De tripas, neuronas y corazón…
Karina Ortiz Guerrero
En la pasada marcha del 15 de enero, en la que se convocó a todas aquellas personas que quisieran expresar su repudio por los cientos de asesinatos de mujeres por razones de género (feminicidios) que ocurren en el país, así como exigir el esclarecimiento de los feminicidios de Marisela Escobedo y Susana Chávez, pude observar, con cierta frustración y muchas preguntas en la cabeza, que no sólo la asistencia era muy baja sino que además, las caras eran las mismas. No estoy diciendo nada nuevo ¿verdad?
Hay muchas cosas que no han cambiado. Aún con tanta política pública a favor de la igualdad sustantiva entre mujeres y hombres, de transversalización de la perspectiva de género en el aparato gubernamental o las políticas de prevención, atención y sanción de la violencia contra las mujeres, las mujeres mexicanas seguimos viviendo los estragos del capitalismo que, cual ave de rapiña, nos ha venido despojando, a manos llenas o de poquito en poquito, de las condiciones mínimas para tener una vida digna. Las mujeres mexicanas seguimos siendo víctimas de todo tipo de violencia en todos los ámbitos sociales. Nada de esto ha cambiado.
Pero también hay otros aspectos que no se han transformado sustancialmente: muchas mujeres continúan guardando silencio, son ojos que ven, oídos que escuchan, corazones que sienten, pero bocas que callan. Y no me refiero a aquellas que se encuentran en una situación de violencia en el contexto de la familia, en la pareja o por trata de personas. Para ellas, para estas mujeres, nuestras hermanas, el silencio puede ser el último recurso de resistencia o sobrevivencia ante la pérdida de la integridad física, psicológica y moral o frente al fantasma de la muerte, mejor dicho, del asesinato. No, no me refiero a ellas, me refiero a las que saben, que escuchan, que presencian y callan la violencia que se dirige contra otras mujeres: sus amigas, sus vecinas, sus compañeras de trabajo.
Y entonces, durante aquella marcha, caminando en aquel contingente, hombro con hombro, grito a grito, consigna tras consigan, comencé a preguntarme (más en un son de autocrítica que de cuestionar el actuar de otras) “¿porqué las mujeres continuamos guardando silencio?”. Y sobre todo me interrogaba a mí y al rol que juego como servidora pública de una instancia de gobierno con objetivos claros en materia de equidad de género y erradicación de la violencia contra las mujeres, “¿será que porto la camiseta de defensora de derechos humanos al compás de un reloj checador?”.
Yo diría que no, me atrevo a asegurar que la indignación y la rabia que me provoca tanta violencia contra las mujeres la siento en las entrañas, es real, y la lucha por la justicia y el respeto a nuestros derechos no es una postura basada en lo políticamente correcto ni forma parte de mi contrato porque laboro en un programa tal o en un instituto equis, al menos no en mi caso –no puedo hablar por otras servidoras públicas-.
Sin embargo, me he dado cuenta que en muchas ocasiones me expreso en espacios que no tienen eco o en lugares donde las palabras se quedan atrapadas entre cuatro paredes forradas de logos oficiales o se escurren entre mesas de café.
Defender los derechos de las mujeres no es comentar la nota del día. Hablar entre nosotras del enojo, la frustración e impotencia que nos genera la violencia no es denunciar, hablar entre nosotras sobre las graves violaciones a los derechos humanos de las mujeres no es exigir justicia, hablar entre nosotras sobre la violencia que hemos presenciado en nuestros espacios cotidianos no implica tomar una postura de confrontación, franca y abierta frente al patriarcado, sus usos y abusos
A mí desde chiquita me dijeron: “calladita te ves más bonita”, “a las mujeres les encanta el chisme”, y aprendí a callar, y aprendí a manejarme a través del rumor, del chisme, de la anécdota. Pero no nos enseñaron a decir que NO, a defendernos, a decir ¡YA BASTA!
La realidad cruenta de otras, y a veces la de una misma, toma el estatus de un simple comentario que se pierde entre charlas a la hora de la comida, encuentros de pasillo y juntas de trabajo. Y me parece que de esa manera no va a pasar absolutamente nada, porque le estamos siguiendo el juego al Patriarcado que nos adoctrinó a guardar silencio, a bajar la mirada, a modular la voz.
Me parece que muchas mujeres tenemos que empezar YA a levantar la voz, a tomar las calles, a conquistar y recuperar nuestros espacios, y quizás sea un buen principio empezar por denunciar la violencia que viven las mujeres en nuestra familia, nuestro trabajo, nuestro vecindario. La lucha que iniciaron las feministas a finales del siglo XIX no está terminada, aún hay mucho por hacer. Y, desde mi punto de vista, hacer es más que formar parte del grueso de las servidoras públicas que atienden los compromisos de los gobiernos por la equidad de género y la erradicación de la violencia contra las mujeres, a decir de sus Planes y Programas.
Yo sé que el mini big brother que controla mis entradas y salidas de la oficina es implacable y a veces es complicado asistir a marchas y manifestaciones durante la jornada laboral, pero no debo de olvidar que la sororidad, el feminismo –bueno, no todas se asumen ni tienen porque asumirse como tal- y la defensa de los derechos humanos de las mujeres rebasa horarios, también incluye los sábado, los domingos y días festivos, y es de 24 horas al día.
… Y mientras marchaba con ese contingente, me preguntaba: “¿Porqué no vinieron, en dónde están?”.
Marzo 2011.
2 comentarios:
Me parece que con la complejidad de los problemas sociales no podemos caer en absolutos o estereotipos, personalmente estoy harta de el concepto de la perfecta feminista o el feministómetro ni mucho menos pensar que quienes no están en dónde yo estoy no son feministas, no quiero vivir mi feminismo sufrido ni victimizado me gusta lo que hago pero no sobre todas las cosas (por lo menos tenemos que garantizarnos la comida caramba!,no sobre mi cuerpo, no sobre mi dignidad, no sobre mi salud) ya ni hablar de otras cosas, y mientras no tengamos una red fuerte de apoyo o construyamos una forma diferente de garantizarnos los minimos, tendrá que seguir siendo una actividad periférica, y por supuesto que tambien tendremos que ser más creativas, la realidad es que ni una marcha ni un mitín son las únicas formas posibles de denucia. Partamos del análisis de una realidad con muchas aristas.
Hola "anonima": Totalmente de acuerdo, Me parece muy bien...pero, donde estan las propuestas de accion, mas alla de las eternas reuniones y marchas? ...
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