Sandra Ezquerra
Introducción
Desde el mes de
mayo de 2011 el movimiento 15-M ha involucrado en la práctica política a una
enorme cantidad y variedad de personas que hasta hace sólo unos meses habían
observado los efectos de la crisis desde la distancia y la desafección. Su
verdadera importancia yace, a día de hoy, en su inesperada gestación de una
nueva generación de pensadores y pensadoras críticas y activistas mediante la
reflexión, el debate y, lo que es más importante, mediante la praxis. El 15-M
ha sido artífice en decenas de ciudades del estado español de los baños de
masas más diversos, más festivos, más anónimos y más esperanzadores vistos en
mucho tiempo. Ha contribuido a generalizar el “sí, se puede” y el “juntas
podemos” y, en definitiva, ha ayudado a ampliar el desafío al hasta ahora
imperturbable discurso de la inevitabilidad del sistema capitalista, sus
recetas neoliberales y sus crisis.
Más allá de su
evolución, de sus éxitos y de sus fracasos, no obstante, se realiza aquí una
reflexión sobre la experiencia específica de las mujeres en el movimiento y
sobre la medida en que éste ha incorporado el discurso y la práctica feminista.
En primer lugar, se ubica la emergencia del movimiento en su contexto
estructural y socio-histórico y se muestra cómo éste ha estado marcado por el
género. En segundo lugar, se examina la medida en que el movimiento 15-M ha
contribuido a la evolución de la lucha feminista, tanto el terreno discursivo
como el de las prácticas, dinámicas y roles establecidos en su seno desde sus
inicios.
Las reflexiones
aquí incluidas provienen de la participación de la autora en el 15-M barcelonés
pero también de las conversaciones con múltiples activistas feministas
provenientes de toda la geografía española, así como de la lectura de relatos y
crónicas, tanto individuales como colectivas, sobre su paso por el movimiento
desde el 15 de mayo del 2011. De la misma manera que el 15-M ha estado caracterizado
por una gran diversidad y heterogeneidad, también lo han estado los feminismos
que han aterrizado (o se han desarrollado) en él. A pesar de que las
experiencias feministas en el 15-M presentan una gran desigualdad geográfica e
incluso temporal, en el presente texto se intentan sintetizar algunas de las
que se consideran más relevantes con el objetivo de reflexionar tanto sobre sus
dimensiones positivas como sobre las que no lo son tanto, y contribuir así a un
aprendizaje colectivo que nos permita seguir caminando hacia una indignación
verdaderamente feminista.
Mirando el
momento desde el feminismo: ¿de qué crisis estamos hablando?
El lema de la
manifestación convocada el domingo 15 de mayo, “No somos mercancías en manos de
políticos y banqueros” tuvo el gran mérito de aglutinar en una sola frase los
principales detonantes del movimiento 15-M: una merma importante de los
derechos sociales y económicos de amplios sectores de la ciudadanía como
resultado de la crisis, por un lado, y una creciente desconfianza respecto a
una clase política percibida como corrupta e incapaz de sacar al país de la
crisis por el otro.
A pesar de que
los feminismos en el estado español han realizado una ingente labor durante los
últimos años para visibilizar las formas específicas en que la crisis económica
y las recientes (contra)reformas afectan a las mujeres[1], este elemento no estuvo inicialmente presente en
las denuncias y reivindicaciones del movimiento. El 15-M no ha sido en ningún
caso aislado ya que desde que estalló la crisis numerosos movimientos
sociales han pasado de puntillas sobre las dimensiones de género del actual
contexto económico. Medios de comunicación de diversa índole han sugerido a su
vez, a raíz de la vertiginosa aceleración que en los inicios de la crisis
sufrieron las tasas de paro masculino, que una de las particularidades de la
crisis es que promete con abolir las desigualdades entre hombres y mujeres en
el mercado laboral[2].
Las mujeres, sin
embargo, continuamos a día de hoy sufriendo una enorme vulnerabilidad tanto
dentro del mercado laboral como fuera de él. Un análisis de la crisis desde una
perspectiva de género muestra que, si bien el año 2008 se vio caracterizado por
el estallido de la burbuja inmobiliaria y la crisis de la industria, ambos
sectores profundamente masculinizados, meses más tarde la contracción de
demanda de mano alcanzó también al sector servicios, donde actualmente se ocupa
el 88,5% de las mujeres en el estado español. A día de hoy la tasa de paro
femenino suma un 22,10% y el masculino un 21,04%. Si se desagregan los datos en
términos de procedencia, se ve que los hombres autóctonos presentan la tasa más
baja de todas con un 17,20% mientras que el desempleo femenino no comunitario
es de un 27,15% y el masculino cercano al 34%. Si se toma en consideración que
las mujeres de origen inmigrante se encuentran concentradas en la economía
informal, es muy probable que la tasa de desocupación de éstas últimas resulte
ser en realidad mucho mayor que la oficialmente registrada.
La aceleración
del paro masculino ha provocado que haya más familias que dependan del salario
de la mujer y que numerosas mujeres se hayan visto forzadas a incorporarse al
mercado laboral. Mientras que la tasa de actividad femenina en el año 2007 era
de 48,94%, a finales del 2011 se situaba en un 52,91%. Este incremento, no
obstante, no se ha visto acompañado de una redistribución de las
responsabilidades domésticas y de cuidado. Todo ello, sumado al aumento de la
carga de trabajo doméstico sobre las mujeres como resultado de las estrategias
familiares para reducir gastos, ha provocado un aumento de la carga global de
trabajo de las mujeres y un reforzamiento de nuestra doble jornada.
Las desigualdades
de género siguen siendo una realidad innegable también en el mercado laboral y
se manifiestan en altas tasas de temporalidad y jornadas parciales entre las
mujeres. También tenemos una mayor presencia que los hombres en la economía
sumergida, somos el 57,3% de las personas receptoras de prestaciones no
contributivas y únicamente el 37% de las contributivas. Nuestro salario medio
es 22% inferior al de los hombres y, por otro lado, el 80% de las personas
“inactivas” que no reciben ningún tipo de pensión son mujeres también.
La ausencia de
una perspectiva de género ha sido también una constante en las respuestas del
gobierno del PSOE a la crisis. La mayor parte de los 11.000 millones de euros
inyectados durante el primer año de la crisis mediante el famoso Plan EEE se
destinó al sector de la construcción que, en 2008, ocupaba al 16% de los hombres
y únicamente al 1,9% de las mujeres. La financiación, además, no incluyó
requisito alguno de presencia de mujeres en las contrataciones. Los recortes
del gasto público social visibilizados en el famoso Tijeretazo en mayo de 2010,
y actualizados constantemente por las políticas de austeridad impuestas desde
entonces, están teniendo un gran impacto en las mujeres al estar nosotras
concentradas en sectores públicos como la sanidad, la educación y los servicios
sociales. Como consecuencia, somos nosotras las principales víctimas de la
reducción de salarios y la eliminación de empleos públicos. La vulnerabilidad
social y económica de las mujeres, a su vez, nos hace acusar con más fuerza la
reducción de ayudas sociales y, ante la desaparición de éstas, somos nosotras
las que mediante nuestro trabajo de cuidados no remunerado, las acabamos
asumiendo. La Reforma Laboral ha reforzado la dualización de género del mercado
de trabajo remunerado y previsiblemente la Reforma de las Pensiones, así como
el reforzamiento de su lógica contributiva, afectará negativamente a las
mujeres ya que, a raíz de nuestra concentración en la economía informal,
jornadas parciales y bajos salarios, así como de la frecuente interrupción de
nuestra vida laboral para cuidar de hijos y otras familiares, encontraremos más
dificultades a la hora de sumar la cotización exigida para acceder a una
pensión de jubilación que pueda considerarse digna. La creciente austeridad
resultante de la crisis de la deuda ataca particularmente al estado de bienestar
y los servicios públicos, y permite al estado transferir sus obligaciones de
protección social de nuevo a las familias (léase mujeres).
Cuando el
feminismo se indigna…
Todos los
elementos expuestos apuntan a la persistencia, e incluso agudización, de la
subordinación de las mujeres en el actual contexto. Esta subordinación, sin
embargo, se ha visto silenciada en la mayoría de los relatos económicos sobre
la crisis. El 15-M no ha sido una excepción y entre sus lemas no figuró
inicialmente referencia alguna a las especificidades de género de la coyuntura
económica. Durante las primeras semanas del movimiento conceptos como
“feminismo”, “opresión” o “desigualdad de género” no consiguieron generar
consenso en numerosas asambleas y se toparon con la resistencia resultante de
un gran desconocimiento e incluso cierta aversión hacia el discurso feminista
por parte de centenares de personas que lo identificaban con ideas y actitudes
divisorias, excesivamente radicales y poco razonables.
En este
escenario, ante lo que entendieron como un silenciamiento de las voces de las
mujeres y a pesar de algunas acusaciones de separatismo, muchas de las
activistas feministas presentes entonces en Plaça Catalunya (Barcelona) se
buscaron para crear un espacio de discusión, debate y acción de mujeres,
lesbianas y trans: la asamblea de Feministes Indignades. Ésta, lejos de
atascarse en las tumultuosas discusiones que caracterizaron a otras comisiones,
les permitió avanzar y visibilizar su trabajo y discurso en el resto del movimiento.
Durante los primeros días de la acampada Feministes Indignades
redactaron un manifiesto de exigencias que fue aclamado por unanimidad en una
de las asambleas generales más multitudinarias que vivió el movimiento
barcelonés. El manifiesto contenía exigencias feministas para una
transformación radical de la sociedad y planteaba respuestas a la crisis desde
una mirada inclusiva y consciente de la ubicación específica de las mujeres en
el orden económico y social:
La sociedad
capitalista y patriarcal nos oprime […]. Queremos una sociedad en la que el
centro sean las personas y no los mercados. Queremos una transformación del
modelo (capitalista) de desarrollo económico y social actual hacia uno que esté
al servicio de las personas y del planeta. En esta transformación es
imprescindible incorporar un enfoque feminista de cara a afrontar las crisis:
ecológica, alimentaria, energética, económica, social y del trabajo de cuidado
y apostar por procesos sociales de sostenibilidad de un nuevo modelo de ciudad
y gestión del territorio […] Exigimos el reparto de los trabajos y la riqueza.
Trabajar menos para trabajar todo el mundo. Condiciones laborales y
profesionales dignas. Reparto igualitario del trabajo productivo y
reproductivo, igual remuneración y reconocimiento por los trabajos entre
mujeres y hombres. Y que la riqueza esté al servicio de las clases populares
[…] Exigimos el reconocimiento de las tareas de cuidado de las personas, los
hogares, la vida y su socialización completa.[3]
El análisis y las
propuestas no se realizaron exclusivamente en torno a la crisis sino que
también se exigió la participación de las mujeres, lesbianas, transexuales y
tránsgenero en la búsqueda de un sistema político participativo y
verdaderamente democrático:
El sistema
democrático actual es patriarcal y no nos representa. Queremos organizar la
sociedad en espacios de decisión y gestión política horizontales.[4]
El
establecimiento de Feministes Indignades como espacio autónomo
cohesionado con una importante legitimidad y en interlocución directa con las
asambleas generales ha contribuido a visibilizar y potenciar la perspectiva de
género en los discursos y las movilizaciones del 15-M en Catalunya y a exigir
el protagonismo de las mujeres en los debates y las acciones. Mientras que por
un lado han hecho avanzar su propia agenda en forma de actividades, debates y
acciones específicamente feministas, han estado presentes a su vez en los
numerosos espacios de coordinación del movimiento haciendo oír su voz y
contribuyendo con su experiencia en decisiones y movilizaciones unitarias. En
todas estas citas la inconfundible huella del feminismo indignado se ha hecho
patente mediante bloques y pancartas propias, acciones simbólicas contra la
opresión heteropatriarcal o intervenciones denunciando los efectos perversos de
la crisis económica y las políticas de austeridad sobre las mujeres.
… ¿se feminiza
la indignación?
La consolidación
de un espacio feminista y la visibilización de su trabajo, sin embargo, no han
sido posibles en todas las ciudades y pueblos donde ha surgido el 15-M. En
lugares como Bilbao, Elche o Burgos se ha llevado a cabo cierta actividad como
la concienciación sobre la necesidad de un lenguaje no sexista o la
organización de acciones feministas específicas, pero no ha habido una masa
crítica importante de mujeres dispuestas a (o capaces de) exportar la mirada de
género al conjunto del movimiento de manera sistemática ni de crear espacios de
discusión y acción feministas. Un factor importante tras esta incapacidad ha
sido, en ciudades como Vigo o Palma de Mallorca, el tratamiento del feminismo
por parte de un número importante de sectores del movimiento como una cuestión
de poca prioridad e incluso escasa relevancia. En Cádiz, por otro lado, cuando
el grupo de trabajo de feminismos llevó a la asamblea general un manifiesto
feminista inspirado en los de Madrid y Barcelona y resultado de un rico e
interesante debate en su seno[5], tuvo que ver como el manifiesto era rechazado
por una “falta de consenso” ante su supuesto carácter excluyente y divisorio.
En otros lugares, la confusión, de la que todavía adolece el movimiento, entre
consenso y unanimidad provocó que en asambleas de 300 o 400 personas un solo
hombre pudiera bloquear la aprobación de propuestas feministas.[6]
Ni siquiera en
lugares como Barcelona, Madrid o Santiago de Compostela, donde las comisiones y
grupos de trabajo feministas han tenido un peso y proyección importantes, puede
afirmarse que éstos hayan conseguido impulsar con éxito una feministización
o la transversalización de la perspectiva feminista en el movimiento. Dicha
transversalización, de haberse dado, se habría traducido en la incorporación
comprehensiva y sistemática por parte del 15-M de las reivindicaciones
feministas en su esfera discursiva y en su práctica.
El feminismo
en el discurso
Cabe reconocer en
este sentido que la presencia del discurso feminista en el 15-M no ha estado
exenta de retos. Tal y como las compañeras de Madrid relatan en un dossier que
elaboraron,[7] algunos de los límites para la circulación de los
feminismos en Sol se manifestaron en la perplejidad y falta de comprensión de
muchas de las personas allí presentes, en los insultos cargados de machismo y
homofobia e incluso en el hecho de que las primeras asambleas generales no
recogieran ni asumieran ninguna cuestión o propuesta feminista. Para muchos y
muchas participantes en el movimiento, el feminismo seguía siendo equivalente
al machismo, pero al revés.
La (desigual)
presencia del discurso de género en el 15-M no ha sido fruto tanto de un
aumento significativo de conciencia en su seno como de la constante presencia
de activistas enarbolando la bandera del feminismo, lo cual se ha traducido en
un ritmo de trabajo insostenible y en una doble militancia por parte de muchas
mujeres. Cuando ellas lo introducen parece ser bien recibido, pero si no lo
hacen (apenas) nadie más toma la iniciativa. En cierta manera, la presencia
discursiva del feminismo en el 15-M sigue dependiendo de la “omnipresencia”
física de las militantes feministas para darle voz mediante críticas, acciones,
documentos, talleres, intervenciones y elaboraciones específicas. Sin embargo,
tal y como expresaban las compañeras de Sol, “queremos que se nos entienda,
queremos contagiar”.[8] Una incorporación sostenida y perdurable del
feminismo que consiga provocar una generalización de la conciencia de género o
una transformación del marco colectivo de un movimiento debe provenir de una
intervención sostenible y extendida. Y en el movimiento 15-M, hasta el momento,
no ha sido así.
El feminismo
en la práctica
Si al movimiento
aún le queda un largo camino por recorrer en el terreno discursivo, la esfera
de la práctica ha sido también escenario de numerosas dificultades. No hay más
que recordar los abucheos de “¡fuera, fuera!” o “la revolución es de todos”
lanzados contra las feministas cuando durante los primeros días de la acampada
decidieron colgar en Madrid una pancarta en la que se podía leer, “la
revolución será feminista o no será”[9]. Un “machoman”, como ellas mismas lo denominaron,
mostró su rechazo a la pancarta arrancándola ante miles de personas[10]. Ese episodio dejaba patente que no existía
consenso en que el 15-M fuera un punto de convergencia de TODAS, incluida la
feminista, las luchas.
Durante los
primeros meses de las protestas se realizaron en numerosas ciudades importantes
avances en el campo de las prácticas como, por ejemplo, una creciente
concienciación del sesgo androcéntrico inherente en el lenguaje. Mientras que
por un lado muchas asambleas incorporaban comunicación no verbal para denunciar
el uso de vocabulario y expresiones heterosexistas o discriminatorias, por el
otro se pudo apreciar un creciente esfuerzo por evitar el uso recurrente del
masculino en el lenguaje. Independientemente de las palabras utilizadas, sin
embargo, mientras que los equipos de dinamización estaban mayoritariamente
compuestos por mujeres que se encargaban de gestionar las metodologías,
logísticas y dinámicas colectivas del debate, la mayoría de las intervenciones
y propuestas políticas continuaron siendo realizadas por hombres. Éstos también
siguieron realizando un uso expansivo del turno de palabra, obteniendo de
manera automática la autoridad moral, intelectual o de experiencia y, entre
otras cuestiones, mostrando escaso respeto hacia el turno de palabra de mujeres
u hombres-no-machos-alfa.[11]
Así, quizás se
realizaron avances respecto a algunas de las formas en que se manifiesta el
sexismo pero no respecto al fondo. Cabe destacar además que, por ejemplo en
Barcelona, nunca se llevó a cabo un debate en profundidad en aras de alcanzar
acuerdos sobre un lenguaje no sexista. Esta superficialidad de los cambios se
ha traducido, tal y como han expresado algunos hombres del 15-M desde entonces,
en un miedo constante por parte de muchas personas a la “censura” por no
“hablar políticamente correcto" y también en un gradual regreso al uso
generalizado del masculino de manera paralela a la fragmentación y dispersión
del movimiento y sus asambleas. Desde el momento en que ha dejado de haber un
mínimo de masa crítica dispuesta a señalar el uso de expresiones sexistas y/u
homófobas, las prácticas se han relajado de nuevo.
La ausencia de un
debate comprehensivo sobre las dimensiones de género del lenguaje ha sido parte
de una ausencia mayor en las dinámicas internas del movimiento: el género no ha
sido una categoría de análisis central a la hora de distribuir tareas,
gestionar relaciones y definir los espacios. Dicho de otro modo, a pesar de que
el género es un principio organizador básico de la sociedad humana, así como de
sus roles, relaciones y desigualdades, y a pesar de que la cotidianidad de los
episodios y agresiones sexistas nos exige tener estrategias para abordarlos,[12] el movimiento 15-M en su conjunto no ha
problematizado políticamente el género como eje de división y opresión en su
seno. Ello se ha traducido, por ejemplo, en la inexistencia de un protocolo de
actuación en situaciones de agresiones sexistas en toda su gama y variedad o en
momentos de abuso de poder por parte de los hombres. Un episodio sintomático de
ello, entre seguramente muchos otros, fue la incapacidad de un mediador miembro
de la comisión de convivencia en Barcelona para reaccionar cuando una mujer
componente del equipo de dinamización de asambleas le expresó que había sido
víctima de una agresión física por parte de un hombre. Ante la incomodidad que
sin lugar a dudas le provocó la situación, el mediador se aferró a la falsa
equidistancia que pretende dar igual voz a agresor y agredida y, arguyendo que
no podía estar seguro de quién decía la verdad y quién mentía, se lavó las
manos y permaneció en silencio. Negaba de esta manera el poder de definición a
aquélla y otras mujeres, el cual establece de manera inequívoca, y nada
relativista, que existe una agresión desde el mismo momento en que una persona
se siente agredida.
Otro episodio
relacionado con las dinámicas de género en el movimiento tuvo lugar a inicios
de junio cuando la comisión madrileña de feminismos anunció que sus componentes
no iban a pernoctar más en Sol como consecuencia de las agresiones sexuales,
sexistas y homófobas que habían presenciado y/o sufrido, además de por la
invisibilización de estas agresiones y la ausencia de una voluntad colectiva para
solucionarlas.[13] Mientras que por un lado numerosos medios de
comunicación utilizaron la declaración de la comisión para desprestigiar al
15-M en un momento en que las acampadas entraban en un proceso de reflujo, los
esfuerzos de la comisión legal y otras voces del movimiento para negar la
existencia de agresiones en términos legales, y minimizar de esta manera las
dimensiones de la problemática, mostraban, una vez más, las grandes
dificultades de un sector para abordar políticamente la existencia de dinámicas
agresivas y abusos de poder por parte de algunos hombres[14]: una problematización del género en ese contexto
hubiera mostrado que lo verdaderamente importante no era si las agresiones eran
legamente punibles o no, sino más bien el hecho de que había compañeras que
afirmaban no sentirse seguras en un espacio supuestamente emancipatorio como
era Sol. La incapacidad de abordar políticamente la situación, además, resultó
en que, en lugar de proporcionar respuestas colectivas ante la existencia de
agresiones sexistas, muchas mujeres tuvieran que optar por soluciones
individuales. A efectos prácticos, en lugar de rechazar o expulsar las
agresiones o a los agresores de la acampada (en el caso que fueran miembros de
ella), lo que se hizo fue excluir a las personas agredidas de facto o en
potencia. Curiosamente, por otro lado, mientras que el movimiento no ha dudado
a menudo en señalar que “lo legal no es necesariamente justo”[15] como sus numerosas acciones de desobediencia
civil demuestran, en el caso que nos ocupa, la noción de la justicia de género
se ha visto subordinada al discurso de la legalidad y a la conservación de la
imagen pública del movimiento.
El 15-M no ha
desarrollado, de esta manera, herramientas para reconocer la reproducción de la
lógica patriarcal en su seno, reflexionar sobre sus manifestaciones concretas y
gestionarlas desde una perspectiva feminista. El resultado ha sido que, en episodios
como los relatados, la respuesta habitual ha consistido en la invisibilización
de la violencia y el silenciamiento de las voces de las mujeres. En ambos casos
se ha desaprovechado la oportunidad de realizar un aprendizaje colectivo con el
objetivo de reparar daños y evitar que estas situaciones se repitan en el
futuro. Tanto la corrección política como la negación se han visto acompañadas
de una profunda preocupación, comprensible aunque injustificable, de que la
publicitación de estos episodios pudiera estigmatizar al movimiento y
debilitarlo. En tanto que espacio de lucha compuesto por mujeres y hombres, el
15-M ha reproducido el error de sus predecesores al temer que el feminismo lo
dividiera al denunciar sus contradicciones internas en lugar de apostar por
fortalecerse abordándolas y resolviéndolas. O como mínimo dando un paso en esa
dirección.
Hacia una
indignación verdaderamente feminista
Si bien el
movimiento 15-M constituye uno de los fenómenos más inesperados y relevantes de
los últimos años en el escenario político español, es importante destacar que
se ha caracterizado por ser capaz de aglutinar de manera masiva un descontento
hasta el momento subterráneo y no tanto por ofrecer alternativas necesariamente
coherentes, comprehensivas y transformadoras al sistema social, político y
económico actual. El 15-M no es tanto un movimiento compacto con un análisis
definido de las desigualdades existentes y con propuestas concretas para su
desaparición como un espacio más bien etéreo y sin fronteras establecidas cuya
principal función ha sido hasta el momento proporcionar maneras de expresar y
compartir un creciente y generalizado malestar social. Ello no quiere decir que
en su seno no se hayan dado tensiones, debate e incluso pugnas para concretar y
radicalizar sus discursos y sus prácticas, pero en todo caso el resultado
de todo ello depende de un proceso en el que el movimiento todavía se halla
inmerso.
Tras las
elecciones generales del 20 de noviembre el panorama político no se prevé nada
halagüeño y ya estamos viviendo una profundización de los ataques contra los
derechos sociales y los derechos de las mujeres. Habrá que ver cómo responde el
movimiento pero, sin duda, después del vertiginoso ritmo de movilización de sus
primeros meses de vida, tendrá tiempo de sobras para reflexionar sobre sus
prioridades, su organización y su dirección. Mientras que en el texto se ha
destacado tanto la gran valía, por un lado, como las innegables limitaciones,
por el otro, que el análisis y la práctica feminista han tenido en el seno del
15-M hasta el momento, nada nos permite describir categóricamente el rumbo que
éstas tomarán a partir de ahora. Esperemos que como mínimo sea hacia adelante.
No resulta tarea
fácil, tal y como la resistencia histórica de numerosos movimientos sociales
ilustra, visibilizar, cuestionar y transformar las relaciones de género que
definen nuestras sociedades en espacios reivindicativos y de denuncia mixtos. A
pesar de algunas agradables excepciones como el grupo de Indignados contra el Machismo
de Sol, el feminismo y las feministas continúan encontrándose con enormes
resistencias en la actualidad. Lejos de desanimarnos, no obstante, la
constatación de las dificultades puede servirnos como recordatorio de que
cualquier paso, por pequeño que sea, en la eliminación de las desigualdades que
sufrimos es un paso bien dado. Nos puede servir también para recordar que si
los millares de personas que acudieron a las plazas a mediados de mayo para
hacer política por primera vez en sus vidas han sido capaces en tan poco tiempo
de vencer sus miedos y apatía para debatir de manera incansable entre
multitudes, impedir que decenas de familias perdieran sus casas, desafiar a
numerosas instancias políticas, religiosas y judiciales y, entre otros retos,
denunciar la violencia policial, un trabajo constante, crítico y pedagógico por
parte de los feminismos puede conseguir que la indignación de toda esta nueva
generación de políticos y políticas profanas acabe siendo feminista también.
Puede conseguir, en definitiva, que, en lugar de conformarse con poner en
evidencia los abusos e injusticias provenientes de las esferas de la economía,
la política y las instituciones, los hombres y mujeres que salieron, salen y
saldrán a las calles y las plazas, se atrevan a enfrentarse a los que
reproducen, sufren e invisibilizan ellos y ellas, nosotros y nosotras, también.
[1] Ezquerra, S. “29S: a les dones també ens sobren
els motius”. Públic. 16/9/2010, pág. 5; Ezquerra, S. “Crisis e
igualdad”. Público, 19/11/2010, pág. 9; Ezquerra, S. “Rostros ocultos de
las pensiones”. Público. 7/2/2011, pág. 5; Gálvez, L. & Torres, J.
(2010) Desiguales. Hombres y mujeres en la crisis financiera. Barcelona:
Icaria; Harcourt, W. (2009) “El impacto de la crisis en las mujeres de Europa
Occidental”. http://www.awid.org/eng/About-AWID/AWID-News/Briefs-The-Impact-of-the-crisis-on-Women; Larrañaga, M. (2009) “Mujeres, tiempos,
crisis: Combinaciones variadas”. Revista de Economía Crítica, 8; Otxoa,
I. (2009) “Anticapitalismo: algunas razones desde el feminismo”. Viento Sur.
104; Pérez Orozco, A. (2009) “Feminismo anticapitalista, esa Escandalosa Cosa y
otros palabros”. Artículo del libro Jornadas Feministas: Granada aquí y ahora.
Editado por “Coordinadora estatal de organizaciones feministas”, Madrid, 2010;
Sales, L. (2009) Informe de Recerca. Dones en crisi. Barcelona: Institut
Català de les Dones.
[2] Se pueden encontrar este tipo de afirmaciones,
entre numerosas noticias, en los siguientes artículos de prensa: “Medidas
especiales para los parados. El Gobierno llevará propuestas nuevas al diálogo
social” (Diario Público, 25/10/2008); Hidalgo, S. & Valmorisco, C.
“Los mileuristas son ahora los cabezas de familia” (Diario Público,
27/4/2009); Peirón, F. “Los empleos son para las mujeres” (Diario La
Vanguardia, 12/9/2009); Escur, N. “¿Sabe la crisis de sexos?” (Diario La
Vanguardia, 12/9/2009); Moreno, J. “El paro sube en 98.906 personas en
octubre” (Diario Público, 3/11/2009); Moreno, J. “El paro sube
otro escalón: marzo deja 25.988 desempleados más” (Diario Público,
6/4/2010). El Español no ha sido una excepción y durante los últimos años los
medios de comunicación de otros países han afirmado que la recesión económica
afecta a las mujeres menos que a los hombres en el mercado laboral (Daily
Mail, mayo 2009) y han proclamado no sólo la “Muerte del Macho” (Foreign
Policy, septiembre 2009) sino también el “Fin de los Hombres” (The
Atlantic, Agosto 2010).
[3] Blog de Feministes Indignades.
http://feministesindignades.blogspot.com
[4] Blog de Feministes Indignades.
http://feministesindignades.blogspot.com
[5] Wiki del Grupo de Trabajo Feminismos Cádiz 15M.
http://comisionfeministacadiz15m.wikispaces.com/
[6] Web de FeminismoSol. http://feminismosol.net
[7] Web de FeminismoSol. http://feminismosol.net
[8] Web de FeminismoSol. http://feminismosol.net
[9] Web de FeminismoSol. http://feminismosol.net; Cervantes, Ll. “¿Y las indignadas?
(Libertad de palabra, 22/11/2011)
[10] Web de FeminismoSol. http://feminismosol.net
[11] Web de FeminismoSol. http://feminismosol.net
[12] Fanzine “Torres más grandes hemos visto caer”, p.
17 http://es.scribd.com/doc/44147443/torresmasgrandeshemosvistocaer
[13] En su comunicado explicaron que entendían por
agresiones “intimidaciones sexuales, tocamientos, miradas, gestos,
desautorización y abusos de poder, insultos y agresiones físicas, contactos
sexuales -y no sexuales- no consentidos, actitudes paternalistas”. Web de
FeminismoSol. http://feminismosol.net
[14] Europa Press, “Los acampados de Sol aclaran que
legalmente no hubo agresión sexual” (La Vanguardia, 3/6/2011)
[15] Éste fue uno de los principales argumentos
esgrimidos por el movimiento en Barcelona al anunciar su intención de paralizar
el debate presupuestario que se iniciaba el 15 de junio en el Parlament.
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