sábado, 29 de diciembre de 2018

La huelga feminista del 8M: haciendo historia

Foto: Asamblea Feminista de Madrid.

Justa Montero*

El 8 de marzo millones de mujeres tomamos las calles convocadas por el movimiento feminista. Esta fecha pasará a la historia como el día de la mayor movilización feminista que se recuerda en el Estado español, y quedará grabada en la historia de vida de cada una de las mujeres que compartimos la emoción de ese grito colectivo, indignado, reivindicativo y esperanzado que lanzamos el 8 de marzo.
Las “comisiones feministas del 8M” pusieron en el centro del tablero las diversas vivencias y condiciones de vida concretas de las mujeres que, masivamente, nos sentimos apeladas a expresar los malestares acumulados y el hartazgo por las injusticias que atraviesan nuestras vidas y la forma como la sociedad las trata. Porque nos asesinan y nos agreden sexualmente; porque nuestras vidas son precarias y están atravesadas de injusticias y desigualdades; porque nos hablan de una igualdad engañosa y de unos cambios que nunca llegan; porque no hay lugar donde el machismo no marque nuestra cotidianidad manifestándose de muy distintas formas. Las mujeres hemos dicho BASTA: queremos vidas dignas, otra forma de relacionarnos y otra sociedad, y no estamos dispuestas a esperar más.
Fue una protesta global, claramente política, cargada de emoción y razón (dos elementos imprescindibles para la revuelta feminista), respondiendo a un llamamiento que exigía un cambio y cuyo impacto político, social y mediático está por valorar en toda su dimensión.
El carácter feminista de la movilización fue inequívoco, como también lo fue el protagonismo del movimiento feminista desde su convocatoria y organización. A ese llamamiento respondieron por primera vez muchas mujeres que no se habían sentido interpeladas antes por el feminismo pero, al ponerse las gafas moradas que se les ofrecía, reconocieron en esa propuesta algunos de sus malestares y se sumaron a la protesta. Un malestar que tiene sus raíces en diversos motivos personales, muchas veces escondidos en la privacidad, que la movilización los convirtió en políticos.
De este modo la huelga feminista ha construido un “nosotras”, el sujeto político, crítico con los binarismos, sin el que no sería posible la revuelta. El 8M, entendido en toda su amplitud como un proceso que incluye las multitudinarias manifestaciones finales, ha otorgado una incontestable legitimidad al movimiento feminista, reafirmándose de esta forma como referente para las mujeres en sus aspiraciones de otras vidas, y convirtiéndose también en una esperanza para toda la sociedad.
Contestar a la pregunta de cómo se llega a esta impresionante rebelión, que ha sido también la mayor movilización social en muchos años en el Estado español, pasa por entender cómo va madurando esa posibilidad desde un movimiento feminista autónomo. Como todo movimiento social tiene sus propios procesos de acumulación de fuerzas; sus momentos de reflexión, y como ejemplo están las Jornadas organizadas por la “coordinadora estatal de organizaciones feministas” (Granada 2009) auténtico laboratorio de puesta en común de ideas, propuestas y acciones; el feminismo del 15M (2011); movilizaciones por el derecho a decidir sobre el cuerpo y contra las violencias machistas (2014 y 2015); el paro internacional de mujeres (2017); el trabajo constante de los grupos y el de las feministas sin grupo; el activismo en las redes sociales; el interés creciente por la teoría feminista; la mayor presencia en las instituciones y en todas partes de un movimiento intergeneracional, con un creciente liderazgo de mujeres jóvenes.
Y para analizar este éxito hay que poner el foco en los procesos profundos por los que se logra conectar nuestros malestares con la capacidad del movimiento feminista para darles una expresión política propia. Porque el movimiento que convoca la huelga ya estaba ahí, aunque muchos y muchas no podían o no querían verlo.
Desde la “Comisión feminista 8M” se insistió reiteradamente, cuando todavía había quienes manifestaban reticencias, que sería un hecho histórico a partir del que nadie podría mirar a otro lado y marcaría un antes y un después, y así ha sido. El antes lo hemos ganado, el después lo estamos construyendo.

La huelga se ganó antes del 8 de marzo
El jueves 8 de marzo la huelga ya estaba ganada. Se convocaba a una huelga laboral, del trabajo de cuidados, de consumo y estudiantil; se trataba de movilizarnos durante todo el día y manifestarnos en multitud. Pero era también, y muy fundamentalmente, el proceso previo puesto en marcha por centenares de activistas que lo entendimos como el inicio de un proceso de cambio en la conciencia y prácticas de las mujeres. Fue extendiéndose durante meses como una mancha de aceite que terminó llegando a todos los rincones. Un proceso en el que cada feminista se convirtió en una huelguista.
La propuesta llegó a todas las mujeres. El debate lanzado echó raíces en los pueblos y barrios, institutos y universidades, centros de trabajo, empresas, hospitales, en los propios hogares. Y la respuesta no hizo sino ampliar esa mancha de aceite: en los actos y charlas con muchas mujeres y algunos hombres se pasa de la sorpresa por la propuesta de huelga feminista, al interés por los contenidos, hasta la identificación con los problemas que se plantean, para acabar en una actitud decidida para llevarlo a la práctica y aterrizarlo en cada ámbito y territorio. Así se garantizó el éxito de la huelga, creando tejido social feminista.
La huelga se ganó porque se ganó el debate y se tradujo en una voluntad de hacer colectiva la protesta. La hicieron suya muy distintos colectivos de mujeres, convirtiéndola en la huelga de todas: desde las trabajadoras de hogar a las jubiladas, desde las estudiantes a las asalariadas precarias, desde las bolleras y trans a las mujeres migrantes y a las ecologistas y a las que luchan por la vivienda, y contra la pobreza energética y un interminable etcétera.
La organización de las periodistas tras el manifiesto “las periodistas paramos” (con más de 7.000 firmantes) nos devolvieron el mismo día 8 un “apagón” de 24 horas de las redacciones de prácticamente todos los medios, en el que los periodistas cubrieron las noticias mostrando, como se proponía en la huelga, “el hueco que dejamos las mujeres”. Fueron claves en la extensión de la huelga y un extraordinario altavoz de la misma. Y el debate sobre las condiciones de vida de las mujeres se abrió paso en todo tipo de asociaciones, entidades, organizaciones, porque en todas ellas hubo mujeres recabando el apoyo activo y en todas encontraron una respuesta entusiasta.
La conclusión es que el feminismo en la calle ganó la hegemonía y ha establecido el inicio de un nuevo sentido común. Un acontecimiento histórico que se fundamenta en la existencia y el trabajo de un movimiento con una experiencia y un discurso contrastado con los efectos en nuestras vidas de los zarpazos del patriarcado y de la salida neoliberal a la crisis. Pero también porque desde sus inicios ha sido un proceso participativo, consensuado, con un funcionamiento horizontal y con muchas prácticas aprendidas en el 15M. Un movimiento que viene de lejos y nunca se ha rendido

¿Una huelga económica?
El feminismo vuelve a plantear nuevas formas de protesta social. Como ya hiciera en otros momentos visibiliza y denuncia las limitaciones de conceptos utilizados para explicar una realidad que bajo esa mirada resulta androcéntrica. En este caso el concepto es el de “huelga”, y pasa a resignificarlo ajustándolo a la realidad de las mujeres. El éxito de la propuesta de huelga feminista está precisamente en su carácter innovador: trasciende el concepto tradicional, entendida como huelga laboral en el ámbito de la producción, para extenderla al ámbito de la reproducción social, a los trabajos de cuidados y domésticos que realizan las mujeres. Así el término “huelga” cobra otro significado.
La huelga feminista supone todo un desafío porque a partir del 8M nunca más una huelga podrá denominarse “general” si no contempla la del ámbito del trabajo de cuidados. A partir de esta fecha una huelga reducida al ámbito de la producción será ya siempre una “huelga parcial”.
La potencia de la propuesta reside precisamente en su capacidad para situar la centralidad de los trabajos de cuidados, articulándolos con los trabajos del ámbito productivo, y situándolos como parte del mismo proceso económico. Todo esto ha tenido implicaciones prácticas, y hay retos derivados de esta experiencia que se dirigen sobre todo a los sindicatos mayoritarios a nivel estatal, CCOO y UGT. Se han visto sobrepasados por la dinámica de la huelga; por llegar tarde; por circunscribirla a un paro de dos horas y no responder al llamamiento del movimiento feminista para una huelga de 24 horas, a pesar del desacuerdo y protestas de muchas afiliadas; por no apoyar, de hecho, la huelga de cuidados y consumo; también por no redefinir el papel de los hombres (mayoría entre los trabajadores asalariados y sujetos protagonistas en las huelgas laborales tradicionales) en una huelga de mujeres.
La huelga laboral llamaba a todas las mujeres con trabajo remunerado y fue seguida por muchas más mujeres de las que se pensó al inicio. Las que no pudieron por la precariedad de sus condiciones laborales encontraron otras formas de participar a través de la huelga de cuidados, o participando en asambleas previas; unas tuvieron que estar en servicios mínimos; la casuística es enorme. Había muchas formas de estar en la huelga. “Yo por ellas y ellas por mí” cantaban al unísono miles de mujeres concentradas por la mañana del día 8 frente al Ayuntamiento de Bilbao.
Antes de referirme brevemente a la huelga de cuidados voy a abrir un paréntesis para retomar, como parte de la genealogía feminista, las huelgas, que a lo largo de la historia, han protagonizado mujeres por la mejora de sus condiciones laborales. Tenemos algunos ejemplos recientes en las que, además, la ganaron, como es la huelga realizada por las trabajadoras de Residencias en Bizkaia y por las mujeres de la empresa “Bershka” en Pontevedra.
La huelga de cuidados se construye a partir de muchas pequeñas historias personales, familiares y vecinales, que también visibilizaron el hueco que creamos cuando dejamos de realizar estos trabajos, y cómo con un simple “Manolo, cariño, limpia el culo al niño” trastoca los horarios y los hábitos de quienes no suelen corresponsabilizarse.
Hay muchas experiencias a recuperar, como por ejemplo el resultado del llamamiento para pensar en soluciones comunitarias, que tuvo su reflejo en los puntos de cuidados en los barrios organizados por grupos de hombres. Y así se abrió más el debate sobre el trabajo de cuidados: su corresponsabilidad, las condiciones de trabajo de quienes lo realizan dentro y fuera de las casas y en el mercado, los recursos públicos, el modelo de ciudad, o las cadenas globales de cuidados.
Pero la propuesta de huelga feminista introdujo otra complejidad, de forma que lo que podría ser una paradoja se convirtió en un elemento de enorme interés: se convocó a una huelga que tiene un evidente carácter económico (lo es no ir al puesto de trabajo, dejar de hacer el trabajo de cuidados y no consumir) por motivos que no se refieren sólo a la dimensión económica de nuestra opresión ni están motivados sólo por el funcionamiento económico del sistema capitalista.
Porque los motivos que nos llevaron a la huelga también tienen que ver con nuestros cuerpos, nuestro derecho a decidir, con el reconocimiento de identidades no normativas, con el derecho a vidas libres de violencias machistas, libres de todo racismo. Unos derechos individuales que el feminismo reclama en el marco de la justicia social y que se entienden atravesados por otros ejes de desigualdad social como la clase, la “raza”, la edad, el estatus migratorio, la identidad de género, las capacidades, la opción sexual. Esto determina la forma en que las mujeres los vivimos, sentimos y reclamamos según estemos situadas en estas jerarquizaciones sociales.
El planteamiento y la respuesta a la huelga habla también del significado político de las experiencias y las subjetividades para entender nuestros itinerarios vitales, de las distintas formas de percibir y vivir las manifestaciones del patriarcado y, por tanto, de responder a ellas. Un antídoto, también, a cualquier tentación de establecer un modo de ser, de sentir y soñar, uniforme y rígido.
El argumento con el que se llama a la huelga responde a una articulación de lo antes señalado, de los elementos de redistribución con los de reconocimiento; entre la dimensión económica y ecológica y la cultural y social que sustentan el sistema patriarcal, capitalista, racista, heteronormativo y biocida contra el que nos rebelamos.
En esta articulación, difícil de encontrar en los discursos de otros movimientos y actores políticos, radica la fuerza transformadora de la propuesta formulada desde el 8M. Se refleja en su manifiesto y en la agenda que dibuja. Pero el reto no es tanto instalar la diversidad en el imaginario, ni tan siquiera sólo en los discursos, como hacerlo en las políticas concretas, en la agenda, como señalan mujeres jóvenes, migrantes racializadas, bolleras, trans, con diversidad funcional. Porque un tratamiento abstracto de las mujeres que no “hunda sus raíces en su experiencia concreta” acaba resultando excluyente y, por tanto, estéril.
El 8M ha supuesto un paso muy importante para un feminismo que ya venía planteando la centralidad de articular lo común partiendo de la diversidad, de poner nuestras experiencias en relación con las estructuras sociales de dominación y con las relaciones sociales de desigualdad. Esto forma parte del éxito del planteamiento y seguimiento de la huelga. Es el impulso de la cuarta ola feminista. Pero además en la hoja de ruta marcada el feminismo ha puesto la patata (que no la pelota) en varios tejados: en los de quienes también pelean por un cambio económico y social radical para hacer posible un nuevo sentido común.

El día después
Aún con la resaca de lo vivido toca pensar en el “ahora qué”, en la gestión del éxito de una movilización que ha hecho explícita una doble exigencia en lo inmediato: la del cambio cultural, en las ideas, comportamientos, actitudes, que de forma brutal determinan la vida de las mujeres (y no hay más que poner la mirada en la impunidad social de las violencias machistas, desde los asesinatos al acoso en las calles), y los cambios normativos, leyes, recursos y estructuras.
Esto, que sin duda es una fortaleza de la movilización, tendrá que serlo también de la agenda feminista. La lectura de “la calle” es la de la amplitud de los sentires, reivindicaciones y propuestas gritadas, cantadas y reflejadas de mil maneras. Una agenda que, como recoge los documentos de la huelga, tiene que ver con las urgencias y con una mirada a otro horizonte; que no puede focalizarse sólo en un aspecto o en una formulación bien sea el cuerpo, bien los cuidados, un tipo de violencia, traspasando reduccionismos ya sean económicos o culturales.
La movilización lanzó una exigencia de cambio. Su efecto ya se puede ver en muchas reacciones de mujeres que empiezan a nombrar su malestar, a plantarle cara, a plantear pequeños y grandes cambios recogiendo el guante de “lo personal es político”. Y la propuesta colectiva habla de otra vida para las mujeres, sostenible social y ecológicamente, de una propuesta de cambio en el sentido fuerte del término, de una transformación social profunda.
La potencia de la movilización ha removido todo, también a una derecha neoliberal que pasó de la descalificación, a tratar de atemorizar, desmovilizar y limitar el alcance de la huelga. No pudieron. Pero tratarán de disputar el relato, incluso el término “feminista”, haciendo aparecer las discriminaciones como simples disfunciones del sistema, planteando las reivindicaciones soportables para el sistema, desde un enfoque de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, acompañadas de políticas económicas, sociales y de recorte de libertades que no hacen sino profundizar hasta extremos insoportables las desigualdades.
Existe la transversalidad del feminismo y también la pugna por su sentido porque existe el conflicto. La interpretación de las necesidades de las mujeres y el horizonte en el que pueden resolverse choca de plano con las políticas patriarcales, neoliberales, racistas, heteropatriarcales y represoras. Conocemos los límites (cada vez mayores) de lo que puede ofrecer un sistema para el que las desigualdades son estructurales, necesarias para su funcionamiento. Por eso la crítica al sistema es ineludible.
Escribía al inicio que el 8M es una fecha histórica, que en nuestra retina quedó grabada la emoción colectiva de ese día en las calles. No puedo acabar sin mencionar lo que supuso para mí formar parte de ese gran grupo de mujeres que trabajamos durante muchos meses y vivimos con intensidad este proceso colectivo. Los fuertes vínculos creados por lo aprendido desde nuestra diversidad, los agobios y las risas, los mensajes al rojo vivo, el apoyo mutuo cuando desfallecíamos, el entusiasmo, la creatividad, y mucha inteligencia colectiva. Así podemos llegar donde nos propongamos. Y por supuesto, el reconocimiento y agradecimiento infinito a las mujeres que, en el minuto cero, tuvieron la inteligencia, visión política y decisión necesarias para plantear el desafío de esta extraordinaria huelga feminista.

*Feminista activista

  1. Texto publicado en el Dossier No. 92 “Visibilizando lo invisible”, en Economistas sin fronteras. Consultar en: https://desinformemonos.org/la-huelga-feminista-del-8m-historia/? platform=hootsuite


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