran y se venden fácilmente, en una economía neoliberal que precariza la vida y vuelve muy tenue la separación entre los mercados legales e ilegales.
Sólo 35 perpetradores han sido detenidos y sentenciados, es decir, existe un 99.96% de impunidad en casos de desaparición. En este sentido, las familias argumentan que todas las desapariciones son forzadas, porque el Estado tiene una responsabilidad directa o indirecta en las mismas, y en las múltiples violencias que afectan los territorios más pobres y excluidos de un país que está en llamas.
En este contexto y ante la incapacidad de las instituciones estatales, las familiares de personas desaparecidas (uso el femenino como genérico, por ser mayoría mujeres), se han convertido en especialistas forenses, criminólogas e investigadoras de campo, construyendo a través de estas prácticas, nuevas identidades políticas que las llevan a denunciar y confrontar la complicidad del Estado con los mecanismos y dispositivos de violencia patriarcal que posibilitan la desaparición de personas.
Lo que empezó como una serie de iniciativas locales de búsqueda, encabezadas mayoritariamente por mujeres, se ha venido coordinando para formar el Movimiento Nacional por Nuestros Desaparecidos y la Red de Enlaces Nacionales, que articulan los esfuerzos de unos 400 colectivos de familiares de personas desaparecidas del norte, centro y sur del país.
Con todas las tensiones y contradicciones que implica cualquier movimiento de masas, esta red de organizaciones se ha convertido en un espacio de reconstrucción de los tejidos comunitarios de las zonas lastimadas por la violencia, y en un espacio de reflexión colectiva en donde se están construyendo nuevas identidades políticas.
Marcha desaparecidas. Fotografía: Cecilia Lobato.
Los orígenes de un movimiento nacional de búsqueda de las y los desaparecidos y las Brigadas Nacionales de Búsqueda de personas Desaparecidas (BNB)
Si bien desde los años de la llamada “guerra sucia” las mujeres han encabezado los procesos de búsqueda de los y las desaparecidas (véase Maier, 2001), es a partir de la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, el 26 y 27 de septiembre del 2014, que se da la visibilización pública de las iniciativas ciudadanas de búsqueda en campo de personas desaparecidas.
El asesinato de seis personas y la desaparición forzada de los 43 estudiantes normalistas, representó un parteaguas que movió las conciencias de la sociedad mexicana y traspasó las fronteras nacionales haciendo evidente el contexto de impunidad y la complicidad del Estado con el crimen organizado, que los familiares de desaparecidos venían denunciando en las calles desde hacía varios años. La búsqueda de los 43 estudiantes movilizó no sólo a sus familias y a las organizaciones de derechos humanos, sino a todo el país, miles de personas tomaron las calles con la consigna: “Fue el Estado”. Ante la hipótesis de que los estudiantes habían sido asesinados e incinerados en un basurero, se inició una búsqueda de restos humanos que, aunque no posibilitó encontrar los cuerpos de los 43, si permitió descubrir más de 150 cuerpos enterrados en fosas clandestinas en la zona donde desaparecieron. Esto desató, a nivel nacional, un proceso de búsqueda ciudadana de dimensiones inusitadas, los familiares de los desaparecidos a todo lo largo y ancho del país tomaron picos y palas y se dieron a la tarea de buscar a sus hijos e hijas. Sin perder la esperanza de encontrarlos con vida, pero reconociendo la posibilidad real de que estuvieran muertos, se dieron a la tarea de rastrear terrenos baldíos, basureros, las inmediaciones de ríos, a las orillas de los canales de riego. Se formaron colectivos de búsquedas en Guerrero, Veracruz, Sinaloa, Nuevo León, Chihuahua, Coahuila. Las noticias del hallazgo de fosas clandestinas por parte de estos colectivos empezaron a aparecer en la prensa y según un informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos sólo entre el 2007 y el 2016 se localizaron oficialmente 855 fosas clandestinas en el país de las que se inhumaron 1,548 cadáveres.
A partir del 2016, este movimiento lanzó una iniciativa de concentrar esfuerzos una o dos veces al año en alguna región del país, a donde viajan representantes de todos los colectivos de la red, para apoyar las búsquedas locales a través de las Brigadas Nacionales de Búsqueda de personas Desaparecidas (BNB). El papel articulador de María Herrera y su hijo Juan Carlos Trujillo, quienes buscan a sus cuatro hijos/hermanos desaparecidos, ha sido fundamental para la creación y la coordinación de las brigadas.
Hasta el 2023 se han realizado siete brigadas en los estados de Veracruz, Sinaloa, Guerrero y Morelos; convirtiéndose en un espacio de confluencia entre familiares de personas desaparecidas, un movimiento ecuménico de distintas iglesias y una generación de activistas jóvenes (y no tan jóvenes) que se han articulado como aliados y aliadas haciendo suya la lucha de las familias.
Como solidaria del movimiento nacional de búsqueda pude ser testiga y acompañar a las VI y VII Brigadas Nacionales de Búsqueda (del 9 al 24 de octubre 2021 y del 27 de noviembre al 9 de diciembre del 2022), en las que confluyeron colectivos de familiares de personas desaparecidas de todo el país, para apoyar y visibilizar las búsquedas de los colectivos del estado de Morelos. En estas dos ocasiones representantes de unos 160 colectivos de todo el país recorrieron 14 municipios morelenses, llevando su testimonio a escuelas, iglesias, centros de adicciones y plazas públicas. Siguiendo la estructura de trabajo de la BNB, los participantes nos dividimos en seis ejes distintos de trabajo: búsqueda en campo, búsqueda en vida, identificación forense, eje de escuelas, eje de iglesias y espiritualidades y el eje desensibilización.
Cárcel. Centro Penitenciario Cuautla. Fotografía: Cecilia Lobato.
Las madres, hermanas, esposas de personas desaparecidas usan la fuerza de su testimonio y las experiencias de años de lucha, para ir a escuelas, iglesias y plazas públicas a tratar de sacar a la ciudadanía de su indiferencia. Otras han tomado picos y palas para hacer lo que han venido haciendo a todo lo largo y ancho de la República: buscar a sus tesoros en cañadas, arroyos, terrenos baldíos.
El objetivo de estas búsquedas no ha sido sólo encontrar a las personas desaparecidas, sino que también le apuestan a trabajar en la reconstrucción de los tejidos comunitarios, y a contribuir en la prevención del delito, a través de la promoción de una cultura de paz en escuelas, centros comunitarios e iglesias. Bajo el eslogan: “Buscando nos encontramos”, hacen referencia a la apuesta por sensibilizar y rehumanizar a una sociedad que se viene acostumbrando a la violencia. Nos encontramos entre nosotros y nosotras, todas las que participamos en la BNB, pero también con los seres humanos, que a veces se ocultan bajo un velo de indiferencia y apatía.
Una aproximación feminista a la búsqueda de personas
Si bien mi caminar con las familiares de personas desaparecidas se ha dado en distintos espacios de confluencia del movimiento, mi acompañamiento más cercano ha sido a través de la investigación activista con las integrantes del colectivo Rastreadoras de El Fuerte en el norte de Sinaloa, con quienes trabajé como parte del Grupo de Investigación en Antropología Social y Forense (GIASF), en talleres de memoria y apoyándoles a sistematizar sus bases de datos (ver Hernández Castillo 2019, 2022, Hernández Castillo y Robledo Silvestre, 2020) y con el Colectivo Regresando a Casa Morelos A.C. a quienes he venido acompañado en sus procesos de escritura y auto-representación (ver Hernández Castillo 2021; Trejo, Hernández Castillo, Castro y Del Águila, 2023). En este caminar de más de siete años, he tratado de poner mis habilidades de antropología jurídica y política al servicio de sus búsquedas, pero también he construido vínculos entrañables que hacen sentir que soy parte de esta gran familia de buscadoras y constructoras de paz.
Aproximarme a la problemática de la desaparición de personas y a los procesos de búsqueda desde una etnografía feminista, ha representado poner el cuerpo en los contextos de violencias extremas en los que desarrollan sus búsquedas. Asimismo, desde la investigación activista, desde un diálogo de saberes he podido acompañar sus espacios de reflexión colectiva y sus procesos de auto-representación. Más que imponer mi agenda feminista, estos diálogos han implicado estar abierta a desestabilizar mis certezas epistémicas en torno a la justicia, el duelo y el resarcimiento, para aprender de sus propias concepciones y de sus praxis políticas.
Una apuesta epistémica importante ha sido acompañar sus procesos de apropiación de la escritura, como herramienta de denuncia, pero también como forma de reconstrucción identitaria y sanación ante las múltiples violencias que han impactado sus vidas. Con los libros Nadie Detiene el Amor (2020), de Las Rastreadoras, y Sanadoras de Memorias (2023) de Regresando a Casa Morelos, las mujeres buscadoras se ha convertido en cronistas de la violencia en México, apropiándose de la palabra escrita y del espacio público para denunciar las múltiples violencias que afectan sus vidas. Ante lo que la feminista argentina, Rita Laura Segato ha llamado “la pedagogía del terror y la crueldad” (2013), han sido las mujeres buscadoras: madres, hermanas, esposas de personas desaparecidas, las Antígonas modernas, que han confrontado esta estrategia con una “pedagogía del amor”, que recupera los cuerpos de las fosas clandestinas, confrontando el miedo y revirtiendo las estrategias de deshumanización. Las familiares de los y las desaparecidas han tomado picos y palas, apropiándose de los saberes forenses y dándose a la tarea de buscar no sólo a sus familiares, sino a todas las personas que nos hacen falta.
Estas buscadoras no sólo se han convertido en especialistas forenses, sino que también se han apropiado el arte como lenguaje de denuncia, protesta y sanación. Se han vuelto poetas, fotógrafas, performeras, bordadoras, pintoras, bailarinas… Contando con sus letras, sus imágenes y su cuerpo mismo, las historias de sus seres queridos. Todos los días somos testigos de cómo las colectivas de familiares se movilizan usando el arte como activismo, el “artivismo” es su “arma cargada de futuro” como diría el poeta Gabriel Celaya. Este es el caso de la Colectiva Regresando a Casa Morelos, que en su libro Sanadoras de Memorias (2023) y en su exposición ¡Hasta Encontrarles: Imágenes y Textos de Búsquedas y Resistencias” (https://www.facebook.com/regresandoacasamorelos), que incluye los poemas escritos por sus integrantes, en los que denuncia la tortura continuada que es la desaparición de personas y demandan el derecho a la auto-representación. Como dice en uno de sus poemas Esperanza Sánchez, quien busca a su hijo Emilio Zavala, desaparecido en Chacahua, Oaxaca el 21 de abril del 2020: “Somos forjadoras de caminos, somos sanadoras de memorias, sin miedos y sin castigos. Nadie nos controla, nadie nos limita, somos las autoras de nuestros propios libros” (Sánchez 2023: 143).
En sus escritos y prácticas de cuidado hacia los muertos, el amor se ha convertido en la estrategia con la que enfrentan la “pedagogía del terror”. Es el amor, también, el que les permite seguir buscando a pesar del miedo que a veces las paraliza cuando reciben amenazas o son directamente enfrentadas por los perpetradores al buscar en territorios bajo control del crimen organizado.
Pero no se trata, únicamente, de ese “amor maternal” idealizado por la cultura popular y los medios de comunicación, se trata de un amor indignado, que se extiende más allá de sus vínculos consanguíneos. Un amor indignado, con el que enfrentan a las autoridades y develan complicidades, rompiendo con los estereotipos de la “madre abnegada” y de víctimas, las mujeres de los colectivos de búsqueda, han resignificado la maternidad asumiéndose como defensoras de derechos humanos, sus vínculos maternales alcanzan a todos y a todas las desaparecidas, no sólo a sus hijos e hijas. Sus discursos políticos enfatizan ese amor indignado cuando gritan: “¡¿Por qué los buscamos?!: Porque los amamos”. Se trata de un amor que pesa más que el odio a los perpetradores.
* Investigadora feminista del CIESAS-CDMX y del grupo de investigación Red de Feminismos Descoloniales.
Referencias
Calveiro, Pilar (2021). “Desaparición y Gubernamentalidad en México”. En Historia y Grafía, Universidad Iberoamericana, año 28, núm. 56, enero-junio 2021, pp. 17-52.
Hernández Castillo, Rosalva Aída (2022a). “¡Buscando nos Encontramos! VII
Brigada Nacional de Búsqueda y su apuesta por la Paz” en Camino al Andar https://www.caminoalandar.org/post/buscando-nos-encontramos-vii-brigada-nacional-de-b%C3%BAsqueda-y-su-apuesta-por-la-paz (Consultado en septiembre 2023).
——— (2022b). “Cronistas del Oprobio: reflexiones feministas sobre memoria, desaparición y violencias contemporáneas en México”. En Revista de Antropología Social 31(2) 2022: 239-252.
——— (2021). “Las violencias burocráticas y la triple desaparición de personas en Morelos: Los casos de las fosas clandestinas estatales ante la ONU”. En Rompeviento TV. 22 de febrero 2021
(https://www.rompeviento.tv/las-violencias-burocraticas-y-la-triple-desaparicion-de-personas-en-morelos-los-casos-de-las-fosas-clandestinas-estatales-ante-la-onu/) (Consultado en septiembre 2023)
——— (2019). “La antropología jurídica feminista y sus aportes al trabajo forense con familiares de desaparecidos alianzas y colaboraciones con Las Rastreadoras de El Fuerte”. En Abya-yala: Revista sobre Acesso à Justiça e Direitos nas Américas, 3, 2, 94-119.
Hernández Castillo, Rosalva Aída y Robledo Silvestre, Carolina (Coordinadoras) (2020). Nadie Detiene el Amor. Historias de Vida de Familiares de Personas Desaparecidas en el Norte de Sinaloa. México: IIJ-UNAM/CIESAS/GIASF/Colectiva Hermanas en la Sombra/Las Rastreadoras.
Maier, Elizabeth (2001). Las madres de los desaparecidos: ¿Un nuevo mito materno? México: UAM.
Segato, Rita Laura (2013). La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez. Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado. Buenos Aires: Tinta Limón.
Trejo Marcia, R. Aída Hernández Castillo, Valentina Castro y Marisol Hernández del Águila (2023). Sanadoras de Memorias. Testimonios Fotográficos, Poéticos de Violencias y Resistencias. Oaxaca: Colectiva Hermanas en la Sombra/Regresando a Casa Morelos/Universidad de Cardiff.
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