Foto: Asamblea Feminista de Madrid. |
Justa Montero*
El 8 de marzo
millones de mujeres tomamos las calles convocadas por el movimiento
feminista. Esta fecha pasará a la historia como el día de la mayor
movilización feminista que se recuerda en el Estado español, y
quedará grabada en la historia de vida de cada una de las mujeres
que compartimos la emoción de ese grito colectivo, indignado,
reivindicativo y esperanzado que lanzamos el 8 de marzo.
Las “comisiones
feministas del 8M” pusieron en el centro del tablero las diversas
vivencias y condiciones de vida concretas de las mujeres que,
masivamente, nos sentimos apeladas a expresar los malestares
acumulados y el hartazgo por las injusticias que atraviesan nuestras
vidas y la forma como la sociedad las trata. Porque nos asesinan y
nos agreden sexualmente; porque nuestras vidas son precarias y están
atravesadas de injusticias y desigualdades; porque nos hablan de una
igualdad engañosa y de unos cambios que nunca llegan; porque no hay
lugar donde el machismo no marque nuestra cotidianidad manifestándose
de muy distintas formas. Las mujeres hemos dicho BASTA: queremos
vidas dignas, otra forma de relacionarnos y otra sociedad, y no
estamos dispuestas a esperar más.
Fue una protesta
global, claramente política, cargada de emoción y razón (dos
elementos imprescindibles para la revuelta feminista), respondiendo a
un llamamiento que exigía un cambio y cuyo impacto político, social
y mediático está por valorar en toda su dimensión.
El carácter
feminista de la movilización fue inequívoco, como también lo fue
el protagonismo del movimiento feminista desde su convocatoria y
organización. A ese llamamiento respondieron por primera vez muchas
mujeres que no se habían sentido interpeladas antes por el feminismo
pero, al ponerse las gafas moradas que se les ofrecía, reconocieron
en esa propuesta algunos de sus malestares y se sumaron a la
protesta. Un malestar que tiene sus raíces en diversos motivos
personales, muchas veces escondidos en la privacidad, que la
movilización los convirtió en políticos.
De este modo la
huelga feminista ha construido un “nosotras”, el sujeto político,
crítico con los binarismos, sin el que no sería posible la
revuelta. El 8M, entendido en toda su amplitud como un proceso que
incluye las multitudinarias manifestaciones finales, ha otorgado una
incontestable legitimidad al movimiento feminista, reafirmándose de
esta forma como referente para las mujeres en sus aspiraciones de
otras vidas, y convirtiéndose también en una esperanza para toda la
sociedad.
Contestar a la
pregunta de cómo se llega a esta impresionante rebelión, que ha
sido también la mayor movilización social en muchos años en el
Estado español, pasa por entender cómo va madurando esa posibilidad
desde un movimiento feminista autónomo. Como todo movimiento social
tiene sus propios procesos de acumulación de fuerzas; sus momentos
de reflexión, y como ejemplo están las Jornadas organizadas por la
“coordinadora estatal de organizaciones feministas” (Granada
2009) auténtico laboratorio de puesta en común de ideas, propuestas
y acciones; el feminismo del 15M (2011); movilizaciones por el
derecho a decidir sobre el cuerpo y contra las violencias machistas
(2014 y 2015); el paro internacional de mujeres (2017); el trabajo
constante de los grupos y el de las feministas sin grupo; el
activismo en las redes sociales; el interés creciente por la teoría
feminista; la mayor presencia en las instituciones y en todas partes
de un movimiento intergeneracional, con un creciente liderazgo de
mujeres jóvenes.
Y para analizar
este éxito hay que poner el foco en los procesos profundos por los
que se logra conectar nuestros malestares con la capacidad del
movimiento feminista para darles una expresión política propia.
Porque el movimiento que convoca la huelga ya estaba ahí, aunque
muchos y muchas no podían o no querían verlo.
Desde la “Comisión
feminista 8M” se insistió reiteradamente, cuando todavía había
quienes manifestaban reticencias, que sería un hecho histórico a
partir del que nadie podría mirar a otro lado y marcaría un antes y
un después, y así ha sido. El antes lo hemos ganado, el después lo
estamos construyendo.
La huelga se ganó
antes del 8 de marzo
El jueves 8 de
marzo la huelga ya estaba ganada. Se convocaba a una huelga laboral,
del trabajo de cuidados, de consumo y estudiantil; se trataba de
movilizarnos durante todo el día y manifestarnos en multitud. Pero
era también, y muy fundamentalmente, el proceso previo puesto en
marcha por centenares de activistas que lo entendimos como el inicio
de un proceso de cambio en la conciencia y prácticas de las mujeres.
Fue extendiéndose durante meses como una mancha de aceite que
terminó llegando a todos los rincones. Un proceso en el que cada
feminista se convirtió en una huelguista.
La propuesta llegó
a todas las mujeres. El debate lanzado echó raíces en los pueblos y
barrios, institutos y universidades, centros de trabajo, empresas,
hospitales, en los propios hogares. Y la respuesta no hizo sino
ampliar esa mancha de aceite: en los actos y charlas con muchas
mujeres y algunos hombres se pasa de la sorpresa por la propuesta de
huelga feminista, al interés por los contenidos, hasta la
identificación con los problemas que se plantean, para acabar en una
actitud decidida para llevarlo a la práctica y aterrizarlo en cada
ámbito y territorio. Así se garantizó el éxito de la huelga,
creando tejido social feminista.
La huelga se ganó
porque se ganó el debate y se tradujo en una voluntad de hacer
colectiva la protesta. La hicieron suya muy distintos colectivos de
mujeres, convirtiéndola en la huelga de todas: desde las
trabajadoras de hogar a las jubiladas, desde las estudiantes a las
asalariadas precarias, desde las bolleras y trans a las mujeres
migrantes y a las ecologistas y a las que luchan por la vivienda, y
contra la pobreza energética y un interminable etcétera.
La organización de
las periodistas tras el manifiesto “las periodistas paramos” (con
más de 7.000 firmantes) nos devolvieron el mismo día 8 un “apagón”
de 24 horas de las redacciones de prácticamente todos los medios, en
el que los periodistas cubrieron las noticias mostrando, como se
proponía en la huelga, “el hueco que dejamos las mujeres”.
Fueron claves en la extensión de la huelga y un extraordinario
altavoz de la misma. Y el debate sobre las condiciones de vida de las
mujeres se abrió paso en todo tipo de asociaciones, entidades,
organizaciones, porque en todas ellas hubo mujeres recabando el apoyo
activo y en todas encontraron una respuesta entusiasta.
La conclusión es
que el feminismo en la calle ganó la hegemonía y ha establecido el
inicio de un nuevo sentido común. Un acontecimiento histórico que
se fundamenta en la existencia y el trabajo de un movimiento con una
experiencia y un discurso contrastado con los efectos en nuestras
vidas de los zarpazos del patriarcado y de la salida neoliberal a la
crisis. Pero también porque desde sus inicios ha sido un proceso
participativo, consensuado, con un funcionamiento horizontal y con
muchas prácticas aprendidas en el 15M. Un movimiento que viene de
lejos y nunca se ha rendido
¿Una huelga
económica?
El feminismo vuelve
a plantear nuevas formas de protesta social. Como ya hiciera en otros
momentos visibiliza y denuncia las limitaciones de conceptos
utilizados para explicar una realidad que bajo esa mirada resulta
androcéntrica. En este caso el concepto es el de “huelga”, y
pasa a resignificarlo ajustándolo a la realidad de las mujeres. El
éxito de la propuesta de huelga feminista está precisamente en su
carácter innovador: trasciende el concepto tradicional, entendida
como huelga laboral en el ámbito de la producción, para extenderla
al ámbito de la reproducción social, a los trabajos de cuidados y
domésticos que realizan las mujeres. Así el término “huelga”
cobra otro significado.
La huelga feminista
supone todo un desafío porque a partir del 8M nunca más una huelga
podrá denominarse “general” si no contempla la del ámbito del
trabajo de cuidados. A partir de esta fecha una huelga reducida al
ámbito de la producción será ya siempre una “huelga parcial”.
La potencia de la
propuesta reside precisamente en su capacidad para situar la
centralidad de los trabajos de cuidados, articulándolos con los
trabajos del ámbito productivo, y situándolos como parte del mismo
proceso económico. Todo esto ha tenido implicaciones prácticas, y
hay retos derivados de esta experiencia que se dirigen sobre todo a
los sindicatos mayoritarios a nivel estatal, CCOO y UGT. Se han visto
sobrepasados por la dinámica de la huelga; por llegar tarde; por
circunscribirla a un paro de dos horas y no responder al llamamiento
del movimiento feminista para una huelga de 24 horas, a pesar del
desacuerdo y protestas de muchas afiliadas; por no apoyar, de hecho,
la huelga de cuidados y consumo; también por no redefinir el papel
de los hombres (mayoría entre los trabajadores asalariados y sujetos
protagonistas en las huelgas laborales tradicionales) en una huelga
de mujeres.
La huelga laboral
llamaba a todas las mujeres con trabajo remunerado y fue seguida por
muchas más mujeres de las que se pensó al inicio. Las que no
pudieron por la precariedad de sus condiciones laborales encontraron
otras formas de participar a través de la huelga de cuidados, o
participando en asambleas previas; unas tuvieron que estar en
servicios mínimos; la casuística es enorme. Había muchas formas de
estar en la huelga. “Yo por ellas y ellas por mí” cantaban al
unísono miles de mujeres concentradas por la mañana del día 8
frente al Ayuntamiento de Bilbao.
Antes de referirme
brevemente a la huelga de cuidados voy a abrir un paréntesis para
retomar, como parte de la genealogía feminista, las huelgas, que a
lo largo de la historia, han protagonizado mujeres por la mejora de
sus condiciones laborales. Tenemos algunos ejemplos recientes en las
que, además, la ganaron, como es la huelga realizada por las
trabajadoras de Residencias en Bizkaia y por las mujeres de la
empresa “Bershka” en Pontevedra.
La huelga de
cuidados se construye a partir de muchas pequeñas historias
personales, familiares y vecinales, que también visibilizaron el
hueco que creamos cuando dejamos de realizar estos trabajos, y cómo
con un simple “Manolo, cariño, limpia el culo al niño” trastoca
los horarios y los hábitos de quienes no suelen
corresponsabilizarse.
Hay muchas
experiencias a recuperar, como por ejemplo el resultado del
llamamiento para pensar en soluciones comunitarias, que tuvo su
reflejo en los puntos de cuidados en los barrios organizados por
grupos de hombres. Y así se abrió más el debate sobre el trabajo
de cuidados: su corresponsabilidad, las condiciones de trabajo de
quienes lo realizan dentro y fuera de las casas y en el mercado, los
recursos públicos, el modelo de ciudad, o las cadenas globales de
cuidados.
Pero la propuesta
de huelga feminista introdujo otra complejidad, de forma que lo que
podría ser una paradoja se convirtió en un elemento de enorme
interés: se convocó a una huelga que tiene un evidente carácter
económico (lo es no ir al puesto de trabajo, dejar de hacer el
trabajo de cuidados y no consumir) por motivos que no se refieren
sólo a la dimensión económica de nuestra opresión ni están
motivados sólo por el funcionamiento económico del sistema
capitalista.
Porque los motivos
que nos llevaron a la huelga también tienen que ver con nuestros
cuerpos, nuestro derecho a decidir, con el reconocimiento de
identidades no normativas, con el derecho a vidas libres de
violencias machistas, libres de todo racismo. Unos derechos
individuales que el feminismo reclama en el marco de la justicia
social y que se entienden atravesados por otros ejes de desigualdad
social como la clase, la “raza”, la edad, el estatus migratorio,
la identidad de género, las capacidades, la opción sexual. Esto
determina la forma en que las mujeres los vivimos, sentimos y
reclamamos según estemos situadas en estas jerarquizaciones
sociales.
El planteamiento y
la respuesta a la huelga habla también del significado político de
las experiencias y las subjetividades para entender nuestros
itinerarios vitales, de las distintas formas de percibir y vivir las
manifestaciones del patriarcado y, por tanto, de responder a ellas.
Un antídoto, también, a cualquier tentación de establecer un modo
de ser, de sentir y soñar, uniforme y rígido.
El argumento con el
que se llama a la huelga responde a una articulación de lo antes
señalado, de los elementos de redistribución con los de
reconocimiento; entre la dimensión económica y ecológica y la
cultural y social que sustentan el sistema patriarcal, capitalista,
racista, heteronormativo y biocida contra el que nos rebelamos.
En esta
articulación, difícil de encontrar en los discursos de otros
movimientos y actores políticos, radica la fuerza transformadora de
la propuesta formulada desde el 8M. Se refleja en su manifiesto y en
la agenda que dibuja. Pero el reto no es tanto instalar la diversidad
en el imaginario, ni tan siquiera sólo en los discursos, como
hacerlo en las políticas concretas, en la agenda, como señalan
mujeres jóvenes, migrantes racializadas, bolleras, trans, con
diversidad funcional. Porque un tratamiento abstracto de las mujeres
que no “hunda sus raíces en su experiencia concreta” acaba
resultando excluyente y, por tanto, estéril.
El 8M ha supuesto
un paso muy importante para un feminismo que ya venía planteando la
centralidad de articular lo común partiendo de la diversidad, de
poner nuestras experiencias en relación con las estructuras sociales
de dominación y con las relaciones sociales de desigualdad. Esto
forma parte del éxito del planteamiento y seguimiento de la huelga.
Es el impulso de la cuarta ola feminista. Pero además en la hoja de
ruta marcada el feminismo ha puesto la patata (que no la pelota) en
varios tejados: en los de quienes también pelean por un cambio
económico y social radical para hacer posible un nuevo sentido
común.
El día después
Aún con la resaca
de lo vivido toca pensar en el “ahora qué”, en la gestión del
éxito de una movilización que ha hecho explícita una doble
exigencia en lo inmediato: la del cambio cultural, en las ideas,
comportamientos, actitudes, que de forma brutal determinan la vida de
las mujeres (y no hay más que poner la mirada en la impunidad social
de las violencias machistas, desde los asesinatos al acoso en las
calles), y los cambios normativos, leyes, recursos y estructuras.
Esto, que sin duda
es una fortaleza de la movilización, tendrá que serlo también de
la agenda feminista. La lectura de “la calle” es la de la
amplitud de los sentires, reivindicaciones y propuestas gritadas,
cantadas y reflejadas de mil maneras. Una agenda que, como recoge los
documentos de la huelga, tiene que ver con las urgencias y con una
mirada a otro horizonte; que no puede focalizarse sólo en un aspecto
o en una formulación bien sea el cuerpo, bien los cuidados, un tipo
de violencia, traspasando reduccionismos ya sean económicos o
culturales.
La movilización
lanzó una exigencia de cambio. Su efecto ya se puede ver en muchas
reacciones de mujeres que empiezan a nombrar su malestar, a plantarle
cara, a plantear pequeños y grandes cambios recogiendo el guante de
“lo personal es político”. Y la propuesta colectiva habla de
otra vida para las mujeres, sostenible social y ecológicamente, de
una propuesta de cambio en el sentido fuerte del término, de una
transformación social profunda.
La potencia de la
movilización ha removido todo, también a una derecha neoliberal que
pasó de la descalificación, a tratar de atemorizar, desmovilizar y
limitar el alcance de la huelga. No pudieron. Pero tratarán de
disputar el relato, incluso el término “feminista”, haciendo
aparecer las discriminaciones como simples disfunciones del sistema,
planteando las reivindicaciones soportables para el sistema, desde un
enfoque de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres,
acompañadas de políticas económicas, sociales y de recorte de
libertades que no hacen sino profundizar hasta extremos insoportables
las desigualdades.
Existe la
transversalidad del feminismo y también la pugna por su sentido
porque existe el conflicto. La interpretación de las necesidades de
las mujeres y el horizonte en el que pueden resolverse choca de plano
con las políticas patriarcales, neoliberales, racistas,
heteropatriarcales y represoras. Conocemos los límites (cada vez
mayores) de lo que puede ofrecer un sistema para el que las
desigualdades son estructurales, necesarias para su funcionamiento.
Por eso la crítica al sistema es ineludible.
Escribía al inicio
que el 8M es una fecha histórica, que en nuestra retina quedó
grabada la emoción colectiva de ese día en las calles. No puedo
acabar sin mencionar lo que supuso para mí formar parte de ese gran
grupo de mujeres que trabajamos durante muchos meses y vivimos con
intensidad este proceso colectivo. Los fuertes vínculos creados por
lo aprendido desde nuestra diversidad, los agobios y las risas, los
mensajes al rojo vivo, el apoyo mutuo cuando desfallecíamos, el
entusiasmo, la creatividad, y mucha inteligencia colectiva. Así
podemos llegar donde nos propongamos. Y por supuesto, el
reconocimiento y agradecimiento infinito a las mujeres que, en el
minuto cero, tuvieron la inteligencia, visión política y decisión
necesarias para plantear el desafío de esta extraordinaria huelga
feminista.
*Feminista
activista
-
Texto publicado en el Dossier No. 92 “Visibilizando lo invisible”, en Economistas sin fronteras. Consultar en: https://desinformemonos.org/la-huelga-feminista-del-8m-historia/? platform=hootsuite
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