El ginecólogo la dejó con las piernas abiertas y la vulva expuesta en la mesa de exploración. Fue a traer otros dos colegas, de la misma clínica, para que la observaran. Los médicos comentaban en voz baja, M. se sentía un fenómeno ante la actitud que percibió hostil y se arrepintió enormemente de haber comentado que es lesbiana cuando acudió a consulta a causa de flujo y comezón que la molestaban. El maltrato no terminó con la exposición humillante, si no que incluyó cuestionamientos y calificaciones sobre su orientación. Al salir del consultorio M. no compró el medicamento que le había sido recetado ni regresó a la cita posterior pues no sentía confianza tras la atención recibida y ella comenta: “De no haber sido porque la infección era muy fuerte jamás habría yo asistido a otro consultorio”.
por Patricia Karina Vergara Sánchez*Mujeres sanas son mujeres con posibilidades de aportar socialmente, de participar en el hacer político, de emitir opiniones, de incidir, de transformar. Así, ocuparse de salud para las mujeres es ocuparse de justicia y vida digna para las mujeres mismas. Por ello, es tarea impostergable y de necesidad constante y continua abordar los diversos aspectos que inciden en el disfrute y acceso a la atención de dicha salud.
Si bien existe un tejido económico, cultural y sociopolítico que en México y otros países de América Latina no garantiza la salud, ni la atención médica o que esta atención sea de calidad para todas; en busca de desatar los nudos que lo conforman, resulta de interés tomar en particular uno de los hilos y seguir su trayecto en la trama y urdimbre de estos fenómenos. En tal sentido, en esta presentación pretendo hacer un acercamiento a la respuesta que ofrece la medicina hegemónica1 en la atención ginecológica a las mujeres lesbianas y concluyo con una propuesta de abordaje de la misma.
Me ocuparé en primer lugar del sistema médico hegemónico porque es un referente, la opción general y más inmediata a la que recurren las y los pobladores de mi país. A este sistema se solicita auxilio y acompañamiento durante los procesos de salud-enfermedad y en la solución de situaciones que requieren atención inmediata como urgencias o síntomas dolorosos, así como en ejercicios preventivos de padecimientos. Aquí, cabe preguntar qué implicaciones tienen las formas de atención que se encuentran en un modelo que privilegia lo curativo y lo técnico, pero no siempre considera cuestiones que inciden en la forma de acceder y percibir la atención, como pueden ser la clase, etnia o color de piel (Cfr., Oliveira, 1996). Es decir, que ofrece una visión la cual universaliza y difícilmente reconoce las posibles necesidades y miradas subjetivas de quien no entra en el estándar esperado. Lanzo una pregunta para retomar más adelante: ¿Esta falta de visión hacia las diferencias es meramente accidental?
Dentro del sistema médico que nos ocupa, se concibe la ginecología como la especialidad a la que se dirigen aquellas cuyos cuerpos al nacer fueron sexuados femeninos, con la finalidad de prevenir alteraciones a la salud o en busca de un diagnóstico sobre el estado del aparato genital, en sus componentes internos y externos, así como el estado de las mamas, para detectar si existen patologías que requieren ser atendidas.
Una consulta ginecológica debe constar de una entrevista inicial en donde se tomará o actualizará la historia clínica de la consultante, una exploración física, toma de muestras o prescripción de análisis -cuando son requeridos para el diagnóstico- y una conclusión en donde él o la especialista emite las recomendaciones pertinentes para corregir o preservar la salud.
Sin embargo, cuando las consultantes son lesbianas, el modelo actual de atención ginecológica puede no siempre resultar acorde a sus necesidades específicas. Un indicador de ello es el que no existe en el sistema que nos ocupa en México un protocolo de atención que considere prácticas sexuales distintas de la heterosexualidad.
El problema tiene varias aristas. Una de ellas es que la persona o personas encargadas de atender la salud no están ajenas al mismo marco que en nuestras sociedades crea prejuicios lesbofóbicos2, desconocimiento o falta de información, si no ha ocurrido una capacitación-reflexión en torno a dichos prejuicios, se puede dificultar el proceso relacional entre quien consulta y quien responde a la consulta, llegando inclusive a romperlo. Sin embargo, esta capacitación es de difícil acceso para la generalidad del personal que trabaja en salud, en palabras de Álvarez-Gayou:
Actualmente, la mayor parte de las facultades y escuelas de medicina, enfermería, psicología y trabajo social, no contemplan cursos de sexualidad en sus programas, a pesar de que precisamente son estos profesionales a quienes la gente acude cuando tiene algún problema en el ámbito sexual. Más aún, ni siquiera en especialidades como ginecología, urología, psiquiatría o medicina familiar se da formación sexual. (Cita de García, 2009: 76).
Ante esta carencia es preciso considerar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) establece, entre otros, como elementos básicos de la salud sexual:
La ausencia de temores, de sentimientos de vergüenza y culpabilidad, de creencias infundadas y de otros factores psicológicos que inhiban la reacción sexual o perturben las relaciones sexuales…la ausencia de trastornos orgánicos, de enfermedades y deficiencias que entorpezcan la actividad sexual y reproductiva. (Cfr. OMS, 1975)
Entonces, se puede inferir, que para garantizar la salud sexual lésbica, es necesario erradicar la lesbofobia en todas sus formas y, entre ellas, las que pudieran menoscabar el acceso a la terapéutica y cuidado en materia ginecológica. Si bien la atención a la salud desde la medicina occidentalizada no es el único camino hacia la salud para las lesbianas, sí resulta, como hemos mencionado, un referente importante para nuestras sociedades. Así mismo, en el marco de los derechos humanos, la atención a la salud debe garantizarse para todas y todos -en México establecido en el artículo 4º constitucional-, siendo por ello relevante la construcción de un bagaje más amplio en esta asignatura pendiente, pues de acuerdo de Eiven y Sardá “prejuicios, sumados a la invisibilización de que todavía son objeto las lesbianas en gran parte de la literatura médica y psicológica, también influyen en la casi nula existencia de investigaciones científicas serias y exhaustivas sobre la salud de las lesbianas”. Más aún, estás mismas autoras denuncian que esta falta de producción “dificulta de manera seria la atención a su salud, aun por parte de aquellas/os profesionales carentes de prejuicios”. (Eiven, Sardá y Villalba, 2002: 50)
En otro extremo de la misma línea se encuentra el que las mujeres lesbianas no asisten al consultorio ginecológico con la misma frecuencia que mujeres que principalmente se relacionan en lo sexual con varones. Documentos revisados indican que entre un 48% y un 60% de mujeres lesbianas no asisten a consultas ginecológicas y de aquellas que asisten sólo un 27% -30% habla de sus prácticas sexuales al o la especialista. (Patlatonalli, 1997; Eiven, 2002 y Galarreta, 2006)
Tres aspectos del problema que nos ocupa son observables en este rubro:
1.- En la mayor parte de los centros de atención de la salud en el área de ginecología, el personal parece especializarse en atender el cuerpo sexuado femenino en tanto puede engendrar y parir, difícilmente se ocupa de la sexualidad y salud no relacionada a la reproducción o prevención de la misma, inimaginable parece la sexualidad no coital. Una cita de la Fundación Komen ilustra: “Debido a que es posible que personas homosexuales y mujeres bisexuales no tengan hijos posiblemente busquen atención de la salud reproductiva con menos frecuencia….” ( Komen, 2009, 1).
2.- Porque hay lesbianas que creen que al tener contacto sexual primordialmente con mujeres no requieren atención ginecológica.
…comparten los prejuicios de las/os profesionales, creyéndose inmunes a las ETS o menos necesitadas de atención ginecológica debido a su práctica sexual. La idea de que “sexo” es solo penetración coito-vaginal todavía prevalece en muchos sectores de nuestras sociedades y muchas lesbianas han sido formadas en esa creencia y no la han revisado aún. (Eiven, Sardá y Villalba, 2002, 52).
3.- Si llegan a asistir al consultorio, el temor a la discriminación y el prejuicio pueden llevar a que las consultantes omitan hablar de su orientación y prácticas sexuales, con lo cual es probable que salgan del consultorio con métodos anticonceptivos que no requieren, sin revisión de pliegues de la piel en donde se pueden alojar virus y bacterias en prácticas lésbicas o con tratamiento que sólo las contempla a ellas, sin que la o el especialista tenga oportunidad de medicar y evaluar a la compañera o compañeras sexuales dificultando así los tratamientos y aumentando las posibilidades de reinfecciones. “Así, la opción por permanecer en el closet conduciría a la auto marginación en la búsqueda de atención preventiva, un retraso de la atención médica, o a una historia clínica incompleta o inexacta.” (Galarreta, 2006:2).
En este punto, parece haber un desencuentro, entre quien ofrece atención y quién podría ser la consultante. Sin embargo, las lesbianas necesitan atención médica ginecológica cuando hay síntomas, una alteración o por alguna razón se precisa de un acompañamiento especializado durante los ciclos biológicos, pero también se requiere el figurar en las políticas, registros y campañas de salud pues existen algunos temas de consideración ginecológica que al momento de esta investigación han surgido como pendientes de cuidado. Por ejemplo -sin ánimo de caer en estereotipos, pero refiriéndonos a la información proporcionada en los trabajos de Galarreta y O´Hanlan, dos especialistas en salud-, debido a una coincidencia de factores de riesgo en las mujeres lesbianas como son el tener, en promedio, mayor sobrepeso; mayor ingesta de alcohol y tabaco; haber amamantado con menor frecuencia y visitar con menor asiduidad el consultorio ginecológico –todo ello con respecto a las mujeres heterosexuales3- (Cfr., O’Hanlan, 2002 y Galarreta, 2006), implican, en una generalidad, una posibilidad mayor para una mujer lesbiana que para una mujer heterosexual de padecer cáncer mamario. Sin embargo en México, a pesar de que hay cifras indicando que anualmente mueren cerca de 4,400 mil mujeres a consecuencia del cáncer de mama y 4000 por el cáncer cervical-uterino, de acuerdo a cifras del Sistema Nacional de Información en Salud (SINAIS, 2011), no es posible saber cuántas de estas muertes son de mujeres lesbianas, mucho menos cómo pueden prevenirse dichas muertes, cualquiera que sea su porcentaje, ni cómo actuar sobre lo que se desconoce.
Igualmente, en México las Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) afectan principalmente a las mujeres, pues “del total de casos nuevos en 2007 (177 627), casi 96% son de sexo femenino.” (INEG, 2010: 76). Nuevamente cabe la pregunta: ¿Cuántas de las mujeres que padecen estas ITS registradas son lesbianas?
El virus papiloma humano, VPH, y el herpes genital, dos ITS muy comunes en relaciones entre mujeres ya que el contacto sexual implica muchas veces el roce directo con las lesiones, también han aumentado su incidencia en forma notable… Desde este lugar, entonces, resulta claro que la visibilidad pasa a ser más una necesidad que un lujo. (RMSLAC, 2007: 30).
Respecto al VIH, en diversas organizaciones lésbicas comienza a darse un debate interesante en el cual, por una parte se sostiene que las prácticas sexuales lésbicas por sí mismas no serían, por lo regular, de alto riesgo para la adquisición del virus, pero otra postura pone en consideración que las condiciones de vida de las lesbianas menos privilegiadas las hacen vulnerables por situaciones diversas (Cfr. Benavides, 2010). Algunas de estas situaciones tienen que ver con los matrimonios o relaciones heterosexuales forzadas o por conveniencia; la búsqueda de la maternidad en encuentros heterosexuales sin condón, cuando no se tienen recursos para inseminaciones asistidas; prostitución; sexo no consensuado; sexo por drogas; otros fenómenos como migración o exilio sexual4 – en su relación con la diseminación de ITS- y violencia sexual hacia las mujeres o como castigo por la disidencia de la heterosexualidad; tampoco conocemos estadísticamente a qué padecimientos son más o menos vulnerables las lesbianas, si hay alguno que sea particular, cómo prevenir.
Si bien la compleja trama de acceso a los servicios de salud en México no deja de ser violenta desde su concepción institucional sobre todas las mujeres, como ya lo han denunciado trabajos feministas (Cfr. Vergara, 2008). Igualmente, el cuerpo de las mujeres lesbianas y el de mujeres heterosexuales no son radicalmente diferentes –mamas, vulvas, vaginas, úteros- y las enfermedades, virus, bacterias y ciclos biológicos que actúan sobre unos y otros cuerpos no son distintos. Es preciso hablar de especificidades en la atención a las lesbianas porque aun cuando las patologías no tienen agentes que diferencian según orientación o preferencia sexual5, más allá de la mirada en donde prima lo biológico, es necesario contemplar los aspectos sociales, culturales y, en este caso, el grado de estigma y discriminación imperantes en la localidad de quien consulta y la manera en como estos aspectos afectan a la salud en sí misma, pero también en el acceso, y en el sector de la población que nos ocupa, cómo trasciende las expectativas y la experiencia misma de quien recibe el cuidado. Es decir, es necesario preguntarnos sobre la calidad de la atención hacia las consultantes lesbianas ya que en las instituciones de salud mexicanas no hay una atención ginecológica que considere aspectos culturales, sociales, del entorno ni de identidad, Tampoco, lo que se refiere a las prácticas sexuales lésbicas y sus implicaciones sobre los cuerpos de las mujeres6
Así, puedo resumir los apartados anteriores en el reconocimiento de que en la mayoría de los países latinoamericanos, no existe un protocolo de atención ginecológica que considere a las lesbianas; existen todavía prejuicios y actitudes discriminatorias en algunos y algunas profesionales de salud, además de una cierta invisibilización, falta de capacitación y de formación específica sobre las necesidades de la población que me ocupa, lo cual genera una reticencia por parte de las mismas lesbianas para asistir en busca de esta atención. Entonces, es preciso señalar que la importancia de un cuidado ginecológico médico que desarrolle estrategias en donde la heterosexualidad no sea el único modelo visible es vital para proveer la calidad justa en la atención, pero también para documentar y construir miradas más políticas hacia el reconocer reivindicaciones al respecto y garantizar el derecho a la salud de todas las mujeres considerando sus prácticas, orientaciones y/o preferencias sexuales.
Además de lo expuesto, me encuentro en el momento de intentar trascender la lectura de este fenómeno que pareciera ocurrir tras la puerta cerrada en la intimidad del consultorio a causa de que un o una profesional de la salud no estén debidamente capacitades y de que una mujer lesbiana que ponga su cuerpo en el consultorio no sepa cuáles son o como exigir sus derechos. Si bien se puede comenzar a reconocer, sin olvidar la incidencia de clase y la raza al delinearlo, un mapa en donde la vida y la salud de las mujeres lesbianas han estado postergadas por el sistema médico, también pretendo comenzar a rastrear cómo parece no ser accidental esta cartografía. Desde el ejercicio de la sospecha feminista, busco atisbar sobre estas desatenciones en el sistema médico; precedidas por la invisibilización o, todavía, patologización de manifestaciones distintas a la heterosexualidad; por el que las mujeres aún estamos creando estrategias de horizontalidad en la relación entre el saber médico y la autonomía de nuestros cuerpos; y por el que no exista investigación al respecto, ni cifras que contemplen y tampoco se creen campañas o estrategias, salvo las generadas por la propia comunidad lésbica y bisexual, hacia la salud de mujeres no heterosexuales. Agudizando el olfato, comienzo a establecer preguntas respecto a si es posible entender estos ¨pendientes” como síntomas de la tensión entre tres sistemas de poder: el de género, el médico y la heterosexualidad obligatoria ante la presencia lesbiana, la cual más allá de definiciones esenciales o identitarias, cuando se refiere a la relación erótica y/o afectiva entre cuerpos femeninos, los cuestiona.
Cuestiona el mandato patriarcal de lo que se esperaría fuese o hiciese una mujer definida como tal en su situación relacional, de atención, servicio y cuidado con el otro - el varón y los hijos-. Cuestiona al saber médico en los casos en que parece mirar el cuerpo de las mujeres, como úteros y mamas útiles meramente para la reproducción y cuestiona, también, a la heterosexualidad obligatoria, institución que constriñe el cuerpo femenino como destinado al erotismo heterosexual o a la maternidad.
Entonces, podría no sólo estudiarse la ceguera e inespecificidad de la atención a la salud lésbica como mero accidente, o atención pospuesta. Puede leerse como parte de la violencia estructural y cultural que mantienen y justifican el status quo, en este caso, dificultando la autonomía y salud de las mujeres lesbianas sobre sus propios cuerpos. Por ello, mi propuesta de trabajo e invitación van hacia una mirada más desheterosexualizada de los abordajes en los estudios que se ocupan de la salud de las mujeres; el rescate y visibilización de acciones de resistencia desde las lesbianas organizadas o en lo individual ante la violencia estructural practicada a través de la medicina hegemónica y mandatos “normalizantes“, ya sea en capacitación al personal que trabaja en salud, en posicionamientos políticos, la creación de grupos de atención, o en el diseño de manuales y trípticos informativos; de las propuestas de apropiación de formas alternativas de atender la salud; de la interpelación directa al sistema médico referido; pero, también, en el acompañamiento y la exigencia del cumplimiento de un ejercicio más sensible del saber médico contra hegemónico, sí, y despatriarcalizado, también.
Por último, les comparto que específicamente, en la investigación que ahora estoy realizando propongo identificar, a partir de la narración de las experiencias de mujeres que acudieron a consulta ginecológica en el Estado de México y se autonombraron lesbianas en el consultorio o mencionaron que tenían sexo con mujeres, qué elementos de la consulta, ya sea desde el discurso patriarcal, desde el mandato de la heterosexualidad o desde las prácticas médicas mismas, resultaron o no adecuados para las necesidades específicas que derivan de las vivencias y prácticas lésbicas. Este ejercicio parte de entender que así como el feminismo ha puesto históricamente el dedo en un punto determinante al señalar lo que ocurre en el interior de las casas y dormitorios como asuntos de profundo interés político, susceptibles de revisión y de transformación, es preciso profundizar en la labor -que ya han iniciado investigadoras sobre la calidad en la atención a la salud de las mueres- y que también podamos revisar con una mirada política lo que ocurre tras el umbral de los consultorios, en este caso ginecológicos, qué tratamientos verbales y físicos, qué imposiciones o presunciones son susceptibles de ser revisadas política-culturalmente y transformadas en la construcción de un puente horizontal de reconocimiento de necesidades específicas en pro de una atención ginecológica –también médica en general- para las lesbianas, y otras diversidades y disidencias, hacia una vida sana, libre y digna para todas las mujeres.
*Patricia Karina Vergara Sánchez
Ponencia presentada en el II Coloquio de Estudios Mesoamericanos de Género y Feminismos en Guatemala.
4 de Mayo de 2011
Correo electrónico: pakave@hotmail.com
Referencias Bibliográficas
Eiven Laura, Sardá Alejandra y Villalba Verónica (2000). “Lesbianas, salud y derechos humanos desde una perspectiva latinoamericana”, en Revista Mujer Salud, No. 2/2007, RSMLAC, Chile. Pp. 43-54
García Bravo, María de la Luz (2009). “Actitudes ante la diversidad sexual en profesionales de la salud de la ciudad de Taxco de Alarcón, Guerrero, México” en Archivos Hispanoamericanos de Sexología, vol. XV, núm. 1, México, pp. 71-85.
RMSLAC (2007). “Ser y reconocerse lesbiana, protegiendo la salud como un derecho” en Revista Mujer Salud, No. 2/2007, RSMLAC, Chile. Pp. 30-32
Vergara Sánchez Patricia Karina (2008). “Cuando la violencia en el consultorio se convierte en pesadilla”, FCPyS, Universidad Nacional Autónoma de México, Distrito Federal. Pp.1-239 (Tesis).
Galarreta, María Elena (2006). “Salud de lesbianas en Lima: Apuntes desde la experiencia de atención”.
http://www.ciudadaniasexual.org/boletin/b16/Art_MariaElena.pdf.
(Consultado: noviembre de 2010)
Komen for the cure, Susan G. (2009). “Datos para la vida, personas homosexuales, bisexuales, transexuales”.
Http://ww5.komen.org/uploadedFiles/Content_Binaries/806-322-SP.pdf. (Consultado: noviembre de 2010).
O’Hanlan Katherine A (2002) “Diez cosas del cuidado de la salud que las lesbianas deberían discutir con sus médicos”
http://www.hispanosnet.com/gays/lesbianas/salud_lesbica.html.
(Consultado: noviembre de 2010).
Oliveira Araújo, María José (1996). El rol de los grupos de mujeres y la educación en el área de la salud, en http://www.nodo50.org/mujeresred/salud-caps.htm
(Consultado: noviembre de 2010).
SINAIS (2011). “Prefacio a indicadores de mortalidad.” http://sinais.salud.gob.mx/descargas/pdf/IB_2006.pdf
(Consultado: Enero de 2011).
Organización Mundial de la Salud, OMS (1975). Definición de Salud Sexual
http://www2.hu-berlin.de/sexology/ECS5/definicion_1.html
(Consultado: Enero de 2011).
Tahime (2010). “¿Sabes lo qué es la lesbofobia?”.
http://casatahime.blogspot.com/2007/11/sabes-lo-que-es-la-lesbofobia.html
(Consultado: noviembre de 2010).
Patlatonalli A.C. (1998). Todas las mujeres pueden vencer el cáncer cérvico uterino y mamario, Guadalajara, Jalisco, México. (Tríptico)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario