por Ruth Betancourt
La naturaleza del sistema capitalista, es decir, la base sobre la cual se sostiene, es la ganancia que le genera el intercambio de mercancías, ganancia que no le es devuelta a quien la produce: la clase obrera, sino que se convierte, mediante el proceso de alienación (sustracción y robo) en propiedad de quien no la produce: la clase empresarial, la burguesía.
El intercambio de mercancías, que es la actividad más cotidiana, más simple, es la que permite que el capitalismo se reproduzca e incremente su riqueza; de tal forma que el capitalismo tiene la capacidad (o la obsesión y perversión) de convertir todo en mercancía, que a su vez le genera más ganancias para el incremento de su riqueza.
Pero ya no sólo son los objetos materiales, las mercancías que son producto del trabajo de la clase obrera, las que producen riqueza, sino también las necesidades humanas más inmediatas, más cotidianas y más necesarias, como son: el apaciguamiento de la sed, del hambre y del intercambio sexual.1 Ahí, dice Marx, en las actividades que nos identifican con los animales; el capitalismo también nos aliena, también se filtra, también nos controla; haciendo de ellas un proceso de mercantilización y comercialización al ofrecernos el sustrato para poder realizarlas. Así, las necesidades para la vida y la reproducción humana, se convierten en espacio para la distribución y el intercambio de mercancías y la generación e incremento de la riqueza para la clase explotadora.
A nivel de la superestructura, se ha construido la cultura occidental, la cual tiene su correspondencia con el orden económico capitalista y burgués, que también ha convertido el cuerpo y la sexualidad, no sólo en objeto de alienación, sino también en centro de poder y lucha, es lo que Foucault llama la microfísica del poder, que a través de diversos dispositivos de control y vigilancia, construye necesidades “artificiales” para satisfacer las necesidades básicas para la reproducción humana; ejerciendo de tal forma el control del cuerpo a través de la prohibición del autoerotismo, de las relaciones que no sean heterosexuales, del ejercicio de la maternidad libre y voluntaria y del aborto (seguro que habrá muchas más prohibiciones, como sujetos y diversidades, gustos y preferencias sexuales existan). Además habrá también tiempos y lugares diferentes en la forma en la que se levantan cierto tipo de represiones, así como en las que se establecen otras, o bien en las que se convierten en centro de disputa, lucha, poder y control determinado “acontecimiento” vinculado al ejercicio de la sexualidad; dependiendo de condiciones, dinámicas y estrategias económicas, políticas, culturas, religiosas, etcétera. Habría que preguntarse, y responder, porqué algunas prácticas que históricamente siempre han aparecido, de repente se vuelven tema no sólo de difusión, sino también de disputa control y poder de los medios de comunicación, de los debates políticos y religiosos; finalmente se convierten también en mercancías.
El poder se instala de manera capilar en el cuerpo de la subjetividad occidental, a partir de los conceptos de salud, asepsia y bienestar, que se materializan en las prácticas de control médico, psicológico y jurídico.2 Aparte, claro, de los devastadores efectos de la homogenización de las subjetividades a partir del desconocimiento de la Diferencia y la imposición de la Identidad, a través de los estándares de belleza, éxito y posición social.
A través de los discursos (alienantes) queda instalada la gran diferencia entre lo normal y patológico, entre salud y enfermedad, éxito y fracaso. Con sus correspondientes mecanismos de normalización, son las instituciones disciplinarias, de exclusión y de asepsia, las que se encargan de constituir subjetividades (alienadas) por esos discursos, no de placer sino de control, represión y consumo de mercancías; convirtiendo al cuerpo en centro de poder y de lucha ante la erotización-explotación económica e ideológica. Este proceso de erotización-explotación es efecto de la imposibilidad de que en esta sociedad, por la forma en que esta organizada y determinados sus fines, no exista un arte erótico, como sí sucedía en las sociedades antiguas, en las cuales había una correspondencia, de armonía y de belleza entre el mundo y el ser, y una intensificación de los placeres y que, ante la inexistencia en aquellas antiguas organizaciones sociales, de una relación entre lo permitido y lo prohibido, las prácticas del arte erótico eran aprovechadas, destinadas para incrementar y engrandecer aquello que es lo que reverbera, flamea, agita, destella en el cuerpo y en el alma del sujeto: Secreto que amplifica sus efectos.
Ante esta imposibilidad de construir un arte erótico, en revancha, en desagravio, esta sociedad nos ha impuesto una ciencia de la sexualidad, una educación sexual, una terapia sexual que norma, estandariza y medica el placer a través de dispositivos y discursos: religioso, moral, pedagógico, jurídico, educativo, médico; que marca y define una geografía limitada del cuerpo del deseo, del cuerpo del placer y que además, por si ello no fuera suficiente, sólo se activa, sólo reacciona, se permite y asume como normal y necesario, con determinadas técnicas, estrategias y objetos (de placer?) de consumo, claro! Revertir estos efectos implica la modificación no sólo de la estructura económica y social en la cual vivimos, sino también de los mecanismos que reproducen las relaciones de poder a nivel de lo cotidiano (de la microfísica del poder).
Ha llegado la hora de la construcción y cultivo y de un arte erótico. En ello podemos comenzar desde ahora.
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