lunes, 15 de diciembre de 2008

¡Adiós, querida amiga!

Por Rosario Ibarra

11 de diciembre de 2008

Cuando me enteré se me hizo un nudo en la garganta; otra amiga entrañable me dio la triste noticia. Acongojada, me dijo por teléfono: “Murió Ceci”. Me informó del funeral. Nos despedimos.

Evoqué a Cecilia Loría, amiga y compañera de lucha de tantos años. Joven, siempre a mi lado, tanto que la llegaron a creer hija mía.... y tan cercana fue para mí que sus hijos me dicen abuelita. Cuando me enteré de su asesina enfermedad, no quise verla, porque el recuerdo del acabamiento de mi tía Virginia, pese a los años, aún me estremecía. Mi alma de niña absorbió con horror la palabra maligna: cáncer, y el recuerdo del deterioro de aquella hermosa mujer se plasmó en mi memoria con gran dolor.

Me enteraba de la maravillosa forma en que reaccionaba su organismo al tratamiento para combatir el mal y me alegraba por ella, por sus hijos y por mi otro entrañable amigo, Carlos, su esposo y compañero, siempre cercano y solidario. Una mañana nos encontramos. Era una reunión de mujeres y, a recinto lleno, logramos vernos de lejos... ¡La Cecilia de siempre! Sonreía con los ojos y arriscaba su nariz en un gestecillo muy suyo que la hacía dueña de una simpatía que enraizaba en cuantos la conocimos. Correr una hacia la otra fue todo uno. Cuando estuvimos cerca, les pedimos a unas compañeras cambiar lugares para poder estar juntas y platicar entre discurso y discurso. ¡Qué gozo enorme verla tan bien!

Sentir su optimismo a flor de piel, casi palpar su gozo por haber vencido al avieso criminal. Reímos y charlamos como en otros tiempos; me preguntó por mis hijos que tanto la quieren y por mis nietos que la conocen “de oídas”, por lo que platicamos de ella, y “de bulto”, por las muchas fotos en las que nos vieron juntas.

El aplauso que en aquella reunión le prodigaron fue atronador, porque lo ganó a pulso de solidaridad con todas las causas nobles que hizo suyas... Quedamos de vernos pronto, pero pronto, muy pronto, me enteré, por otra amiga mutua, muy querida también, que el cruel asesino, el depredador de la humanidad, el cáncer, se había aposentado de nuevo en su cuerpo..

No la volví a ver, porque la quiero recordar como siempre fue.

No la despedí en su funeral, porque mi alma está ahíta de tristeza y no quise ver el sufrimiento de su esposo y de sus hijos. No te volví a ver, Cecilia Loría, pero nadie mejor que tú sabría que ausencia no es olvido. Nunca te olvidaré... sólo te digo: ¡adiós, querida amiga!


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