Palabra de Antígona *
Por Sara Lovera
San Cristóbal de las Casas está en la ruta maya del turismo internacional. Sus negocios y sus calles están atestados de extranjeros que se llenan los ojos de paisaje. Un fin de semana para ver la más limpia de las lunas en el cielo y las montañas que nos llevan a los Altos siempre serán opción para tomar aire, olvidarse del ruido aturdidor de la ciudad de México.
El viernes pasado llegué con el corazón henchido de sueños de paz y placer. Pero me encontré con una tragedia: la policía estatal persiguió un camión de indocumentados. Lo interceptó a las seis de la mañana, durante 20 minutos dispararon contra los ocupantes, hubo dos muertos, un hombre y una mujer cuya nacionalidad e identidad hasta este domingo era desconocida.
Resultaron ocho heridos, dos graves. Entre ellos dos mujeres, Miriam Estela Corado, de Guatemala, viuda de 29 años, con una bala en el brazo y otra en la pierna, y Lia Tian Hain, de nacionalidad China, también baleada, internada en el hospital regional de San Cristóbal.
Esto fue a unos cuántos kilómetros de la bella ciudad a donde me había propuesto descansar dos días. La tragedia fue en un paraje, sale de sobra decir que indígena, llamado Carmen Arcotete, a 37 kilómetros de San Cristóbal. Inmediatamente después de los disparos, llegaron los soldados y los policías a rodear el campo. Aquí no cesa el miedo, la intimidación, me dije. Es como si el tiempo estuviera detenido 15 años después, desde que todo cambió en Chiapas en 1994.
El abogado del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, Ricardo Lagunes, se pregunta con ironía ¿quién sabe por qué fue condecorado por el gobierno de Honduras, por su buen trato a los migrantes centroamericanos el gobernador Juan Sabines?
Los hechos que relato, que tiñeron de sangre mi fin de semana, incluyen la denuncia de Ricardo Lagunes: 15 de los 30 indocumentados que eran transportados en un camión de redilas, que se la juegan, que su sueño de llegar a Estados Unidos los expone, esos indocumentados, donde no faltan las mujeres, ahora sobrevivientes, ilesos, detenidos y maltratados, son obligados por las autoridades de la entidad, esa que dirige Sabines, a declarar que no fueron perseguidos ni baleados --como si se estuviera en un fin de semana de caza- sino que se enfrentaron con los policías.
No es posible que continúen semejantes prácticas, en esos gobiernos cobijados indebidamente por partidos políticos, como el PRD, dizque de izquierda. Entre la gente hay suspicacia sobre la posibilidad del negocio que hay con el tráfico de personas por estas tierras, donde se les trata, maltrata y persigue como si fueran delincuentes.
Ese mismo día, de uno de los tantos ataques a civiles que suceden en este país, muy lejos de San Cristóbal de las Casas, Felipe Calderón instruía a los embajadores y cónsules mexicanos para que le digan al mundo que en México todo está en paz, que los muertos --119 en la primera semana del año-- son entre delincuentes. Es más, Calderón cínicamente afirmó que todo está dentro de una estabilidad democrática.
De forma oficial, en Chiapas no existen operativos contra el narcotráfico, al menos en esta campaña calderonista y, sin embargo, todo indica que los campos militares siguen en pie -- 60 mil efectivos en 30 centros de concentración--, que por todos los caminos hay vigilancia. Policías y militares, en cosa de segundos, rodean los poblados por cualquier cosa. En los espacios liberados por los zapatistas operan bandas paramilitares, que aunque las calles del centro de San Cristóbal o el mercadillo sabatino de San Juan Chamula muestren las más vistosas y coloreadas oportunidades de adquirir artesanías, tras los altos pinos, la vegetación exuberante, el paisaje de las casitas de los montes, anidan hombres dedicados a sembrar la violencia, una que parece cotidiana.
Como bien nos relata La Otra Palabra, ese libro de ellas y la violencia en Chiapas, antes y después de la matanza impune de Acteal hace 11 años --que ahora Juan Sabines quiere conseguir carpetazo, perdón y olvido-- las mujeres siguen muriendo de parto, de desnutrición, de tristeza porque nada de lo que se invierte o se diga que se invierte realmente sucede. Como esa campaña de alfabetización que prometió Sabines y que ya se olvidó o las Ciudades Rurales que fueron una pantalla, porque no existen, además ya no tienen presupuesto.
A la pobreza y el abandono en estos pueblos indígenas, de hombres y mujeres que un día soñaron con la libertad, sólo se cuentan estas faltas, ahora compartidas con hermanos y hermanas centroamericanos, que llegan por Tapachula o por estos parajes, donde el viernes, fueron perseguidos y baleados sin ton ni son. El gobierno estatal, bien gracias, protege a sus policías. Esta es la normalidad democrática de la que habla Calderón. ¡Qué desgracia!
*(En la foto, Antigone por Frederic Leighton, 1882)
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