por Soledad Jarquin Edgar en Mujeres y Política
No sabía si preocuparme, llorar, reír de locura, entristecerme, guardar silencio o gritar, pero decidí escribir del asunto, así que tras tomarme una buena taza de café cultivado por manos oaxaqueñas empecé la jornada de las letras, una terapia fantástica para no morir envenenada por los desatinos de quienes nos gobiernan.
El próximo mes de octubre las mexicanas tendríamos que celebrar los 56 años del voto universal ganado a pulso por cientos de mujeres, nuestras ancestras. Hay crónicas fantásticas de aquel episodio glorioso que costó sudor y lágrimas, como cita la frase común pero que no podemos dejar de poner porque tiene mucho de cierto. Uno de esos libros lo encontré en el libro de Enriqueta Tuñón, titulado Por fin… Ya podemos elegir y ser Electas, el Sufragio femenino en México 1935-1953 (Plaza y Valdés).
El mismo libro que tendríamos que enviarles (si lo merecieran acaso) a las ocho diputadas federales que en la primera sesión de la LXI Legislatura hicieron el bochornoso papel de solicitar licencia indefinida para entregar el cargo a sus suplentes, por cierto, todos varones.
Cuando escuchéla noticia y empezaron los telefonemas de amigas que como yo, en algún punto de este paíséramos simples espectadoras del teatro partidista, me llené de toda indignación ante tanta infeliz ignorancia de Yulma Rocha Aguilar, Ana María Rojas Ruiz, Olga Luz Espinosa Morales, Mariana Ivette Ezeta Salcedo, Carolina García Cañó, Kattia Garza Romo, Laura Elena Ledezma Romo y Anel Patricia Nava Pérez.
Y son ignorantes no sólo porque desconocen lo que hicieron y dejaron hacer nuestras ancestras para que el gobierno mexicano finalmente decidiera reconocer que en efecto las mujeres tenían derecho a votar y como ellas también tenían el privilegio de ser electas, como sucedió con ellas. Son ignorantes, porque no se apropian de sus derechos y se dejan como diría mi abuelita “mangonear” por sus partidos políticos y las componendas del patriarcado.
Posiblemente la mala pasada de las ocho diputadas federales no se concrete ante la indignación y la ola de protestas que han despertado a lo largo y ancho del país, pero qué vamos a hacer con diputadas como esas, tan ausentes de compromiso, tan lejanas al resto de las mujeres, tan machistas –incluso-, y sobra decir, tan poco soridarias.
Entonces me pregunto cómo y con quién las mujeres tendríamos que hacer frente a las demandas sociales y políticas, financieras y culturales de las mujeres, si es ahí, en el congreso federal donde se requiere de pelear con uñas y dientes para que las mujeres no seamos quienes paguemos los platos rotos de las componendas políticas que vienen ante las elecciones.
Es en el poder legislativo donde no sólo se definen las leyes sino también los presupuestos para que las leyes como los programas funcionen, para que haya justica en toda la extensión de la palabra hacia el 52 por ciento de la población de este país.
Hace unos días apenas comentaba sobre la escalada que había tenido esta legislatura en el número de mujeres diputadas, con un total de 138, poco más del 27 por ciento de mujeres en el Congreso. Una cifra histórica, que habla con claridad de la lucha de las mujeres que poco a poco han ido ganando terreno. En eso estábamos cuando vino la noticia de que ocho pedían licencia indefinida.
Se trata de cuatro mujeres del Partido Verde Ecologista de México, dos del Partido Revolucionario Institucional, una de Partido de la Revolución Democrática y otra más del Partido del Trabajo.
Sin duda, la escasa participación de personas votando habla del cansancio de la ciudadanía frente al sistema político mexicano y la pretensión de las diputadas de no ir más a San Lázaro, será no sólo una traición a quienes votaron por ellas, sino que como dicen las integrantes del Consejo Ciudadano Mujeres al Poder de la Plataforma para la Promoción y Defensa de los Derechos Políticos de las Mujeres, “constituye un fraude a la cuota que contempla el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe), desprecio al voto del electorado, abuso a las mujeres para cubrir la cuota y menosprecio a los valores democráticos”.
En México hay una enorme tarea por las mujeres y citaréa la escritora Isabel Allende cuya participación en un foro me llegóvía internet a través de una compañera periodista de Hidalgo. La escritora chilena habla sobre la pasión con la que algunas mujeres hacen su tarea, ya sea defendiendo a sus hijas de una violación en los campos de refugiados, defendiendo a otras mujeres que sufren violencia y su total falta de derechos humanos en lejanos países ajenos a los suyos o trabajando contra la prostitución infantil en África, como lo hacen Rose Mapendo, Wangari Maathai o Jenny.
Como plantea Allende el feminismo es anticuado para las mujeres privilegiadas, pero no para la gran mayoría de las mexicanas, donde la pobreza –como está más que visto, tras años de fracasos de políticas públicas asistencialistas- recrudece la violencia, expone a la trata de personas, a los abusos sistemáticos de los que pueden más que otros y otras.
Y esa es la tarea de las diputadas. Esas que vergonzosamente no entienden para que llegaron a San Lázaro si ellas –egoístas e ignorantes- son unas privilegiadas sin necesidad de luchar por nada, pues a su puerta toca la suerte, esa alucinante versión del mundo feliz que sólo pueden ver las personas mediocres.
Mucho hay que hacer todavía para entender que la construcción ciudadana no se hizo en un día, que las mexicanas estamos aprendiendo a crecer con nuestros derechos y nuestras obligaciones, cercenadas o confiscadas generación tras generación, al grado de creer que la construcción social es inamovible y que el lugar de las mujeres está al cuidado de otras personas y no en la arena de lo público.
Por eso no dejaréde lamentar y no dejaré de pensar que es imperdonable tener la oportunidad y no hacer nada por otras personas, como las mujeres. Porque ir a San Lázaro o como en el caso de Oaxaca a San Raymundo Jalpan tiene ver con la responsabilidad ciudadana que implicaría no ir contra los derechos de las mujeres.
El de las ocho diputadas que ahora quieren dejar la responsabilidad en manos de sus parientes, amigos o jefes varones, es sin duda un tropiezo grave para el resto de las mexicanas y sólo por eso no pude quedarme callada. Escribo esto a la memoria de las ancestras que lucharon por obtener el voto universal de las mujeres en México y a la memoria de mi querida abuelita Lucha, quien sí habría sido una buena diputada.
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