Las mujeres son las que cargan en el lomo el tercio de leña
Comienza a luchar contra la esclavitud machista cultural
por Francisco Gómez Maza
Foto: Niñas chiapanecas , por Miguel García
Estaba yo viendo ayer por la madrugada una noticia llegada de Zinacantan (sin tilde, por favor, porque no es palabra aguda, sino grave) que me puso a reflexionar en que los cambios en una sociedad tienen que llegar, que los usos y costumbres establecidos sólo son, como el capitalismo, una etapa de la historia y que nuevos aires, nuevas alternativas culturales – estoy hablando ahora de la cultura, de los usos y costumbres de los pueblos indios – necesariamente tienen que cambiar para que las relaciones sociales sean más humanas, más solidarias, más fuertes y más tiernas. Por ejemplo, refiriéndome a la nota de marras, en Zinacantan (y en otros pueblos y comunidades indias del mundo, de México y de Chiapas) la etapa de la adolescencia, el noviazgo y la libertad de elección de pareja eran temas que las mujeres desconocían, pues la transacción que el pretendiente hacía para asegurar una esposa la transaba con los padres de la pretensa, quienes vendía a sus hijas, a edades tempranísimas, al posible marido.
Esta historia la cuenta mejor que yo el diario La Opinión de Los Angeles, que concluye que, sin embargo, las cosas han comenzado a cambiar y ahora se vive un lento, pero seguro proceso de transformación; "Rosita" y "Lucy" son dos ejemplos de mujeres indígenas que la educación y los medios de comunicación han propiciado la toma de conciencia para luchar por su liberación y la de sus compañeras. http://www.impre.com/laopinion/noticias/2009/2/16/los-usos-y-costumbres-cambian--109452-1.html ."La situación de la mujer ya cambio porque antes no tenía uno la libertad de salir, de expresarse, de escoger a su pareja. Ya escoge uno a su novio", afirmó "Rosita" en una pausa que hace en su trabajo de tejedora. El Centro de Investigaciones Económicas y Políticas, que trabaja en comunidades y pueblos indios desde San Cristóbal de Las Casas, habla de “La triple opresión”. La subordinación de las mujeres indígenas puede ser reconocida desde la perspectiva de una triple opresión: desde su clase, desde su género y desde su condición étnica. Es decir, las mujeres indígenas son oprimidas y excluidas por ser pobres, por ser mujeres y por ser indígenas. Es necesario ver esta triple condición como producto de un proceso histórico-cultural. Las mujeres indígenas a través de los años reproducen esta condición subordinada de pobres, transmitiendo de generación en generación esta característica como una más de su ser mujer. La subordinación de género determina la forma de existencia en todos los ámbitos de su vida: familia, la pareja, los hijos e hijas, la comunidad, las autoridades, que imponen socialmente este modelo, además de controlar su cumplimento y exigibilidad.
Los modelos genéricos en todas las sociedades han privilegiado a los hombres, construyendo sobre las diferencias sexuales orgánicas un sistema de desigualdades legitimado socialmente -y considerado como natural en tanto producto histórico- con que el estado a través de sus instituciones públicas, oprime y excluye a las mujeres de muchos espacios públicos y considera que su función es tener hijas e hijos, educarlos y cuidarlos, y que por lo tanto su lugar es la casa. En las comunidades indígenas la construcción social del género se fundamenta y se representa a través de una marcada división sexual del trabajo, que sólo da valor a las mujeres en función de su maternidad, concebida como fin natural de la mujer, mientras que los hombres son los jefes, los dueños de las mujeres, los que tienen el poder y toman las decisiones. Esta situación podemos observarla en el cotidiano en las calles de San Cristóbal de las Casas, dónde los hombres caminan delante de las mujeres, mientras éstas los siguen silenciosamente con la mirada agachada, descalzas, junto con las hijas y los hijos. (O en las veredas de las montañas en donde el macho camina adelante, quizá jalando al burro, luego vienen los niños, y al último la mujer con el tercio de leña sobre las espaldas).
Desde la infancia las mujeres indígenas son educadas para reproducir los patrones de género patriarcales y socialmente aceptables; desde niñas asumen responsabilidades en la casa, especialmente adquieren el deber de ayudar a su madre en las tareas "normales" y cotidianas de ésta. Barren, limpian, lavan, hacen tortillas, cocinan, además de cargar sobre su espalda a sus hermanos pequeños. Cuestiones con las que se reafirman y recrean las identidades genéricas de las funciones y los roles "naturales" del ser mujer. Los hombres también tienen que ayudar a su padre en el campo, pero ellos al igual que sus padres son dueños de su tiempo libre y sujetos de otros derechos que a las niñas les son negados como el derecho a estudiar. La discriminación por género, clase y etnia es parte de la estructura nacional capitalista y patriarcal. En la actualidad, son evidentes los datos que reflejan la situación subordinada y excluyente que ocupan los indígenas en general y las mujeres indígenas en particular. Chiapas es uno de los estados con mayor población indígena del país, situación relacionada directamente con los altos índices de pobreza y marginación de los que también es protagónico.
Las mujeres indígenas tienen más hijos que las mujeres mestizas; en algunos lugares el promedio es de seis o siete hijos por mujer en edad reproductiva. Los altos índices de natalidad en el Chiapas rural van acompañados de altos costos para la salud de las mujeres, teniendo como consecuencia su temprano envejecimiento, amén de un alto índice de mortalidad materna e infantil. La discriminación que las mujeres indígenas padecen por su condición de género y clase no se da únicamente en los ámbitos económicos nacionales, sino también en sus propios ámbitos familiares que las considera y encapsula como madres, esposas y trabajadoras del hogar. El trabajo doméstico es concebido en las comunidades indígenas y no indígenas como una obligación femenina natural que recluye a las mujeres en el espacio doméstico. Junto con la maternidad, el trabajo doméstico es considerado aporte y garantía para la supervivencia diaria de los miembros de una familia. En algunas ocasiones, se considera al trabajo doméstico como un complemento del trabajo de los hombres para el sostén y reproducción de una familia. Sin embargo, no se toma en cuenta la desigualdad de género existente en esta supuesta complementariedad del trabajo. Cuando logran acceder al mercado de trabajo, las mujeres indígenas, al igual que las mujeres mestizas, no dejan de realizar el trabajo doméstico, lo que se traduce en dobles y triples jornadas con pésimos salarios. Pero, las cosas están cambiando. Luz Angélica Martínez Alegría, de 20 años, con estudios de preparatoria, soltera, tiene a cargo la Estancia Municipal de la Mujer que se fundó hace unos días y que ahora trabaja a favor de sus compañeras.
http://analisisafondo.blogspot.com
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