Olivia
Tena Guerrero
Veo
los rostros, miradas ingenuas, temerosas, desesperanzadas algunas,
otras retadoras. Son sólo parte de la historia –dirían algunos y
algunas. Ahora cambiará su rostro, la prostitución no lo será más,
ahora podrá ser un oficio como cualquier otro, aunque su
particularidad sean los genitales femeninos como instrumento de
trabajo.
Sigo
viendo, a través de la historia que nos narra Fabiola Bailón, gran
parte de la explicación de nuestro presente. Las fotos que nos
ofrece de esa mujer mayor, de esa otra que podría ser de mi edad,
quienes posaron para una foto que debían portar para ejercer la
prostitución en el sistema regulatorio del México de 1868. Son las
mujeres prostitutas, son las putas, un poco ellas, un poco todas.
La
foto de la adolescente oaxaqueña de 18 años, registrada para
ejercer la prostitución como pupila en el burdel de segunda clase de
la señora Virginia Zayas en 1905; la de 19 años, la de 26, las que
ofrecen sus servicios en la calle en la primera mitad del siglo XX.
Un poco ellas en su tiempo, un poco todas en el nuestro.
Fabiola
inicia su libro con un título sugerente en un paseo crítico por la
historia: “La prostitución como un mal necesario”. Nos cuenta
que la prostitución ha sido considerada así desde la Nueva España,
con el aval de la Iglesia católica y su doble moral.
Un
mal necesario porque el ejercicio sexual de las mujeres fuera del
matrimonio es juzgado como un mal en sí mismo, máxime si lo realiza
una mujer soltera con hombres casados. Pero el mal se torna
“necesario” e incluso se legitima, si se entiende que es para una
causa superior, que es la satisfacción de los impulsos sexuales
masculinos, que, de no ser por la posibilidad de acudir a una
prostituta para su masculinidad incontenible, sabrá Dios a qué
mujeres puras terminarían pervirtiendo, o cuántos casos de
adulterio o violaciones habría. Por eso se ha considerado que hay
ciertas mujeres sacrificables para preservar la unión de las
familias decentes.
Las
prostitutas son esas “víctimas sacrificiales” como les llaman
David Casado-Neira y Silvia Pérez Freire. Son sacrificiales ante el
dominio económico y simbólico de quienes las explotan, ante el
poder económico que les otorga autoridad para poseer sus cuerpos,
ante los medios que las victimizan. Son sacrificiales
independientemente de la plusvalía que rinda la actividad. Pero
también lo son ante el dominio del Estado, sus instrumentos
policiales y sus políticas regulatorias. Las mujeres, pues, han sido
sacrificiales bajo la sombra de ese “mal necesario” que algunas
posiciones “reglamentaristas” del pasado y los intentos del
presente pretenden normalizar a través de políticas y dispositivos
legales.
Hay
quienes lo hacen por gusto, dirían algunos y también algunas. Ese
“gusto” lo documenta la autora desde principios del siglo XX
hasta la fecha, señalando las estrategias de enamoramiento para que
las mujeres accedan a realizar esta actividad, estando cerca de su
padrote y teniendo su protección, so pena de ser expuestas a
violencia, lo cual de cualquier modo no evitan.
La
historia que narra Fabiola Bailón en su libro, nos permite
comprender la magnitud de definir a la prostitución como un “trabajo
no remunerado y no asalariado”, como se incluyó recientemente en
la propuesta –no aprobada– de incorporar prostitución a la
Constitución de la Ciudad de México como trabajo sexual. La
propuesta original planteaba realizar un registro a través de
cartillas con la intención de brindar a las mujeres una
identificación formal como personas trabajadoras, registro que ya se
hacía desde la Colonia y que está bien documentado por la autora en
el tránsito del siglo XIX al XX.
Por
ello me surge una pregunta: ¿el cambio de nombre y el portar una
credencial elimina el estigma y la discriminación? No, ni ahora ni
en el siglo XIX. Algunas de ellas no recogieron sus credenciales y
otras las mantenían ocultas para que sus hijos no supieran de su
actividad. Llama también la atención la similitud con la actual
propuesta: entonces se le llamaba “oficio”, al igual que el
oficio de chofer, aguador y doméstica; ahora se le pretendió llamar
“trabajo no remunerado ni subordinado”, y se le da igual trato
que al barrendero, vendedor ambulante, etc., actividades que se
encuentran fuera del control del Estado y que la intención
regulatoria, se diga como se diga, es el control y la ganancia.
Fabiola
Bailón nos deja ver cómo han cambiado las narrativas que intentan
su regulación, de discursos vinculados con la salud y la higiene, a
discursos legales y hoy éstos atravesados por narrativas de orden
moral, sobre el bien y el mal en un dilema que no tiene salida. En
efecto, los argumentos reglamentaristas cambian: en el periodo de
1865 a 1940 se hablaba de una moral pública y de la salud pública y
de orden social; ahora se esgrimen argumentos supuestamente éticos
como la dignificación del trabajo sexual, como si pudiese ser
dignificada la explotación.
Aprendamos
de la historia, como lo sugiere la autora, cuando nos cuenta cómo la
prostitución “se profesionalizó” a partir de 1865, pasando a
ser “un comercio sexual oficializado con una oferta y una demanda
que crecieron a la par que se incrementó la población, volviéndose
diverso, numeroso, adaptable, dinámico e incontrolable pese a los
deseos de las autoridades y la élite” (Fabiola
Bailón, 2017:
30).
Cambiar
de nombre a la prostitución para llamarle “oficio”, como se le
llamó a finales del siglo XIX e inicios del XX, en los intentos de
su regulación y con el beneplácito de la Iglesia Católica, no
cambió la objetivización del cuerpo de las mujeres.
Se
siguió y sigue reproduciendo la narrativa sobre los hombres con
necesidades sexuales imposibles de controlar, y que la demanda
masculina debiera ser cubierta de una u otra forma, ante lo cual, la
autora toma bajo su responsabilidad la narrativa pendiente, que tiene
que ver con las distintas formas de opresión que estas mujeres han
padecido por parte de su entorno y también del Estado que las
intenta regular.
Parece
no haber cambios profundos todavía en la forma de observar a la
prostitución y a quienes se encuentran en esta situación, cambios
que implicarían hacerlas verdaderas titulares de derechos
ciudadanos, haciendo valer su derecho a la educación, a un trabajo y
salario dignos y a una vida libre de violencia. Verlo de otro modo es
como darnos por vencidas y, al no ser así, invito a leer este
interesante, imprescindible, a la vez que ilustrador libro, que como
digo, no se queda en la descripción de los hechos, sino que hace
constantes guiños como insinuando un camino a seguir.
* Reseña del libro
Fabiola Bailón Vásquez, Prostitución
y Lenocinio en México, Siglos XIX y XX,
Fondo
de Cultura Económica (Biblioteca Mexicana, Serie Historia y
Antropología), 2017.
Datos
Olivia Tena
No hay comentarios.:
Publicar un comentario