domingo, 3 de enero de 2010

Muertas por el Feminicidio: Una Paradoja

Palabra de Antígona Por Sara Lovera

La cuenta del feminicidio en Ciudad Juárez es contundente: poco más de 745 mujeres fueron asesinadas entre 1993 y 2009. En un año más de 120, caídas en medio de la guerra interna que en México se lleva a civiles inopinadamente.

Julia Monárrez, socióloga e investigadora me dio sus últimas cifras hace unos cuantos días y me contó cómo se tomó de la mano de Esther Chávez Cano, esa indomable mujer espigada, sensible, de mirada de águila, incansable, feminista que murió en esta navidad a los 72 años.

Esther Chávez Cano es la mujer que empezó a contar a las asesinadas en la juarense frontera de la ignominia.

A ella debemos que se haya corrido la cortina del silencio para hacer notar en el mundo la crueldad que ha cegado la vida a cientos de mujeres productivas, las mismas que un día tuvieron, como todas, un pedazo de alegría.

Se fue Esher, 33 días después de que Irma Campos también muriera. Ambas dolidas por la vida, porfiadas luchadoras por la libertad de las mujeres. Ambas víctimas del feminicidio en Ciudad Juárez, murieron de cáncer esa temible enfermedad que va minando los tejidos de la vida, por razones no identificables todavía por la ciencia, sin atribución exacta, pero que siempre está ligada a la tristeza, a la fatiga que produce el dolor social.

Esther tenía una voz definitiva. Compartí con ella un premio, el nacional llamado María Lavalle Urbina, en abril de 2002. Con Irma Campos fundó el Grupo 8 de Marzo en Chihuahua. Fue ella quien con las notas de la página roja de los diarios empezó a interrogarse qué había tras los asesinatos crueles contra las mujeres en Ciudad Juárez.

La misma que empezó a anotar, en enormes legajos de hojas cuadriculadas los casos. La que dio la voz de alarma en nuestra realidad contemporánea.

En 1993 narró su hallazgo, enseñó a la periodista Sonia del Valle, sus hojas de anotaciones que envió al Distrito Federal para que se supiera. Corrió, caminó, anduvo todas las oficinas públicas con su preocupación que se fue convirtiendo en el motivo de su vida. Así, durante más de 3 lustros, sin descanso.

Monárrez relató cómo formó su base de datos, éstos de la ignominia y entre las tres -Julia, Esther e Irma- decidieron documentar caso por caso, hecho por hecho y luego el nombre fue brutal: feminicidio, asesinato a personas sólo por ser mujeres.

Ningún homenaje –que Esther recibió varios- ningún reconocimiento al terrible continum de la estulticia, ninguna política, como las anunciadas en Juárez para parar el fenómeno; ninguna denuncia, nacional e internacional ha parado esos asesinatos que según Monárrez son sexuales, sistemáticos, donde operan el secuestro, la tortura, la desaparición forzada, la desazón de las familias, de las madres, de los habitantes norteños.

Juárez, esa pequeña ciudad de un millón 500 mil habitantes, levantada sobre la explotación de las obreras maquiladoras, donde hoy cunde el miedo a los enfrentamientos cotidianos en cada esquina, en cada recodo del camino, en cada bar, en cada casa, en cada escuela, enfrentamiento entre policías y ladrones, se dijera, sin respetar a sus habitantes, hombres y mujeres.

Ahí, en Juárez, mundialmente conocida como la ciudad de las cruces rosas, que ha sido señalada como el lugar donde el gobierno mexicano ya fue condenado por la Corte Interamericana de Justicia, que en 10 años ha sido recorrida por todos los organismos de Derechos Humanos del planeta, Esther e Irma dejaron sus mejores acciones, la experiencia de mirar al otro o a la otra, con profunda generosidad.

Juárez ensangrentada por acontecimientos tan recientes como ocurrió el 30 de noviembre, en que Flor Alicia Gómez de 23 años muere a manos de “un hombre armado”, que nadie descubre. Esta chica, como cientos, sobrina de Alma Gómez, vocera del grupo de madres denudadas e impotentes llamada Justicia para Nuestras Hijas, su vida cegada precisamente unas horas después de haberse conocido la sentencia de la Corte.

Y un día, Esther Chávez Cano, la herlada de las terribles noticias de cada uno de los asesinatos, me contó como se le desgarraba el alma, quizá la figura más elocuente de esta forma en que se ubica en el cuerpo el terrible mal, que abate los glóbulos blancos y destruye: el cáncer.

La muerte de Esther, de Irma y de Flor Alicia son todos resultado de la impunidad y la no justicia, de la incapacidad institucional para hallar a los culpables, de la espesa selva negra que acaba con las vidas, del no se sabe quién o quiénes conspiran cotidianamente contra la alegría.

No habría espacio para contar la vida de Esther, homenajeada, mujer que en palabras de la antropóloga feminista Marcela Lagarde cambió muchas vidas, porque “el encuentro con Esther ha implicado para tantas mujeres surgidas de no sabemos qué vidas lastimosas, la llegada de una vida libre de peligro, la experiencia del abrigo, el aprendizaje de otras formas de ser y relacionarse, el inicio de la cicatriz tras el daño, la pérdida del miedo, la rehechura de la vida, casi, diría yo, un renacimiento”, porque Esther creó la Casa Amiga, para las mujeres víctimas de violencia.

Y era esa parte de la “paradoja… unos dañan sin la menor responsabilidad a las mujeres y son mujeres quienes se ocupan de remontar los estragos. Mujeres que frente a lo propio inventan mundos, pequeños territorios para acoger a quienes lo han perdido todo menos la vida”.

Y la describió: “En ella la palabra lucha es breve no nos alcanza para decir las dimensiones de su quehacer cotidiano, complejo, contradictorio, lleno de miserias y de algunas lluvias refrescantes”.

Nuestra querida Esther “transita por el mundo más miserable, tal vez por el horror que le provoca, por la rabia y por la más profunda de las tristezas cobra aliento e inventa ungüentos, alivia, sana y trastoca de a poquito nuestro mundo”.

Sin duda, Esther Chávez Cano luchadora, irreverente, militante política, feminista, sabia, amiga, anunciadora, fue la pionera en luchar contra el feminicidio en todo el mundo, tanto como fundar el primer centro de la zona fronteriza para escuchar y orientar a las mujeres violentadas. Recibió en 2008 el Premio Nacional de Derechos Humanos otorgado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH); recibió un reconocimiento de la Red Todos los Derechos para Todas y Todos, en la sede de Naciones Unidas en el Distrito Federal.

Nació en Ciudad Juárez. En 1982 denunció la vida maltrecha de las obreras de las empresas maquiladoras de exportación, fundó el Grupo 8 de Marzo y más tarde la Casa Amiga. Inspiró la denuncia, la investigación y el cuerpo legal contra el feminicidio. Está aquí, con nuestra historia, esa del bicentenario por la independencia y la libertad que despuntará en 2010.

saralovera@yahoo.com.mx


1 comentario:

Anna Roma dijo...

te dejo mi blog, creo q te puede interesar,es de humor feminista.
www.monologositdown.blogspot.com